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El regalo de los regalos

Chulla diva, chulla vida. Estamos aquí para aprovechar esta única vida que tenemos, para hacernos cargo de nuestras decisiones, para vivir cada momento ordinario como si fuera el más extraordinario. Para andar el camino con actitud de divas (o de ‘divos’). A veces los caminos son rectos y apacibles, otras veces muy accidentados y sinuosos, pero siempre son maravillosos. Aquí encontrarás de todo, como en botica, pero sobre todo un espacio para hablar con sinceridad de lo que nos pasa mientras recorremos el camino que elegimos, porque vida solo hay una. ¡Bienvenidos!

#ChullaDiva

Por María del Pilar Cobo / @palabrasyhechos

Seguro todos recordamos alguno de nuestros cumpleaños cuando éramos pequeños. Nos despertábamos temprano, emocionados, a veces mientras nuestra familia nos cantaba el Feliz Cumpleaños, a veces con la llamada de alguien que estaba lejos, pero siempre con la emoción de ser un año más grandes, con la expectativa de lo que nos fuera a deparar ese día de ‘reinado’. Y siempre pensando en los regalos.

Durante nuestra niñez, los cumpleaños solían asociarse con los regalos, con ese ‘algo’ especial que tus seres queridos han escogido para ti o que llevabas pidiendo durante días. Y el regalo, claro, no siempre era algo material, podía tratarse de una experiencia especial, como la visita a un lugar, una fiesta, tu comida favorita. La cuestión es que el regalo siempre venía, como un don por ser tu día, por haber nacido, por tratarse de ti, y para hacerte sentir especial. Por eso, y por otras muchas cosas, cuando recibimos un regalo pensamos que lo merecemos, pensamos que esa gratuidad con la que llega es algo absolutamente normal, tanto que muchas veces nos olvidamos de agradecer.

En muchas ocasiones, cuando voy a fiestas de niños, noto su actitud ante los regalos. Lo primero que hacen es mirarte las manos, a veces ni te saludan y solo te arranchan el regalo. Lo abren, si les gusta a veces te agradecen o solo dicen “¡ah!”, y corren a recibir un nuevo regalo, mientras el tuyo queda ahí, relegado. A veces el envoltorio suele ser más atractivo que el regalo. He visto niños que se quedan jugando con las cajas o con las bolsas e ignoran lo que ellas guardan. Otros niños, claro, te agradecen. Todo depende, en gran medida, de lo que hayan aprendido en casa. Estas historias de niños y de cumpleaños nos sirven para pensar en que, en realidad, desde que empezamos a ser conscientes de los regalos, tendemos a creer que nos los merecemos y que ni siquiera debemos agradecer por ellos.

La vida está llena de regalos. El solo hecho de despertarnos y poder mirar un nuevo día es ya un regalo, aunque suene a verdad manida. Es un regalo poder mirar, oír, tocar, hablar, oler, caminar, saber que cuando se acabe el día vas a tener un lugar donde refugiarte y algo que comer. Conversar con alguien en el transcurso de tu día. Planificar lo que vas a hacer. Salir al sol, al aire, sentir el viento en tu rostro. A veces hasta la tristeza o las carencias son un regalo porque nos enseñan algo, nos regalan una nueva perspectiva. Y las personas también son un regalo. El hecho de que tengamos amigos o familiares que se preocupan por nosotros, o alguien por quien preocuparnos, es un regalo.

Son tantos los obsequios que recibimos todo el tiempo que pensamos, como los niños chiquitos, que nos lo merecemos y que no es necesario agradecer. Agradecer, sin embargo, es muy importante. Tener la capacidad de reconocer el regalo, su magnitud, su gratuidad, la gracia que significa recibirlo. Muchas veces pensamos que las cosas están ahí porque sí, que las personas que nos rodean tienen la obligación de ser generosas con nosotros porque es su deber. Como niños chiquitos, miramos las manos de quienes vienen a nuestra fiesta, a nuestra vida, y les arrebatamos lo que nos han traído. Se lo arrebatamos sin agradecer, sin pensar en que el verdadero regalo no está en las cosas sino en el gesto, en la persona que nos lo ha traído. A veces miramos el regalo y lo desechamos en seguida porque no nos gusta, porque ya no nos sirve, o porque el que viene es ‘mejor’ o más novedoso. A veces nos quedamos jugando con el envoltorio y no vemos lo que hay adentro. O lo dejamos por ahí, para abrirlo luego, para evitar la incomodidad de tener que decir gracias.

Todo lo que recibimos es un regalo, y son tan pocas las ocasiones en las que nos detenemos a decir gracias y a apreciar el regalo. Pero los regalos no solo deben agradecerse, deben cuidarse. Por el mismo hecho de estar tan acostumbrados a que la vida nos regale cosas, olvidamos que esas cosas, esas experiencias, esas personas deben cuidarse como el regalo que son. Es nuestro deber, como receptores del regalo, cuidarlo para que no estropee, para que no se ensucie, para que siga manteniendo su esencia. Tal vez muchas veces somos demasiado soberbios o mimados como para darnos cuenta de lo que significan los regalos, todos los regalos. Quizá viviríamos menos angustiados o nos quejaríamos menos si fuéramos capaces de mirar, al menos por un momento, todos los regalos que recibimos cada día.


María del Pilar Cobo (Quito, 1978) es correctora de textos, editora, lexicógrafa, profesora de redacción y analista del discurso en ciernes. Escribe una columna sobre lengua en una revista semanal y ama leer los prólogos de los diccionarios y libros de gramática. Aparte de su pasión por analizar las palabras, también escribe sobre la vida, los viajes y las cosas que nos pasan cuando nos acercamos a la mediana edad. Por ahora vive en Buenos Aires y no sabe cuál será la próxima estación.

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