Inicio Tinta Negra Píllaro viejo, tierra querida, donde mi vida yo he de dejar

Píllaro viejo, tierra querida, donde mi vida yo he de dejar

Por César Acuña Luzuriaga / @LuzLateraL

Una de las mejores maneras de cerrar cuentas con la vida es volver al lugar donde jugaste de niño, al lugar donde crecieron y forjaron su futuro tus viejos, tus antepasados. Marcos Espinel, el sitio de los diablos, es la tierra de casi toda mi familia: mis abuelos, mis padres, mis tíos maternos y mis primos. Lo que ahora todo el mundo llama la Diablada Pillareña fue un buen motivo para volver y para recordar el olor de la alfalfa, el ruido del bosque y el aroma de las hojas de eucalipto. Ahí habita la imagen de mis abuelas y el humo del fogón donde cociné muchos de mis sueños.

OLYMPUS DIGITAL CAMERASon las 11 de la mañana del 1° de enero en el barrio Rocafuerte, entre la parroquia Marcos Espinel y el sector de Tunguipamba, a tres kilómetros de Píllaro. En la casa de Timoteo Chasi, uno de los organizadores del baile de diablos y -según mi padre- un gran tocador de arpa, nos espera la música y la paila de fritada. Para matar el tiempo, los vecinos lanzan voladores. Uno de ellos es Luis Reinoso, quien lo hace desde que tenía 14 años. Ahora tiene 52. Estamos esperando la llegada de los diablos.

Media hora después llega la banda de pueblo 21 de Noviembre, de Riobamba. Son 19 músicos que acompañarán a los caminantes hasta el centro de Píllaro. Al llegar allí tendrán que caminar por varias cuadras y, después de tocar un par de temas, se retirarán y tomarán fuerzas para continuar la caminata con la comparsa.

Ahora van llegando los diablos, las guarichas, las parejas de línea, el capariche. Llegan a pie, en sus autos, en los baldes de camionetas alquiladas; llegan a medio vestir. Con el paso cansado por los años, llega también Antonio Chasi, padre de Timoteo. Él bailó como diablo durante más o menos 25 años. Ahora, ya con el tiempo encima, llega para mirar y entregarse a la añoranza. Mientras contemplo su andar lento, un alma bondadosa me brinda una bebida de color amarillo. Es un preparado de puntas -me dice- que anima el cuerpo y el espíritu. Y también los calienta -pienso yo-, y es que un poco de calor viene muy bien, pues, a pesar de que hay sol, el intenso frío de páramo es el que manda aquí.

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Foto: César Acuña.

Mientras los danzantes repasan los pasos de baile, en la calle o en un pequeño salón de la casa de Timoteo, un joven los arenga con su grito: “¡Vamos, muchachos; vamos, barrio Rocafuerte!”. En sus gestos se evidencia la jarana y los excesos vividos la víspera, durante las fiestas del fin de año, pero él está ahí para apoyar lo que le gusta, lo que disfruta y ama.

La banda 21 de Noviembre con todas sus fuerzas está dispuesta a tocar de largo. Arrancan con música de otra banda amiga, la 24 de Mayo, y se enciende el baile. Un diablo que anda por ahí me llama profundamente la atención: lleva un tatuaje de Jesucristo en su brazo izquierdo. Yo lo fotografío y cada uno continúa con lo suyo.

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El abuelo de Patricio Carrera Arboleda se llamaba Adán Benjamín Carrera Esparza, pero le decían ‘El Loco’. Fue uno de los iniciadores de esta tradición popular y fue reconocido como uno de los más entusiastas en fomentarla.

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Foto: César Acuña.

Patricio me cuenta que en aquel tiempo, los jóvenes del barrio de Tunguipamba solían ir a enamorar a las muchachas de la parroquia Marcos Espinel. Celosos de que los foráneos les quitaran a sus mujeres, diseñaron una estrategia para protegerlas: pusieron en sitios clave de la quebrada que divide Marcos Espinel del barrio de Tunguipamba, calabazas forradas con hojas de sauco y velas encendidas. Así pretendían asustarlos. El truco funcionó hasta que alguien se dio cuenta de que solo se trataba de una trampa. Mi padre confirma el cuento de Patricio: ningún muchacho del barrio Tunguipamba podía ingresar a Marcos Espinel y ninguno de Marcos Espinel podía entrar a Tunguipamba. Si eso ocurría, el atrevimiento se resolvía a golpes. Y entre diablos, las rivalidades se arreglaban en el parque central de Píllaro, frente a la iglesia. Luego de bailar se encontraban los contendores y se daban duro con el acial. Eran los años cincuenta, los sesenta…

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Foto: César Acuña.

Dicen que en algunas haciendas, como en la de Quimbana, el patrón y las élites organizaban una fiesta por año nuevo y se disfrazaban; a los peones y a los vaqueros los vestían de buitres y de diablos e iban cubiertos de cueros de venados o zorrillos. A las mujeres que se encargaban del ordeño las vestían de guarichas. Esto fue interpretado, imitado y luego representado en la plaza, en el centro de Marcos Espinel.

El historiador Pedro Reino está seguro de que la figura de los diablos llegó a América con la conquista española, a través de la imposición de la religión católica y la concepción cristiana del personaje. Bailar disfrazados de diablos fue desde entonces rechazar esa imposición, más aún si se lo hacía en el espacio ubicado frente a la iglesia católica. Bailar durante una semana es liberarse, es tomar al Diablo como un símbolo de libertad. Hace varios años, el cura de Píllaro -al ver que durante seis días las calles se llenaban de diablos- decidía cerrar la iglesia y marcharse.

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Foto: César Acuña.

Para Patricio, este es un simple baile de disfraces. Él no lo ve como un culto al Diablo, como algunos lo interpretan, pero recuerda que hace algunos años, una periodista guayaquileña le pidió que posara con el mejor diablo de la fiesta para una foto. Él buscó entre la gente y divisó a un diablo, convencido de que se trataba de su amigo Vinicio. Entonces se acercó, lo llamó por su nombre, y aunque no recibió respuesta, logró la foto abrazado de ese diablo silencioso. Días después, entre el 4 y el 5 de enero –recuerda-, recibió una llamada de la reportera, quien le dijo que en la foto solo aparecía él con su brazo extendido hacia un costado. Para algunos adultos mayores, este hecho es parte del mito: muchos de ellos creen que el mismísimo Diablo se infiltra entre los danzantes durante los bailes. Como si hubiera firmado un pacto de aquellos, el abuelo Adán Benjamín murió un 1 de enero, el mismo día en el que cada año se inicia la fiesta de los diablos.

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A la una y media, el animador organiza a todos los asistentes, organiza la comparsa, organiza a la banda y partimos hacia Píllaro. Hay que cumplir el cronograma previamente acordado.

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Foto: César Acuña.

La música y los bailes nos acompañan por fin y la escena me devuelve en el tiempo: entre canción y canción logro escuchar el sonido del agua en el canal de riego. Es el mismo que escuchaba cuando era niño y pasaba mis vacaciones por estos páramos andinos. Unos pasos más adelante, la canción Tu ausencia toma el lugar del agua. “Tu ausencia me mata, el llanto me desgarra el alma. Tristeza que llevo, el alma de dolor se muere (…) Tormento que mata, que mata de dolor mi vida…”. Recuerdo a alguien. Extraño a alguien. No sé… Hay que seguir caminando.

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Foto: César Acuña.

Ya muy cerca de Píllaro, alguien pide a la banda interpretar el célebre Píllaro viejo; así lo hace la banda y todos sienten que el ánimo se torna efervescente. En el sector conocido como De los Bomberos, a dos cuadras del encuentro final, puedo ver ya las calles tomadas por miles de diablos, miles de bailarines, miles de curiosos. Somos la última comparsa en llegar y hay que lucirse, hay que hacerlo bien. Claro, bajo el mando de don Timoteo Chasi, eso está garantizado, así que solo me queda entregarme al canto: “Píllaro viejo, tierra querida, donde mi vida yo he de dejar…”.

Al final del baile, el hombre con el Cristo en el brazo se me acerca. “¡Feliz año!”, me dice, fijando sobre mí la mirada.

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Foto: César Acuña.
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Foto: César Acuña.

6 COMENTARIOS

  1. Volver es un juego maravilloso, una especie de túnel del tiempo. Los antiguos senderos, los tapiales, la piedra y el cáctus, tienen unos contenidos insospechados y nos visten de una eternidad fugaz. Más todavía si eso tiene nombre de mujer.
    Un abrazo, querido amigo,
    Marlo

  2. Felicitaciones cesar excelente reportaje describes muy bien a esta tradición ya mundialmente conocido

  3. la verdad mis queridos amigos, respeto las tradiciones; pero esta de la diablada nooo si creen en DIOS, contradicen los principios de ser hijos de DIOS en definitiva, hijos del DIOS o idólatras del diablo que simbólicamente los enaltecen. no estoy de acuerdo.

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