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Yo te subí a la avioneta y ya no puedo hacer nada

Por Christian Zurita / @christianzr

Ese primero de octubre, el caudaloso río Bobonaza apenas era un manso arroyo. El agua, que parecía detenerse, formaba un espejo frente al rústico muelle que permite subir hasta la plaza central de Sarayaku, una comunidad de luchadores kichwas, en plena selva de la provincia de Pastaza. Los niños jugaban con chapoteos, la luz del día era intensa y el plan maestro de la vida parecía ajustarse al designio de los hombres. Horas más tarde, hundía mis manos en el río y el agua se llevaba el lodo y la sangre de entre los dedos.

La tarde se fue lenta. Cerca de las siete de la noche, aún daba la impresión de que el sol se quedaría. Todos nos mirábamos como si estuviéramos reconociéndonos. Entre abrazos, algunos me aseguraron que yo había muerto. Con vergüenza, guardé silencio y permanecí inmóvil: los he visto morir y no tuve el coraje de salvarlos.

Aquella tarde, ya terminada la cobertura, Paúl Navarrete y yo debíamos regresar a Shell en una de esas diminutas avionetas que suelen aterrizar en las pistas de tierra de esta región. No teníamos cupo, pero necesitábamos volver.

Aerokashurko, que vuela en esas rutas amazónicas, me era una compañía familiar. Me había desplazado en sus avionetas en varias ocasiones y esta vez su personal fue gentil al aceptar el cambio de un pasajero a favor nuestro. Recuerdo que el piloto Francisco González era un hombre alto, de camisa blanca, con gafas, que me sonrió con complicidad, como si hubiésemos cambiado el destino o acaso logrado finiquitar un acto por el que todos ganamos. Entonces, Paúl hizo esfuerzos por guardar su equipaje en la cola de la nave.

Luego, con dificultad, se sentó a la derecha del piloto. Lo hizo con apuro, como si evitara que alguien fuese a arrebatarle el puesto. Yo también sonreí: “Nos vemos en cuarenta minutos”. Poco antes chocábamos las palmas como lo hacen los amigos: con fuerza y con los pulgares apuntando a nuestros rostros. Me miró, siempre sonriente, satisfecho por su trabajo.

La Cessna tenía capacidad para seis pasajeros. Adelante iban el piloto y un acompañante y en las dos filas de atrás, los pasajeros. Maritza Aranda se acomodó en el medio. Su esposo, Hugo Medina, no terminaba de aceptar la idea de abandonar Sarayaku. Caminaba de un extremo a otro de la pista y al volver la mirada hacia el río parecía detenerla sobre la casa de los Viteri Gualinga, el centro de la fiesta.

SARAYAKU-05-3-300x200Desde las dos de la tarde, después de que la Ministra de Justicia y Derechos Humanos encabezó el pedido de disculpas públicas por parte del Estado y dejó la comunidad a bordo de un helicóptero del Ejército, los pobladores se entregaron a un estado de celebración, aunque, en realidad, el acto oficial no dejó satisfechos a los curacas sarayaku. Ellos querían escuchar que las violaciones a los derechos humanos y a la consulta previa no se repetirían más. Buscaban, además, lo que ellos llamaron “un perdón de corazón”. Si bien eso al final no sucedió y entristecieron sus corazones, tenían sus razones para celebrar.

La casa de los Viteri Gualinga se convirtió en el punto en el que desembocó la alegría luego de años de lucha. Momentos históricos. Orgullosos. parecían decirse a sí mismos “por esto luchamos”. Los dirigentes de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) y del Gobierno de las Nacionalidades Originarias de la Amazonia (Gonoae) se acompañaron de dos guitarras y litros de chicha para ofrecer, mientras esperaban su turno de viaje.

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“No te vayas”, le dijo con insistencia Franklin Toala a Hugo Medina, quien se había pintado el rostro con wituk, una tinta natural de la zona. Las mujeres sarayaku dicen que los hombres son inútiles para dibujarse por sí solos las imágenes de la selva en la cara. La pintura de Hugo se asemejaba a las alas de un murciélago.

A Hugo lo conocí meses atrás en el aeropuerto de Shell, cuando, por coincidencia, descendía de la misma nave que ahora estaba por abordar. Nacido en Patate, en la provincia serrana de Tungurahua, apasionado por la radio, conoció a Maritza, se amaron, se casaron, hicieron cuatro hijos. Esa fue la razón para abandonar Sarayaku aquella tarde: Maritza sentía una urgente necesidad de ver a los suyos.

Franco Viteri, el líder histórico de ese pueblo, quien encabezó la lucha contra la Compañía Nacional de Combustibles y que ahora es presidente de Gonoae, se reía de Paúl por la cantidad de chicha mascada que llevaba dentro. “¡Es la mejor bebida que existe!”, le decía Paúl, en pleno festejo. Franco le respondía con carcajadas.

SARAYACU-456-300x225Paúl cargaba en su computador al menos diez fotos que había seleccionado para enviarlas al diario El Universo desde el Puyo. Pero llevaba también al menos otras 1 200 de la vida de la comunidad, un trabajo que ansiaba realizar desde hacía mucho. Horas antes –por la madrugada- compartió con una familia de adolescentes un bagre ahumado de sabor incomparable. Retrató a los niños entre risas, al disparar cada foto preguntó por sus nombres: “yo soy Andrés”, “él es Richard y el más chiquito es Ilucululu”. Al principio no nos dijeron qué significaba este nombre, luego nos contaron que quería decir ‘el canto de un ave’.

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El peso de una avioneta se equilibra en el centro, dejando para la cola lo más ligero. Por eso, Juan Carlos Gualinga y Toribio Tapuy ocuparon los puestos traseros. Mientras yo miraba cómo se acomodaban, me imaginaba a mí mismo sentado en esa fila. Uno de los muchachos encargados del control aéreo y de los cupos de vuelo me pidió calma. “No te cedieron el cupo, pero te irás en la siguiente”.

Hugo subió y cerró la puerta con solvencia. Este es un rito que conocía de memoria, después de tantos viajes. La Cessna prendió el motor y arrancó mientras unos niños se divertían -diez metros atrás- con el fuerte viento de las hélices. “Se fueron”, me dije, aliviado.

Sarayaku, Pastaza (30-09-2014).- Vista de la pista de aterrizaje en la Comunidad de Sarayaku.
Sarayaku, Pastaza (30-09-2014).- Vista de la pista de aterrizaje en la Comunidad de Sarayaku.

La pista se topa con el cauce del Bobonaza. La avioneta abrazó el aire del sur para luego girar hacia el occidente. Debía verla pasar rauda y a buena altura sobre el Pueblo del Medio Día, rumbo a Shell, para luego continuar con nuestras vidas. Pero ese no era el designio de los hombres. Navegaba con la última fuerza de un motor roto, tiraba humo blanco y trató, sin suerte, de tomar pista por la cabecera norte con un giro a la derecha. Entonces se dispararon los peores temores.

Al lado mío, en la pista, Israel, piloto de la flota de naves de Sarayaku, advirtió la intención de la Cessna y a gritos ordenó evacuar a todos, incluido el grupo de niños que jugaba ahí.

¡Vamos, carajo, que sí puedes; si no lo haces, nos vamos a la mierda!, me gritaba a mí mismo. El miedo es una tormenta que atropella los sentidos, nos hace vulnerables justo cuando solo hace falta valor.

Miré la avioneta y pensé que al descender nos arrastraría con su fuerza. Alejé esos augurios y preferí verla aterrizar… Pero la nave, que hizo un giro final para encontrar la pista, no iba a más de cuarenta metros de altura, rozando la floresta. Pensé que lo lograría, pero, entonces, mis entrañas vomitaron un sórdido impulso que me llenó la boca.

Yo te subí a la avioneta y ya no puedo hacer nada.

Mi amigo Paúl, padre de un nene apenas nacido. Paúl, el hombre que enfrenta la muerte sentado junto al piloto. Paúl, el hijo de una madre que no quiero conocer por esto… ¡Icululu, no puede estar pasando! Los árboles crujieron y el golpe seco me anudó las entrañas. Corrí. Decenas de gargantas aullaron: ese grito largo de alarma para algo que quizás jamás habían enfrentado.

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Sarayaku, Pastaza (30-09-2014).- Vista de la pista de aterrizaje en la Comunidad de Sarayaku.
Sarayaku, Pastaza (30-09-2014).- Vista de la pista de aterrizaje en la Comunidad de Sarayaku.

Aunque no hay una explosión, alzo la mirada y el humo me anuncia lo peor. La avioneta ha caído a pocos metros de una vivienda. Una mujer lleva un balde de chicha y la arroja al fuego. El resto grita ¡Agua, agua, agua! Grito lo mismo, pero no entiendo nada. “No te preocupes, que ya llegamos”, pienso, estúpidamente.

Unos hombres sacan de los fierros retorcidos a una niña –la milagrosa hija de Hugo- que no para de llorar, su voz me da esperanza. Miro la nave y la mente me juega sucio: no entiendo si está averiada, si está completa o no. A Hugo lo rescatan tres personas. La carne de sus dos tobillos ha quedado sellada por el fuego. Me acerco a la nariz de la aeronave y ahí, incapaz de decir palabra, el piloto mueve lentamente los brazos y el tronco. Miro a su lado y me brota un grito, un espasmo, un quejido. Como si fuese testigo del final de mis hijos, como si viese al amor de mi vida, golpeada al fondo de un callejón. Me invade un ardor en la uretra. El fuego ya está allí: se apodera de todo y también de nuestro coraje. Tengo miedo. Puede explotar, esto puede explotar. Una explosión puede abrasarnos a todos. Entonces, como si hubiera sido un presagio, un estallido nos obliga a abandonar el lugar. Más allá, absolutamente aterrado, me tiro al suelo…

manosPasa mucho tiempo. El agua no llega. Pasa más tiempo y el agua no llega todavía. Tomo entre mis manos la tierra que me alcanza y la lanzo sobre la nave: ¡Tierra, tiren tierra!No dejaré que te quemes, así no estés no dejaré que te quemes”, me lo repito. Un impulso me lleva hasta Paúl y le arrojo en la espalda toda la tierra que puedo. Lo hago tantas veces como me lo permiten mis fuerzas. Los familiares de Juan Carlos y de Maritza hacen lo mismo. En medio del esfuerzo por ese rescate inútil me veo incapaz de tomar su mano y decirle “aquí estoy, amigo, no temas”, o “papito, sé fuerte”, o “no te dejaré, mi amigo”. No puedo decirte, Paúl, “te llevo a mi casa para emborracharnos de alegría y sacudirnos la cara con bofetadas de cariño”, como alguna vez lo hicimos.

Hugo queda lejos del peligro. Está inconsciente y por varios minutos permanece tendido en el piso, mientras los demás seguimos en el intento por apagar el fuego y salvar a su esposa Maritza. “Llévenme ya, que me muero”, alcanza a decir, cuando recobra el sentido y las palabras.

Para salvar al resto, debemos romper el fuselaje del lado derecho, pero el ala de ese lado arde. La gasolina se derrama y el fuego cubre la cola. Los gases fluyen por los orificios del tanque. El ala izquierda de la Cessna está rota y en la punta, que se clavó contra el suelo, hay un espacio abierto en el fuselaje. Los vidrios están quebrados. Es como haber metido un cuchillo en un enlatado.

Tratamos de levantar el ala y entrar por las ventanas para el rescate, pero los voluntarios se queman las manos, así que usamos hojas y ropa para cubrirnos. Alguien corta un tronco que queremos utilizar, inútilmente, como palanca.

El agua llega en baldes, mucho después del impacto, cuando la comunidad sale del shock y puede reaccionar. Pero esa agua, paradójicamente, lo que hace es dispersar el combustible y aumentar el perímetro del fuego. El esfuerzo dura tan solo un momento, que desemboca en el silencio de la razón, en la incapacidad de mover un músculo. Pero también es la fuerza que nos pide volverlo a intentar.

Casi rendido, Franco Viteri se acerca al fuselaje abierto y, aún entre las llamas, intenta el rescate. “¡Cuidado con el fuego! ¡Vamos, que podemos salvarles…”, grita, entre llantos de escepticismo. Desde el frente, un hombre descarga un hachazo sobre las latas con toda la rabia contenida sin lastimar en lo más mínimo a la chatarra de la avioneta. La gente recupera fuerzas y rescata el cuerpo de Martiza. Solo cuando la sacan comprendimos que se fueron.

Una de las naves de Sarayaku llega con el equipo para extinguir el fuego. Tarda cuarenta minutos, pues ese es el tiempo que una avioneta necesita para ir a Shell y volver. El polvo químico se adhiere a lo que queda y empieza la tarea de sacar a Juan Carlos Gualinga, a Toribio. Luego, a Francisco, quien lleva el cinturón de seguridad atascado. Su cuerpo cubre al de Paúl y creo que tal vez por eso que mi amigo es el menos lastimado de todos.

No sé cuánto tiempo nos lleva, pero sé que ese es el tiempo más duro para el alma: fuimos una procesión de aturdidos que como en penitencia cargamos los cuerpos de aquellos que una hora antes reían. Voy junto a sus cuerpos, no hay nada más que decir.

***

Hablan ya de una capilla ardiente y la memoria me devuelve la imagen de esos momentos en el río cuando jugaban los niños. Estoy parado en una tarde de sol en la Amazonía. Solo me dedico a respirar y a preguntarme sobre el plan maestro de los hombres. Alguien se acerca: “perdóname -me dice-, no fue mi intención subir a tu amigo para esto; también he perdido a mi prima Maritza”. En una comunidad de 1.200 personas la muerte de tres de sus miembros significa que todos perdieron alguien.

Camino a la casa de Franco Viteri me encuentro enlodado y sin ropa; al llegar, solo puedo echarme a llorar entre arcadas sobre sus hombros. Luego, atravieso el río con dirección a la plaza central. No sé qué condición enfrento, entro en un estado inexplicable en el que ya no puedo llorar, parecería que no tengo dolor, que ningún sentimiento me aqueja. José Santi, curaca, parte del Consejo de Gobierno Sarayaku, se siente tan culpable que dice estar dispuesto a ir a la cárcel por habernos invitado. José Gualinga me alcanza un abrazo y el dolor le impide decir palabra. El ritual se repite por horas, el dolor se transforma en ira, en impotencia. Entonces buscan responsables, pero ese círculo de viciosa amargura se reduce con las horas y estoicos enfrentan de nuevo a la tragedia; dejan las lágrimas entre palabras de mutua compasión. Llega la noche y no hay autoridad, padre, madre o hijo que no deje de rendirles honor en el centro ceremonial de la plaza. Son recordados uno a uno. Les dicen a gritos que los muertos por Sarayaku son parte de ellos, que vinieron a luchar junto a este pueblo y que se quedarán honrados como héroes. Paúl siempre miró a Marlon Santi –curaca de Sarayaku y ex presidente de la Conaie- como un líder a seguir y fue él quien le dedicó ese honor.

Héroe, amigo, te quedas en este lugar que no conocías, pero que amaste. Te vas con la pintura de wituk en el rostro, con las figuras de una lagartija amazónica que una niña te dibujo a las 4 de la mañana de ese último día, mientras entusiasta escuchabas a Marlon hablar de la selva. Te quedas en el Pueblo del Medio Día que vive, que aún vive de sus saberes, de la dignidad y de su determinación de lucha.

SARAYAKU-06-2

El sueño no llega para nadie y la lluvia aparece con la mañana. José Chimbo, secretario del Codempe, sabe que la naturaleza también expresa sus sentires y lo hace con una tormenta que se desata desde las siete de la mañana.

Sarayaku se ha vuelto una aldea de resignación que espera la llegada de las autoridades que darán fe de los hechos. La espera parece que hubiera detenido el tiempo todavía más.  Solo un hecho pone en alerta a los más jóvenes: un grupo de saínos, a escasos metros del pueblo: hay que alistarse para la cacería. “Tu amigo ya estaría delante nuestro con la cámara”, me dice un chiquillo mientras gira el rostro y estaciona la mirada sobre la capilla ardiente. Su mirada se pierde unos segundos y sale en carrera hacia el norte. Horas más tarde, los helicópteros de la Policía y del Ejército aterrizan en la cabecera de la pista y en un descampado cerca del único colegio de la localidad.

Fiscal, médicos y policías hacen su trabajo. Yo me niego a mirar. Tomo el camino y solo espero en un borde de la pista. Se me ha asignado un espacio en el helicóptero MI que transportará a las víctimas. Luego de tres horas, las autoridades cargan el cuerpo de mi amigo hasta la nave. He sido el primero en esperar y el último en abordar. Abrazo a los que puedo y solo tengo agradecimientos. La nave parece despegar con un cuidadoso ceremonial y mientras miro al sinuoso Bobonaza me pregunto qué me espera al final de este vuelo. Entonces termina ese período de postración mental. Los policías se relajan y se toman selfies. En la selva, se divisan árboles florecidos de un color morado.

Llevo tu cámara, amigo, la misma con que el día anterior me retrataste tantas veces, con el argumento de que “nunca se sabe qué puede pasar”. Y soy ahora yo quien no tiene manera de hacer lo mismo contigo. No sé qué me hubieses dicho para consuelo mío. Y me invento argumentos que no me satisfacen…

Yo le diría: guambra, no puedo narrar la vida tan maravillosa y divertidamente como lo hacías; soy de aquellos que no ríen y que se mueren de tristeza, pero juro, te juro, que voy a intentar reír y honrar tu vida.

25 COMENTARIOS

  1. La sensibilidad del alma solo pudo ser descrita tan elocuentemente por la sencillez del corazón, y nos enseña que la amistad va más allá que una imagen y marca la vida de los seres humanos.. Gracias por exteriorizar sus sentimientos con aquellos que todavía esperamos un cupo en una avioneta…

  2. Bueno… Excelente…me transporte junto a ti a ese momento…momentos descritos con tanto dolor y sensibilidad que nos muestra el valor de la amistad y su extensión aun después de la muerte…

  3. Un texto que pone en evidencia lo profundo y lo doloroso del momento. Un minuto de silencio nuevamente… por favor honre y sonría.

  4. Es complejo hablar desde tu propia experiencia cuando eres periodista. Estamos demasiado acostumbrados a relatar lo que les pasa a los otros y olvidarnos de lo que sentimos. Lograste un gran escrito y una gran despedida de corazón a un amigo…

  5. Cuánta tristeza me produce, me pongo en lugar de Carolina, su mujer y Lucas su pequeño quien no tendrá la dicha de recordarlo como lo recuerdan sus amigos. Paz en la tumba de Paúl, te fuiste haciendo lo que te gustaba.

  6. Letras que abrazan lo duro de aquel momento, para dejar ir la angustia de aquel tiempo. Me robó un par de lágrimas, recreando en mí todos los sentimientos aquí narrados.

  7. La ternura, la sensibilidad. La rabia del dolor, la angustia e impotencia , pero sobretodo la amistad han sido plasmadas de la mejor manera ,en el relato de aquellos momentos vividos por ustedes.

    Hay un común en cada una de las expresiones de las personas que conocimos a Paúl, y, es que nos trae a la mente su sonrisa , optimismo, alegría, y es así como siempre le recordaremos.

  8. Amigo Christian, tu crónica transitó por lugares más inusitadas, abriéndose paso por las arterias hasta tocar las fibras más sensibles del ser humano.
    Intentar sonreir amigo, seguro te hará bien.

  9. Lo maravilloso del tiempo que tenemos cada uno, es lograr crear esas ráfagas de vida que entregamos a los demás y sé que Paúl no solo logró esas ráfagas sino entrego una buena luz a todos.
    Hermoso contenido que expresa claramente lo que es una amistad.

  10. Cuánto dolor causa perder a un amigo, ese ser que siempre te brindo una sonrisa, una palabra de aliento, cuánto dolor causa aceptar los designios de Dios, pero no me cansare de decir que te quiero mucho porque para mí siempre estará aquí, mi querido Pau,
    Que Dios les llene de bendiciones a su esposa y su bebito

  11. Mi amigo nadie entiende la muerte y nadie entiende el dolor que esta causa. Solo él que vive lo que tu viviste, la impotencia, la desesperación, puede compartir la misma pena.
    GRACIAS por ese tributo, a nuestro compañero de la Facso, al amigo de aula y trabajo

  12. Es difícil sonreír luego de haber sido testigo de una tragedia que se lleva la vida de las personas que amamos, un amigo……un hermano. Pero aún del dolor más profundo puede salir una luz, y sus recuerdos nos permitirán volver a sonreír…..

  13. Luchaste con todas tus fuerzas para salvar a Paúl. Una tragedia incomprensible, porque siempre se recuerda a Paúl lleno de alegría. Tu amigo sabe que hiciste hasta lo imposible y cumplirás tu promesa de honrar su memoria y replicar su alegría.

  14. Abrazos Cris, que te dire vos sabes que en especial hay un grupo de colegas tuyos que se han ganado el corazon por su forma de ser y sentir , mi Cris la profundidad de tu reportaje habla de la pureza de corazon que te caracteriza, no hace falta decirte lo mucho que te quiero por que lo sabes solo es una delatera la del Paul lo importamte de esto es poder procesar el duelo y seguir caminando, riendo como le gustaba a nuestro querido amigo el Paul y seguir soñando para poder tener la capacidad de seguir luchando en este espacio tan dificil llamado vida

  15. Cris… que bello lo que nos has regalado,es…. como si todos hubiéramos estado contigo en ese momento tan duro, mientras leía… sin desviar mi atención venían a mi mente tantos recuerdos, como si la sangre de detuviera en mis venas, este nudo en la garganta que no me deja respirar… la alegría de haber podido conocerlo.. de haber escuchado su risa y sus sueños…un gran amigo que nunca olvido mi cumpleaños… que estuvo siempre pendiente de mi… se fue y lo queremos… lo extrañamos.. nunca lo olvidaremos por que en cada uno de nosotros cavo muy hondo, dejo una huella, como un tatuaje con su nombre, en un lugar que solo cada uno de nosotros podemos ver. Hasta siempre…Paúl..

  16. Este relato o crónica en primera persona merece toda mi admiración y ratifica mi idea de que solo cuando están en juego nuestros sentimientos (que activan la sensibilidad humana) los resultados literarios pueden ser maravillosos. Me llega profundamente al alma lo sucedido no solo porque vivi en Ecuador y quiero esa patria, si no porque alguno de los personajes en mención tuve el honor de distinguirlos durante mi corta carrera periodística en ese país. Sentido homenaje a un amigo.

  17. Saludos, no soy mucho para la lectura y tampoco se como llegue a este post pero realmente deseo felicitarte por la forma de narrar las cosas, es como estar en el lugar de los hechos realmente triste el final, pero con relatos de este tipo da gusto leer.

  18. Este comentario me conmovió tanto, la persona que lo narra lo hace con un sentimiento que nace desde sus propias entrañas y de la impotencia de poder ayudar a su amigo. El tiempo de Dios es justo y nadie lo puede cambiar, esto ya estaba escrito y solo sucedió, me duele la perdida de esas vidas jóvenes, solo puedo decir Dios…recibelos en tu Santa Gloria y a sus familiares dales la fortaleza y la resignación para superar esta perdida.

  19. Que desgarrador relato. Preciosas palabras para algo tan incomprensible. Gracias por invitarnos a tratar de reir, en medio de la nostalgia de nuestras almas, asi como para recobrar el sentido de justicia sobre ciertas cosas. (Disculpas por el teclado gringo sin acentos). Muchos saludos.

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