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Alexandra Córdova y la ceguera de la justicia

Alexandra Córdova se ha convertido en madre de cientos, de miles de familiares de desaparecidos en Ecuador y de los mismos desparecidos. Alexandra Córdova es la mujer que se ha enfrentado a un aparato estatal negligente, dominado por hombres duros, enredado en mentiras y en humillaciones.

Andrés Yépez / Fluxus Foto

Por Diego Cazar Baquero

«La crueldad es lo que pasó el 16 de mayo del 2013, cuando me quitaron mi vida, el vivir sin vida». Casi cinco años después, Alexandra Córdova sigue siendo víctima de violencia por parte de un Estado que no es capaz de dar respuestas. Casi cinco años de mentiras y desplantes, de versiones improbables y de humillaciones. Casi cinco años han transcurrido desde que Alexandra Córdova, la madre de David Romo, transformó cada segundo de su vida en una lucha sin tregua por encontrar a su hijo desaparecido. Ahora, esta mujer quiteña es quien nos muestra las piezas rotas y las piezas adulteradas del aparato de justicia del Estado ecuatoriano.

Durante dos años y cuatro meses, Alexandra tuvo que enfrentarse a la absurda decisión de un fiscal de declarar el caso de la desaparición de su hijo en reserva incluso para ella, su madre, la víctima, la denunciante. La madre de David Romo –un estudiante universitario de 21 años que aprendía a tocar la guitarra– no podía saber nada acerca de los avances –o del estancamiento– de los procesos de investigación porque la desaparición de David se convirtió en un secreto de Estado. En enero del 2017, el entonces ministro del interior, José Serrano, habló en televisión de “la muerte de David Romo”, luego de reconocer “una demora injustificada” en las investigaciones. “Yo creo que se cometieron algunos errores”, dijo Serrano y luego, esos errores no se corrigieron hasta hoy, cuando el proceso de asesinato iniciado por la Fiscalía concluyó en etapa de instrucción fiscal.

Andrés Yépez / Fluxus Foto

“Esperaron 4 años y nueve meses para decirme que mi hijo está muerto –dice Alexandra, sentada en el sofá de la sala de la casa de sus padres, donde vive junto a su hija menor, en el norte de Quito–, que está incinerado, cuando no hay una prueba científica que corrobore eso”.

Alexandra luce impecable siempre ante los medios. Su rostro es familiar para los periodistas. Las cámaras la muestran distinguida, seria y atenta. Su discurso se adelanta a las versiones oficiales porque Alexandra ha desarrollado un instinto para predecir, para enfrentar y para exigir: “Desde cualquier punto de vista este es un trato cruel e inhumano y es una violación más a los derechos no solo de David sino a los míos, y a los derechos de un país que necesita saber la verdad, porque no solo es David el desaparecido, hay más de 3 000 personas desaparecidas”.

Andrés Yépez / Fluxus Foto

Desde aquel 16 de mayo del 2013, Alexandra dejó su trabajo como promotora de productos de belleza y se transformó en una voraz aprendiz de Derecho. Había iniciado ya la carrera antes de que su hijo desapareciera pero las diligencias no dan tregua. Los estudios tuvieron que quedar ahí, suspendidos, mientras la lucha por hallar respuestas se mantenga viva. “Creo que esta lucha me ha enseñado cosas que los libros no enseñan”, se explica a sí misma.

Preguntas sobran. ¿Cómo funcionan las leyes en Ecuador? ¿Por qué no existen peritos, agentes policiales y jueces especializados en desapariciones? ¿Cuántas personas han sufrido la desaparición de sus familiares y han sido silenciados por funcionarios del Estado ecuatoriano? Alexandra se ha convertido en fiscal, en investigadora, en agente policial. Ha hecho lo que un fiscal no ha sido capaz de hacer. Ha vencido al miedo y ahora, Alexandra sabe que es la voz de miles de familiares de desaparecidos en Ecuador que no tienen ni los recursos ni las fuerzas para encarar al poder. Un poder con rostro de hombre duro. Un poder que intimida, que amenaza y que silencia. Un poder de machos. “Ahora son presidentes, ministros, generales –les dice Alexandra a quienes están a cargo de tomar decisiones y de hacer que las cosas caminen hacia la consecución de una respuesta– y esos puestos son transitorios. Pero siempre van a ser personas, seres humanos, padres, madres, hermanos, tíos. ¡Yo reclamo al funcionario, al servidor público que simplemente no hizo su trabajo! ¿Qué harían si sus hijos desaparecen?”.

Andrés Yépez / Fluxus Foto

Alexandra es la mujer que se ha enfrentado durante casi cinco años a una hipótesis de Fiscalía sobre la cual no estuvo al tanto durante el tiempo de reserva del caso. Con el expediente reservado se hicieron allanamientos, búsquedas, escuchas telefónicas a espaldas de la madre del joven desaparecido. Solo en septiembre del 2017 se levantó la reserva, luego de que un programa de televisión lanzara la alerta y pusiera a las autoridades en aprietos. Así funciona el aparato judicial al que desafía cada día una mujer madre como Alexandra. “Ha sido una repetición de las mismas pericias, de las mismas diligencias, de las mismas versiones”, dice ahora ella, como riéndose en silencio porque la indignación ya no alcanza. David continúa desaparecido “ante un Estado indolente que no ha querido hacer una investigación efectiva y transparente. Pero ahora somos las mujeres las que decimos que están equivocados. Ahora somos las mujeres quienes exigimos esa verdad y esa justicia que debe brillar para todos y cada uno de los ciudadanos que habitamos aquí”.

–¿Qué es para ti la justicia? -le pregunto a la mujer, a la madre, a Alexandra.

–La justicia es como la muestran: una mujer con una balanza y con los ojos vendados. La justicia es ciega. Es tan ciega que no ve los errores que comete, no ve lo obvio.

1 COMENTARIO

  1. Es digno de respeto y admiración la perseverancia y valentía de esa señora que va desafiando las oscuras e intrincadas redes de policías, fiscales, secretarios y demás empleados públicos, que han hecho hasta lo imposible para tapar a los responsables de la desaparición de David Romo. La lucha de la señora es la lucha de muchas personas que tuvieron la desgracia de perder a un ser querido, paro no han tenido la fortaleza espiritual de la señora Alexandra Córdova. Estamos junto a ella.

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