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Un homenaje al rey Kong

Foto tomada de http://www.movie-blogger.com
Foto tomada de http://www.movie-blogger.com

Por Pablo Santillán / @xipali

Un toque maestro a la cremallera de la mochila. Apenas lo sentí. Giré para verle la cara  y el tipo se llevó un susto del carajo. ¡Qué careto tendría yo! En su intento por huir cruzó la calle pero un auto rojo, al mando de un anciano, lo embistió.

Aquella cabeza rapada coronando las jorobas de la nuca, esos brazos como piernas, aquel cuerpo de trompo de feria flotaban en el aire con la gracia de un King Kong blanco cayendo desde el Empire State. Como suspendido en el espacio, convertido en gelatina inútil, el enorme cuerpo terminó repartido sobre la defensa y el parabrisas. Algunas piezas del auto volaron por todas partes. El viejo quedó pasmado de terror frente al volante. Milisegundos registrados cuadro a cuadro… El apego tiene tantas facetas marcadamente idiotas, pero esta fue el non plus ultra de la estupidez humana.

Entre las caras boquiabiertas, con el tránsito detenido, uno se dirigía hacia el anciano, otro corría en dirección al lisiado, algún infaltable calculaba mentalmente la cuantía de los daños. Solo faltó el hombrecillo que vendría con la claqueta a decir “¡acción!”.

Pero, ¿qué fue lo primero que hizo el gigante, centímetros antes de llegar al suelo? Se percató de que el botín estuviera intacto, en la mano opuesta al auto de aquel anciano ya conmovido hasta las lágrimas. Seguro de que el teléfono robado lucía bien, el hombre se sacudió la cabeza rapada y permaneció unos segundos ahí tendido sobre el piso…

En ese momento pensé -idiota también- en lo gracioso que me vería persiguiendo al galope a un King Kong blanco que acaba de caer del Empire State. Qué me pasaría si, por algún giro del destino, ese simio albino conservara fuerza para robarme el resto de cosas que llevaba encima. ¿Y si al acercarme me arriesgaba a terminar peor que al principio? No. No es posible, al menos para mí, perseguir a King Kong. ¡No está bien! Él es un ícono. Es un solitario. Un loco. Es un incomprendido. Un antisistema. Un accidente. Un anarquista. Un romántico.

Foto tomada de http://www.spiderwebart.com
Foto tomada de http://www.spiderwebart.com

El hombre sujetó el celular robado con la misma pasión, entrega, donaire y caballerosidad con que el rey sujetó a la rubia despampanante de ocasión. Lo hizo aun entre los cañones, entre los avioncitos biplanos de antaño y entre los más sofisticados, inconmovible aún ante tiranosaurios encaprichados con el blondo bocadillo.

Él no me robó, solo rindió un homenaje al rey.

Lo dejé ir. Tambaleante cruzó la calle. Me pareció pertinente decir “¡ladrón!”, pero decirlo bajito, eso sí, como para mí, nada más. Como para cumplir con el cliché. Nadie se atrevió a detenerlo y quizá haya sido mejor así. Total, el teléfono ahora bloqueado es inservible. De alguna manera, el tipo se lo merecía, era lo menos que podía hacer para desquitarme. ¡Que se lo lleve! Igual, ambos estaban rotos… Después de los golpes de ese simio blanco contra el auto rojo del anciano estupefacto, lo que yo habría preferido es verlo bien. Por eso fui a buscarlo al centro médico cercano. Quise pensar que sería lo suficientemente idiota como para estar allí. Quise imaginar que haríamos las paces, que recuperaría las fotos de mis hijos de la memoria del celular. A lo mejor sabría su nombre, también, pero no. No es así para esta realidad desnuda, y no con el rey Kong.

Son las nueve. Acabo de llegar a casa. El perro a los pies. El horizonte encapotado de luces histéricas. La vida, mi vida, convertida en el cómic de ocasión.

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