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El monstruoso abrazo de Caetano Veloso

Imagen de Jornaldaparaiba.com.br

Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar / Desde Buenos Aires

Los rizos exuberantes de los setentas se han convertido en una corta y discreta cabellera blanca. Detrás de los espejuelos redondos se cierran los mismos ojos que hablan, se abren, se dirigen a ti, me hablan a mí, se cierran de nuevo como si cayeran en trance.

El Luna Park está a punto de reventar y la montonera no se siente: no hay tumulto ni prisa. Afuera, la ciudad pulula debajo de un aguacero de sudestada y los ventarrones sacuden las copas de esos plátanos franceses. Caetano Veloso ha vuelto a Buenos Aires con un gran abrazo que lo llevará a Córdoba, a Rosario y a Mendoza. Han pasado cuarenta y cinco años desde que estuvo por primera vez tocando en Baires.

De entrada, el canto de A bossa nova é foda parece dar saltitos para alcanzar a una bandada de falsetes que sobrevuelan el escenario. Si solo oír a Caetano es ya una experiencia sensorial grandiosa, verlo y escucharlo en vivo da la certeza de que la voz humana es capaz de hacer todo: su garganta, ahí debajo de las mismas arrugas de cuando nacía un ícono de la música popular brasileña en los sesentas, tiembla como el buche de un ave. Sus ojos… ¡Sus ojos cantan también!

Abraçaço es un espectáculo producido por Moreno Veloso, el hijo de Caetano. Es un espectáculo con aires roqueros y esos aires, en el Luna Park, vienen muy bien. El guitarrista Pedro Sá hace lo justo en el escenario. La lección: no hace falta aspavientos para impresionar a adolescentes hormonales. Y lo justo demuestra su absoluta calidad musical para hacer que los temas del fundador del Tropicalismo luzcan como pequeñas piezas maestras. Esto es música, no acrobacia. Lástima que para el tipo que estaba a cargo de las cámaras y la proyección sobre las pantallas gigantes, la banda Cé no tuviera importancia. (No me explico por qué detrás de las cámaras de un concierto suelen poner a un fabricante de sismógrafos). Para Caetano, en cambio, sus músicos son el motor de sus últimos tres discos: Cê, Zii & Zie y Abraçaço.

Luego de cantar Quero ser justo vino el tema emblemático de la gira: Um Abraçaço, un pretexto coreográfico sellado con la danza de los miembros de la banda Cê: un abrazo múltiple, un gran abrazo. Estou triste fue el momento más íntimo y confesional del recital en el Luna Park. El sonido de la soledad debe ser muy similar a esto. “Estoy triste, tan triste, y el lugar más frío del río es mi cuarto”, dice un coro que sonó como susurro de dinosaurio, ahí dentro. Luego, el Funk melódico, un bellísimo experimento con marcados cambios de ritmos entre los que saca la cara el rap. También hay rock. También hay valse europeo. También es la oportunidad de que Marcelo Callado haga gala de su precisión azotando parches al mando de las baquetas.

Luego vino un acto casi ceremonial: Um comunista, una canción que deja bocas abiertas, que provoca muecas y arranca silencios incómodos. Hay músicos que nacieron con las luchas revolucionarias de los sesentas, que militaron, que se acogieron al exilio y combatieron vehementes las dictaduras asesinas de la época. Muchos de ellos sostienen después de décadas esos principios ideológicos fundamentales aunque hayan dedicado años a revisar sus posturas, a adaptarse a los cambios históricos, a cuestionar su romanticismo político. Eduardo Carrasco, cofundador de los chilenos de Quilapayún, lo hace desde la filosofía. Gilberto Gil lo hizo desde la práctica política en el gobierno de Lula da Silva y luego, con su regreso a la vida artística. Una cosa es con guitarra y otra, con violín, dice el trilladísimo pero útil refrán… Hace pocos días, Caetano le dijo a Clarín que “las experiencias estatales comunistas han sido invariablemente autoritarias, autocráticas, terribles, represoras, y ese es un problema que la izquierda todavía tiene que resolver”. Um comunista parecería ser una reflexión sobre los sueños incapaces de convertirse en prácticas…

Caetano también le dijo a La Nación que esta es una canción monstruosa. Y lo monstruoso, quizás, es que la canción sea capaz de avalar una vida de principios que sea lo suficientemente capaz de renegar de su propio nombre si este se convierte en una contradicción. Cuestión de consecuencia intelectual, le dicen unos. Caetano habla de los proyectos de izquierda que no supieron andar cuando se les dio la vía libre y que, más bien, se limitaron a reproducir las mismas prácticas de una derecha a la que siempre quisieron combatir. Con la experiencia de la nostalgia por los sueños compartidos cuando la dictadura brasileña, cuando se conformó el gran ejército de resistencia desde la música, con Chico Buarque, con Gal Costa, con Gilberto Gil, con Maria Bethania, su hermana, con el Tropicalismo, Caetano es de esos músicos que no puede andar por la vida diciendo que no quiere tener que ver con los asuntos políticos de su país o del mundo. Es un actor político y su música es un relato de los últimos sesenta años del Brasil. Ya una vez, en medio de un concierto, el brasileño rindió homenaje a Jorge Amado -el escritor que también fue parte del Partido Comunista-, al enterarse, en ese momento, de su muerte. Se conmovió, se le quebró la voz. Lo nombró y en su nombre continuó cantando. Ahora, Caetano hace Um comunista como un tributo al poeta guerrillero brasileño Carlos Marighella, quien, para Jorge Amado, merecía un monumento. Un tributo que no erige mitos se siente sincero.

Dos veces volvió al escenario. El cantito ese tan argentino que bien podría sonar en el estadio de Boca o en el Gran Rex, esa ‘o’ larga, ritual, que llama de vuelta a los grandes, hizo lo suyo y ahí estaban de nuevo Pedro Sá en la guitarra, Marcelo Callado en la batería y Ricardo Dias Gomes en el bajo, para hacer las canciones con las que Caetano se hizo universal hace ya tantos años: Leaozinho, Desde que o samba é samba, Tieta, y esa hermosa Tonada de luna llena, del cantor venezolano recientemente fallecido, el Tío Simón Díaz.

La muchedumbre se quedó ahí unos minutos más, mirando los tres caballetes que componían la escenografía, aún alumbrados por los cañones. Esperábamos un nuevo regreso que ya no fue. La primavera está escondida, afuera del Luna Park. Las flores violáceas de los jacarandás se confunden con el color de la noche porteña.