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El flautista del Quilotoa

Quilotoa
La Laguna del Quilotoa

Por Armando Cuichán / La Barra Espaciadora.

«Extraña gente que se alegra la vida con música y cantos tristes«, dijo Humboldt hace un par de centurias sobre los indígenas andinos y la situación no ha cambiado mucho en la actualidad. Quizá los causales de esta peculiaridad sean la soledad del páramo o la fría brisa que peina el pajonal, las condiciones extremas en las que han sido obligados a vivir o su falta de oportunidades, lo cierto es que más que hablar musitan, evitan la mirada directa y en su música lenta y distante predominan los instrumentos de viento: flautas, rondadores y quenas…

En una tarde lluviosa, de esas en las que el sol aparece en medio de nubes cargadas pero no abriga, llegué a la laguna del Quilotoa, con una barata flauta plástica. En medio del centro poblado, turistas y artesanías, empecé a soplarla intentando recordar alguna melodía de infancia. De pronto una voz chillona me dijo: «¡así se toca!». Era un indígena de poncho y mejillas rojas. Fácilmente, con sus manos ásperas y callosas, llevó a sus labios una flauta rústica de palo y entonó una melodía dulce y triste.

Durante su interpretación, mi corazón descendió a la laguna, recorrió cada uno de los picos, voló con los curiquingues, se hizo chuquirahua, se hizo tormenta… Cuando terminó su interpretación me dijo: «ya vis, así se toca; aprindirás, ya mi di morirr«. No tuve explicación, no la tengo, no la busco; solo siento que su música-ande, describe mejor que mis palabras el bello paraje.

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