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La luz y las palabras

En este relato, Sandra Araya esboza una serie de imágenes –desde la mirada de la lectora, ni de lejos de la crítica– a partir de la última novela de Santiago Páez, Olvido.

Sol de la mañana (1952), de Edward Hopper.

Por Sandra Araya / @Sanrrangelica

All that we see or seem
is but a dream within a dream.

Edgar Allan Poe

La mujer despierta rodeada de luz. Más allá solo se encuentra con su imagen, la que el espejo le devuelve cada mañana. No hay palabras, no las necesita, máximo se reconviene cuando pasa mucho tiempo frente a sus tiestos de flores, bajo el sol.

Sabe su nombre. Claro que lo sabe. Pero no lo necesita dentro de su hogar.

Afuera, en la calle, en la ciudad —que podría ser Quito, o podría ser cualquier otra, siempre que se mueva debajo de un sol luminoso y que provoque espejismos—, su nombre lo saben quienes trabajan con ella, quienes la miran cruzar la calle, ¿para qué más? Las palabras sobran.

Pero Selma, así se llama la mujer, un día descubre que no puede recordar qué hay más allá de su nombre, quién es ella detrás de esa palabra que parece definirla por completo. No puede ser que sea solo una mujer bella en el tiempo de los espejos que transita cada mañana.

La única pista de Selma son unas fotografías antiguas.

Parte, en un viaje de búsqueda, bajo el sol, hacia un barrio del sur, una plazoleta, un espejismo en una ciudad que parece fundirse con cada minuto que pasa. Y como un ser salido de un espejismo recorre Selma la plazoleta, intentado rescatar voces, nombres, situaciones… cuando solo puede asir las fotografías, espejismos de papel. Solo logra sentir en algún lugar del vientre el eco de una sensualidad olvidada, sin género, pura: así son los recuerdos que se desvanecen en el instante.

olvido¿Realmente necesita recordar? ¿Qué la hizo sepultar esas imágenes en su mente? Los nombres de los otros, palabras, no existen en su mundo, en ese espacio que ha ido forjando día a día entre cacharros y pequeños rituales, la ducha, el desayuno, mirarse en los espejos.

En el reflejo de esos espejos está la luz que necesita.

En el reflejo de un escaparate lleno de afeites, postizos y pelucas está la verdad. ¿Para qué recordar? ¿Para poblar su vida con payasos y máscaras, con risas falsas, con dolores añejos?

El regreso de Selma es como el retorno de un durmiente que puede retomar un sueño plácido: ahí dentro, las palabras están de más. Basta con la luz extraña que lo tiñe todo como un recuerdo impreciso, con la imagen mil veces repetida en el tiempo, una mujer que es bella en toda época, que aún siente el placer de llamarse a sí misma a solas.

En el olvido.