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Kevin Johansen y la celebración de las diferencias

La tercera vez que Kevin Johansen llegó a Ecuador para hacer canciones marcó la fecha de una consagración con el público local. Desde 2009, cuando llegó por primera vez, sus temas se habían tomado las playlists de al menos dos generaciones. La cumbiera intelectual, Sur o no sur, Guacamole o Desde que te perdí se habían forjado el lugar de los himnos populares. Él, en cambio, seguía viviendo como el ser humano que es, haciéndole fieros a los idilios de grandeza y cantando como los grandes, tal como lo hace hasta ahora.

Foto: Omar Arregui Gallegos

Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar

Para quien a estas alturas no sabe quién es Kevin Johansen resultaría inverosímil creer que podría sostener con él una exquisita charla, hacerse fotos, brindar una cerveza, reír y reír como si estuviera con un amigo de toda la vida. De igual a igual. Es que ese vicio de divo que domina a buena parte de la fauna artística no ha podido con este argentino-estadounidense nacido en Alaska que hace canciones. Así, simple y por eso tan auténtico. Kevin Johansen es un tipo que hace canciones.

Pero este cancionista es el mismo que con su banda de adolescente –Instrucción Cívica– ganó un disco de oro en Perú y el mismo que años después tuvo la suerte de tocar en el CBGB como parte de la banda de la casa. Es el mismo que recibió el premio Konex, en su Buenos Aires de sangre en 2005 y en 2015, y también es el Kevin que fue nominado a tres premios Grammy Latinos con su álbum Sur o no sur y que con su último trabajo, Mis Américas Vol. ½ recibió otras tres nominaciones.

La primera vez que Kevin Johansen pisó un escenario en Ecuador fue en el 2009, cuando llegó como invitado para ser jurado del festival de cine Cero Latitud. Esta charla es una suerte de continuación de otra que comenzó en el balcón de un hotel quiteño, hace siete años. Desde entonces, mucho ha ocurrido, tanto en la carrera de Kevin como en el mundo. El timing es implacable. Un disco en vivo, una gira en compañía de su entrañable Liniers (2009-2010), el álbum Bi (2012), Mis Américas y su cuarto hijo son algunas de las novedades.

Por eso, con cuatro hijos encima, este músico continental ya no viaja como antes. Prefiere ausentarse por períodos de entre cinco y seis días para aprovechar más tiempo junto a su familia. ¡Ese tiempo tan determinante! Así y todo, los hijos viajan con Kevin. Ahora más que nunca, pues tres de ellos son invitados especiales en su último álbum. ¿Cómo ocurrió? ¿Hubo algo de persuasión para que los chicos entraran a grabar? No. “Fue algo orgánico tener a los hijos en el living de casa tocando la guitarra, alguna melodía, tarareando algo, alguna frase, y un día te dicen: ¡Qué bueno eso! O cantan, directamente, sin decirte nada. Van cantando una canción que les gusta… surgió así. Y luego, ¿Vamos al estudio? ¡Sí, vamos! Natural”.

Kevin goza del don de ver a la música como ese mecanismo universal para juntarnos sin que importen las banderas, los idiomas, las fronteras, los rasgos físicos o los premios. Habla del tiempo en su máxima expresión. De ese mismo tiempo que durante los últimos siete años se llevó a Daniel Rabinovich, de Les Luthiers; a David Bowie, al Flaco Spinetta o a Leonard Cohen.

Grandes influencias de tu vida y de tu música, Kevin…

Sí, son influencias ineludibles. Se convierten en estandartes de lo que uno hace, en parte del tronco de las influencias. En el caso de Daniel Rabinovich, siempre digo que escuché Les Luthiers con 12 años, cuando llegué a la Argentina, y escuché al Flaco Spinetta y el rock argentino. Entonces creo que la influencia de ellos es ineludible y de diferentes ramales. De Les Luthiers siempre rescaté la visión de apertura respecto de los géneros, el encontrar nexos entre los diferentes géneros. Lo compatible entre lo aparentemente incompatible; un fox trot y una cumbia, algo blusero y algo de música clásica. Entonces, decir que yo soy un ‘’desgenerado’ seguramente nace de Les Luthiers, Charly o el Flaco, que también fusionaban, sin querer queriendo, el tango con el rock o con el jazz, y encontraron algo único también. Y a nivel más global, creo que figuras como Bowie o Leonard Cohen también, es la idealización del género canción en el sentido de enaltecer o levantar la vara con respecto a la lírica, a la letra. Yo digo que la canción es en sí mismo un género literario –bueno, Bob ganó ahora el Nobel como para reafirmarlo–, también hay poesía en la música y música en la poesía y ellos enaltecieron el género.

Foto: Omar Arregui Gallegos

Pero hay veces en que se vacía a la música de poesía y a la poesía de música, y eso también puede ser el dilema por el que un músico como tú debe transitar.

Sí, por supuesto, y a veces hace falta romper para crear otra cosa.

Tú has valorado mucho la cumbia como un ritmo ancestral, afro…

Sí, y precolombino, te diría. Más indígena de raíz precolombina. Primero autóctono, de nuestros aborígenes que después fueron llamados indios. Creo que nace de ahí y después se mezcla con lo europeo y con la cultura afro. Por supuesto, se enriquece en estas tierras.

Kevin es uno de los pocos referentes de la globalidad, de la universalidad o de la integración. Porque has tenido la posibilidad de ver desde arriba las dinámicas de los pueblos. En el 2009 –cuando tocaste en Quito pro primera vez– se vivían épocas florecientes de procesos políticos en América Latina, y ahora Argentina está en manos de un gobierno radicalmente opuesto al anterior, o miremos lo que está pasando ahora mismo en Venezuela. ¿Cómo ves tú estas Américas desde ese ser global que eres?

Sí, quizás he visto más desde esa persona que tiene dos culturas. Veo una cosa macro –en un sentido casi ameboide–, y es que los ciclos van haciendo algo circular y de pronto llega un conservadurismo, una cosa más ideológicamente de derecha. Sí, lo veo como ciclos. Creo que son lógicos. A veces son nefastos, muy negativos, como aquello en lo que ahora entramos, que va más allá de la ideología. Se ha instalado la corrupción, la corrupción humana. Porque ya no tiene ideología la corrupción. Vemos las mafias entre Rusia y EEUU y yo, desde mi parte gringa, veo a los EEUU como un país enfermo de ego, por eso ganó un ególatra. Un gran ego ganó. En EEUU tienen un problema no resuelto con el ego que es sentirse el ombligo del mundo.

¿Y no pasa hoy lo mismo con Venezuela?

Claro, también. Hay una locura diferente, quizás, en Venezuela. Los populismos cuando quedan sin cabeza entran en una ‘vórterix’ de locura social, nociva para los pueblos. Creo que también hay un aspecto de pequeñez humana. En mi canción Nunca digas siempre dije: “La pequeñez humana no para de crecer”. Y lamentablemente vemos hoy eso. Parece como si el mundo fuera una cosa de Marvel: los buenos contra los malos, la mafia. Estamos yendo para atrás. La política empezó a tener un cariz medio prehistórico de golpearle la cabeza al otro, y en vez de avanzar estamos retrocediendo.

Pero tú, usando el humor y la ironía, te ríes de eso. ¿Por qué es necesario reírnos de la realidad?

Creo que la risa es un poquito una protesta, es también como una última pataleta. Como decir: ‘bueno, despertémonos un poquito porque esto no da para más’. Pero el riesgo siempre es el entretenimiento. EEUU es la cultura del entretenimiento, por eso hasta los que estaban en contra de Trump se burlaban, lo imitaban y así realzaban su figura, porque él entretenía, y eso es muy nocivo también. Entonces hay que tener cuidado con el humor: que no entretenga solamente sino que diga algo más profundo. Ese es el desafío. La ironía de reír por no llorar es casi abdicar, alzar los brazos como dándose por vencido.

Foto: Omar Arregui Gallegos

Y entonces hay que darle un sentido a la vida de uno…

Y, sí, de algún modo tiene que ver con tratar de celebrar las diferencias –lo que este disco hace–, todo lo contrario de levantar muros. Hay que tratar de conectar. Uno hace esto para conectar, se trata de trabajar con gente que quienes te escuchan no esperarían que trabajes, para sorprender. Por eso, el celebrar las diferencias es también encontrar ritmos que la gente no espera que hagas y romper con los prejuicios propios.

La ironía trasciende toda tu obra. Hablo de esas sátiras sutiles, que pueden ser también herencia de Les Luthiers, y recuerdo tu álbum Logo, y tu crítica mordaz pero muy divertida a la necesidad que tenemos todos de construir y ser una marca. Yo llevo una camiseta con el logo de Jack Daniel’s y tú llevas una con un dibujo que también podría haberse convertido en un logo, ¿no? Es la imagen de la boa que se ha tragado a un elefante. ¿Quieres comunicar algo con esa imagen de El Principito?

 No. Creo que es una remera que me queda bien. (risas). Y me gusta también una cierta inocencia, no ser necesariamente una persona que esté más allá de todo y a quien no le sorprende ya nada…

No ser un ‘cansautor’…

¡Sí! ¡Que no sea un ‘cansautor’! Tampoco estar sobre un pedestal, no caer en una intelectualidad innecesaria. Yo soy hijo de una intelectual pero, más allá de que es importante tener una cultura fuerte y una data, no creo que sea condición sine qua non para un buen cantautor o un buen compositor ser un intelectual. Creo más bien en la conexión, en estar con las antenas atentas a lo que sucede, sensible y atento a los propios prejuicios, tratar de combatirlos para poder combatir a los demás.

Una de las cosas fundamentales de la música es el tiempo. La música trabaja sobre el tiempo y también acerca del tiempo. Y el autor, a su vez, pasa su tiempo de vida. Hoy ya no eres el mismo de hace ocho años o de cuando empezaste con tu primera banda de adolescencia. ¿Qué sientes tú que te está pasando frente a las nuevas generaciones?

Siempre me parece interesante, porque me gustan los cambios. Yo abrazo los cambios. Me parece que son etapas que desafían al creativo. Para el tipo que se cree creativo o la mujer creativa es un desafío: si eres creativo, desafía tu creatividad. Nos pasa con colegas de nuestra edad o amigos muy roqueros que se quejan del reguetón así como se quejaban de Arjona, y yo les digo que a mí ya me empezó a caer bien Arjona porque todos lo criticaban y ahora me gusta el reguetón porque todos critican al reguetón. Es como un haiku japonés: en el reguetón hay una síntesis de tres frases que ya dicen toda la canción, entonces es un desafío para un compositor que gusta de sintetizar los títulos. Bueno, ¿por qué no componer un reguetón para saber cómo se hace, descubrir ese mundo o enriquecerlo, de algún modo? Todo me parece que es un desafío para la creatividad. Andy Warhol decía: “I think everybody should like everybody”. Yo creo que todos deberían gustar de todos. Algo de eso tiene también esta remera.

Tú eres un observador permanente, escuchas todo tipo de música y por eso logras plasmar diversidad en tus canciones. Tus obras son muy ecléticas y sin banderas. ¿Con qué te dejas sorprender hoy de lo nuevo que se está haciendo en América Latina?

 De todo. La verdad es que compartir con colegas aquí, ir a cantar en Bogotá, con la costarricense Debi Nova, compartir con Cata García, de Monsieur Periné o con Andrea Echeverri, de Aterciopelados. Hay conexiones con varias generaciones y eso a mí me encanta. El mejor crítico de música que conozco –para volver a lo que decías– se llama Tiempo. Siempre parafraseo ese eslogan que decía: Pinta tu aldea y serás universal, yo lo hago con el tiempo: Pinta tu tiempo y serás atemporal, porque ves que el sueño de algunos cancionistas es que sus canciones sean atemporales, que desafíen el tiempo en el que fueron escritas y trasciendan 20, 30 o 50 años, eso es hermoso…

¿Crees que alguna de tus canciones tenga ya esa madera para trascender?

Hay un manojo que tiene chances.

¿Cuáles?

Por ahí, Desde que te perdí, pues habla del tema de la pérdida, que es algo universal y atemporal; creo que La cumbiera intelectual ha demostrado perdurar en el tiempo por esa fusión de una intelectualidad en la cumbia que en Buenos Aires no se pensaba que podía suceder. Y fue abrazada la cumbia que había sido tan denostada por las clases medias culturales. Ahora ya hay reguetoneras intelectuales, seguramente. Pero tenía que ver con esa combinación del baile y de lo supuestamente hedonista con una persona ‘pensante’. Y, ¿por qué no puede fusionarse una persona ‘pensante’ con alguien que disfruta de moverse? Como decía Galeano, yo no quiero que me digan intelectual, suena como una cabeza sin cuerpo.

Tú le cantas al amor y al desamor como si cantaras a una misma persona. ¿Cómo entiendes al amor en estos tiempos?

Creo que hay que lograr esa empatía. Y el combo es imposible. Se dice que hay que encontrar una persona que prepare una buena comida y también una persona a quien le guste hacerte el amor improvisadamente, y una que tenga humor y que te sorprenda con algo intelectualmente entretenido, y decían que es importante que esas personas no se conozcan entre sí.

En el 2009 habíamos charlado acerca de la mujer que inspiró que compusieras Timing, y dijiste que preferirías no encontrarla, como una descarga de sentimiento, o algo así… ¿Qué ha pasado desde entonces con la figura de la mujer en tu vida?

Foto: Omar Arregui Gallegos

Yo creo que uno siempre tiene ese grado de adicción a la adrenalina y a conocer. Conocer a alguien que uno no conoce –valga la contradicción– es más atractivo que lo que ya conoce, por ese vértigo de lo nuevo, y después uno dice que más vale malo conocido… Y después uno se queda casado 40 años con la misma persona porque también sabe que es una bendición encontrar a alguien que te interpreta y con quien uno logra cierta madurez. Pero creo que somos todos espíritus libres, algunos nos damos cuenta, otros no. Creo también en esa frase que decía Chavela Vargas, algo así como que no hay nadie en la vida, aunque uno siga buscando a esa persona que va a permitir que uno sea completamente libre, esa persona no existe, esa persona se llama Soledad.