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Javier Krahe y su último lamento feliz

Imagen tomada de culturabadajoz.com
Imagen tomada de culturabadajoz.com

Por Javier Carrera Berrú

“La muerte no me llena de tristeza,

las flores que saldrán por mi cabeza

algo darán de aroma”.

Javier Krahe

La música de Krahe no trascendió las fronteras de la península porque él no lo quiso así. Sin embargo, no deja de parecer desalentador que en tiempos como los nuestros, se ignore una obra tan exquisita, singular, refinada y prolija como la suya. ¿Palabras de un admirador? Puede ser, pero, de entrada sus letras -llenas de humor e ironía- son producto del trabajo riguroso y sensible de un poeta. Los temas de Krahe fácilmente pueden aludir a composiciones poéticas del Siglo de Oro o evocar –siempre desde un punto de vista humorístico y en muchos casos hasta filosófico– obras de la literatura clásica, como en su admirable Como Ulises (Cábalas y cicatrices, 2002), que resume la Odisea de Homero –haciendo  omisiones y cambios, como es lógico– en poco más de cien versos.

Ciertos detalles de la vida de Krahe lo hacen un cantautor especial o al menos distinto. De hecho, desde un comienzo rompe el molde, cuando recién a los 30 le dijo a su mujer que había decidido ser cantante. “¡Pero, si yo no te he visto cantar nunca!”, le dijo ella. Krahe no solo que no cantaba, sino que tampoco sabía tocar instrumento alguno –la guitarra vino después, y finalmente la dejó–. Lo único que lo vinculaba a la música era una veintena de letras que había escrito para que su hermano Jorge las cantara. Tuvieron que pasar cinco años, a partir de aquella decisión, para que Chicho Sánchez Ferlosio –quien también había cantado temas de Krahe– lo sacara prácticamente de la mano a un escenario, instándolo a vencer el pánico escénico y a interpretar sus propias composiciones, cosa que no fue nada fácil. Es bien conocido aquello de que durante sus primeras presentaciones, Krahe tomaba Valium y whisky para controlar los nervios en escena.

Aunque pasó algún tiempo para que se habituara al hecho de pararse frente al público sin salir corriendo, Krahe parecía saber desde un principio cuál era el personaje que encarnaba: uno cuyas raíces venían del francés Georges Brassens. Cuando vemos videos de la época de La Mandrágora, es decir, a inicios de los 80, lo vemos siempre con esa mirada perdida, el ceño algo fruncido y, en general, un gesto apático y frío que por momentos evoca al rostro de Buster Keaton. Y nada de eso es gratis. Todo está perfectamente diseñado. Esa mezcla entre sus letras, su música y su performance hacen que el personaje sea incluso más atractivo que el de Brassens (aunque muchos difieran conmigo).

A pesar de que para 1980 ya había grabado un disco, Valle de lágrimas, que incluyó algunos de los temas que se volvieron clásicos de su repertorio, como San Cucufato, ¿Dónde se habrá metido esta mujer? y Marieta (traducción de un tema de Brassens), fue su relación con Joaquín Sabina lo que terminó introduciéndolo completamente en el ámbito musical madrileño. Con Sabina y Alberto Pérez grabaron el disco La Mandrágora, en 1981, que lleva el nombre de un conocido bar ubicado en el barrio de La Latina, en el centro de Madrid, donde tocaron durante más de un año. Ese trabajo incluye otros clásicos de Krahe, como La hoguera, El cromosoma, Nos ocupamos del mar y Un burdo rumor. Este último tema puede darnos luces de uno de los aspectos que envolverá al personaje de Krahe durante toda su carrera: ese victimismo siempre satirizado de su relación con las mujeres. La canción se inicia con la siguiente estrofa:

“No sé tus escalas,

por lo tanto eres muy dueña

de ir por ahí diciendo

que la tengo muy pequeña.

No está su tamaño

en honor a la verdad,

fuera de la Ley

de la relatividad”.

Tal vez sea una de sus mejores sátiras. En los siguientes versos, el narrador cuenta que incluso realizó una encuesta a trece mujeres que estuvieron con él en la cama, de las cuales una no contesta, seis están en contra y seis a favor. Entre estas últimas, se entiende que está su esposa (la del personaje, obvio), a quien hace alusión en los siguientes versos:

“Mi mujer, incluso,

dijo: aunque prefiero,

como tú ya sabes,

la del jardinero.

Por si te interesa,

pon que estáis a la par,

solo que la suya

es mucho menos familiar”.

Krahe hace de la burla, propia y ajena, su mejor arma. Incluso, es posible que Krahe sea el primer artista censurado luego del regreso a la democracia en España. Por esos años también grabó Cuervo Ingenuo, canción en la que criticaba, en 1986, la permanencia de España en la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte). La salida de la OTAN había sido una promesa de campaña del socialista Felipe González, quien ocupó la presidencia desde 1982 hasta 1996. La canción fue tan mal vista por el gobierno de turno que, al momento de tocarla durante un concierto de Joaquín Sabina que era transmitido en directo por Televisión Española (TVE), las cámaras de ese canal dejaron de filmar. Actualmente se puede encontrar en internet una grabación un poco borrosa de la presentación, donde Krahe y Sabina utilizan en la cabeza una cinta y una pluma en referencia a los indios norteamericanos, ya que el tema está escrito como si lo interpretara uno de ellos. Esa podría ser una de las muy pocas canciones consideradas protesta o de intervención política en el repertorio de Krahe. Y con esto no quiero decir que no haya otras donde critique a instituciones o a la iglesia. Por ejemplo, la canción Ay, democracia (Toser y cantar, 2010), que se inicia adaptando un conocido verso de Pablo Neruda: “Me gustas democracia, porque estás como ausente”. En esta misma línea, pero atacando a la religión está Los caminos del señor (Elígeme, 1988), donde encarna el personaje de un ladrón que entra a una iglesia para robar. Una sátira en contra del catolicismo.

Luego de dos o tres años de presentaciones con Sabina y Alberto Pérez, Krahe retomó su carrera como solista, acompañado desde entonces por los mismos músicos: Javier López de Guereña, en guitarras; Andreas Prittwitz, en clarinete y flautas; Fernando Anguita, en contrabajo; y Jimmy Ríos, en percusión.

Krahe ha escrito sobre casi todo, incluso sobre las cosas más aburridas que tiene la vida, en contraste con el goce sexual, como en No todo va a ser follar (Cinturón negro de karaoke, 2006), donde busca convencer(se) de que no todo en la vida es sexo, pero usando argumentos tan débiles y disparatados como la necesidad de documentarse sobre los delfines o quitarle el polvo a la biblioteca.

También hay otras canciones donde vuelve a presentar a aquel hombre que cuenta sus desafortunadas experiencias con el género femenino, pero nunca desde la queja o el reproche, sino con total impavidez, como si el narrador contara la historia de otro y no la suya. Se pueden mencionar los temas Vecindario y Ron de caña, ambos del disco Cábalas y cicatrices (2002). En el primero cuenta el problema que tiene con su mujer, quien padece de furor uterino, es decir, que no quiere otra cosa que pasarse en la cama de faena en faena. Él, muy hábilmente, se le escapa de vez en cuando y lo deja al pobre Avelino –vecino suyo– para que enfrente a tamaña fiera. En la segunda, en cambio, cuenta que tiene una novia que, solo para herir su autoestima y su virilidad, finge no tener orgasmos.

Hay un especial cuidado por el uso de la palabra y por el respeto hacia la rima y la métrica, una cualidad que deja ver el influjo de una tradición literaria. Sábanas de seda (Elígeme, 1988), compuesta por 72 versos, entre endecasílabos y pentasílabos, es de una admirable calidad poética:

“Tú que has tenido la rara fortuna

de conocer

el corazón a la luz de la luna

de mi mujer.

Tú, que supiste cogerle el tranquillo

a sus abrazos,

más de una vez te adivino en el brillo

de sus ojazos”.

Imagen tomada de canamo.net
Imagen tomada de canamo.net

En 2013 grabó su último álbum con temas inéditos titulado Las diez de últimas. El disco incluyó una edición del libro El derecho a la pereza, de Paul Lafargue, publicado en 1880. La adhesión de esta obra al CD va a tono con la filosofía de vida que siempre defendió Krahe, aunque él más bien resaltaba el derecho al ocio. En varias entrevistas dejó en claro su negativa frente al trabajo y los sistemas actuales de producción en los que está inmerso el hombre. Tal vez por eso nunca pretendió un trayectoria musical con grandes éxitos discográficos, giras internacionales y presentaciones en televisión. De hecho, ni siquiera en España dio grandes conciertos. Sus presentaciones las hacía en bares, teatros o recintos pequeños donde siempre podía tener un contacto bastante cercano con el público. Desde que inició su trayectoria como solista fundó pequeños sellos discográficos que poco a poco fueron quebrando, hasta la creación de 18 Chulos, que desde 1999 ha editado sus discos y los trabajos de otros músicos españoles como Diego el Cigala, Pablo Carbonell o Javier Ruibal.

En el 2004 se proyectó un documental titulado Esta no es la vida privada de Javier Krahe, que incluye un cortometraje filmado por él y Enrique Seseña, en 1978, donde se explica los pasos para cocinar un Cristo. La filmación de ese video no era para ser proyectada en público, en principio, sino solo entre amigos; pero, luego de 34 años cobró relevancia al ser transmitida –como parte del documental– durante una entrevista que le hicieron a Krahe en el programa Lo+Plus, del Canal+. Esto lo llevó a los tribunales luego de que el Centro Jurídico Tomás Moro lo acusara de un supuesto delito de ofensa a los sentimientos religiosos, pidiendo una indemnización de 150 000 euros. En 2012 fue absuelto de todo cargo.

A lo largo de sus 35 años de carrera, grabó 15 discos y –de acuerdo con datos de varios medios españoles– ofreció más de 1 500 presentaciones. Krahe afirmaba que el estilo de su música se enmarca en lo que él llamó canción lamento, pregunta e insulto. Asimismo, lejos de tener una historia amorosa plural, como en sus canciones, estuvo casado más de tres décadas con Annick, una canadiense que conoció durante una breve estadía en Francia.

Cada verano, desde hacía algún tiempo, Krahe viajaba a Zahara de los Atunes, un pequeño pueblo costero en la provincia de Cádiz, en el que permanecía toda la temporada. Allí tenía una casa pequeña donde escribía y leía. Fue también en ese lugar donde le sorprendió la muerte, a los 71 años, el pasado 12 de julio, enlutando al círculo musical y cultural madrileño, al cual tantas alegrías y risas brindó.


Javier Carrera Berrú  nació en Machala, Ecuador, en 1987. Es periodista y cursante de la maestría online en Estudios Avanzados en Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Barcelona.

1 COMENTARIO

  1. Magnífico artículo, en el que se ve la mano de un conocedor. Merecido homenaje a un cantautor casi desconocido entre nosotros, pero inmenso en su obra.

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