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Mariela Condo y Alex Alvear, en Quito siempre

Fotos: César Acuña
Fotos: César Acuña

Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar

No recuerdo con precisión cómo conocí a Mariela Condo. La había visto ya elevarse con su voz en algunos escenarios, cuando aún no era el referente que hoy es para la música popular contemporánea en Ecuador, pero el primer saludo, la primera charla o la primera vez cantando juntos no están en mi memoria. Es que la relación entre el admirador y el artista se mimetiza enseguida ante la sensación de lo natural. A Mariela le nace cantar tanto como abrazar, dejarse abrazar y sonreír como si solo se tratara de respirar. Mariela canta porque ese es su impulso original. Mariela es lo natural.

El pasado sábado 12 de diciembre, en el bar La Estación, de Quito, Mariela Condo subió al escenario de nuevo –pues ya lo había hecho hace pocos meses, para presentar su último disco, Pinceladas (2015)–, pero esta vez estuvo acompañada de otro inmenso ejemplo de músico. Hablo del Alex Alvear, el ‘Colorado’, ese genio que suele bromear sobre la tarima entre canción y canción y que luego vuelve del escenario al mundo de los mortales, donde quienes lo admiramos desde su legendaria época con Promesas Temporales podemos brindar con él y charlar largamente. El Alex vino al mundo para hacer música.

Lámparas y velas encendidas, un auditorio lleno y atento, un par de sillas altas y un aire de ceremonia irrepetible eran todo lo que bastaba minutos antes de las diez de la noche. Entonces, asomaron por ahí los dos y se ubicaran en sus sillas para que se hiciera el silencio absoluto. (El detalle merece mención porque para un músico que no sea parte de una orquesta de salsa o un DJ, conseguir silencio y atención en un bar quiteño no es tarea fácil).

Con Carnaval (matita de ají) empezaron el concierto. Luego vino Amor peregrino,un pasillo del Alex que tiene esa marca tan suya que opera como dispositivo para sumirnos en el trance. Ritmos vernáculos de la región andina como el yaraví o géneros mestizos como el albazo, el pasillo y el sanjuanito estaban insertos en el repertorio. La gente aplaudía desde su respectivo delirio íntimo mientras uno que otro contenía nudos en la garganta o los empujaba con un trago.

Soy tu sangre y Somos, dos temas grabados en Pinceladas, coincidieron en la lista que los músicos tenían con el pedido de alguno de los asistentes atrapado por las garras del recital. Mariela descifraba disimuladamente los rostros entre el público, si hallaba a alguien hacía un gesto para saludarlo, pero enseguida volvía al canto, cerraba los ojos y se entregaba al aleteo con sus manos. De vez en cuando miraba al Alex, abstraído, mirando su guitarra o concentrado con los ojos cerrados.


Mientras se redactaba este artículo, Mariela Condo y Alex Alvear recibieron la noticia de que serán parte del cartel del Womad, Festival del mundo, en Chile, el próximo febrero, junto a Pedro Aznar, Milton Nascimento, Anita Tijoux, entre otros…


Las canciones de Mariela se aprovecharon de los arañazos que el Alex daba a las cuerdas de la guitarra y las del Alex recibieron coros y caricias de la Marielita, como la llaman muchos. Hubo momentos, como en todo buen concierto, que sacudieron casi con violencia. Esquizofrenia, una especie de tortura embalsamada con terciopelo, es una de las composiciones del Alex que más provocó, porque logra acercarnos a nuestra propia demencia. Y luego vino la tan coreada Esta historia no es de risa, una composición de Juan Carlos González que consta en el álbum Equatorial (2007), del ex Promesas.

Y sonaron también Corazoncito tirano, el yaraví Puñales, una versión acústica del Babalu Ayé, y otra de las más comunitarias del setlist: Caballito azul.

En ese escenario hubo naturalidad e historia. Ella levantó con un dedo el mentón de él –agachado casi siempre al tocar– y le clavó la mirada mientras le cantaba. Alex y Mariela son una fórmula para hacer de un concierto una verdadera experiencia íntima profundamente emocional. El recital de Mariela Condo y Alex Alvear es una ceremonia colectiva. A la euforia del público que pide ¡Otra, otra, otra! ellos responden con un tema que debería ascender al estatus de verdadero himno a la capital ecuatoriana. Me refiero a Soñando con Quito, un paseo sonoro por la ciudad con estímulos personalizados que rayan en la clarividencia.

Te vas para volver / y vuelves a soñar como siempre, Quito / en Quito siempre…

No importa cómo hemos conocido a Mariela ni cuánto se alargan las charlas con el Alex después de un concierto. Importan los cantos en baja voz que alguien entonó para arrullar su soledad esa noche. Ahora que el sol se va a dormir / se viste el cielo de carbón… Importan los abrazos altisonantes y las sonrisas acaloradas con las que algunos se acostaron. Importa la huella musical que acompañó a cada asistente hasta la habitación donde entró para dormir y sentir que había sido tocado.