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¿Por qué los turcos reaccionaron tan enérgicamente contra el golpe anti-Erdoğan?

¿Qué está detrás del fallido golpe de Estado en Turquía? ¿En dónde reside el poder de Erdoğan y de su partido para haber evitado su derrocamiento? Aquí se citan algunas claves para explicarnos el reciente conflicto interno en Turquía.

EPA/Sedat Suna

Este artículo fue originalmente publicado en The Conversation, el 18 de julio del 2016.

Por Natalie Martin

Traducción de Andrea Almeida Villamil / @aavillamil*

Turquía registra una considerable cuota de golpes de estado militares. Su gobierno ha sido derrocado por tres ocasiones –en 1960, 1971 y 1980– y se evitaron, con las justas, varios otros intentos, en los que los militares dieron “pistas” de levantamiento si las cosas no cambiaban.

Aun así, el 15 de julio fue sorprendente ver soldados y tanques bloqueando los puentes sobre el estrecho del Bósforo, en Estambul. El golpe estaba destinado a fallar. Y, aquellos acusados de estar involucrados, que aparentemente suman algunos miles de personas, enfrentan violentos castigos. Potencialmente, incluso, la pena de muerte.

Pero quizá más sorprendente fue ver miles de turcos tomándose las calles… para enfrentarse a los conspiradores. Indignados, como reacción a los eventos que se desarrollaban a su alrededor, golpearon y arrinconaron a los soldados.

Los ciudadanos respondieron cuando el presidente Recep Tayyip Erdoğan los llamó (por facetime) a pedir que lucharan por él. En Turquía –un lugar intolerante, que no aguanta el disenso– fue sorprendente ver una asistencia en bandada que salió a defender a un líder ampliamente criticado.

Durante casi 10 años, el país se ha dejado llevar hacia el autoritarismo. Sin lugar a dudas, la vida se ha tornado incómoda para cualquiera que no apoye a Erdoğan y su partido, el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo, por sus siglas en turco). El gobierno controla los medios de comunicación, ha debilitado el ejercicio de la ley y reprimido severamente cualquier intento de protesta pacífica. Entonces, aunque todavía es una nación democrática –Erdoğan fue elegido–, no es liberal.

Los militares, por largo tiempo partidarios leales del kemalismo, han soportado los embates del AKP. Sí, los golpes de Estado no son los mecanismos idóneos para alcanzar el poder, pero en el caso turco siempre han apuntado a prevenir el alejamiento del sendero democrático concebido por Atatürk, el venerado héroe fundador de la república.

Por esto, los flancos militares han sido constantemente podados con una serie de investigaciones (falsas) instigadas por el Estado, desde 2007. Bajo el disfraz de “complots contra el gobierno”, el AKP ha removido a cientos de militares de alto rango –en su mayoría kemalistas asérrimos–. Y, cada vez, los ha reemplazado por simpatizantes del gobierno. Académicos, periodistas, abogados y muchos otros se han visto envueltos, sumándose al aire de intolerancia que inunda la sociedad. Menos de la mitad de la población no es partidaria del AKP; de ellos, la mayoría se sienten aislados.

Erdogan asiste al funeral de dos ciudadanos que murieron durante el golpe de estado fallido. EPA/Sedat Suna.
Erdogan asiste al funeral de dos ciudadanos que murieron durante el golpe de estado fallido. EPA/Sedat Suna.

Erdoğan aplastó el golpe increíblemente rápido, pues es el líder de una turba entusiasta. Con menos del  50% de la población en su contra (descontentos por el rumbo que se ha tomado), cuenta con una mayoría que le es leal, de hecho, muy leal. Tras sentirse abandonados por la previamente dominante élite secular kemalista, hoy los devotos –la sección conservadora de la sociedad– le están agradecidos por haber mejorado sus estándares de vida y haberles traído de vuelta la autoestima.  

El presidente movió a sus simpatizantes a las calles con facilidad, pues aquellos han esperado 50 años por un pedazo de poder en la política turca, y no lo dejarán ir sin dar batalla. En las calles estuvieron los más entusiastas; pero, los opositores tampoco quieren volver a una administración militar. Los conspiradores de este golpe no tuvieron el apoyo popular porque, aunque Erdoğan es una odiada figura autoritarista, los turcos no quieren volver al autoritarismo militar, cuya reputación lo precede; y de eso los ciudadanos tienen sobrados recuerdos. “La peor democracia es mejor que la no democracia” es ahora un refrán común en las redes sociales.   

No queda claro quién fue el responsable de este intento de golpe, incluso con los supuestos cabecillas ya arrestados. Pudo haber sido un remanente kemalista dentro de los militares o un racimo de oficiales apoyando al disidente Fetullah Gulen. Muchos turcos creen que fue una operación de bandera falsa, diseñada para crear las condiciones que Erdoğan necesita para tomar medidas drásticas contra sus oponentes restantes. El escenario puede lucir raro, pero es espeluznantemente familiar para cualquiera que haya seguido las investigaciones contra los supuestos disidentes durante la década pasada.

Al final, Erdoğan es el ganador de esta ofensiva, que les ha costado la vida a 300 personas y la libertad a muchos miles. Ha aprovechado la oportunidad para llevar su poder al siguiente nivel. La libertad de expresión y asociación, ahora, sólo existen si se es partidario del AKP. Hace tiempo que se fueron el ejercicio de la ley y la libertad de prensa; el nivel de intolerancia, en Turquía, sólo puede ir a peor.


Natalie Martin es profesora de Política y Relaciones Internacionales en la Universidad  Nottingham Trent (Inglaterra). Su investigación se  centra en el proceso de adhesión de Turquía a la Unión Europea.