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Sobrevivir a Ayotzinapa para contarlo a gritos

Con el lema
Con el lema "vivos se los llevaron, vivos los queremos", en distintas ciudades de México se realizan marchas para exigir la aparición de los 43 normalistas. Foto: fanpage de Ayotzinapa Causa.

Por Lorena Mena, desde México  / @loremiau

Han transcurrido cinco meses de aquel 26 de septiembre, cuando 43 estudiantes de la Normal Rural ‘Raúl Isidro Burgos’, de Ayotzinapa, en el estado sureño de Guerrero, fueron desaparecidos en el municipio de Iguala, durante un “confuso” incidente que mantiene en la mira a autoridades y en vigilia a la opinión pública, dentro y fuera de México.

Para los sobrevivientes de esta tragedia –padres, familiares, estudiantes, amigos– exigir que aparezcan los jóvenes y se esclarezca el hecho, que según el gobierno involucra a la policía municipal y al crimen organizado, ha significado una lucha sin descanso: recurrir a instancias de derechos humanos; recorrer el país; contar sus historias a medios, organizaciones, grupos de activistas, universidades; organizar marchas; tocar puertas, generar empatía en la sociedad; y sumar adeptos a su causa con el fin de evitar el “carpetazo” [archivo] que parecen buscar las autoridades, más ahora que se avecinan elecciones de diputados federales.

En su reclamo, las víctimas culpan al Estado de autoría y de omisión, y no aceptan la versión de que los jóvenes fueron asesinados y sus cuerpos calcinados en un basurero, como difundió la Procuraduría General meses atrás. Entre esas voces de rechazo está la de ‘Uriel’ Alonso Solís [21 años], parte de una comitiva de estudiantes que recorre varios Estados mexicanos para exponer su versión sobre el 26-S, a quien conocí durante su visita a Tijuana, noroeste de México.

Cursa el segundo año en esa normal, donde se educan bajo un sistema de internado 520 alumnos, hijos de campesinos de escasos recursos, que ven ahí la opción de convertirse en profesores de primaria y de educación física para paliar su pobreza. Él no solo estuvo en el lugar de los incidentes sino que, además, enfrentó el doloroso episodio de identificar en una morgue de Iguala a otro estudiante cuyo rostro estaba irreconocible, pues había sido desollado.

Su hablar es calmo, pero su semblante refleja una mezcla de impotencia y coraje mientras recapitula lo vivido aquella noche y los días siguientes. Aquel 26-S, Uriel, junto a otros cuatro compañeros de segundo año, estaban a cargo de unos 80 estudiantes de primero con quienes viajaban desde Ayotzinapa en tres buses rumbo al estado de México, con el fin de participar en una manifestación estudiantil que cada 2 de octubre se realiza en el Distrito Federal. Cuando estaban de paso por Iguala, su caravana fue interceptada por patrullas de la policía municipal.

“Los de segundo [año] nos bajamos [del bus], les hicimos seña [a los policías] de qué querían, y se bajan los policías y empiezan a disparar […] le digo al “Cochiloco” [un compañero]: yo me voy al primer autobús, si pasa algo haces frente. Fue la última vez que lo vi. Me subo al primer autobús, le digo al chofer: lleva la puerta abierta y acelérale. Nosotros queríamos salir, pero una mujer policía nos atraviesa la patrulla 022, nos impide pasar y ahí es cuando nos bajamos a apedrear a la patrulla. Corren los policías, unos cinco […] un compañero intenta mover la patrulla […] pero nos empiezan a balacear de frente. Me agacho, veo que todos corren atrás del autobús y veo a mi compañero Aldo en el piso, con una bala en la cabeza. Lo que hice fue arrastrarme atrás del autobús, estaban ahí 35 compas […] veía a mi alrededor cómo todos lloraban, gritaban, nos disparaban… pero yo no escuchaba, todo me pasaba por la mente y me acordaba de mi abuelo cuando me decía que si a uno la vida se le pasa en un segundo por la mente, es que se muere”.

Los tenían rodeados y mientras intentaba pedir ayuda mediante su celular al 066 [número de emergencias], veía a los estudiantes y al chofer del tercer bus en el piso. Al rato cesaron los disparos y un policía, dice, se acercó hacia el grupo donde él estaba:

“Nos dijo: vamos a negociar con ustedes. Nos vamos a llevar a todos, los autobuses, levantamos los casquillos y vamos a hacer de cuenta de que aquí no pasó nada. Le dijimos: no pues, aquí vamos a estar […] y nos dice: está bien chavos, si no se quieren ir, vamos a venir por ustedes más tarde. Pero decidimos quedarnos. Vimos cómo se empezaron a llevar a los compañeros con las manos en las cabezas, los subieron a las patrullas […] Nos asomamos al tercer autobús. Estaba totalmente balaceado, las llantas ponchadas, las ventanas con sangre, los asientos […] empezamos a poner piedras en todos los casquillos, a hacer fotos para tener evidencia. Más tarde, ya estaba empezando a llover, entonces llegaron compañeros y maestros de nuestra escuela y dijimos: ya, estaremos bien”.

Hasta ese lugar llegó la prensa y los jóvenes dieron su primera versión de los hechos. Todo parecía haberse calmado, pero cerca de la 1 de la madrugada, apareció un grupo de camionetas en el sitio del incidente.

“Se bajan hombres, totalmente de negro y ya no llevaban el escudo de policías. Unos se tiran al piso, otros se hincan y otros parados en posición de ataque. Nos empiezan a balacear. Corrimos”.

En su huida, los estudiantes se escondieron en diferentes sitios, hasta que poco antes del amanecer, alrededor de las 5, llegaron por ellos otros compañeros de la normal acompañados de agentes ministeriales. Entonces, empezó la búsqueda de sus “paisas”.

 Uriel Alonso Solís (izquierda) junto a Gamaliel Cruz, estudiantes de la normal Ayotzinapa, durante una charla a estudiantes y académicos, el 13 de febrero pasado, en Tijuana. Foto: Lorena Mena.
Uriel Alonso Solís (izquierda) junto a Gamaliel Cruz, estudiantes de la normal Ayotzinapa, durante una charla a estudiantes y académicos, el 13 de febrero pasado, en Tijuana. Foto: Lorena Mena.

Sin rastros

Sobre la base de experiencias pasadas de detenciones de estudiantes de la normal en protestas o por estar boteando [pidiendo dinero para gestionar recursos para la escuela], Uriel pensaba que sus compañeros detenidos serían liberados. Pero en el centro de detención de la policía, no había rastro de ellos.

“Pasamos a las celdas, y nos dijeron: no, chavos, ningún policía tuvo la orden de detener y menos disparar y llevárselos”.

Se tomaron sus testimonios en la Fiscalía y en la tarde del 27, se les llamó al Semefo [Servicio Médico Forense] para reconocer un cuerpo que se había localizado en una carretera. Por la ropa que llevaba, Uriel supo que se trataba de Julio César, aunque, literalmente, no tenía rostro. Esa fotografía del joven desfigurado, que revelaba la gravedad del hecho, circuló por los medios y las redes sociales.

“Teníamos miedo de salir de Iguala, creíamos que a todos nos querían matar. Finalmente, ese 27 llegamos a la escuela. Allí estaban muchos padres llorando, otros abrazando a sus hijos […], luego nos dijeron que son 43 compañeros los que están desaparecidos; que a tres los mataron, y hay cuatro heridos […]. De Aldo, los doctores dijeron que ya no tiene remedio, tiene muerte cerebral […]; vamos a veces a visitarlo, es muy triste, pero desde ahí emprendimos la lucha con los padres de familia”.

Con el lema "vivos se los llevaron, vivos los queremos", en distintas ciudades de México se realizan marchas para exigir la aparición de los 43 normalistas. Foto: fanpage de Ayotzinapa Causa.
Con el lema «vivos se los llevaron, vivos los queremos», en distintas ciudades de México se realizan marchas para exigir la aparición de los 43 normalistas. Foto: fanpage de Ayotzinapa Causa.

Versiones y repercusiones

Dentro del caso Ayotzinapa han surgidos distintas versiones de lo ocurrido con los jóvenes, sin que logre armarse el rompecabezas y esclarecerse esas desapariciones. Unas señalan que los detenidos fueron entregados por agentes a un grupo delictivo, que se encargó de asesinarlos e incinerar sus cuerpos; otras, que la orden dada a los policías de contener a los normalistas provino del alcalde de Iguala y de su esposa, quienes temían que los estudiantes sabotearan un evento público [la pareja estuvo prófuga, y ahora está en prisión mientras siguen las investigaciones].

La búsqueda y exigencia de respuestas generó además el hallazgo de fosas clandestinas en el estado de Guerrero, lo que da cuenta del nivel de violencia que vive esa región; adicionalmente, han intervenido forenses argentinos especializados en investigar violaciones a los derechos humanos y se han efectuado marchas masivas con repercusiones en organismos internacionales.

En el día a día de los sobrevivientes, sin embargo, persiste un enorme vacío. Los padres de los normalistas abandonaron sus cosechas para dedicarse de lleno a exigir justicia, pernoctando en la escuela, esperanzados en conocer el paradero de los suyos; los estudiantes, mientras tanto, apoyan a su manera, haciendo protestas o recorriendo el país con el apoyo de redes de activistas.

“Preferimos estar en otros Estados, porque estar ahí [en la normal], viendo los rostros de los padres de familia, rezando toda la noche, llorando en nuestros hombros, es algo muy doloroso que uno no soporta. Acá sentimos que estamos aportando un granito de arena. Todo lo que resulta de nuestras visitas les comunicamos a ellos, les llevamos un mensaje de esperanza”, cuenta Uriel.

Ante un panorama a todas luces incierto, lo único que tienen claro las víctimas, los deudos, es que Ayotzinapa no debe caer en el olvido, como las miles de desapariciones que se registran en México dede hace décadas.

Uriel está convencido: “Nosotros, a nuestros compañeros caídos no los vamos a enterrar; al contrario, los vamos a sembrar para que algún día florezca la verdad”.


*Lorena Mena, periodista ecuatoriana. Cursa un Doctorado en Ciencias Sociales en El Colegio de la Frontera Norte, en Tijuana, México.