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Siguiente Round: el documental con vida propia

Siguiente Round es esa ciudad que se asoma muy a pesar de la negligencia de sus instituciones y de sus autoridades, muy a pesar de los desalojos forzados y de una regeneración que no pasa de ser un simple maquillaje. Guayaquil vive en sus periferias y en sus minorías, y en ellas es donde se siente su latido. Siguiente Round es el documental que refleja una de esas caras del gran puerto ecuatoriano.

Foto: Andrés Loor

Por Gilda Orellana Rodríguez

Junto a la puerta de entrada a la productora audiovisual La Gallera cuelga un mapa de Guayaquil al que le ha sido otorgado el sentido, no a través de la cartografía sino de las palabras. Los nombres de las calles y de los barrios fueron trazados en lettering –La Chala, Letamendi, Garay, Urdaneta, Los Ríos– y ahí, en esa composición, los márgenes urbanos torcidos de esta ciudad cuidadosamente maquillada se tocan. Una Guayaquil pensada a través de la arbitrariedad del signo lingüístico. Cuando pienso en Siguiente Round, la reflexión se asemeja, con la diferencia de que el nuevo mapa que ellos proponen está vivo: Valeria Suárez, Ernesto ‘Yitux’ Yturralde y Andrés Loor reescriben los límites de Guayaquil a través de la imagen. Superponen sus personajes a los actores sociales tradicionales del puerto y así, de algún modo, dinamitan el devenir tradicional de las cosas. Para presentar Siguiente Round se han tomado universidades, museos, espacios urbanos y suburbanos y mezclaron dentro de esos espacios a gente que, de otros modos, no se hubiese conocido jamás.

‘Yitux’ (Guayaquil, 1987) cierra la puerta. Está apurado. He llegado tarde a nuestro encuentro por culpa del tráfico del puerto. La mañana que habíamos fijado para esta entrevista Guayaquil era el lugar común que sus habitantes sentimos en las carnes: una olla a presión, la antesala del infierno.

‘Yitux’ lleva una guayabera de mangas largas azul añil y pantalones todo terreno beige. Su larguísimo pelo negro está recogido y su voz, alta y clara, se me antoja un elemento más de esa indumentaria de guerrilla. ‘Yitux’ es su forma de narrar, su cámara, su necedad de filmar por tres años un documental dentro de uno de los barrios más rotos de Guayaquil. Pero habla alto –mientras contesta el teléfono, mientras edita unas fotos, mientras revisa unas escenas– y me convenzo de que este hombre gigante es también su garganta: sin la claridad y la emoción con las que lanza sus ideas, quizá no hubiese dotado de vida propia a un documental que a ratos parece ya no depender de él para existir.

Se tiene que ir. En el Municipio lo esperan para aprobar la donación de un cargamento de implementos para el semillero de box de Yecson Preciado,  ‘El Profe’, quien a estas alturas ya no solo es el protagonista del documental que filma, sino también su amigo. Valeria, la productora, le extiende un billete de diez dólares. Deben pagarle el taxi al profe porque si se va en buseta no llegará al encuentro y eso no puede pasar. Suena de nuevo su teléfono. Son las diez y cinco de la mañana. La reunión está convocada para las diez y media y desde La Alborada hasta el Municipio hay un buen trecho. “¿Cómo que no sabes llegar? ¿Tú no es que eres de la Trinitaria? ¡Sopla, sopla, nos vemos allá!”, dice Ernesto ‘Yitux’ Yturralde. Cuelga. Se va.

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Valeria, la apuesta vital

Me ofrece una taza de café. Ambas prendemos un cigarrillo. Responde a mis preguntas observando a través de la ventana que enmarca su escritorio. Ahí está el parque Madrigal –un espacio verde pequeñito al frente de donde funciona la productora–. Respira y contesta. Pienso en cuántas veces habrá tenido que responder las mismas cosas, en lo difícil que fue encontrar información sobre ella, en cómo Siguiente Round es una historia armada al ritmo del box y a fuerza de casualidades, porque si Ernesto no hubiese grabado los desalojos en los que conoció a Preciado no habría película. Porque si Valeria (Guayaquil, 1988) no hubiese decidido cambiar de proyecto –ella tenía otra cosa en mente–, probablemente Siguiente Round sería algo distinto.

“Entré al proyecto en el 2015, cuando conocí en Quito a Ernesto y Andrés en un taller del documentalista Carles Bosch –cuenta–, yo iba a filmar otra cosa, una historia de ficción que tenía como escenario un departamento claustrofóbico en el centro de Guayaquil y que abordaba cosas como la locura y la relación de una madre y su hija”. Pero Siguiente Round la atrapó de muchas maneras. “A mí me interesa la vida, la energía que mueve a la gente, el impulso vital de las cosas, y sentí que Siguiente Round era eso. El documental me encontró. Como cineasta, lo que he buscado siempre es generar diálogo y esta película me permitía construir una propuesta para dialogar. Es una necesidad casi personal, de hecho, esa fue una de las cosas que me trajo de vuelta al Ecuador después de cinco años en Alemania”.

¿Por qué volviste?

Siento que los latinoamericanos nos tomamos más tiempo para contar las historias, no sentimos con tanta urgencia el rigor del tiempo. Hacemos lo que tenemos que hacer hasta que el proyecto salga, filmar el tiempo que haga falta. Allá una historia así habría sido impensable, hasta por el idioma, imagínate, eso habría supuesto una brecha inmensa para alcanzar el enfoque más íntimo. Yo quería contar y por eso volví.

¿Qué es esto de un documental multiplataforma? ¿A qué responde?

Es multiplataforma porque utiliza varios formatos para contar esta historia. Estamos en Instagram no solo con fotos sino con una propuesta casi interactiva. El documental no fue concebido así, pero se fue dando. Muy pronto nos dimos cuenta de que Siguiente Round era más que un proyecto de cine y en ese sentido no queríamos que pasaran dos años y medio para que se conociera, así que empezamos a contar en tiempo real. Andrés tenía unas fotografías con un valor estético inmenso y debíamos mostrarlas, además convocamos a varios artistas para que ilustraran los afiches de la película, tuvimos las proyecciones de los screenings en cada espacio al que fuimos, desde universidades hasta ferias de la Cámara de Comercio y festivales. Siento que todo eso es lo que ha ido generando expectativa en la gente que nos sigue, que es muy diversa, y que además se ha unido alrededor de Siguiente Round. Están, responden, colaboran de muchas maneras. Se ha convertido en algo cercano y eso es lo más bonito.

Una película que ya se ha convertido en colectiva

Se ha sumado tanta gente que sí, siento que a Siguiente Round hay que pensarla por ahí. Nos rodea un sentimiento de comunidad que a veces nos supera y lo hemos querido transmitir.

Foto: Andrés Loor

Existe la falsa idea de que el productor se encarga de levantar la plata, elegir locaciones y conseguir cosas. ¿La voz del productor es también una voz creativa y estética?

Sí, también, ¡totalmente! Nunca me ha interesado hacer solo producción ejecutiva, por ejemplo. Los productores nos implicamos, estamos ahí y nuestra mirada cuenta. Hablando concretamente de Siguiente Round, eso de “todos hacemos todo” siempre fue pensado así por nosotros. Nos hemos dejado llevar por las necesidades que ha tenido la película. Íbamos a grabar solo hasta los juegos nacionales y la cosa se terminaba ahí, pero luego decidimos que había que seguir porque la historia lo demandaba, y esa decisión no fue mía como productora, o del director o del fotógrafo, fue conjunta. El tema creativo también es conjunto, vemos el material juntos, hemos editado juntos, visionamos las entrevistas juntos. Y eso definitivamente es un trabajo que tiene implicaciones de otro tipo más allá de levantar los fondos, llenar formularios y concursar en festivales.

Desde una perspectiva formal, aquí la cineasta eres tú. ¿Cuál es tu intención dentro del documental? ¿Qué te planteaste?

Creo que el cine documental permite registrar las vidas de las personas de forma distinta a la que te permiten otros formatos, y normalmente en las historias que hablan de deportes y superación se muestra al personaje cuando ya ha atravesado todos los obstáculos y ha ganado todas las medallas. A mí me interesaba contar lo contrario. Estar ahí desde el principio era un valor inmenso que tenía esta historia, porque cualquier cosa podía pasar, y yo quería narrar esto mientras iba sucediendo, no después.

¿Las mujeres no boxean o la perspectiva siempre fue masculina?

Boxean, el que ya no aparezca el foco sobre ellas no fue una decisión narrativa en lo absoluto. Si te fijas, al principio la historia era totalmente coral, incluso nuestros primeros afiches muestran un grupo más grande en el que había mujeres, pero por cuestiones personales ellas dejaron de entrenar y el documental fue tomando un rumbo hacia la relación de Anthony y Pachín con Yecson.

Hay un lugar al que recurren los medios para hablar sobre la película y que tú has mencionado ahora: la superación. ¿Cómo la entiendes?

Me interesa no hablar de la superación de los chicos desde una perspectiva que implique ganar medallas o salir del barrio. Esto va más allá, se trata de niños que viven en medio de situaciones conflictivas y que sigan o no en el boxeo ahora tienen planteamientos vitales distintos. Ellos van por su barrio hablándoles a los más pequeños de la escuela del profe, de lo valioso que es entrenar, y lo hacen porque sienten que es importante; se convierten en pequeños mentores del cambio, asumen una postura de querer ayudar a su barrio. Para mí la superación va por ahí, es una cuestión que trasciende a la escuela de box y que involucra a los chicos en ese sentir comunitario del que hablábamos antes. Sigan o no boxeando, ayudar, apoyar al otro, es de hecho una forma de superarse.

Foto: Andrés Loor

Pensando en el documental como ese género absolutamente orgánico, ¿qué te demanda emocionalmente todo esto?

Siempre ha sido complejo lidiar con las cosas que íbamos descubriendo sobre la vida de los chicos y de Yecson. Muchos de estos niños vienen de entornos violentos y escuchar cómo han sido sus vidas es fuerte, es duro. Porque además te das cuenta de que aunque ahora sus vidas han cambiado, de cierta manera el tejido que los recubre aun es frágil, de que si dejan de entrenarse en cuestión de semanas pueden tener un problema con una pandilla del barrio de al lado e incluso morir.  Salgo de esas reflexiones solo concentrándome en lo necesario que es seguir haciendo bulla sobre Siguiente Round, la gente no tiene idea de cuánto impactan positivamente a los chicos sus comentarios en redes. Aquí el apoyo es fundamental, estamos hablando de que Yecson está solo en una escuela de box con sesenta chicos de entre 12 y 16 años a los que tiene no solo que entrenar, sino cuidar, animar. Proteger.

Ya terminaron de grabar, ¿ahora, qué?

La película sobrepasa la filmación. Tenemos por delante la campaña de crowdfunding                       (https://catapultados.com/proyecto/siguiente-round/) con la que buscamos levantar los fondos que nos faltan, porque el apoyo de la empresa privada ha sido más logístico que monetario y necesitamos 10 000 dólares. Nos queda todavía la distribución en cines, el estreno, los ciclos de cine barrial, los festivales internacionales y el libro de fotografías que definitivamente tiene que editarse. No he pensado aún cómo lo vamos a hacer, pero tiene que salir. Todo esto que falta por suceder servirá para que el proyecto no se invisibilice. Tengo la necesidad de que el albergue con el que sueña el profe se haga realidad, de que alguna autoridad se interese y lo financie. Por mi lado, luego de todo esto lo que quiero es seguir contando historias con Andrés y con Ernesto.

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Andrés, intimidad estética

Siempre estoy pensando en la ciudad y en su ausencia de posibilidades, le digo a Andrés (Guayaquil, 1987) mientras conversamos. Los dos convenimos en que hay algo que se mueve dentro de Guayaquil, aunque lento. Coincidimos también en que se trata de un algo más bien pequeño. “Casi nada de lo que se está haciendo es institucional, sino colectivo. La gente está generando espacios incluso desde sus casas y eso es interesante, pero me preocupa que el espacio público deje de activar la acción, el diálogo y el posterior debate”, me explica.

Foto: Gary Hood

Empezó a fotografiar en el 2012, al poco tiempo entró a trabajar al Comité Permanente de Derechos Humanos y durante los últimos años ha registrado el avance que ha tenido la marcha del Orgullo LGBTI en la ciudad. “Hace unos años era impensable lo que sí ocurrió este, hay registros de 2007, por ejemplo, cuando los municipales salían a repartir palo, donde se observa que solo marchaban activistas con cierto recorrido político y mujeres trans, que son las que históricamente ponen el cuerpo y han recibido la violencia más brutal, pero esta vez había muchísima gente que poco tiene que ver con ese colectivo”, explica. Busca contar, pero sobre todo alcanzar –si el término cabe– el retrato de un instante.

Sin estructura formal como fotógrafo, Andrés ha logrado con sus disparos algunas de las fotos más bellas que se hayan revelado sobre la ciudad. Empezó con una cámara análoga pero en realidad su gestión sobre la imagen data de mucho antes, cuando archivaba por fechas o por cromática las fotos familiares, como un custodio de la memoria. “Me gustaba hartísimo hacerlo. Supongo que por eso me metí a estudiar diseño, pero al final no fue lo mío. Estuve un año y me salí. Hice de todo, desde trabajar en una fábrica de fundas hasta arreglar aires acondicionados, también tenía un grupo de punk, Zabandijas de la 18, pero ahora estoy a full con la fotografía”. No tiene idea de cuánto puede costar una foto suya “…soy pésimo gestionando eso, sé que han pagado hasta trescientos, cuatrocientos dólares, pero yo no puedo ponerles un precio”. Establecemos una comparación entre fotografía y arte contemporáneo. “La fotografía, aunque es una decisión subjetiva congelada en el disparo, tiene un asunto contextual, político, real, que me sigue pareciendo más interesante. Hay un discurso activo dentro y fuera de la foto”.

Las fotos y la película son narraciones simultáneas. Exploraste aspectos distintos que sí se pudieron ver en la Exposición Itinerante de Siguiente Round que presentaste en Guayaquil. ¿Se verán en la película?

Me la pones difícil. Mira, creo que la foto es una captura superíntima, al menos la que yo busco. Puede ser que sí, que en la foto se vean otras cosas por la naturaleza misma de la cámara; yo busco la potencia de lo cotidiano, de lo íntimo, y en ese sentido quizá sí hay otro discurso, aunque igualmente enmarcado en la vida de los chicos.

Foto: Andrés Loor

Algunos medios hablaron de tu muestra, casi obsesivamente, como la cara de la Guayaquil oculta. ¿Oculta o ignorada?

Ignorada, definitivamente. Yo he trabajado con población negra desde 2012 y el resultado histórico de que haya sido el último pueblo liberado en Ecuador lo convierte en un colectivo al que se le arrebataron sus herramientas de lucha y se le imposibilitó el acceso al diálogo a través de la imagen estereotipada y violenta que luego se construyó, ideológicamente, desde los medios, desde las élites. Eso por un lado, por otro, ¿oculta? Ellos no están ocultos, los vemos todos los días, caminan a tu lado en el centro, salen a trabajar, tienen presencia en el espacio urbano, lo que pasa es que existen unas agendas –llámense políticas o mediáticas– que construyen este relato de lo oculto como si se tratase de que ellos han decidido no mostrarse. Lo que pasa de verdad es que no queremos verlos y eso es otra cosa. Y cuando los vemos –y aquí que me perdonen las oenegés– es a través de la mirada del sujeto blanco que le otorga voz. Ese discurso de lo oculto es una construcción absoluta.

Fueron más de 20 000 fotos, ¿cómo hiciste la curaduría de todo eso para la muestra que recorrió Guayaquil?

Yo no podía solo, llamé a Vicho Gaybor y a Santiago Arcos, grandísimos fotógrafos con quienes había trabajado registrando los desalojos en la Mélida Toral. Fue un trabajo inmenso, pero necesario. Ellos por un lado veían cosas que yo entre tanta foto ya no veía, y lo hacían con un conocimiento del barrio y de su gente; todo el tiempo me hacían notar el valor de una imagen. De todo ese proceso seleccionamos unas 300 fotos, de ahí en adelante el criterio fue quedarnos con las imágenes que tuviesen un valor técnico y estético.

Muchas de tus fotos son duras. Susan Sontag decía que puede existir valor estético en, por ejemplo, el retrato del horror…

Existe, entendiendo a la estética como la transmisión de un golpe, como la movilización del pensamiento. En ese sentido, si una foto que te muestra lo indecible te parece bella, quizá es porque ha sido hecha desde un planteamiento mucho más profundo que el simple registro.

Andrés y Ernesto, en una sesión de rodaje en Isla Trinitaria.

Tú retratas en la Isla Trinitaria como si no estuvieras ahí, tu caso me recuerda al del fotógrafo francés Jaques Leonard, quien registró desde lo cotidiano al pueblo gitano de Barcelona en las barracas de Montjuic. Él y tú desde sus miradas blancas, ¿cómo lo lograste?

Ahí pasaron varias cosas. Primero, que cuando empecé a hacer las fotos del documental no era la primera vez que iba a Trinitaria, el tiempo ahí dentro fue lo suficientemente largo como para que empiecen a olvidarse de mi cámara, lo cual es más difícil que con la de video, porque el disparo se siente. Segundo, yo vengo de un barrio medio conflictivo, eso me daba cierta libertad de visión y movimiento. Finalmente pienso que es imprescindible una postura ética, jamás fui a tomar fotos pensando en retratar la pobreza o trabajar como si esto fuese pornomiseria. La pobreza es un factor que está ahí, la violencia es algo que está ahí, pero yo iba a buscar algo más que tiene que ver, como te decía, con la potencia de la vida cotidiana, sin distancias. Creo que la distancia es la raíz de la no identificación del otro, entre negros y mestizos, y ahí está el problema.

Eres algo así como el contrafotógrafo de Guayaquil. ¿Eso que tu narrativa busca preservar tiene que ver más con una postura política o estética?

Política. Yo no olvido la estética, ni el encuadre, pero veo mis fotos y ahí hay un reclamo político, sin duda. Un reclamo necesario, además.

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Ernesto, el hacedor de lo imposible

Ha vuelto, me cuenta que los del Municipio los recibieron tarde y los despacharon rápido pero que al final, los chicos tendrán sus implementos. Hablamos sobre algunas cosas, sobre todo de Guayaquil. “Esta va a ser la película con los créditos más largos –dice–, imagínate, toda la gente que nos ha apoyado con cosas que no son plata, los taxistas que nos fletearon en Carpuela, por ejemplo, y que nos acolitaban a buscar comida a las diez de la noche en un pueblo donde no hay nada”. Todos ellos van a estar en la película, porque, como me diría horas antes, Siguiente Round hace mucho que trascendió la marca de La Gallera para convertirse en algo con vida propia, algo a lo que el IDFA (Ámsterdam) seleccionó entre los mejores cincuenta proyectos documentales del mundo y a lo que el festival internacional de documentales (FIDOCS) de Santiago, Chile, seleccionó para participar en el premio al mejor primer corte.

Ernesto ‘Yitux’ Yturralde. Foto: Andrés Loor

Empecemos. La última vez que nos vimos hablamos sobre cómo habían ideado desde La Gallera una campaña para levantar fondos y generar expectativa. Lo lograron, están en todos lados. ¿Incorporaron algún elemento nuevo en la forma de hacer el marketing en esta segunda etapa de crowdfunding?

Sí. El año pasado la gente de Domo, de Alejandro Varas, nos diseñó una plataforma propia y este año estamos con Catapultados. Ahora lo hemos vuelto algo mucho más vivencial, la gente se acerca a las recompensas con la idea de una experiencia, por ejemplo, tenemos esto del Meet and Greet que no es sino la manera fancy de decir que te vas a ir a comer encocado con los chicos a la isla Trinitaria; eso engancha a la gente, lo cual es supernecesario, porque en Ecuador el efecto del crowdfunding es aletargado, es pura burocracia. La cifra real recaudada puede aparecer en dos o tres días y hacerlo de esta nueva forma nos ayuda a mantener la expectativa. Ahora Yecson te firma las camisetas, va con nosotros a los screenings, a los eventos.

Vas hilando un personaje fuera de la película…

Sí, pero él lo decidió así. Él decidió ser un personaje antes de que salga la película, decidió acompañarnos a los eventos. Va, lo disfruta y funciona. La gente se engancha con su discurso, y por su parte creo que él ya se conoce el guion, ya conoce al público, ya sabe cuándo la gente se ríe o cuándo se conmueve.

Me parece contradictorio, por un lado está lo que busca ser real y por otro el show…

Lo es, es una contradicción porque el Yecson de la tarima no es el Yecson de la película. Hace rato que dentro del rodaje ellos, los chicos y el profe, ya no sienten que estamos ahí. La película buscó, y creo que logró, un retrato genuino de la relación de un exboxeador con sus pupilos. Pero de alguna manera el show, como lo llamas, es necesario para que haya una expectativa, la gente está esperando la película y yo necesito que vayan para poder abofetearlos, porque van a ver algo que no esperan. Esto no es un retrato, ni un biopic. Es una historia de no ficción que abre preguntas pero que no plantea respuestas, ni busca dar explicaciones sobre nada. Ni sobre el barrio ni sobre la violencia.

¿Sin romanticismos sobre la pobreza?

Cero. A veces tengo la sensación de que alguna gente espera el estreno para saber si Pachín la pasaba bien o la pasaba mal. Cómo la va a pasar bien si es pobre, a quién le gusta ser pobre, a quién le gusta vivir en casas de caña, a quién le gusta no tener a veces qué desayunar. Los chicos no quieren ser pobres, Yecson no quiere ser pobre, ellos quieren irse a competir a Los Ángeles, quieren comprarse las cosas que necesitan para entrenar y eso es lo que voy a mostrar. Hay miles de películas sobre negros boxeadores, de ficción y de no ficción. Lo que yo busco crear es un retrato, que a estas alturas ya ni siquiera es cronológico.

Foto: Andrés Loor

Nuevamente, ¿lograrás los 10 000 que necesitas para la postproducción?

Creo que sí. La campaña pasada se nos vino encima el terremoto y eso significó un parón en las recaudaciones porque evidentemente había cosas más urgentes, pero con los 4 500 logramos cubrir la necesidad de irnos a cubrir los juegos nacionales. Valeria levantó auspicios también y con eso nos fuimos. Ahora llevamos como 700 y aún nos faltan dos meses, yo creo que de ley lo logramos.

Un documental sin voz en off…

¿Cuántos documentales has visto sin narrador? Porque me doy cuenta que esto genera mucha extrañeza cuando lo cuento y en realidad no lo es tanto, los documentales…

Sí, pero pensaba, por ejemplo, en algunos de los últimos documentales de manufactura ecuatoriana que han encontrado en la voz un recurso que da tono a la historia.

Como te decía antes, yo no voy a explicarle cosas a la gente. Voy a mostrar, no a contar, a unos personajes que tienen su propio peso y a partir de ahí lo que busco es abrir la reflexión con un cuento de no ficción. Entenderlos a ellos a partir de ellos mismos es un proceso mucho más poderoso que contarlos a través de lo que yo o alguien más hubiese podido narrar. Esto nunca se trató de mí. De todos modos, sí es arriesgado, pero era la forma en la que siento que tenía que contarse. El otro día Billy Navarrete, que es un referente en el tema de los Derechos Humanos en Guayaquil, decía que nuestro trabajo tenía libertad creativa y rigor intelectual, y siento que eso se debe en parte a que la película carece de narrador y son ellos siempre quienes dialogan.

Guayaquil ha anulado históricamente a su periferia. ¿Elevas a la Trinitaria a la categoría de personaje dentro del documental, o se mantiene como el espacio donde suceden las acciones?

No. Quizá en redes sí lo es y en el marketing alrededor de la película también lo sea, pero no. Es un elemento que está ahí, un grandísimo elemento, pero esta no es una película sobre el barrio, es una película sobre la relación entre un hombre como Yecson, que tiene demonios que son la mamá de los demonios, y unos niños que quieren entrenar y salir adelante. Las relaciones son un elemento universal, esto pudo ser en la China o en el pantano; ni siquiera es una película sobre boxeo. Con la gente con la que hemos trabajado en el montaje siempre decimos que no estamos editando el Karate Kid de los negros.

En una entrevista con Lucho Monteros, él habló de las emociones que te generaba todo esto. Dijiste que has llegado a sentir mucha ternura por la figura que supone Yecson para los chicos del semillero. ¿Has sentido rabia o frustración?

Todo eso. Y miedo

¿Por qué?

Mira, a veces he pensado en si tengo que apagar la cámara. He escuchado cosas que me han causado temor, he visto cómo un chico que estaba un fin de semana al siguiente ya no está porque lo mató una pandilla, he escuchado cosas que son difíciles de procesar. Claro que he sentido miedo, y vergüenza y miles de otras cosas. Piensa que Yecson y yo somos amigos, somos familia, pero es una relación que se gestó y creció en estas circunstancias y probablemente si yo no hubiese hecho una película sobre él no seríamos amigos. Manejamos códigos distintos. Yo no hago una película sobre Yecson porque él sea como alguno de los de Fighting for Peace, gente correcta y superbuena que busca salvar al mundo desde las oenegés. Yo hago una película sobre él porque es alguien con un pasado denso, con una historia vital impresionante, porque es incorrecto. La bondad es una cosa que está muy bien pero que, creo, no da buenos personajes.

En la narración nacional existe el negro como categoría social, estereotipado, que contribuye con la construcción del otro –blancomestizo- y lo legitima como sujeto de poder. ¿Rompes con eso?

Y con algunas otras categorías incluso éticas. Por ejemplo, cuando te hablaba de que el público va a ser abofeteado, me refería también a la gente de Trinitaria; yo no pienso en mi público solo como personas de clase media o media alta. Pienso, sobre todo, en Trinitaria. Y te lo digo porque he visto cómo en la clausura de la muestra de Andrés, en el Museo Nahim Isaías, donde entraron cuatrocientas personas, personas de ciertas élites admiraban la marimba de los afro, y los escuchaban cantar trap, nadie estaba pensando en si le iban a robar. También veía a las familias de Trinitaria pensando que no todo es rechazo, tomándose fotos con la gente, conversando un rato. Estamos ficcionados todos, desde varios frentes y creo que definitivamente Siguiente Round ha cambiado de alguna forma todo eso. Fíjate qué pasa cuando googleas Isla Trinitaria: ya no es todo muerte y violencia.

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Son las tres de la tarde. Valeria se ha ido. La conversación con Ernesto y Andrés termina como empezó: desde la reflexión sobre Guayaquil, sobre el otro, sobre el privilegio. Sin la rigidez de las verdades absolutas. Prendo el aire al máximo, arranco y dejo detrás al parque Madrigal. Bunbury canta: “Si quieres cometer un par de errores malos, pregúntale a la banda local, una ida mortal, por cada momento de gloria, del que podamos disfrutar… Bienvenido al club de los imposibles, de balas perdidas con siete vidas, tenemos prisa por llegar …”.