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Aullido a 4000 metros de altitud

Imagen tomada de http://elbruno.deviantart.com/
Imagen tomada de http://elbruno.deviantart.com/

portada 4000

Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar

Nuestra soledad es la soledad de la última pastilla antes de apagar la luz y decir adiós.

Nuestra soledad no busca salida, es así como es: retrato de familia en la cocina, sopa a mediodía, coca en el cachete.

Alex Aillón Valverde

Veo a un tipo que corre bajo la lluvia mientras se quita toda la ropa. El corredor bajo la lluvia tiene los ojos grandes, se deja lamer por el agua helada de la lluvia helada como si aún en el páramo, “a 4000 metros sobre el nivel de su propio vómito”, el calor de sus miles de años siguiera deshilachando sus recuerdos. Y veo al corredor bajo la lluvia en un puñado de páginas escritas por el boliviano Alex Aillón Valverde.

4000 es el poemario de Aillón. No, del Alex. (Ni que el escritor fuera un milico para llamarlo por su apellido…) En verdad, 4000 no es un poemario, más bien es un inventario de imágenes musicales y de fragmentos cinematográficos. Se trata de una alacena de artefactos colmados de pulsiones poéticas que quieren dar cuenta de su generación: un tropel de bolivianos y ecuatorianos que anduvieron por sus respectivos asfaltos creyéndose el cuento de que había que llegar adonde los grandes ya habían llegado. ¿Grandes? Vamos a ver… El Alex le ha sacado la lengua al barbudo nudista de Ginsberg y ha emitido su propio aullido: un aullido virtual “desde lo más siniestro y oscuro del culo del planeta”, a 4000 metros sobre el nivel del mar. Sin desconocer a los referentes, en 4000 se cometen sacrilegios y es frecuente la promiscuidad. No están claras las identidades sexuales y el amor se parece a un ángel  con las nalgas rasguñadas. Hasta suena con absoluta claridad un bolero extirpado de Tacones lejanos. Ahí están también Chavela Vargas, Elton John, Bono y U2, Miguel Bosé, Hendrix y el charanguero boliviano William Ernesto Centellas… Y entonces el velo esquizoide confunde: «El amor es una puta borracha e inconsciente tirada en un baño: igual te la coges, igual sabes que está mal, igual no  te importa».

¿De qué lluvia hablamos? ¿de qué ciudad son las calles que hemos pateado?

Algo que huele a delirio, a sarcasmo y a bofetada histórica a la vez puede ser considerado un poema, pero el Alex prefiere tratar a sus criaturas como artefactos que huelen siempre a lluvia. Con ellos parece sentirse más cómodo, más él. Con la lluvia, que al final de cuentas no sabe uno de dónde mismo ha venido a mojarnos, el Alex parece universalizar la marginalidad. Entonces junta en un libro los nombres de su santuario literario y los obliga a arrodillarse ante un equeco gigante. ¡Un equeco, sí! Ese monigote que trae prosperidad, ese duende característico del altiplano andino, arropado, con un cigarro encendido en el orificio de la boca y cargado de arroz, azúcar, maíz, billetes y hojas de coca… Es que es el frío del páramo andino el que marca la temperatura de todo el libro de artefactos: una soledad sin nombre que atraviesa cada página. La lluvia quiteña o la de Sucre son un canto al desencanto. Las calles de ciudad gringa solo saben abducir extranjeros. Luego los escupen con fuerza hacia los dominios de la nostalgia heredada. Y con esos tonos, los habitantes del libro de artefactos del Alex se ven “afectados hasta el llanto por la soledad de las Tortugas”.

4000 se lee como seguramente habría sido leer el rollo mítico de Kerouac -el subterráneo Jack de la generación beat-, pero en la era de la generación app. El Alex ha hurgado en los recovecos ecuatorianos, gringos y bolivianos por donde ha pateado calles y el producto de esa inmersión es un atrevido jugueteo con la ironía y la desgracia.

Los tiempos de los beatnick eran los tiempos del teléfono de disco, de las caseteras y de los ácidos con su dosis justa. Mientras el beat marcaba la generación de Ginsberg en tierras gringas, por las patrias andinas pululaban las beatas como reinas y señoras de un territorio que hasta ahora no sabe qué es ni a quién mismo pertenece. Transcurrieron los años de las revoluciones y los misiles, los de las dictaduras y sus desaparecidos, los de la tele y la internet para uso militar, los de los levantamientos indígenas y los de la bancarrota, y ahora “navegamos por el universo, aullando en la soledad de la red a través de millones de microchips sin salida”.

Imaginemos juntos a Jack, al viejo Bill Burroughs, al desquiciado de Irvine Welsch y a sus propias criaturas: Begbie, Spud, Sick Boy, Renton… Juntémoslos ahora con el clochard de moda, Charlie Bukowski, y hagamos pasar por ahí al “elocuente Panero”… ¿Dónde? Digamos… ¡en Sucre, Bolivia!

Al Alex le estalla la risa de la poesía sin discriminación de ningún tipo. Como seguramente le estallaría la risa al corredor bajo la lluvia, al confundir las imágenes de sus putas gordas y bajitas con las que “el elocuente” le habrá dejado en alguna cápsula de recuerdos de cuando fue otro corredor bajo otra lluvia.

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Alex Aillón Valverde (Sucre, Bolivia. 1969). Escritor y periodista. Ha publicado: Para leer al Pato Donald desde la diferencia y Pop y otros escritos4000 es su nuevo poemario bajo el sello de Editorial S. Aillón Valverde ha vivido y trabajado en Ecuador, Estados Unidos y Bolivia. El año 2013 ha sido reconocido con el Premio Nacional de Cultura Eduardo Abaroa el más importante concedido por el Estado Plurinacional de Bolivia. En la actualidad Alex Aillón Valverde es Editor del suplemento cultural Puño y Letra del periódico Correo del Sur de la Capital de Bolivia. También es Director General de Editorial S y del grupo Ciudad Idea.

2 COMENTARIOS

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