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25N: Yo marcho porque…

Cada 25 de noviembre se recuerda el asesinato en 1960 de las hermanas Mirabal, en República Dominicana, en manos de las fuerzas de la dictadura de Rafael Trujillo. En nombre de ellas, cada vez más marchantes recorren las calles de cientos de ciudades en el mundo para exigir la erradicación definitiva de la violencia contra la mujer. ¿Cuáles son tus razones particulares para salir a marchar cada 25N?

Fotografía: Fluxus Foto

Desirée: «Ellos, aunque suene contradictorio, son víctimas del machismo»

Hoy marcho porque Karina, Cristina, Yadira, María José, Marina ya no pueden marchar. Hoy marcho porque no quiero que María del Carmen, Gabriela, Chenoa dejen algún día de hacerlo. Hoy marcho porque tampoco quiero que un día marchen por mí… Hoy marcho porque ¡vivas nos queremos!

Hoy marcho porque soy mujer y desde siempre he estado convencida de que mi vida no vale más ni menos que la de ninguna otra persona. Hoy marcho porque tenemos derecho a la vida.

Hoy marcho porque soy mujer, soy mujer y vivo ‘sola’, soy mujer y camino ‘sola’, soy mujer y duermo ‘sola’, soy mujer y viajo ‘sola’ y porque no quiero que un día, si las manos de otro me alcanzan la muerte, no quiero que cuchicheen que fue mi culpa, porque era mujer y se atrevió a vivir ‘sola’, caminar ‘sola’, dormir ‘sola’, viajar ‘sola’ y hacer lo que a bien pudo ‘sola’.

Hoy marcho porque soy mujer y periodista y he tenido que contar y recontar y volver a contar las historias de otras mujeres que perdieron la vida porque alguien, uno o varios hombres, se creyó con el ‘derecho’ de clavarle muchas puñaladas, de romperle el cráneo a pedradas, de violarla hasta desangrarla, de asfixiarla hasta quebrarle el cuello, de mutilarla y botar sus piernas y brazos en tachos de basura. Hoy marcho porque las mujeres seamos más que números fríos que alertan en los titulares, somos más que cientos de muertes violentas cometidas en un tiempo determinado. Hoy marcho porque las mujeres que hoy ya no pueden marchar eran sueños que se quedaron truncados, eran hijos que se quedaron huérfanos, eran hermanas, eran hijas, eran SERES HUMANOS.

Hoy también marcho porque quiero celebrar la vida, mi vida. Hoy marcho porque estoy viva. Hoy marcho porque también quiero agradecer el haber encontrado en el camino hombres –seres humanos– maravillosos que me escuchan, me leen, me entienden y me cuestionan. Hoy marcho porque el «vivas nos queremos» es una puerta abierta para que ellos marchen con nosotras: estamos juntos en esto. Hoy marcho porque ellos, aunque suene contradictorio, son víctimas del machismo.

Hoy marcho por las mujeres de la diversidad. Por las mujeres que desafían a cada paso la discriminación, las miradas de desprecio o palabras que son balas. Hoy marcho por ellas, para que se las reconozca y se reconozca que sus vidas también están acosadas por las formas más extremas de violencia. Hoy marcho porque esos asesinatos -cometidos con odio y saña- no queden impunes, solo porque su género no ‘empata’ con su sexo.

Hoy marcho porque me resisto a vivir con miedo. Hoy marcho porque no queremos ni una más, porque no queremos ni una menos.

Fotografía: Fluxus Foto

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Paulina: “En las marchas es importante el derecho a un cuerpo diferente”

Tengo 47 años. Soy ecuatoriana, psicoterapeuta corporal y bailarina. Ahora estoy haciendo una maestría en género en la Universidad Andina Simón Bolívar porque tengo la necesidad de aclararme.

En el campo del baile empecé a los 18 años. Estudiaba antropología pero algo de mi cuerpo pedía… Sentía mi cuerpo pesado, como que no era mío, que no me pertenecía. Tras ver un anuncio en el periódico, mi hermana menor, Maritza, y yo, tomamos clases. Me enamoré de la danza y ella no. En nuestra primera audición, a ella la eligieron y a mí no. Yo tengo el tipo indígena y ella es del tipo mestizo-blanca. El cuerpo de Maritza tenía una forma más estructurada de acuerdo con la estética blanca.

No me eligieron pero yo me hice bailarina. He sido desafiante y rebelde. En esa ocasión encaré al responsable de la audición. Le dije: “Deme una oportunidad. Y si yo no sirvo para hacer danza, yo misma me voy”. Cuando empecé las clases, me parecieron terroríficas. Duré una semana allí. Era el ballet clásico, donde el profesor, con una varita, nos pegaba en la nalga porque no estábamos bien estirados. No me interesó el ballet clásico. Lo dejé para empezar en la danza contemporánea.

Entonces fui a Francia. Tenía como 20 años. Entre 1993 y 1995, hice una linda escuela de danza. La primera obra en la que participé fue una que hice con una compañera italiana, a quien amé, y ella a mí. Nos juntamos como imán. Hicimos una obra sobre dos mujeres que se llamaba Polvo de cristal. Y era una cosa muy femenina, muy gestual. Pero a pesar de toda esa belleza, yo seguía sintiéndome insatisfecha con mi cuerpo.

Empecé con el estudio de las técnicas somáticas. ¡Eso me cambió la vida! Es un trabajo con el cuerpo desde el cuerpo. Es emocional. Es verbal. Es energético. Yo nunca hice estudios en psicología sino formaciones en psicoterapia. Fue un proceso personal muy valioso porque toda esa carga que yo sentía venía del hecho de no ser hombre sino mujer.

Una carga muy grande en mis hombros me estructuró de una manera masculina, como para responder al deseo de mi papá y de mi mamá. El cuerpo de mujer a mí me daba vergüenza, me daba miedo. Siendo bailarina, nunca me desnudaba y cubría mi cuerpo. Yo no tenía derecho a ser mujer, me daba vergüenza. Esto lo descubrí con la somática y soy una muy buena terapeuta. Siento que hago un trabajo muy lindo con el cuerpo y que me entrego con un amor muy sensible a las personas a las que acompaño.

Si esto se tratara de recuperar un cuerpo atrofiado que estaba hecho un nudo, las primeras partes de mi cuerpo que se desataron fueron los músculos de mi espalda, los trapecios. Ahí donde nacen las alas, yo tenía una carga brutal y vivía comprimida. Tanto peso sentía que fui asmática de niña. Ahora,  de mis orejas a los hombros tengo espacio. Un espacio gigante. Eso me permitió descubrir mi fluidez porque tengo un cuerpo menudo que yo recubrí con una especie de armadura para protegerlo. Ahora me siento alguien menuda, fluida, linda. Me sentía muy fea.

De todo mi cuerpo atado, mis manos fueron siempre libres. Lo sé porque yo tocaba mucho. Tocaba el cuerpo de las demás, el de mis seis hermanas. Masajeaba. Daba mucho con mis manos. Creo que es lo que yo necesitaba recibir. Desde niña yo empecé a tocar. Soy una excelente terapeuta con mis manos y sé que mis manos nunca estuvieron oprimidas, ni encarceladas. Mi libertad estaba en mis manos. Mi mamá me decía: ¡Ay, hijita, siempre tocando! ¡Qué dirá la gente!

Mis manos han tocado lo más hermoso: mi hija Flora y mi hijo Luciano. El primer abrazo, el regazo. Yo he amado mucho con mis manos. ¡No te imaginas cuánto! De adolescente, yo rompía todo lo que hacía en cerámica. Estando las piezas secas, yo empezaba a lijar y se rompían porque tenía una fuerza brutal en mis manos. He dado mucho amor con mis manos.

En la  memoria de mis manos, me sorprende siempre tocar algo que no está visible. Al tocarlo, se me ha hecho verbo. Este es un momento sagrado para mí y para la persona a la que estoy acompañando. Pero yo sueño con tocar el mar Caribe en el que crecí de niña. Viví en la República Dominicana durante cinco años. Aprendí a bailar merengue. Me bañé en sus aguas verde-azuladas. Me bañé y me toqué a mí misma con mis manos. A pesar de que mi familia y los adultos estaban cerca, para mí entrar al mar era un momento de profunda soledad.

Así entraré en la marcha prevista para el sábado. Será la primera vez que participe en la convocatoria bajo el lema “Vivas nos queremos”, el próximo 25 de noviembre en Quito. Estuve ya en la marcha del orgullo gay. ¡Vi la diferencia, hermana! En las marchas es importante el derecho a un cuerpo diferente, el derecho a no ser juzgado y sentenciado. Esto es parte de mi historia. Me he sentido negada como mujer.

Me sentí excluida por no responder a unos cánones europeos estéticos en la danza. La exclusión ha sido de afuera y de adentro, porque yo he tenido esa mirada interna y esa estructura de juzgamiento, y externa, porque viene de mi familia. Admiro a Katherine Walsh, pensadora clara frente a la lucha de la mujer de un feminismo social y político. A la otra mujer que admiro y ha influido en mi vida es mi hermana Paty. Por amor, por complicidad. Yo recibí cuidado y protección de mis hermanas mayores más que de mi mamá. El amor, el afecto, la complicidad, el sentido de cuidado, siempre vienen de mis hermanas.

Fotografía: Fluxus Foto

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Carlos: «Hay, hermanos [y hermanas], muchísimo que hacer”

Un nuevo miedo recorre la región: la palabra género. La identidad de género, la violencia de género. La palabra ha sido degenerada por las visiones conservadoras.

Desde mi visión de comunicador y mi formación en ciencias políticas, y con 40 años encima, creo que urge un reposicionamiento de las demandas y de las reflexiones sobre el tema, frente a un reacomodo de quienes optan por afirmar, o normalizar: que ya no hay violencia, que ya todo está conquistado, que las mujeres ya trabajan y estudian… Esta ‘normalización’ de las conquistas –bastante posmoderna, que oculta luchas sociales de largo aliento– viene de la mano con la responsabilidad que se les impone a ellas ante posibles delitos: la que provoca, la que no grita frente a una violación, la que sale de noche, la que bebe, etcétera. Un etcétera que tiene diversos discursos amañados para devenir en lo que se resume en una frase que escuché mientras iba en bus: “ya se parecen a los hombres, hacen todo; pero ni decirles algo bonito porque si no, es acoso”.

Estas razones me convocan. En silencio respetuoso, sin protagonismo. Hoy 25 de noviembre –y lo digo desde el Ecuador–, hago mía la frase del poeta peruano César Vallejo, en los Nueve Monstruos: “Hay, hermanos [y hermanas], muchísimo que hacer”.

Fotografía: Fluxus Foto

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Karina: «Siento como un deber ético la necesidad de luchar junto a otras mujeres para ser escuchadas»

Soy feminista. Sin embargo, reconocerlo de esa manera, decirlo de manera enfática me ha costado mucho. Me ha costado reconocer que el camino no se puede caminar en soledad cuando se es mujer. Ha sido difícil reconocer que tenemos una historia larga de violencias escondidas y de vidas acalladas; que tenemos antepasadas que han debido sufrir tanto o más que nosotras para que nosotras, hoy, podamos alzar la voz.

Mi feminismo, de todos modos, no tiene un origen común: soy feminista desde que soy madre y soy feminista porque soy madre de un niño que tiene discapacidad. La discapacidad me ha permitido entender cómo somos cuando somos vulnerables, me ha permitido mirar a mi hijo de otros modos: mirarlo en la diversidad de su existencia que me hace comprender también mi propia diversidad y mi propia vulnerabilidad. Desde el cuerpo de mi hijo, un cuerpo que se mueve distinto y que se comunica de formas diferentes, y desde mi cuerpo, un cuerpo que se resiste a los cánones de belleza, que es constantemente agredido por estereotipos que nos acosan.

Mis motivos para salir a la calle van más allá solamente de mi propia historia. Siento como un deber ético la necesidad de luchar junto a otras mujeres para ser escuchadas. Y en esta ocasión, esa lucha se hace junto a las mujeres de la diversidad funcional, como preferimos decirlo, y a las mujeres cuidadoras de las personas con discapacidad o diversidad funcional. Cada una de nosotras experimentamos la violencia de un sistema patriarcal y normalizador, día tras día. Con nuestra presencia, con nuestra voz, con nuestros cuerpos, en esta ocasión queremos hacer notar que nuestras vidas aún no son reconocidas ni valoradas como vidas que valgan la pena ser vividas.

Queremos que se sepa que día tras día somos golpeadas en los lugares de cuidado y acogida, que día tras día somos violadas porque no podemos gritar. Que se sepa que hay leyes que nos infantilizan y que permiten que otros tomen decisiones por nosotras. Que hay decretos que nos estigmatizan y nos condenan.

Fotografía: Fluxus Foto

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Núa: «8 de cada 10 muertes dentro del colectivo LGBTIQ+ son mujeres trans»

Marchar no solo es importante hoy, sino todos los días. Todo este sistema está hecho para generar rechazo y discriminación a lo femenino. Tenemos un problema cultural-estructural que no se puede acabar solo diciendo «¡Basta de feminicidios!». Es necesario estar en una movilización continúa, y que nos eduquemos para que entendamos que la violencia nos afecta a todos; pero, principalmente, a las mujeres y a las personas y sujetos feminizados.

Es por lo anterior que podemos entender que la lucha LGBTIQ+ también entra dentro de este contexto. Uno de los grupos más violentados dentro de los LGBTIQ+ son las mujeres trans. Ocho de cada diez muertes dentro del colectivo son mujeres trans. Esto demuestra que el patrón de violencia hacia la mujer, hacia lo femenino se repite. El problema es más profundo y requiere de más tiempo y cuidado para nosotros.

La invisibilidad es una forma de normalizar la violencia. Tenemos una sociedad que normaliza la relación de poder de lo masculino y lo femenino, que ubica a lo femenino debajo y que lo excluye, lo discrimina y lo violenta.

No darnos datos, no decirnos quiénes sufren esta violencia machista, patriarcal es otra forma de violencia. Para mí como transfeminista es importante visibilizar la violencia hacia las mujeres trans. Si ya la violencia hacia las mujeres está invisibilizada, la violencia hacia las mujeres trans, hacia los cuerpos, a las diversidades sexo-genéricas está más invisibilizada. Y no solo se invisibiliza a esos grupos, hay más esferas, la violencia a las mujeres campesinas, a las mujeres afros, a todos los que estamos apartados de la hegemonía social se nos invisibiliza y se nos violenta, y se calla… Y se tapa esa violencia.

Abran los ojos, la información está ahí. A veces no lo queremos ver porque es una realidad incómoda. No es cómodo decir que existe un problema y que también somos parte del problema. Debemos ver nuestros privilegios (de clase, de raza, de género), pensar en relación al otro y pensar en los grupos que están detrás mío para poder generar una mejor igualdad.

Hoy estamos aquí porque no queremos vivir más violencia, no queremos más este patrón cultural que aplasta a la mujer, que aplasta a las identidades femeninas.

Fotografía: Fluxus Foto

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Iván: «Seguimos siendo penalizados socio-culturalmente.»

Hoy marchamos no solo por la violencia de género que afecta a mujeres sino por esa violencia que afecta a cuerpos femeninos y personas LGBTIQ+. En este sentido, además de exigir derechos, vida y dignidad al estado, también conmemoramos 20 años de haber despenalizado la homosexualidad en el Ecuador. Son 20 años de resistencia, de lucha, que siguen de largo porque la vida de las personas LGBTIQ+ y de las mujeres no se ha respetado.

Si bien la legislación cambió, lo que falta es que no exista retroceso en cuanto a derechos. Lamentamos que la Ley para Erradicación de la Violencia de Género haya sido observada por el aparato legislativo de manera parcial. Esta ley no nos protege a las personas de la diversidad sexual sino solo a las mujeres sisgénero, es decir que nacieron siendo mujer. La primera lucha y consigna es evitar el retroceso de derechos y dejar de ser ciudadanos de segunda clase.

La comunidad LGBTIQ+ aún es pensada por la sociedad como una población anormal, violenta y criminal. A pesar de que ya no nos metan presos y presas, nos siguen criminalizando… Seguimos siendo penalizados socio-culturalmente. Es por eso que la lucha por la diversidad sexo-genérica, la lucha feminista y por la integridad y la vida de las personas LGBTIQ+ seguirá presente.

Fotografía: Fluxus Foto