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El olvido es una droga dura (apuntes sobre Nostalgia de la luz)

Afiche del documental.

Por Christian J. Kanahuaty / @Kanahuaty

Intro

Toda forma de olvido es una instrumentalización política, ideológica, que conmina a dejar de lado lo que nos hace daño o lo que incomoda a un programa político. Quizá la política y el olvido estén encarnados en los cuerpos más allá de las percepciones que los medios nos permiten intuir.

El reiterativo ‘suele suceder’ que se suelta cuando empezamos a contar una historia -a un: “acabo de divorciarme”, un: “suele suceder”; “anoche tuve una pesadilla y me levanté empapado”, “suele suceder”; “mañana operan a mi madre, tiene un ganglio en el pecho”, “suele suceder”– es una frase con el poder de desactivar cualquier comunicación. Es similar a las fórmulas retóricas imperantes en la academia, esas que pretenden explicar la cotidianidad de ciertas sociedades a partir de un concepto comodín (como ‘habitus’), o cargar todas las culpas al ‘capitalismo’, hasta terminar señalando las ‘instituciones totales’ incluso debajo de la mesa.

El olvido y la memoria, su contraparte, a veces terminan sometidos a un juego de espejos; y, de tanto evocarse mutuamente, desactivan lo que de verdad desean revelar o invisibilizar. Terminan como objetos estéticos, alardes creativos, transforman una historia en elemento despolitizado y lejano. Logran cierta objetividad al convertir la realidad en arte, llevarla al museo y darle una suerte de ‘curaduría’ para definir coordenadas, fijando temas de una vez y para siempre. ¡Como si la historia fuera única, inmóvil y sólida!


 

Pasajes de una constelación

El documental Nostalgia de la luz (2010), de Patricio Guzmán, es quizá la digresión y la exploración más poética sobre los desaparecidos en la dictadura en Chile. El hecho bien se podría extrapolar hacia otras latitudes pues, de alguna manera, no narra una historia local y única sino una historia polifónica y descentrada de un territorio. Nostalgia de la luz arranca de forma parecida a las cien primeras páginas de La piel del Cielo, de Elena Poniatowska, incluso recuerda a El viento de la luna, de Antonio Muñoz Molina, con esa fascinación sobre el cielo, las constelaciones, las estrellas y la llegada del hombre a la luna. Dibuja lo que esconde el universo, y si en el firmamento existe o no una respiración, un viento lunar que arrastra consigo la memoria de cientos de miles de años… hasta llegar a nosotros.

En esas primeras secuencias tiene rastros que podrían remitir a la narrativa épica y fantástica que construye 2001: Odisea del espacio; tras esos pasajes, se genera un contrapunto,y es entonces que el documental se vuelve espeso. Adquiere una dimensión que antes pretendía no tener. Habla sobre la construcción social de la memoria y la narra (a la memoria) desde perspectivas diferentes; incluso arma un juego de paralelos y metáforas que intentan explicar las políticas de la memoria desde las ciencias puras, como la astronomía, hasta la arqueología y el activismo. Así, en ese enlazamiento de narrativas, convoca una única mirada,  y una única forma de leer, a la historia y a la memoria. A pesar de las múltiples entradas, ahora el acercamiento es más terrenal, algo que las historias oficiales de ciertos países han tratado de anestesiar.

Foto de uno de los desaparecidos por la dictadura de Pinochet en medio de las rocas del desierto de Atacama.
Foto de uno de los desaparecidos por la dictadura de Pinochet en medio de las rocas del desierto de Atacama.

Nostalgia de la luz cuenta lo que queda de aquellos desaparecidos en la dictadura de Pinochet, traza un enlace con la búsqueda de los astrónomos, de los resquicios de un pasado que se actualiza por medio de la velocidad de la luz. El documental se abisma a un punto ciego del que sale con la ficción, con metáforas construidas con las huellas de lo que somos en el universo. Es una reflexión sobre el destino. Sobre nuestro destino, y sobre lo que conocemos de él. Sobre lo inseguros o seguros que nos hace sentir el saber que todo lo que respiramos-oímos-vemos, a través de los ecos de la luz, ya es pasado. La luz del sol tarda en llegar a nosotros ocho minutos. La luz de la luna tarda en llegar a nosotros poco menos de un minuto. Las palabras, en el momento en que las pronunciamos, ya son parte de un pasado.  La escritura, cuando acontece, ya es pasado –porque sucede primero en nuestra cabeza, pasa como impulso eléctrico a nuestras articulaciones: brazos-manos-dedos-teclado; sí, lo que escribimos ya sucedió milésimas de segundos antes de los trazos sobre el papel.

O, podríamos concebir al universo como infinito y en permanente construcción. Así también, la memoria se actualizará según vayan surgiendo informantes sobre esa historia que se pretende contar. La información celeste no es casual; se constituye un espacio que llena y dota de significado a las apreciaciones sobre nuestro origen o sobre episodios violentos. Un mismo hecho puede ser narrado desde distintas perspectivas, que irán cambiando conforme va pasando el tiempo… porque es más fácil olvidar que recordar, y recordamos solo aquello que nos resulta conocido o extraño. No recordamos lo cotidiano, lo que se repite.

Orden narrativo: principio, nudo, desenlace.  La historia es un poco eso: suma de principios, nudos y desenlaces. Es una farsa, es una tragedia, es una comedia y es, también, un momento de conocimiento sobre lo que fuimos, somos y seremos, como individuos y como colectivo social.

Memoria, política y las razones del olvido

Hay quienes dicen que es necesario olvidar para seguir viviendo, que el pasado debe ser dejado allá, lejos y quieto; que no es necesario escarbarlo, porque el desentierro podría destrozarte.

Es imposible tratar la memoria desde un solo sujeto, pero cuando se la va tejiendo, se convierte en ‘socialmente necesaria’ para referir una historia común y un horizonte de llegada. Lo que sucede en Nostalgia de la luz se asemeja a lo que sucede en películas como Roma, de Aristaraín; El secreto de sus ojos, de Campanella; Machuca, de Andrés Wood; o El Baño, de Gregory Cohen; es una exploración, un acto catártico y un ejercicio político por evitar el dictamen de quién es el bueno o el malo. Esta cinta pone la lupa sobre el rol de los sujetos y se pregunta cómo una historia puede conjugar una suma de identidades, de deseos, necesidades y contradicciones.

Las mujeres madres y familiares de los desaparecidos, en el desierto de Atacama.
Las mujeres madres y familiares de los desaparecidos, en el desierto de Atacama.

El astrónomo Gaspar Galaz cree que: “Es interesante pensar que la sociedad entiende lo que hace un astrónomo buscando lo que queda de algunas estrellas en el espacio, pero no entiende la lucha de las mujeres que buscan, en el desierto de Atacama, los restos de sus familiares desaparecidos”. Esta declaración es altamente política y tan fácil de tergiversar, abriendo la posibilidad de detonar una mirada al pasado: aquellos restos de desaparecidos, para no prolongar ni el progreso ni el futuro, pues siempre se ha establecido que el futuro está en las galaxias, en el universo en expansión… El universo, dentro del imaginario político es el cosmos. Esas frases de “el destino está en las estrellas”, “El cielo es el límite”, “Nuestro reto como humanidad es estar en el cosmos”, “Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad”, no hacen más que anclar nuestras percepciones sobre lo que podemos, o no, llegar a ser y sobre lo que estamos, o no, destinados a tener. ¡Futuro, pero sin memoria!

Ahora, bien, ¿a quién le beneficia que olvidemos? ¿Por qué olvidamos? ¿Qué hay en el olvido, que nos sirve tanto? El olvido es selectivo, ya se sabe. Pero, más allá de esa sentencia repetida, millones de veces, está el olvido como institución. El olvido al servicio de un programa político e ideológico.

Se puede decir que no hay nada nuevo bajo el sol, que todo lo que decimos ya se dijo, que todo está, de alguna manera, ya escrito desde hace 2 000 años, o 5 000 años… incluso, así se demuestra que nuestras percepciones sobre el olvido son más recientes de lo que creemos. Es el olvido la forma de repetir sentidos y lugares comunes. De alguna manera, los medios de comunicación, la expresión de lo cotidiano, las tecnologías de telefonía inalámbrica, el conocimiento, hacen que digamos lo que ‘los otros’ esperan. Es más fácil zafar con un: ‘suele suceder’… Acá, ya casi nadie tiene tiempo para algo más.

Se diría que la memoria sirve a muy pocos y que es un juego de estereotipos: el tipo que posee cierta memoria no es más que un columnista al estilo de  Carlos Monsiváis, o de historiadores como E. P. Thompson o Eric Hobsbawm; es decir, de gente que ya no está en este mundo o está cercana a abandonarlo. Y el poder, aquello que decimos que es el poder, no está en un lugar, no es solo dominación ni instrumentalización de la religión o de la educación, sino que es un juego de relaciones de identidades diversas, donde se genera un campo de fuerzas capaz de ordenar el mundo social, de validar o invisibilizar lo real, lo necesario y lo ocurrido. Es como esa frase de algún militar diciendo que la dictadura nunca ocurrió. Ese es el sofisticado instante en que la política y la memoria operan de la mano para inocular el olvido, en mentes receptoras y acríticas.

Afiche del documental.
Afiche del documental.

Pero, también el olvido se interioriza, porque el olvido no es perdón –pues no hay nada que perdonar–. El olvido no se trata de desconocer un evento, sino de tacharlo, de borrarlo, de sepultarlo… para seguir viviendo, para evitar sentir que ese momento es una fisura en tu vida. El olvido se trabaja sobre el cuerpo como afirmación de que la vida prosigue, de que la historia es más que un momento oscuro en la historia de la humanidad. Al poder, a él le sirve esta anestesia, para que siempre sea ‘la primera vez’ que ‘lo nuevo’ ingresa a nuestras vidas. A pesar de los errores, de los traumas y de las heridas, siempre habrá la posibilidad de empezar ‘de cero’. No, no es un ir atrás, sino un ‘inicio’,  un punto de partida (una y otra vez) hasta el momento en que todo llegue a un fin.

Nostalgia de la luz incita al espectador a despojarse de dolores para establecer una lectura de ellos, desde lejos; pero, también juega a establecernos como parte de algo más grande que nosotros mismos. Es un ejercicio de reconducción histórica donde los del poder total no están presentes, porque indirectamente adjudica la responsabilidad de la continuidad de la historia a las personas normales, a aquellas que aún rastrean vestigios del pasado en el firmamento y en el desierto.

Nostalgia de la luz es una exploración por el abismo del extrañamiento que produce el reconocernos, y conocernos en nuestra finitud, dentro de una vastedad que no deja de crecer. Es, también, un manifiesto político sobre la dictadura y una declaración sobre la búsqueda de la muerte a través de la vida –por mujeres que, a pesar de todo, no han perdido la esperanza–. Creo que es, ante todo, el espacio blanco que hay entre la luz y nuestro registro de la luz. Es la velocidad de la luz: el espacio a ser llenado, esas millonésimas de segundo en que nuestra mirada recepta la luz que salió desde el objeto. Es ese espacio donde habita el vacío de nuestra voz. Nuestras palabras. Nuestra historia.