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Cuerpos que (se) miran

Ante otros cuerpos, la experiencia de la mirada no puede ser única. Este es el punto de partida de la exposición Cuerpos que (se) miran, que desde el 30 de mayo y hasta el 31 de agosto permanece abierta en Arte Actual de Flacso, en Quito, bajo la curaduría de Paulina León y Karina Marín, para mostrar nuevas representaciones de lo que conocemos como discapacidad. En lo que sigue, tres miradas -tres cuerpos- escriben en torno a su experiencia frente a esos otros cuerpos. Cada una de las autoras pone en juego lo que siente frente a ellos y, al hacerlo, evidencia sus preocupaciones, sus afectaciones, sus taras y sus fobias, dejando entrever la urgencia de colocarse frente a lo diverso. Sus reflexiones revelan que la particularidad del que mira no radica en un disciplinamiento de la mirada, supuestamente entrenada bajo parámetros convencionales, sino en una necesidad vital que estalla ante el cuerpo mirado para hacerse crítica e indomable.

Lisa Bufano

La discapacidad no es una lucha valiente o el coraje
frente a la adversidad. La discapacidad es un arte. Es una manera ingeniosa de vivir.

Neil Marcus

Me he transformado
Apuntes para ir a Cuerpos que (se) miran

Por Gabriela Toro Aguilar

-I-

Siendo quien soy
en un tiempo
me faltó algo
¿me falta?
No soy la ausencia
me he transformado

Frente a un cómodo puff está Bill Shannon, artista, bailarín y coreógrafo estadounidense. Se mueve entre los autos, sube veredas, baja veredas, balancea una maleta y da pequeñas piruetas mientras está en su patineta. Es una ciudad grande y hay mucha gente alrededor. A lo lejos, Shannon parece una hormiga. En otro video baja unas gradas: se mueve en ellas como un gusanillo, ocupa las paredes, las toca con su cuerpo. Se deja caer, está en el piso un rato y se levanta. No oculta su condición y tampoco parece decir “esto ya lo superé”. La enfermedad de Perthes –que puede afectar de manera irreversible la cadera por la destrucción de la cabeza del fémur a temprana edad– hizo que Shannon adoptara las muletas para movilizarse, a su manera. “Pobrecito”, sueltan unas estudiantes de maestría. El asombro se rompe. De repente, lo que decía Shannon con sus movimientos intrépidos, eso que pudo capturar el video, es llevado a un estado que se reviste falsamente de sensibilidad y que tiene más de ceguera extrema que la propia condición de la discapacidad visual.

De todas las cosas que expresa Shannon en sus movimientos, ¿qué podríamos sumar a nuestras vidas?; de todo lo que se puede ver y notar, ¿qué nos gustaría aprender? Una pista, sin salir de la sala, la puede dar la artista Lisa Bufano en sus videos-performance. Toma sus prótesis, adaptadas a sus necesidades, y baila. Se encoge, se estira. Es una araña, es un murciélago. ¡O una sirena! Camina con dificultad, recorriendo su casa, tramo a tramo. A veces juega, a veces duerme, a veces hace algo que solo ella puede hacer. Bufano y Shannon hacen que el espacio cotidiano se llene de significado. En esa manera de habitar y de ser se reinventan una manera de vivir y, por lo tanto, ya no cumplen con ciertas expectativas.

Una certeza revolotea en Cuerpos que (se) miran: cuando las personas con discapacidad hacen lo que quieren a su manera, la vida se parece a un abanico abierto a cientos de posibilidades y el mundo se pone en jaque. Ahí se encuentran las primeras voces o, mejor dicho, los cuerpos con discapacidad. Las y los artistas han tomado sus propias herramientas para decirnos otros modos de sentir la vida.

Cuando la persona con discapacidad y las personas que forman parte de su entorno han decidido enfrentar ciertas limitaciones físicas, mentales o sensoriales –sí, limitaciones, porque para tratar la discapacidad sobran los eufemismos y no hay capacidades especiales sino que las que hay se han aminorado o limitado–, sin las amarras opresoras del prejuicio, se quiebra el artificio cruel de la vida normal. Ese mismo artificio que empuja a millones de mujeres a juzgar sus cuerpos y que comparte cierta genealogía con el entramado que crea estigmas sobre las personas con padecimientos psíquicos. Y, además, en un giro potente, se le devuelve a la discapacidad toda la complejidad que significa ella en la vida de las personas con discapacidad y las personas de su entorno. De modo que las personas con discapacidad son eso: personas que pueden o no identificarse con su discapacidad, personas con gustos particulares, llenas de virtudes y defectos, personas con historias de vida complejas, a su manera.

¿Qué hay en ese brazo-mano-piernas-o-lo-que-sea que no están o que funcionan de manera diferente que tanto molesta a alguien para que le quite la mirada? O, mejor dicho: ¿qué hay en esa mirada esquiva que solo quiere ver con pena, lástima, repulsión o morbo? Eso, cuando hay “algo” que “ver”.

La discapacidad interpela hasta el tuétano al que no tiene discapacidades –es decir: al sujeto que es normal según la ideología capacitista– porque lo que ha determinado a la discapacidad es la construcción histórica, reflejada en la imagen social, que hay sobre la discapacidad, mas no la propia discapacidad. Aceptar esto significa empezar a dinamitar una subjetividad vacía de empatía y que no quiere comprender al Otro; cuando tambalea esa subjetividad cae pedazo a pedazo la exclusión, la discriminación y la opresión que produce el hacer de menos o hacer especial a la discapacidad. Ahí, en ese nuevo terreno de las relaciones interpersonales, no pasarían desapercibidas ni incomprendidas las personas con discapacidades.

Justamente las fotografías en blanco y negro y los poemas en escala de grises de Cristina Mancero generan ese efecto. Conchas pequeñas de formas geométricas perfectas y misteriosas acompañan las palabras de la fotógrafa, documentalista y poeta quiteña. Parecen salidas de un tiempo primigenio, originario, donde el cuerpo se expandía en mil formas sin el juicio del ojo unificador. Más de cerca, un poco más cerca, con la nariz casi pegada al papel –si se tiene miopía–, están los poemas. Pero las conchas también pueden ser una invitación a ponernos en la piel de la artista y sentir la pérdida de una cuerda vocal, sentir la extrañeza de esa pérdida en medio de la garganta. Y los poemas podrían ser una declaración de principios, como éste:

-II-

pero no, no es un cráter
estoy sostenida en un cráter que no termina
agolpada entre silencios
como nidos,     como    o j o s
estoy inacabada y brilla luz
aun en sombra
estoy por otro tipo de calidez
por cúmulo
la luz también tiene color
y alrededor, exploto

Si este mundo necesita explotar para expandirse, para encontrar otra calidez, que salga pronto la lava de lo más hondo de ese volcán, que veamos el cráter y que la nueva luz empiece en los cuerpos que se miran.



Cuando el arte nos saca de nuestra más profunda ceguera

Por María Gabriela Mena G.

Espacios que van mucho más allá de lo que nuestras manos pueden tocar, de lo que nuestros ojos pueden mirar, o nuestros oídos percibir. Incluso lugares que trascienden las posibilidades de expresarse a través de las palabras y que nos paralizan, nos dejan en blanco…

Los museos y galerías son espacios para expresar lo que parece imposible, o como lo hemos reflexionado últimamente: también para decir lo indecible. Pero no olvidemos que lo imposible tiene muchas formas de expresarse. Justamente eso es lo que lo convierte en algo a la vez real e irreal.

En estos viajes por los espacios para el arte, me encontré con una de esas realidades imposibles: algo llamado blind photography o fotografía ciega. Quién iba a imaginar que en Quito se están exhibiendo las obras de una fotógrafa ciega. Creo que muchas personas deben sorprenderse al escuchar que alguien ciego puede hacer fotografía.

Puesto que mis viajes por el arte y los museos suelen llevarme a explorar en lo profundo de mis recuerdos personales, vino a mi mente un suceso de cuando tenía unos ocho años, cuando yo solía jugar con un niño que era “sordo-mudo” (esa fue la etiqueta que los adultos me enseñaron a ponerle). Pero más allá de la etiqueta yo tengo el fuerte recuerdo de cómo jugábamos y nos divertíamos mucho en el jardín de mi casa, donde no existía ninguna barrera lingüística o sensorial, y donde ese niño fue uno más de los tantos niños con los que pasé momentos muy divertidos durante mi infancia.

Pero de adultos el juego se nos complica: tenemos temor de acercarnos a cualquiera que se vea diferente. En consecuencia, alguien que no habla, que no escucha, que no ve o que no camina, es sustancialmente diferente a nosotros y por lo tanto, damos el salto a un lado.

Con tantas ideas, recuerdos y reflexiones en mente, no he podido dejar de pensar en la amplia posibilidad que los espacios dedicados al arte tienen para propiciar la accesibilidad, no solamente al adecuar sus estrategias de exposición y tener espacios amigables con las personas con discapacidad, sino principalmente para acercarnos a este mundo diverso y crear un diálogo. Sobre todo hablando con quienes no tenemos discapacidades, para así mostrarnos que no es algo tan lejano y que no hay que asustarse, sino asumir esa importante responsabilidad de generar accesibilidad desde donde estemos, porque el cambio de actitud es la clave.

El arte está para eso, para hablarnos de los temas de los que nadie nos habla, para mostrarnos mundos que no se nos había ocurrido ver y dejarnos pensando en qué haremos mañana para resolver el problema planteado.

Yo, con mi cabeza llena de ideas y con mucha satisfacción, salí de Arte Actual Flacso. Sé que salí un poco menos ciega, luego de exponer mi mente a la propuesta de estos artistas que nos hablan de discapacidades. Y finalmente, disfruté de un documental (con audio descripción) donde descubrí que existe algo llamado blind photography, una técnica con la que las personas ciegas son capaces de expresar su mundo entre los destellos de luz y la imaginación, para crear imágenes fantásticas.

Quién sabe si estas escenas que pude ver son las mismas que los fotógrafos imaginaron al crearlas. Al final, eso es lo de menos; lo que importa es que todos ustedes se animen a dar una vueltita por este mundo del arte y la discapacidad.



142 por 110 centímetros

Por Carolina Velasco Cevallos

«Fotografía rectangular vertical de 142 por 110 centímetros con marco negro delgado. Casi todo el fondo de la fotografía se cubre por un humo anaranjado proveniente de una hoguera de llantas. En la mitad resalta un hombre de talla pequeña cuya cabeza está cubierta por una prenda de vestir que solamente deja ver sus ojos. En la mano derecha sostiene una bomba casera y sostiene hacia adelante la mano izquierda hecha puño en actitud de lanzar la bomba». Así se inicia la descripción de la fotografía Revuelta, de Santiago Forero, expuesta en Cuerpos que (se) miran. Esta descripción y otras fueron creadas por personas no videntes que visitaron la exposición guiadas por 5 voluntarios y voluntarias. Yo, una de ellas.

Durante la capacitación para ser guía hicimos pruebas para encontrar las mejores formas para describir las obras. Fue mi turno de cerrar los ojos e imaginar la imagen sin haberla visto antes. Fotografía rectangular vertical de 142 por 110 centímetros. Imagino el rectángulo sin lograr relacionar las dimensiones con su escala. Humo anaranjado. Pienso en el movimiento del humo en el aire, pierdo de vista el rectángulo que tenía en mi mente. La hoguera es de troncos hasta que escucho llantas y las superpongo a mi imagen. Otra vez pierdo de vista lo que imaginé mientras me invento la expresión facial del personaje descrito. Al final, abro los ojos sin haber logrado llenar el rectángulo fotográfico con una imagen estática. La fotografía frente a mí se muestra totalmente ajena a la experiencia de escuchar la narración descriptiva. No es que no hubo coincidencias entre la fotografía que veo y la de mi mente, sino que la experiencia visual y la imaginación de los detalles es incomparable. Entonces me doy cuenta de que la propuesta de las guías a personas con discapacidad visual no es para recrear la experiencia de personas que ven, sino para imaginar otra posible relación con las obras expuestas. Justamente, esta exposición propone otras relaciones con personas de capacidades diversas.

Llega el día de la inauguración y al fin puedo ver el resto de obras. Llego temprano y me fijo por primera vez en el título sobre la pared: Cuerpos que (se) miran en un tono gris y pequeños huecos en las articulaciones de las letras. Este diseño, que se mezcla con el Braille, me anuncia desde ya la entrada a un espacio de códigos desconocidos para mí. Vuelvo a ver las fotografías de Santiago Forero en las que se representa a sí mismo como varios personajes heroicos, y al frente, los videos que registran performances de Lisa Bufano. De entre cinco imágenes, fijo mi mirada inmediatamente en uno de ellos: Below, del año 2008. Me atrae la atención de inmediato. En este video, Lisa Bufano nada en una piscina usando una prótesis que simula la cola de una sirena. Su movimiento es relajado. En los otros videos ella juega con otros tipos de prótesis, unas a modo de zancos, otras especializadas para correr.  En cada uno de estos videos sus movimientos exploran las posibilidades de su cuerpo, de su diferencia y de la movilidad.

Más allá, en el siguiente espacio de la exposición, hay otras prótesis. Distintos fotógrafos y fotógrafas retratan a personas para las que Sophie de Oliveira ha diseñado prótesis en The Alternative Limb Project. Un brazo hecho de plumas negras con destellos azules, encajes negros y piedras. Una pierna que recrea la forma en que se ve un cuerpo dentro de la piel, el hueso y los músculos. Un brazo biónico con botones y luces descansa sobre la mesa listo para unirse al torso de su dueño. Estas fotografías muestran obras de arte creadas para usarse en el cuerpo, para personas sin alguna de sus extremidades. Después de los videos de Lisa Bufano siento que veo distinto. Veo cómo estas prótesis exploran y exageran la diferencia. Veo la intención de no querer disimular ni esconderse en la multitud ni reemplazar la funcionalidad de los miembros. En la falta surgen estas otras maneras de habitar el cuerpo.

Durante la capacitación, las curadoras de la exposición, Karina Marín y Paulina León, nos cuentan que el título de la exposición hace referencia a la sensación de encontrarse con una persona con capacidades diversas y evitar quedarla viendo. Me acuerdo de la experiencia de sentirme atraída hacia aquello que veo distinto y al mismo tiempo avergonzada por el impulso. Ese pequeño momento de miedo se acaba, y regreso a mi vida sin haber aprendido mucho. Esta manera de interactuar no permite conocer y acercarse a las otras personas desde la diferencia. Julia Kristeva explica que es posible otra forma de compartir: “Compartir: formar parte de una diferencia que vaya más allá de la separación impuesta por nuestros destinos; participar, sin borrar el hecho de que cada persona está ‘aparte’ y reconocer la parte que no puede ser compartida, que es irremediable”. Parada frente a estas obras no me pongo en los zapatos de estas otras personas, sino que siento con más claridad los míos. Siento la textura de las medias y los lugares donde me aprietan más los zapatos. Siento el roce del filo del pantalón. Y desde mis propias sensaciones veo y me relaciono con las diferencias de otros cuerpos. Cuerpos que se miran, que comparten, frente a frente.