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Pestaña oculta

Las relaciones humanas han sufrido transformaciones sin precedentes. La ciencia y las nuevas tecnologías de la comunicación nos obligan a revisar nuestros modos de estar con los demás pues el tiempo, o lo que nosotros hacemos con él, está cambiando vertiginosamente.

Por Xipali Santillán @Xipali

He visto a dos hombres despedirse diciendo al unísono: “¡un abrazo!” e irse sin tocarse. He visto parejas que se confiesan amor con dibujitos y que nunca se lo dicen de frente.

Detrás de las pantallas hay un nosotros, ahí colgado del tumbado para saberlo cercano, siempre disponible. Parece que supiéramos la fecha exacta en la que se nos acabarán los días, o el día preciso en el que se impondrá la distancia con los que amamos. Parece que todo estuviese calculado, y que al final no importa tanto.

Hace falta estar bien listo para no quedarte pasmado ante el espejo y reconocer que te has convertido en el viejito desubicado, calvo y panzón, que provoca indiferencia, si no vergüenza. Ya te imagino sentado a la mesa, hablando solo, mirando la cara de tus seres queridos mientras estos miran sus pantallas sonrientes; y te contagiarás de su risa y pensarás en lo que darías por ser así de divertido, provocar el sentimiento de hermandad que otras personas, a miles de kilómetros de distancia, generan en los tuyos, y que vos no eres capaz de imitar ni aun tocando sus manos, ni acudiendo a recuerdos que alguna vez te parecieron inagotables.

Pareciera que entre pantallas las palabras fluyen más rápido, y así, cuando irrumpen aquellos silencios que te habitan a raudales, todo se resuelve de forma expedita e impecable: en el momento en que se aburren de vos te dan un clic y te convierten en pestaña oculta. Cada cierto tiempo regresarán para constatar que sigues colgado del techo, esperando, y darán la vuelta para sonreír a sus pantallas.

Y es el porfiado amor que no se inmuta el que te llevará a abrir sus persianas para que les entre el aire, a tentarles con una postal más viva que el fondo de pantalla de Windows, con unas realidades más desafiantes que las que te ofrece Google, con tecnologías naturales deslumbrantes, incomparables con cualquier cosa que pueda inventar Apple; pero quizá sea inútil. Y tal vez es porque vos y yo nos hemos convertido en inútiles.

Un ser humano despojado de su presencia online es un post pasado de moda; decir te amo, hijo, o te amo, compañera viene seguido de un ok; una flor sonrojada y tímida recibe un ah-bueno; una invitación a caminar sin un destino traerá una secuencia de gemidos, como rebaños de quejas inexplicables representadas por smilies.

La paradoja —nuestra inalterable condición— hará que cuando la soledad en la multitud nos muerda las piernas, terminemos usando también una pantalla para contarnos lo lamentables que somos. Quizá convenga anticipar unas disculpas por convertirnos en modelos intencionalmente descontinuados y voluntariamente obsoletos; hay que explicar a la gente que uno no despierta cada mañana pensando en cómo provocar vergüenza, o en cómo dañar a otros su reputación con una foto juntos, con un te quiero al pie de página o con dejar la mesa y marcharse sin que ellos, tras sus pantallas, se percaten.

He visto manos que no se tocan, voces que no se convocan, abrazos que no se dan. He visto millones de bocas que olvidaron besar.

Entonces dirás, como el viejo cursi que eres, que hay momentos que se van y no vuelven, que sigues vivo, que estás ahí mismo, deseando que no te conviertan en pestaña oculta.

Quizás es tiempo de amar con los pulgares. Tal vez todo esto es cosa de que los besos estorban y los abrazos se dan con palabras; a lo mejor la pasión no es más trendtopic, tal vez ni vos ni yo existimos o hemos dejado de ser, o es que somos olvido retenido. Quizá solo somos una foto Polaroid, desvaneciéndose.