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La noche waorani

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Por Armando Cuichán / La Barra Espaciadora

Bitácora del recorrido por la comunidad wao de Miwaguno

Sábado 14 de septiembre, 23:30

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Dentro del bus escuchamos el ronroneo del motor y afuera la ciudad pierde fuerza. Atrás quedaron los edificios del primer mundo de Quito, las mansiones con guardia privado de Cumbayá y las casas apoltronadas de Tumbaco; ahora hemos tomado el ramal izquierdo de la Y de Pifo y nos dirigimos al Oriente. Mis compañeros de viaje quizá intentan dormir o quizá en sus mentes giran como aves de rapiña pensamientos sombríos sobre el Yasuní y su gente.

Junto a mi está Diego, un periodista con mucho olfato para percibir aquellos aromas que matizan sus historia; en el asiento de atrás está Rubén, un guerrero waorani venido a la modernidad, quien ha caminado por todas las comunidades wao de Orellana, Napo y Pastaza. Rubén no llega a los treinta años, pero conoce su cultura ancestral y eso también le ha valido para acompañar durante un tiempo a la iniciativa Yasuní ITT por la anciana Europa.

Aunque para el común de los mortales la problemática del Yasuní se reduce a conservación versus desarrollo, nosotros sabemos que la situación es mucho mas compleja y que se asemeja a un erizo con afiladas y punzantes aristas. El próximo martes el Presidente de la República visitará Guiyero, una comunidad wao enclavada en lo profundo de la selva, y allí, de forma frontal, tratará sobre los estragos causados por la internacional Chevrón Texaco y su posible remediación ambiental. También abordará la pobreza de la Amazonía y del Ecuador y las fuentes para solventarla; seguramente hablará de la explotación de la Reserva y sus beneficios; y tratará con pinzas el asunto de las comunidades no contactadas que supuestamente habitan en la zona, pero que hasta el momento nadie ha podido confirmar. Rubén, Diego y yo esperamos estar allí, aunque estamos conscientes de que nuestra ilusión es más grande que nuestro presupuesto.

Domingo 15 de septiembre, 15:00

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Miwaguno está a dos horas y treinta del Coca, viajando en bus; es una de las tantas puertas de acceso a la reserva del Yasuní y se encuentra en la zona de amortiguamiento. Diego, Rubén y yo nos hemos alojado en la casa de la familia de Namo; él vive con su esposa y sus dos hijas pequeñas. Su casa es de madera con techo de cinc y salvo los baños que están en el exterior, es de una sola habitación con una cama, un colchón, un juego de comedor, un armario, una hamaca en el centro y algunos enseres más. Tiene una cocineta a gas, refrigeradora, licuadora, una tv plasma y un DVD en los que ve películas de Silvester Stallone o una infinidad de videoclips de tecnocumbia o música indígena local. También posee señal de telefonía móvil y televisión por cable, y aunque a veces no tiene saldo, tampoco le preocupa la falta de estas ventajas de la modernidad.
Desde la parada final de los autobuses de recorrido es necesario caminar, por vía lastrada, una hora para llegar a Miwaguno y esta comunidad es de las pocas que posee las comodidades antes mencionadas y servicios básicos como energía eléctrica. En relación con otras comunidades wao, su adelanto es gigante; su acceso no demanda de largas caminatas o extensos recorridos en canoas a motor, como en el caso de las comunidades que están asentadas a orillas el Tiputini.

Al ponerse la tarde, Namo y otros vecinos de la comunidad jugarán fútbol, como es habitual; patearán la pelota pensando en sus ídolos de los equipos de primera división y al final comentarán las mejores jugadas en wao tededo, lengua que emplean habitualmente salvo para comunicarse con los mestizos o los colonos.

Lunes 16 de septiembre 22:00

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En la casa prácticamente no hay moscos. Todos roncan y yo, metido en una bolsa para dormir, intento comprender este mundo. A la mañana fuimos con Namo, su esposa y sus hijas, por las aguas del Shiripuno río arriba. Después de haber remontado por algo más de una hora llegamos a un sitio que la familia considera ideal para la pesca. Mientras con Diego y Namo caminamos por una zona recién afincada y con alguna palmeras de plátano, las mujeres, grandes y pequeñas, ensartan carnada en los anzuelos y los arrojan al río para conseguir el almuerzo.

En verdad los wao no tienen mucho circulante pero se las arreglan; salvo alguna situación emergente que podría convertirse en mortal por la dificultad del acceso, no hay premuras. La queja más habitual es que por las petroleras la caza y la pesca se han reducido drásticamente y ahora hay que adentrarse más profundo en la selva -con riesgo de toparse con un clan taromenane-, para conseguir lo que antes lograban con prácticamente estirar la mano. Y les doy la razón, pues en medio de la noche escucho con claridad las bombas motorizadas que extraen el petróleo de los pozos.

Pero no solamente han ahuyentado a sus presas el ruido de las bombas, también lo han hecho los mecheros encendidos ininterrumpidamente. Mintare, la suegra de Namo, se queja de que la poca agricultura que practican se malogra con la ceniza de esos mecheros cuando se mezcla con la lluvia.
Como ovejas en busca de pastor, a la noche Namo y Rubén fueron al centro del poblado para participar en el culto. Una organización evangélica repartió presentes navideños a los niños y por ello organizaron una reunión de agradecimiento a la comunidad. A partir de mañana la congregación irá a otras comunidades wao a hacer lo mismo y de ellos sólo quedarán las envolturas de los dulces entregados.

Martes 17 de septiembre 12:00 H.

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El sol derrite el pensamiento. Es mediodía y aguardamos con impaciencia que la señal de Internet de la escuela de Miwaguno logre su cometido. Pasan varios minutos antes de que cargue cualquier red social en el ordenador de Diego, lo cual vuelve tortuoso cualquier intento de comunicación por esta vía. Namo se queja de que la comunicación es lenta pero que a ellos les es suficiente, pues les permite conectarse al Facebook o al Google plus.

La telefonía móvil va mejor; Rubén ha mantenido varias conversaciones con la gente que asiste a la reunión en Guiyero, sabe que muchos de los presentes están en contra de la explotación en el Yasuní, aunque a momentos duda de su dirigencia, la NAWE, por su legitimidad y por sus acciones pasadas.
En medio de estas preocupaciones y comentarios su teléfono vuelve a sonar y su voz se quiebra. Son malas noticias familiares; su cuñado de pocos meses de nacido ha fallecido en el hospital del Tena y ya nada se puede hacer, excepto intentar llegar a la familia con un abrazo de apoyo, pero tampoco es posible hacerlo ahora, pues ya no hay autobuses de salida al Coca y aventurar podría resultar peor que salir al día siguiente.

A un costado de la explanada donde se asienta la escuela, Namo nos indica restos de una hélice de un helicóptero que cayó años atrás, cuando Miwaguno no era tal, sino tan sólo un pozo en producción. Todos los ocupantes de la nave murieron. La sangre que cubrió la montaña fue abundante; por aquella época otros trabajadores del petróleo también murieron, lanceados por grupos wao que se oponían a la extracción. Estamos hablando de los primeros años de la década de los setenta.

A la tarde Miwaguno parece un pueblo fantasma poblado de niños; los mayores están en la reunión de Guiyero y nosotros caminamos por 30 minutos hasta la tienda más cercana para comprar arroz para la merienda. A nuestro paso nos encontramos con una camioneta de guardias privados que custodian el pozo cercano; hasta hace poco, Namo también trabajó como guardia para la empresa; así emplean a los hombres de la comunidad, mientras algunas mujeres se encargan de mantener limpias las vías. Todos están en la capacidad de ser contratados por un año, por un sueldo promedio de 450 y una indemnización de 7000 dólares más o menos al dejar el puesto por despido.

Miércoles 18 de setiembre 20:00 H

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Rubén partió a las 5 de la mañana. Diego y yo pasamos sin saber qué rumbo tomaría el día, mientras esperábamos noticias de Guiyero.

Al mediodía los niños chapotean despreocupados en el río Chiripuno y nosotros empezamos otra caminata hacia la tienda. A medio camino el pedido de auxilio de una mujer colona nos detiene; una boa de un par de metros ha decidido descansar bajo un árbol de cacao y la mujer lo único que piensa es en tomar los machetes y hacer picadilllo al reptil.
Namo no atiende los gritos desesperados de la mujer y decide salvar al animal, con valor wao toma a la boa y se la pone en los hombros y así caminamos hasta la tienda. Doña Olga, la dueña, nos recibe con un fresco jugo de papaya; ella es de Santo Domingo de los Tsáchilas y vive allí más de treinta años. Llegó con su marido por canoa y desde entonces se ha plantado como un cedro de raíces profundas.

Al poco rato una camioneta nueva y empolvada se detiene y de allí descienden Cepeda y Macías, dos hombres de empresa que se encargan de montar las plataformas y las entregan listas para su uso, a los operadores del taladro y la extracción. Diego y yo ponemos pies de plomo y los abordamos.

Cepeda y Macías piden algo para refrescarse del calor, vienen de Hormigueros, en donde tienen menos de treinta días para montar un plataforma, antes de que empiecen a correr los 20 mil dólares diarios (1%) de multa por incumplimiento. Cepeda -el mayor- cree que a este ritmo de producción al país le quedan 25 años de petróleo y que si no se hace algo cuando éste termine, la Amazonía será solo un esqueleto; Macías -el joven- dice que la situación es compleja pues la instalación de un oleoducto demanda de brechas de 30 metros de ancho y el trabajo es a presión, para que la extracción sea lo más pronto posible. Ambos coinciden en que la seguridad es una prioridad, pero que en cualquier momento pueden haber imprevistos.

A nuestro retorno, Namo carga a la víbora y ríos de sudor empiezan a recorrer su frente; se me ocurre que es la metáfora perfecta, los indígenas amazónicos mantienen en sus hombros el peso de la boa que es la política y la economía del Ecuador.

Jueves 19 de septiembre 7:30

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Un hombre reparte pan en moto, viene desde San Rafael, una población para colonos, de esas creadas últimamente, de aquellas que supuestamente tienen todos los servicios básicos y que llevarán la modernidad y el desarrollo a todos los rincones del Ecuador. Compramos tres fundas de pan y nos apresuramos al desayuno, ahora más tarde iremos a una zona cercana de bosque, que es parte de la comunidad y que ellos mantienen lo más intacta que pueden. Con tan solo cruzar el río y caminar unos cuantos minutos todo cambia; la confrontación por el Yasuní parece una pesadilla, lo único real son los colores imposibles de la selva.
Caminamos durante horas por este bosque que hace más de una década dejó de ser primario, cuando los petroleros entraron a practicar una sísmica para determinar la existencia de oro negro. Para realizar el examen con precisión abrieron una brecha y echaron abajo todo cuanto se les oponía, en el desbarajuste cayeron lo mismo árboles centenarios que nidos de aves o insectos diminutos, de inmediato se alejaron los monos aulladores y solo los curiosos taromenane han sido capaces de visitar el sitio en contadas ocasiones, por suerte sin enfrentamientos con sus pares wao. El resto de la devastación estuvo a manos de madereros ilegales, cazadores furtivos y colonos, y el deterioro hubiese sido total, a no ser que llegaran un puñado de jóvenes wao a fundar Miwaguno y convertirse en los padrinos de la naturaleza.

Namo nos cuenta en medio del bosque que la rivalidad con los hermanos taromenane se remonta a décadas atrás, cuando ambos pueblos aún no eran contactados. Mientras esperamos la llegada de colibríes al descampado, Namo cuenta que su abuelo guerreó con colonos y militares y que su cuerpo abatido quedó bajo un árbol en el Coca; pero ni todos los muertos de épocas pasadas les sirvieron para que recuperaran ese territorio que es suyo ancestralmente.

Para Namo, Dayuma fue la primera mujer civilizada por los misioneros y de allí parte su rivalidad con los taromenane. Los wao decidieron asentarse en comunidades y los taromenane optaron por internarse en el bosque y no establecer contacto jamás; por ello, cuando sienten que algo les afecta deciden desquitarse con sus hermanos más cercanos.

Al retornar a la comunidad sentimos el peso de la caminata y una sed infernal. Lastimosamente, en la tienda no tienen nada para beber.

Viernes 20 de septiembre 13:00

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Tenemos nuestras maletas listas pero vamos con retraso. Namo y Ruth nos acompañan a la estación del autobús. Junto a un árbol nos ocultamos del sol amazónico. Una retroexcavadora de la compañía, como llaman a las petroleras, llena volquetes y volquetes de montaña para alisar un espacio destinado a construir una cancha deportiva. La señalética local no direcciona a las comunidades sino a los pozos y Diego piensa que la única soberanía que existe en la zona es la petrolera.

Antes de subir al bus Ciudad del Coca, nos encontramos con Mintare y Camilo, su esposo. Ellos vienen de un taller para la elaboración de artesanías, están ilusionados con el diploma que recibirán mañana sábado. mientras muestran sus avances en el tejido, Camilo cuenta que en la zona hay peligro, sobre todo fuera de los límites de Miwaguno; hasta allí han llegado malhechores que se roban a los niños y a las mujeres, y en más de una ocasión han encontrado muertos a los que les faltan los órganos. Es claro que fuera de la coraza de riqueza y bienestar que envuelve al hidrocarburo el panorama es sombrío.

De regreso al Coca, Diego duerme agotado y la única compañía permanente que percibo son los los tubos que transportan el crudo hasta las estaciones de procesamiento. Al llegar, el bullicio y el movimiento de la ciudad de Coca es evidente, por doquier el comercio hierve y en la nueva terminal con aire acondicionado, se escuchan los anuncios de partida de los próximos buses.

Finalmente pienso que ciudad y comunidad son dos contendientes a duelo caminando en direcciones opuestas y a punto de volverse y disparar.

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