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Burbuja (2): Navidad de cristal

Imagen tomada de globedia.com
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La Barra Espaciadora / @EspaciadoraBar

No tengo plata. Lo siento, no tengo plata. Bueno, tengo algo: el décimo. O no tengo décimo, tengo un ahorro, tengo lo que me da el bolsillo. La batalla entre el tener y no tener se da en medio del pasillo del supermercado o ante la vitrina que invita con sus letreros de ofertas y su maravillosa novedad.

Es Navidad y hay que comprar los regalos. Tengo, no tengo, tengo, no tengo…, ¡lo compro! Omitir el riesgo vale la pena cuando hay la posibilidad de patearlo hasta el próximo año a cómodas cuotas, o de reemplazar el sartén eléctrico por la bicicleta.Una vez que la posibilidad se hace realidad, ¡lo compro! Y la carrera por llenar el coche comienza: dulces, comida para la cena, regalos y más regalos y más regalos. Hacemos una fila interminable en la caja y luego otra igual de infinita para que los sobreexplotados empleados envuelvan nuestros obsequios en papeles de colores. Perfumes, caramelos, planchas, aretes, celulares, bicicletas, elefantes, llantas, tractores, dinosaurios…

La Navidad, como toda fecha que sobresale en el calendario, tiene sus protagonistas. No se trata del alcance religioso de estos días ni de quiénes son los más pobres y quiénes los más ricos. Se trata del ciudadano común que sirve de pretexto para darle rentabilidad a conmemoraciones de todo tipo. Ese ciudadano que al cerrar el año –salvo suertudos o privilegiados– tiene un pie en el desempleo o en la subocupación.

Un gobierno generoso (con plata que no era suya) y un empresariado que llenó sus cuentas bancarias (con contratos de un gobierno generoso que pagaba con plata que no era suya) provocaron la ilusión de ser los protagonistas de una burbuja de ensueño. Por supuesto, sin saber que se trataba de una burbuja que, como todo lo que sube, tiene que bajar, empezó a mostrar síntomas de explosión en el 2015.

El Estado, grande y frágil

Del lado del Estado: miles de servidores públicos fueron despedidos durante este año. Sin embargo, las cifras oficiales se muestran “contundentes” e “irrefutables”: cerca de 600 mil burócratas llenan las tablas de Excel de los ministerios de Finanzas y de Relaciones Laborales y las variaciones no evidencian despidos. Es que el Gobierno –ni que fueran brutos- no ha hecho público el número de contratos laborales que ha dado por terminados.

Al presentar el presupuesto del próximo año en la Asamblea Nacional, el ministro de Finanzas, Fausto Herrera, intentó ser eficaz: “Señores, no habrá despidos, en eso quiero ser muy claro”, dijo. Un asambleísta le preguntó: ¿Y van a contratar más gente? El señor ministro se dio tres mil vueltas y sin pronunciarlo sentenció que no se llenarán las vacantes, aún cuando en las planificaciones institucionales hayan sido requeridas. El resultado: 600 mil burócratas agarrados a sus sillas, dispuestos a morder a cualquiera que amenace con quitarle el puesto.

En la calle, tan ninguneada y tan sintomática, miles de servidores públicos despedidos en este año se encuentran en los cafés de la avenida Amazonas, pasean en el centro comercial El Recreo o juegan vóley en La Carolina. La burbuja aún los cobija, la ilusión al menos está latente. Es diciembre. Es Navidad.

Sin embargo, la realidad es cruda. En octubre, el Municipio de Quito abrió un concurso para contratar 150 policías metropolitanos. Pues nada: se inscribieron nada más y nada menos que 15.000 interesados. ¡Y eso que era octubre!

Los que quedan encerrados en las instituciones públicas viven su propio drama. Por ejemplo, se acabaron los viajes largos –es decir, los ansiados viáticos– de cuando salían de “avanzada” durante una semana para nomás de poner un ramo de flores a la mesa del ministro respectivo o programar la canción Patria al inicio de los eventos. Ahora, si son de tropa, hasta tienen que viajar en bus a Guayaquil o a Cuenca, algo impensable a inicios de la revolución.

Cobrar el decimotercer sueldo provocó la misma emoción que meter el gol del triunfo en el último minuto. Está claro que no es muy lógica esta comparación, pero seguramente la emoción es la misma. La anécdota la puso el sábado el vicepresidente Jorge Glas, cuando dio la noticia de que el décimo ha sido depositado. En el boletín de la Presidencia no se registra su tono: el del mesías que llega a informar que la dádiva ha sido transferida, en lugar de, al menos, ofrecer sus disculpas por poner en duda su obligación como empleador (el Estado) y por mantener en ascuas a miles de burócratas que han tenido, incluso, que salir a marchar por una causa que no comparten.

El sector privado, el gran desempleador   

Si el Estado –ya sin la fortuna de los altos precios del petróleo– se contrae y deja de gastar como lo hizo durante los últimos nueve años, el sector privado se acurruca. ¿Suena triste, verdad?, ¿fin de la burbuja de miel?, ¿tanto esfuerzo de los acaudalados señores del capital por generar nuevas plazas se va por el caño frente al chuchaqui del Gobierno?

El correlato de la inversión pública –miles y miles y miles de millones de dólares por año– se encuentra en la transferencia de recursos al sector privado. ¿Adónde creen que fueron a parar los dólares de la cuenta “gastos de capital”? Pues, entre otros, a las empresas que fueron contratadas para hacer carreteras, puentes, escuelas y demás.

Con entretenidas peleas televisadas, mientras se acariciaban las piernas por encima de la rodilla y por debajo de la moral con la que juzgan a los demás, el romance que vivieron ciertos empresarios con el Gobierno se encuentra, digamos, en stand-by. Son esos amigos con derecho que han decidido ajustarse cuentas.

Durante todo el año, los pagos a los contratistas del Estado han sido irregulares. A ese atraso le llaman “la bola”. En el Ministerio de Finanzas saben que “la bola” supera, fácilmente,  los 2 mil millones de dólares. Por supuesto, ese dato no es público (otra vez: ni que fueran brutos).

A inicios de este mes, en una sabatina, el presidente Correa se enojó porque los proveedores y contratistas estaban exigiendo que se les pague. Primero, les pidió que comprendan el duro año que ha pasado, con precios del crudo por los subsuelos, y les conminó a que “tengan paciencia”, que en enero les pagarían sus acreencias, incluso los invitó a conversar. Acto seguido, el guion de siempre: solo podemos hablar con aquellos que vengan de buena fe, el resto ¡que no jo! Acto final, Correa les dice que ya han hecho mucha plata, que tienen la culpa por no ahorrar cuando el Estado les otorgaba jugosos contratos.

Los mismos que sacaron su tajada del gobierno ahora tienen que estar rogando para que les pague el Estado. Pero, ¿en qué afecta al ciudadano de a pie tanta lata? Veamos:

Si creemos en la estadística del INEC, nueve de cada diez empleos están en el sector privado. Pero la ola de despidos en las empresas –que ya no venden ni pueden cobrar como antes– parece no llegar a oídos de las cuentas oficiales y menos a sus despachos.

El Índice de Confianza Empresarial y el de Confianza del Consumidor, ambos medidos por el Banco Central, van de bajada. La percepción negativa de la actividad económica se agrava y es peor en segmentos como el comercio, la industria, los servicios y la construcción.

A ello se suma un estudio de la consultora Deloitte que revela los graves porcentajes de desvinculación en varios sectores: el de la construcción (con el 27,6% de despidos), el petrolero (26,9%), el automotor (21,2%) y el de seguros (13,8%).

Mientras tanto, en la fila del supermercado, decenas de anónimos hacen cuentas antes de llegar a la caja. Muchos trabajan o dependen de esos sectores. Pero es Navidad y hay plata, no mucho, pero aún hay plata en el bolsillo.

El ajuste de las empresas va a la par con el ajuste del dinero con que se cuenta. Y, ante ese panorama, en este año la gente empezó a retirar su dinero de sus cuentas. Según el Banco Central, los depósitos de las empresas y de los hogares en el sistema financiero cayeron 2.358,1 millones de dólares. El saldo pasó de 30,304.2 millones al 31 de diciembre del 2014 a 27,946.1 millones en septiembre de este año. Hoy, esa caída ya supera los 3.000 millones; es decir, son 3.000 millones que se sacaron de las cuentas. Y de paso, allí se explica por qué no hay crédito suficiente.

El flamante director ejecutivo de la Asociación de Bancos Privados, Julio José Prado, lo dice claramente: “Todos los sectores han tenido que ajustarse a un menor dinamismo de la economía este año. Eso se tradujo en una caída de depósitos porque la gente y las empresas han sacado parte de sus ahorros para financiar las caídas de ventas o los gastos que no han podido cubrir. Para compensar la caída de depósitos los bancos tuvieron que frenar el crédito para privilegiar la liquidez y poder mantener niveles de solvencia adecuada”.

Las oficinas de crédito se reactivaron, no para dar más plata, sino para restringirla y reprogramar las deudas, tanto en las instituciones financieras como en las emisoras de tarjetas de crédito. La sombra de una creciente tasa de morosidad, la que mide cuántos préstamos no han podido ser pagados, se hace cada vez más oscura.

Pero el coche del supermercado está lleno y, después de hacer una larga fila y luchar con un sinfín de pensamientos encontrados, llegó el momento de pagar. Tengo, no tengo, tengo, no tengo. ¡Lo compro! Una tarjeta que va con el papel regalo dice Feliz Navidad, y más abajo, Próspero año nuevo.