Inicio Tinta Negra El Yasuní no es de todos

El Yasuní no es de todos

El país entero habla del Yasuní, el parque nacional está de moda y parecería que todos queremos una parte. El Gobierno con las de ganar lo administra, no por delegación sino por obligación y los pobladores, por historia y cultura lo custodian y le dan la magia que lo hace único.

Ahora que todos nos disputamos nuestra parte nos encontramos ante la paradoja de que estamos en un tira y afloja sobre el derecho a decidir qué haremos una vez que ganemos esta pugna. Victorioso, el ganador, irá al territorio a tomar posesión definitiva como el conquistador que con el gesto de clavar su espada hará que le rindan pleitesía todos, por igual acólitos y sometidos.

Pero esta vez resulta que nos estamos disputando una propiedad ajena, que por siglos ha tenido dueños. ¿Alguien les ha preguntado qué es lo que piensan sobre esta disputa? Qué dicen los waorani al respecto de la explotación en el Yasuní? ¿Alguien ha ido y les ha consultado en su territorio si conocen a sus primos tagaeri y taromenane y si se encuentran caminando aún por su selva?

El Gobierno seguramente podrá responder que sí, que lo hizo en el 2011, en un proceso de consulta previa sobre la explotación de los bloques 31 e ITT, tal como lo denunció el legislador Cléver Jiménez, entregando los documentos ante la Asamblea.  Por supuesto, el informe sobre la consulta determina que las comunidades no están opuestas a la explotación en su territorio. Solo es necesario conocer el contenido del reglamento para la realización de la consulta,  que emitió el presidente Correa mediante decreto 1247, para saber que sea cual sea el proceso, la conclusión de cualquier consulta será siempre la misma.

Por eso ahora el lado opuesto propone la consulta, pero la popular, esa en la que todos opinamos, aunque ese pequeño grupo de fantasmas de la selva no pueda hacerlo. Esa consulta en la que se decida, ahí sí por mayoría, qué mismo haremos con esa propiedad.  Y sea cual sea el resultado, todos nos sentiremos ganadores del juego de la democracia, decidiendo si desconocemos o no a los verdaderos dueños de casa.