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Robé un tarro de leche y perdí a mi hermano

Imagen de telenoticias.com.do
Imagen de telenoticias.com.do

Por Juan Francisco Trujillo / @JuanfranT

La sabiduría popular dice que ninguna desgracia viene sola. Esta sentencia parece haberse cumplido para Darwin Laz, un quiteño de 30 años que estuvo preso durante cuatro meses.

Para contar este pedazo del complejo pergamino de desdichas que ha sido su vida, hay que remontarse al 2013: por entonces, Geovanny Laz, uno de sus hermanos, sufrió un golpe que le provocó un derrame cerebral. Desde ese momento, la familia se encargó de cuidarlo. Geovanny había perdido gran parte de su movilidad. Estaba atado a una cama y no podía acceder a terapias ni atención médica permanente. Durante los primeros meses, Darwin y su familia encontraron la forma de sobrellevarlo, sin embargo, la situación se volvió dramática cuando Darwin perdió su empleo como vendedor y con él, la posibilidad de cubrir los gastos médicos y alimenticios del hogar.

La tarde del 24 de junio del 2013, mientras iba rumbo a su casa en el barrio La Forestal, al sur de Quito, tomó una decisión súbita: pasó por una farmacia del populoso sector de Las 5 esquinas y robó un tarro de leche en polvo que se se asomaba en uno de los estantes. Después, con algo de suerte, lograría venderlo o cambiarlo por comida para aguantar esa noche. Al notarlo, un guardia del lugar intentó impedirlo. Darwin, presa del nerviosismo y la desesperación, trató de huir, pero antes de que pudiera hacerlo, fue detenido por algunos transeúntes que estaban cerca. Cuando llegó la policía, Darwin se convirtió en un “sospechoso”. Darwin se transformó en un número. Reconoció que había robado el tarro de leche por necesidad, y que entre la confusión, el guardia aprovechó para ponerle algunos frascos de desodorante en los bolsillos para justificar el robo. Lo detuvieron por delito flagrante. A la mañana siguiente, le imputaron cargos por robo agravado. Las pruebas eran un parte policial que detallaba el robo de un tarro de leche en polvo y cuatro desodorantes. Estimaron que en total, todo costaba alrededor de 34 dólares.

Pero, el mal rato apenas comenzaba: recibió medidas cautelares, no pudo seguir el proceso en libertad, se vería obligado a cumplir una condena de varios años… Las medidas alternativas no se tomaron en cuenta. Los siguientes cuatro meses, Darwin los pasó en una celda, con su familia y su hermano en vilo. No hubo agresión ni forcejeo, pero tampoco pruebas suficientes. Él estaba preso por pobre, porque su desesperación lo condujo a un callejón sin salida y porque no obtuvo más respuesta a su alrededor que la indiferencia. Sufrió en carne propia los vicios de un sistema destinado a acusar y a buscar culpables antes que alternativas.

¿Cuántos de nosotros hemos llegado al límite de jugarnos la vida o la libertad para conseguir algo que comer?

Nunca se pudo concretar una acusación en firme, así que Darwin recuperó su libertad en octubre. Pero, para entonces, el tiempo ya se había agotado. El hermano de Darwin había fallecido pocos días antes, luego de soportar una larga y dolorosa lucha. No hubo tiempo para despedidas, solo para llorar ausencias. La maquinaria siguió su curso.