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Viejos comemierda

Tres hombres y un bebé

Tres hombres y un bebé

Por Francisco Ortiz / La Barra Espaciadora

Entre sus dedos pecosos el segundo cigarro de la mañana se consume. Mira por la ventana de la cafetería en busca de la cabeza calva de su amigo Manuel. Mientras sorbe otra bocanada de humo, ve pasar a una manada de jóvenes universitarios y recuerda sus épocas mozas en la escuelita del bosque, así se le conocía a la escuela de periodismo de la Universidad Central, la primera en Quito. Allí fueron alumnos y luego maestros.

-¡Este viejo comemierda, siempre tarde!-, refunfuña Pepe y comprueba en su reloj que ya han pasado las diez de la mañana. Nunca tuvo paciencia con la gente impuntual.

Pero, minutos después, sobre su silla de madera, un brazo se alarga y golpea tres veces su hombro. Es Manuel. El viejo recién llegado se sienta, pide un cortado a la mesera de piernas interminables, al del turno de los martes. Ella sabe exactamente cuál es el menú semanal del par de viejos: cuatro cortados, aproximadamente veinte tabacos y una buena dosis de miradas a los desbocados escotes y a sus torneadas caderas. A ella ya no le importa, sabe que ese par de viejos ya ni soplan…

-¡Hasta que te dignas en llegarfff!

-¡Uta quesfff! ¡No me dejas ni sentar y ya estás jodiendo!- se acomoda Manuel, mientras saca de uno de los bolsillos de su vieja chaqueta a cuadros, modelo setenta y cinco, su cajetilla de Lark. Exhala una primera bocanada y espera que la muralla de humo se disipe.

-¡Ni sabes lo que me pasó!

-¿Te derrapaste en los calzones?- ironiza Pepe, burlándose de un antiguo y reincidente problema estomacal de su camarada.

-No, hombre, de verdad-. Mientras habla, hábilmente junta con la cucharilla toda la espuma que flota sobre la taza de café con leche. La traga de una sola chupada.

–El taxi paró a una cuadra de la plaza Foch -inicia Manuel- y tomé la vía de siempre para llegar temprano acá. A lo lejos, mientras cruzaba por el centro de la plaza, vi un alboroto afuera de uno de los cafés. Me acerqué a ver de qué se trataba, porque había cámaras y todo, y adivina a quién le velaban…

-¿No sería a vos?-  se atranca Pepe por reírse y sorber a la vez.

El solitario café de pronto se inundó con la ruidosa tos de tísico del viejo. Hasta la mesera, preocupada, se acercó con un vaso de agua y le dio unas palmaditas en la espalda. Luego de algunos minutos de pausa, continuó…

-Se me pasó el café por el camino empedrado, pero bueno, ya pasó… Te decía que esa masa de gente, unos con camisetas blancas, otros con cámaras y grabadoras, le acompañaban al Juan Carlos Solines.

-¿Y quién es esefff?

-El Solines, el que estuvo de binomio a vicepresidente con el Guillermo Lasso.

-¡Pendejadas que te has parado a ver! ¿Y en qué andabaf, el penitente ese?

-Nada, que le ha citado al Mauricio Rodas, ese del movimiento Suma, que también estuvo de candidato a presidente, ¿te acuerdas? para dizque conversar y ver si llegan a un acuerdo para las elecciones de alcalde de Quito…

-¿Pero no se había ya juntado con el guagua alcalde? El Ricaurte esefff.

-Sí, Manuelito, pero ahora que dizque quieren unirse los tres… todos contra el Barrera.

-Sí escuché algo hoy en la mañana por la radio. Pero qué-ha-de-ir el Rodas, si el Solines le ha dicho que para reunirse ¡pero sin guaguas!

-¡Zoquete! Bien hechito que le hayan plantado, le dieron en la jeta. ¿No te acordarás que este Solines le dejó vestido y alborotado al César Montúfar por irse con el Lasso?

-Sif, Pepito, me acuerdo, le dejó plantado como novio feo en torta al Montúfar. ¿Qué tipo tan de última y traicionero! ¡Y así quiere ser alcalde!

Francisco Ortiz
Francisco Ortiz

Junto a ellos asoma la mesera. Ellos piden su segunda ronda de cafés. Ella entrega una sonrisa y reemplaza el cenicero pues las colillas están a punto de perder el equilibrio.

-Aquí el único que ya ganó fue el guagua alcalde-, sentencia Manuel.

-¿Por qué dices?

-¡Claro!, como sabía que no iba a ganar la alcaldía, decidió aliarse con el Rodas, pero negoció el primer lugar de concejales. Rodas no gana, pero él sí se queda en la concejalía. ¡Vivo, vivo resultó el guagua!

-Oye, ¿qué habrá de cierto en eso de que Solines le ha mandado a tomar diamantes azules a Barrera?

-¿Diamantes azules?

-Viagra, Manuelito, Viagra… esas pastillas que andas a cargar vos en los bolsillos, junto con el resto de remedios.

Viejo comemierda!-, le gritó, muerto de risa-. ¿Y por qué le ha mandado a tomar Viagra?

-Por la impotencia fisiológica en su administración. Al burgomaestre dicen que ya no se le para ni el bastón de mando.

-¡Ya te estás cargando, Manuelito! ¿No creo que hayan dicho semejante cosa?

-Jajajajaja, la verdad no dijo nada- confieza Pepe- pero seguro sí lo pensó, como nosotros.

-¿Ya ves lo viejo crápula que te volviste? ¡Así comienzan los rumores! A vos sí deberían aplicarte la ley mordaza, para que dejes de hablar tanta pendejada.

Las risas se exacerban y los cafés causan su efecto. Manuel siente ganas de orinar. Mientras desfoga, poco-poco, muy lentamente, casi medio litro, lee los graffitis garabateados en la pared: juramentos de amor eterno, difamaciones sobre ex novias, números telefónicos, poesía de la buena y de la mala, ofertas sexuales de todo tipo, en fin, una cantidad de mensajes caóticamente repartidos en la pared. De momentos ríe, pero al final lo abraza una profunda nostalgia: hace dos años que no escribe. ¡Cómo extraña su libretita de bolsillo y su pluma fuente! Ese maldito temblor en las manos se convirtió en su peor enemigo. Toda la vida dedicado a escribir y hoy sin poder tener firme ni un lápiz sobre una hoja en blanco. Al fin sale y arrastra su consumida humanidad hasta la silla. El viaje al baño le ha tomado casi quince minutos.

Las herramientas
Las herramientas

-¿Qué pasófff, Manuelito? Casito te demoras-. Pepe inmediatamente se da cuenta de que algo le pasa a su amigo, conoce esa mirada de memoria. Cuántas alegrías y tristezas han pasado juntos. Es obvio que ese mirar opaco de Manuel no es un déjà vu de algún momento feliz.

-¡Me come mierda ya no poder escribir! ¡Esta tristeza no hace rebajas, Pepe!

-¡A la vejez viruela, Manuel! ¡Dejate de bobadas! Mejor te cuento un cacho, así sales de esa modorra existencial… ¿Sabes por qué el Barrera anda sembrando ajos y cebollas por toda la ciclovía?

La Ulloa / Francisco Ortiz
La Ulloa / Francisco Ortiz

-Porque le dijeron que eso es bueno para la circulación… ¡cacho viejo! Ese chiste le sacaron al Paquito Moncayo hace tiempos, pero gracias por la buena intención… Oye Pepe, por cierto, ¿dónde parqueaste tu carro?

-Igual que vos, vine en taxi… Te cuentofff: la semana pasada me pusieron candado en la llanta por haberme demorado cinco minutos más de la hora, acá, parqueado en la Pinto. Luego, esa misma semana, me fui al Hospital Andrade Marín a visitarle a una amiga de mi hija que se puso malita. Me parqueé en la calle de siempre, y cuando salgo, ya tenía tremendo sello de mal parqueado en la ventana. Yo que me voy pronto a pagar la multa y me entero que debía cancelar ‘tan sólo’ ciento sesenta dólares. En resumen, en una semana, estos sinvergüenzas me sacaron doscientos dólares. Te juro, Manuelito, me sale más barato venir en taxi.

-¡Esperpentos humanos es lo que son! Así que fueran de eficientes para atrapar ladrones, narcos, mejorar la seguridad, o como dicen ahora, mejorar la movilidad… hoy los quiteños debemos mamarnos todo y vivir paranoicos de que no nos agarren como a delincuentes por alguna mierda. Tributamos todo… hasta el derecho de vivir en Quito como profesionales nos cuesta… Que alguien me explique por qué tengo que sacar ¡la puta patente municipal! ¡Ni que tuviera montada una empresa! ¡No hay derecho! El valor que un profesional  debe cancelar por esta obligación es de por lo menos veinte dólares al año, es decir, uno cincuenta al mes. ¡Qué abuso! Y lo más triste es que los quiteños no decimos nada, nos hemos convertido en testigos mudos del yugo que pesa sobre nuestras espaldas-. La ira ayudó a que Manuel cambiara de cara, ahora sus ojos lucen un rojo azafranado.

-Este Barrera no mismo le achunta una, todo es una calamidad con él. La Mariscal mismo, abren, cierran calles, alzan veredas, las adoquinan, las desadoquinan, las vuelven a adoquinar… ¡Diosito, ahí están nuestros impuestos!

-¿Oye, y qué harán con toda la plata que les entra de multas del pico y placa, zona azul, mal parqueados, peajes, impuestos verdes, Corpaire, patentes…?- toma aire Pepe.

-¡Qué les va a interesar transparentar nada… toda esa platita, bien gracias!

-Solo quisiera preguntarle una cosa al Barrera…

-¿Qué será?

-¿Qué tan largo será el Metro? Pero le voy a pedir que por-dios me responda en kilómetros y no en lustros-. Los viejos se ríen a sus anchas mientras el televisor de la cafetería anuncia el inicio del primer noticiero del mediodía. Manuel llama nuevamente a la mesera y pide que suba el volumen. Entre bloque y bloque informativo, los viejos intercambian gruñidos, esperan los espacios publicitarios para lamentarse en coro. Antes de que comiencen los deportes, Pepe y Manuel piden la cuenta, es hora de volver a casa. Además, el hambre ya hizo de las suyas. La hermosa joven se acerca con la cuenta, los viejos pagan, pero justo al salir, Manuel se abre paso entre las sillas, toma del brazo a la chica y le dice al oído: “Debieron decretar feriado nacional el día de tú nacimiento, guambrita”.