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La demagogia y el fútbol

Por Javier Alonso 


pequeno-rebano-de-ovejas-pastando-705Demagogia:
del griego δημος (demos: pueblo) y ἄγω (ágo: conducir), significa, literalmente, «conducir al pueblo». No suena mal, a priori. Pero, pese a su aparente virtud, esta palabra se usa a menudo para acusar a los otros de usar discursos efectistas aunque vacíos de contenido. Es que, en la propia esencia del término hay un pecado original: si bien el verbo «ágo» significa «conducir», omití intencionalmente un matiz que resulta suspicaz desde el punto de vista democrático: es que existen muchas maneras de conducir al pueblo…       

La palabra «ágo» no tiene el sentido de «guiar» -como si de un faro se tratase-; no se refiere a conducir al pueblo que, voluntariamente y en pleno uso de su libertad, permite que le iluminen para llegar por sus propios medios al final del túnel.  En realidad, el verbo se refiere a empujar por detrás, es decir, azuzar a alguien para llevarle por un camino determinado, aunque no esté interesado en recorrerlo. Como hacen los pastores con las ovejas. Esta idea del líder con una vara azotando al pueblo al que tiene que conducir por un sendero, y acompañado por un perro que vigila que ninguna oveja se salga del redil, no resulta una imagen muy democrática, pero es una buena metáfora del papel que desempeñan muchos políticos y cuerpos de seguridad de Estado.

300_1439208Pese a este ‘pecado original’, la demagogia, que camina de la mano del populismo, no tiene por qué ser necesariamente negativa, todo depende del uso que se le dé. Igual que el vocabulario y la fluidez de oratoria, la demagogia como arma discursiva y metodológica se puede usar para encorajinar a un pueblo ante la opresión, como hicieron Gandhi o Martin Luther King, o bien para justificar ante una nación un prejuicio racista que a la postre termine en un holocausto, como hizo Hitler. Todos ellos demagogos, cada uno a su estilo y cada uno con sus propios fines. Así pues, la demagogia resulta una herramienta que usada de forma inteligente, puede movilizar a las masas en diversas direcciones.

Pongamos como ejemplo a dos políticos de la escena internacional: Hugo Chávez y Alberto Fujimori. Ambos tenían en común varios rasgos significativos, como por ejemplo, su capacidad para movilizar a las masas con su discurso contra las élites políticas y económicas, destinado a captar los sectores más desfavorecidos. También ambos eran partidarios de la participación ciudadana en detrimento del poder centralizado en el Gobierno. Y ambos recurrieron a su imagen o méritos personales para atraer al electorado: su pasado profesional, familiar, antepasados, rasgos culturales o raciales… Sin embargo, su ideología estaba tan alejada en el fondo, como cercano en la forma era su discurso.

reagan-castroSe podrían poner otros ejemplos como Perón, Rómulo Betancourt, Lázaro Cárdenas, Getulio Vargas, Alfonso López, Fidel Castro… Y un poco más lejos, Mussolini, Franklin Delano Roosevelt, Ronald Reagan, Charles de Gaulle, Menagen Beguin, Felipe González… Pero llegados a este punto, muchos se preguntarán, ¿qué relación tiene todo esto con el fútbol? Tal como se anuncia en el título de este artículo, hay un vínculo entre el deporte rey y la práctica del discurso populista. Todo depende de saber hallar las metáforas adecuadas, y las tenemos a diario en televisión y prensa.

Es habitual ver en los programas de debates de TV a contertulios del ámbito político, periodístico, artístico o farandulero; personas que argumentan y contraargumentan, pertinaces y hasta brillantes, con algún tema de actualidad que genera controversia. No se trata de duelos de caballeros donde los participantes intentan ante todo encontrar la verdad, ni llegan a rectificar cuando caen en su propio error; se trata más bien de competiciones para ganar al adversario (político o ideológico), siendo la objetividad e imparcialidad una cuestión secundaria y supeditada a pintarle la cara al contrario.

Los momentos álgidos que vive el público, más allá de los ocasionales enganchones verbales (donde el moderador puede llegar a pitar falta), se producen cuando una de las partes ofrece un argumento aparentemente contundente, de forma efectiva y entendible, que deja pocas opciones a la otra parte de salir airoso. Es el equivalente en fútbol a ver una entrada espectacular por la banda que culmina en un gol de cabeza por la escuadra. Sin embargo, el contertulio avezado tiene a su disposición varias formas de repeler el ataque: contraatacar con acusaciones, hacer alusiones personales, evitar el tema y responder a otra cosa como el que no ha oído nada, etc. Una de las habituales es, precisamente, acusar a la otra parte de demagogia. Es el equivalente a denunciar un fuera de juego que anula el gol. Sin embargo, una vez que el público se ha levantado a celebrar el tanto, ya cuenta poco lo que diga el marcador: los goles morales, en el ámbito discursivo, son goles al fin y al cabo.

66670_154767398013072_92144066_n-580x714Los demagogos y los que acusan a otros de demagogos: dos caras de una misma moneda. Cabe preguntarse, ¿es demagogo todo aquel a quien acusan de demagogo? ¿Esta palabra dice más del acusado o del acusador? Parafraseando a Obi-Wan Kenobi: ¿quién es más demagogo, el demagogo o el que acusa al otro de demagogo?

Los griegos se olvidaron de iluminarnos sobre este particular cuando dejaron este término para la posteridad. Ellos no tenían estadios deportivos sino un ágora donde los participantes buscaban, ante todo, la verdad. El legado de una cultura donde no existía el fútbol y conocerse a uno mismo era el mejor tanto.