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Bibliorecreo: una travesía recurrente

El sur de Quito tiene un lugar especial: Bibliorecreo. Buena oferta de libros, variedad, calidad y gran atención a sus clientes, lectores empedernidos que no se cansan de husmear en sitios capaces de ofrecer sorpresas.

Por Juan Romero Vinueza

Hacer un viaje desde el norte hasta el sur de una ciudad tan alargada como Quito no es algo común en mi agenda. Vivo en el norte, y las pocas veces que he hecho esa travesía he vuelto molido a casa. Lo que conozco del ‘Zürich’ son referencias de mi padre –quien vivió ahí gran parte de su infancia–, de mis amigos sureños, de metaleros conocidos en algún bar o de una que otra amiguita de por esos lares.

No acostumbro a viajar más de una hora hacia el sur, a menos que sea para asistir a un concierto de rock en la Concha Acústica o en el ‘Aucas Stadium’ –como decía en el tiquete del recital de Iron Maiden–, porque ya ni los partidos de fútbol me son tan llamativos, o porque deba ir a otra ciudad o porque obligatoriamente deba pasar por la Terminal de Quitumbe… Sí, suena a pedantería ‘norteña’, pero yo creo que más bien es vagancia y costumbre. Mi escuela, colegio y universidad han estado ubicados en el centro norte de Quito. La mayoría de mis amistades y parientes habitan ahí. Sin embargo, hace un par de semanas hice un descubrimiento hermoso en el sur: Bibliorecreo.

No me agradan las dinámicas de los centros comerciales. Muchas veces incluso pienso que las detesto. Creo que son casi tan malas como algunos programas de la televisión basura, tontear un rato sin saber por qué. Cuando voy a uno, suelo ser más directo en lo que deseo comprar –sean libros, cedés, comida o ropa–, compro y me largo. Claro, con excepción de los cines.

Debo confesar que últimamente he ido con más frecuencia al centro comercial El Recreo.  En el sur. Pero llego y me quedo en el parqueadero del Acceso 1, subo al busecito blanco y empiezo a buscar libros. Por lo general, un sujeto de mediana estatura, casi pequeño, con barba, lentes y una boina, me recibe. Pero hoy no es así. Se trata de una mujer de cabello largo y negro que bromea con los libros que la gente saca, es muy amable y, a veces, hasta graciosa. Continúo la corta y ardua travesía por el pasillo repleto de libros y empiezo a curiosear. Leo los nombres de los autores y pienso al respecto: empiezo a ver en “Recomendados” y encuentro a Adolfo Macías Huerta y a Pablo Carrillo. Doy un giro de 180 grados y veo a los extranjeros: Foster Wallace, quizás en otro momento. Irvine Welsh, sí, puede ser. En ese mismo instante, pienso ¿tendrán algo de Jorge Izquierdo o de Sandra Araya? Sí, de ley. Continúo y leo Karl Ove Knausgård. ¡Esto sí que me ha sorprendido, eh! No suele haber nada de este noruego en ningún lado.

Vuelvo a dar un giro de 180 grados y leo en “Latinoamérica”. ¡Vaya que hay bastante Bolaño y García Márquez! Me vuelvo a preguntar ¿habrá Todo hombre es una isla, de Montalbeti, o La sexualidad de la pantera rosa, de Efraím Medina Reyes? Todavía no sé qué llevar, así que doy otro giro y veo a Thomas Pynchon. Sí, podría considerarlo. veo a Ishiburo y recuerdo alguna recomendación de un novelista acerca de este autor.  Camino un poco más y noto que hay varias biografías y uno que otro libro medio extraño, tipo best-sellers (es casi una obligación tener uno que otro y no los culpo). Paso a la parte de “Poesía” y veo que hay menos libros. Es de esperarse, siempre sucede algo así en Ecuador. Sin embargo, sigo leyendo los nombres. Neruda, no podía ser de otra manera. Busco algo de Nicanor Parra para mi tesis, pero no lo encuentro, quizás alguien ya se lo ha llevado y he llegado tarde. ¡Entonces me arrepiento de vivir al norte!

Recuerdo que debo devolver dos libros (solo se puede sacar uno, pero mi viejo sacó un carné para acolitarme y poder sacar dos). Los saco de mi mochila y entrego La conjura de los necios, de John Kennedy Toole y Obra poética, de Dylan Thomas. Los reciben y listo. Tengo un cupo de dos libros más. Veamos qué me llevo… Unos cuentos de Welsh y una novelita de Pynchon. Los veo un par de veces por si me arrepiento a último momento. Me despido de la mujer y subo al auto, luego de despedirme también de Bibliorecreo.

Sé que este viaje ha valido la pena, pero me da mucha pereza regresar hasta casa. La prefiguro muy lejana. El auto no arranca a la primera ni a la segunda –quizás a la quinta o sexta– porque está algo averiado. Prende. Ya puedo volver al norte, pero con algo que solo hay en el sur. Salimos y vamos por la Princesa Toa, pasamos la Condorazo hasta llegar a la Pesillo, avanzamos para salir a la Barahona. Damos unas vueltas y ya estamos bordeando San Diego, avanzamos por los túneles, rápidamente, y yo ya me siento más cerca de lo conocido: la avenida Occidental, Miraflores…

En casa abro Si no te gustó la escuela, te encantará el trabajo, de Welsh. Avanzo a leer un par de cuentos. Cierro el libro. Siento un poco de envidia del sur de Quito. ¡Tienen un lugar como Bibliorecreo! Envidia sana, claro está.

1 COMENTARIO

  1. Muy buena descripción, muero de ganas por conocer el lugar pero no conozco el sur…. mejor dicho muy poco conozco Quito. Quería preguntarte si conoces sitios así como Bibliorecreo en el norte, o tal vez una biblioteca pública que ofrezca ese servicio de préstamo de libros… no importa si no dejan llevarlos a casa, pero al menos que se puedan leer gratuitamente. Tengo 1 mes viviendo en Quito, y estoy buscando un lugar así, ya que no puedo vivir sin los libros… me encantaría ir pero el sur me parece taaaan lejos y me gustaría encontrar algo así por aquí por el norte.
    Gracias por el artículo.

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