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Pérdidas y reconstrucciones

Chulla diva, chulla vida. Estamos aquí para aprovechar esta única vida que tenemos, para hacernos cargo de nuestras decisiones, para vivir cada momento ordinario como si fuera el más extraordinario. Para andar el camino con actitud de divas (o de ‘divos’). A veces los caminos son rectos y apacibles, otras veces muy accidentados y sinuosos, pero siempre son maravillosos. Aquí encontrarás de todo, como en botica, pero sobre todo un espacio para hablar con sinceridad de lo que nos pasa mientras recorremos el camino que elegimos, porque vida solo hay una. ¡Bienvenidos!

The End #8 Painting by Nicolas Ruston.

#ChullaDiva

Por María del Pilar Cobo G. / @palabrasyhechos

Terminar una relación siempre es una tragedia. Siempre. Y no solo me refiero a las relaciones amorosas, que son las más comunes y por lo general las más dolorosas, sino a todas las relaciones que han sido importantes en nuestras vidas. Puede ser una relación de amistad, laboral, o incluso cuando terminamos con un hábito o dejamos el sitio donde vivimos. Las pérdidas siempre duelen porque siempre, de alguna manera, te enfrentan con tus miedos, te cuestionan, te botan al piso de un nocáut. Sí, tal vez al decir ´tragedia’ o decir ‘siempre’ parezca exagerado (cuando se acabe mi relación con mi drama queen seguro será una tragedia), pero de que duele, duele.

Cuando terminas una relación, sea del tipo que sea, existe ese primer momento en que sientes que estás detenido sobre el vacío, a puntito de caerte, en que tambalean todas las razones que te llevaron a estar ahí, a mantener las cosas por el tiempo que hayan durado. Y la sensación de vacío asusta. Asusta pensar qué va a ser de ti sin esa persona con la que has compartido el camino, sin las complicidades, sin las cercanías, sin el calor. Asusta pensar a qué te vas a dedicar si dejas ese trabajo en el que te entrenaste tanto tiempo, en el que eres experto, que te da de comer todos los meses. Asusta dejar el hábito que vivió contigo y que te acompañó en tantos momentos. Asusta mudarse a otro lugar distinto al que consideras tu hogar. Terminar asusta, y quizá por eso sea una de las decisiones más difíciles de tomar y de asumir. Porque terminar una relación, de cierta forma, también implica asumir un fracaso. Asumir que no fuiste capaz de llevar algo hacia un puerto seguro.

Sin embargo, también la pérdida es uno de los más grandes regalos, porque el desequilibrio, ese salir de la zona de confort, hace que seas capaz de cuestionarte para qué estás donde estás y para qué has dejado algo que era parte de tu vida. La mayoría de veces las pérdidas se convierten en grandes ganancias porque después de una nunca vuelves a ser igual. Si pierdes algo que has querido, sabrás que para la próxima no lo vas a perder, sabrás que deberás tener más cuidado con los regalos y que incluso, si hay suerte, puedes hacer que lo perdido vuelva a ti y apreciarlo como se debe. También, indudablemente, es una ganancia perder algo que no te hacía bien, que te mantenía en una constante incertidumbre que no te dejaba crecer. Como el trabajo ese al que odiabas tener que ir todos los días o el hábito que te enfermaba. O la persona que siempre sacaba lo peor de ti.

Si bien terminar una relación, cualquiera que esta sea, no deja de ser una tragedia, la sabiduría que empleemos para superarla será la que haga la diferencia. Nosotros elegimos si queremos salir devastados o triunfantes, si queremos jugar a ganar o seguir perdiendo.

Seguro a todos nos ha pasado que cuando nos quedamos sin algo o sin alguien empiezan a llover consejos de todo tipo: “todo sucede por algo”, “seguro era lo mejor”, “eso no era para ti”, “algo mejor te está esperando”, “ya llegará”, “ellos se lo pierden”, y una larga lista de cosas que, aunque sean dichas con la mejor intención y con mucho cariño, nos suenan a blablablá. Sentimos que el mundo se nos derrumba y que la tragedia no va a pasar nunca. Aunque hayamos superado pérdidas mil veces y sepamos que se no se nos va a acabar el mundo, el mundo se acaba, algo se nos quiebra y toca, inevitablemente, reconstruirse. Claro que para reconstruirse primero es necesario sopesar la tragedia y evaluar lo perdido. Dependiendo de lo que hayamos perdido o lo ‘resilientes’ que seamos, el proceso de reconstrucción será más o menos largo, más o menos doloroso. Lo que sí es cierto es que cuando afrontamos la pérdida es mejor hacerlo de frente y de una vez. No valen edificios a medio caerse o a medio construirse, no son útiles promesas ni quizás. Todo tiene que acabarse en la relación para que algo bueno venga. Porque, aunque suene a blablablá, siempre es mejor lo que viene, sobre todo si nos preparamos para recibir la reconstrucción como un regalo, como una resurrección.


María del Pilar Cobo (Quito, 1978) es correctora de textos, editora, lexicógrafa, profesora de redacción y analista del discurso en ciernes. Escribe una columna sobre lengua en una revista semanal y ama leer los prólogos de los diccionarios y libros de gramática. Aparte de su pasión por analizar las palabras, también escribe sobre la vida, los viajes y las cosas que nos pasan cuando nos acercamos a la mediana edad. Por ahora vive en Buenos Aires y no sabe cuál será la próxima estación.