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Umbral: canciones para la poesía

Umbral presentó su último trabajo discográfico llamado El último balcón de Guápulo, y estuvo en la sala de La Casa Nosstra, en Epicentro, arte en vivo. Nelson García y Pancho Prado reunieron a varios músicos para montar un recital familiar. Pero este no es, precisamente, su regreso a los escenarios. Esto fue lo que nos contaron.

Foto: César Acuña Luzuriaga.

Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar 

El pasado 28 de septiembre, uno de los grupos fundamentales de la música popular hecha en Ecuador volvió a escena luego de más de 30 años. Con aires melancólicos y a la vez con un brío afín a la experiencia que deja el tiempo, Nelson García y Pancho Prado subieron a las tablas del Teatro Nacional Sucre, en Quito, para entregar a su público su más reciente disco, El último balcón de Guápulo.

Y fue en La Casa Nosstra donde Umbral cerró el 2016 con el rodaje de un recital como parte del proyecto que Epicentro, arte en vivo emprendió desde inicios del año pasado. A centímetros de distancia de los instrumentos, con la filigrana del artesano y con la naturalidad que tiene un ensayo, treintañeros, cuarentones y encaramados en el medio siglo, vivimos un convite que deja levitar una parte de su aroma y de sus sabores en este videoclip:

Tres décadas después, luego de que Nelson se marchara a Boston para estudiar y Pancho se quedara en Quito, estudiando Sicología, Umbral solo se reconoce en un acto más cercano a un ritual místico que a la grabación de un disco. Pero todo les sale tan natural.

Junto a músicos como Pablo Vicencio (percusión), Ryan Hagler (bajo), Jorge L. Mora (guitarra), Raúl Molina (batería), Horacio Valdiviezo (guitarra), y con Nacho Freire y Alex Alvear como invitados especiales, Umbral está ya en Epicentro. Este es su mandato esencial.

Foto: César Acuña Luzuriaga.

Nelson, ¿qué se siente volver a la escena luego de todos estos años, cuando ya canciones que sonaron en los ochenta, como A dónde vas o Idilio, son himnos del repertorio local?

O sea, yo no sé si estamos otra vez en la escena, para nosotros esto es un mundo totalmente diferente al que dejamos en los ochenta, todo ha cambiado mucho. Yo tengo hoy contacto con la escena porque muchos de los chicos son mis alumnos. A muchos de los miles de excelentes proyectos que hay yo los conozco. Pero es un mundo totalmente diferente al que habitábamos nosotros. En realidad, lo que yo siento es que estamos haciendo lo mismo que hacíamos, con la misma ilusión, con la misma ignorancia y con la misma fantasía que hace 30 años. Es para nosotros lo mismo, solo que ahora es un poco más nuevo. Pero… no me siento muy parte de la escena. Todavía…

Pancho, ¿cómo sientes hoy a las canciones de hace 30 años, esas canciones que son –al final de cuentas– como hijos, y las que ahora la gente corea con ustedes, en conexión? 

Estoy de acuerdo con Nelson en que esto es lo mismo. Para nosotros Umbral siempre fue un plus, un regalo, un bonus de la vida. Obviamente, uno se apasiona por la música, por la poesía, y de pronto van surgiendo las cosas naturalmente. Esta vez también surgió así. Nosotros habíamos dicho: ‘ya se acabó Umbral’, en los noventa y de pronto brotaron cositas… ¡Uno no controla nada! El Universo confabula y comienzan a surgir cosas, y El último balcón de Guápulo surgió así, como una no intención, una no voluntad, y los primeros dos sorprendidos somos nosotros. Siempre fue así.

¿Eso quiere decir que todo responde a un mandato de la música y que ustedes no mandan en esto?

P.: Manda Dios. Manda el Universo. O sea, la música es un regalo que la vida te da, el poder tocar o cantar. Pero somos canales. Es un misterio todo esto.

N.: Lo que estamos haciendo es lo más lejano posible a un proyecto de carrera, de éxito, de vender discos… Somos muy malos para esas cosas. Pero somos canales de alguna cosa, nos sale y estamos felices, pero no creo que vayamos a ganarnos el Grammy este año…

P.: ¡Nunca!

Y no es ese el objetivo, ¿no es cierto? Pero, bueno, esa es la postura de Pancho y de Nelson. Ahora, lo quieran ustedes o no, así como no pueden dominar el mandato de la música o el de las canciones, tampoco pueden dominar la respuesta de un público y su cariño. Durante el rodaje de este recital en Epicentro, ustedes se encontraron en absoluta horizontalidad con ese público. ¿Cómo te sentiste en este reencuentro, Nelson?

O sea, nosotros hacemos esta cosa, y después, que haya encima público que aprecie y que nos dé vida, es alucinante. Una de las razones por las que hicimos este nuevo disco es porque de alguna manera fuimos empujados a eso por mucha gente. Nos dimos cuenta de que había sitios web de nosotros, historias de páginas enteras de nuestra carrera, de nuestra vida, fotos, Wikipedia, entonces, de alguna manera, estamos respondiendo a este cariño, a este amor, pero sí, somos los primeros sorprendidos.

Foto: César Acuña Luzuriaga.

Pancho, lo que hace Epicentro Arte en vivo no tiene precedentes en el medio local. La propuesta está rompiendo con la lógica de cómo difundir música. Hablamos de redes sociales, de internet, en general, que son nuevos campos de acción para la difusión de la música y que no son los mismos espacios en los que se difundía la música cuando ustedes dejaron la banda, en los noventas…

También es un ritmo natural de la vida. Todo son ciclos, ondas, olas. Para nosotros es importante ese ritmo natural en el que uno no controla mucho. Es seguir esa ola. Es una voluntad superior que está guiando todo esto. ¡Y no soy de ninguna secta, religión ni nada de eso!

Nelson, como maestro y guía de muchos músicos jóvenes, de estas nuevas generaciones que están irrumpiendo con sus propuestas, y dado que todo maestro principalmente aprende, ¿qué estás aprendiendo ahora? 

Bueno, lo que pasa es que los jóvenes ahora son una cosa increíble. Yo me alucino todos los días. Ahora en el mundo ya no se escucha la música. La música ya no es un artefacto para ser escuchado sino que es algo visual. Cualquier cosa que se oye se ve y cada vez es más importante lo visual. En nuestra época poníamos un vinilo, cerrábamos los ojos y eso era el delirio, la maravilla. Ahora el mundo es otro. Yo creo que las cosas están cambiando y es muy lindo poder participar todavía de eso.

Pancho, ¿cuál es para ti el espíritu de El último balcón de Guápulo?

El alma. El artista verdadero. La Poesía, que es la madre de todo arte. Es como un culto a esa madre Poesía que nos parió a todos, y Guápulo es como el símbolo de ese momento ecuatoriano en donde fuimos paridos por esa madre grande. Y, bueno, es una nostalgia también de los ochentas, cuando nosotros tuvimos nuestro grupo y hubo Promesas Temporales, Canela, Contravía. Así que es también un homenaje, un culto a esa música verdadera, en contraste con lo que se está dando ahora, cuando todo parece un ‘repaquetado’. Para mí es el apocalipsis del arte.

Foto: César Acuña Luzuriaga.