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Imagen tomada de comunsoci.blogspot.com
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Por Daniel Orejuela / @danielorejuela

Venga, le cuento, porque usted también cuenta, ¿verdad? Así que empezamos por usted. Uno. Conmigo ya somos dos, porque yo también cuento, ¿verdad? Por eso cuento. Ya que usted también cuenta, cuénteme, entonces, que los demás ya se darán cuenta. Es que todos contamos, no sólo los que dicen tener la palabra. Usted que lee también cuenta, si no, ¿pa’ quién cree que escribo? Es como la tele y sus programas, esos a los que hoy llaman “basura”. Si no los vieran, no existirían. Si no hubiese consumidores, no existirían productores, tráfico, violencia, trata de personas.

El otro día escuchaba a una señora horrorizada contando que un niño de seis años hacía bailes obscenos. ¿Y la tele de su casa, señora? ¿No pasa encendida todo el día? Y no digo que no la vea. Debe ser entretenido y es cierto que hay cosas de las que uno se entera por la tele. Las noticias, por ejemplo. Hay que estar al día, claro. Desde ahí le dicen a uno pa’ donde tirar la piedra. Lo bueno y lo malo se lo cuentan por ahí. Bueno, cuentan lo que quieren contarnos. Ya usted juzgará. Porque juzgar sí sabe, ¿verdad? Todos aprendimos a juzgar en la casa, en la escuela y en la iglesia.

Pero, hay cosas que más bien no nos cuentan. Por ejemplo: ¿sabía usted que la armada de Estados Unidos tiene submarinos que portan armas nucleares con un poder destructivo mucho mayor que la bomba que lanzaron en Hiroshima? ¿Sabe cuántos son? ¿Qué queremos lograr con eso? No es por hablar mal de nuestros hermanos norteamericanos. Se supone que todos los seres humanos queremos un mundo de paz. Es solo un ejemplo. Resulta que EEUU es el país con el poder militar más grande del mundo y el que ha participado en más guerras, pero todos los gobiernos del planeta han sido, alguna vez en su historia, corruptos.

En fin, estábamos hablando de la tele. Es pura coincidencia que los que hacen de la guerra y la muerte un negocio, tengan también como negocio una televisora o una agencia de noticias… Hablemos mejor de lo que nos preocupa: los programas de entretenimiento, los artistas, las canciones y el niño de seis años que aprendió desde temprano lo que es el perreo. ¡Los valores, claro! Uno aprende lo que ve y ve harta televisión de niño. Al menos ese fue mi caso hasta hace más de veinte años, cuando decidí dejar de verla regularmente.

Hace poco acompañé a mi hermano menor a ver una película de acción en la tele. Durante los primeros diez minutos ya habían matado a más de cien personas. El “bueno” de la película solamente había demostrado su valor y destreza matando a varios con las manos, con pistolas, granadas y hasta con un bolígrafo. Pero, bueno, eso es cuestión de gustos. No a todos les gusta la sangre. El “valor” es cosa de valientes.

Hablemos mejor del humor. Cosas chistosas, como los programas que producen para reírnos de nuestra propia ignorancia. Programas hechos por los nuestros, que conocen nuestra realidad y se ríen de lo que nosotros nos reímos. Programas -diría una feminista- sexistas, en los que nos reímos de cómo tratamos a la mujer… y así la tratamos… o la maltratamos, y nos reímos.

O, mejor hablemos de música y de entretenimiento (no quería llegar aquí ya que es a lo que me dedico). Ya ve usté lo importante que es, que hay programas dedicados exclusivamente a buscar talento. En mis recuerdos de niño, de cuando consumía televisión, existen imágenes y sonidos de grandes cantantes, excelentes canciones, impresionantes arreglos musicales y musicotes muy diestros en su instrumento. ¿Han escuchado detenidamente la banda sonora de Tom y Jerry? Había muchos artistas de los más variados géneros que querían expresar algo, su don no los dejaba en paz. Cuestión de gusto, nuevamente, así que no voy a nombrar artistas de jazz ni de música clásica, pero acuérdese de Bob Dylan, de Cerati, Pink Floyd, Michael Jackson, Chico Buarque, Nirvana… la lista es larga. Me acordé hasta de un merengue comercial bien tocado, como los de Wilfrido Vargas.

¿Por qué hoy se querrá hacer famosa a gente que tiene muy poco que ofrecer? ¿Por qué diseñar sus virtudes, como si fueran sus trajes y su maquillaje, sobre un escritorio?

Ser patán es una virtud, tener dinero es una virtud, la fama es excelencia, la apatía es inteligencia, la nobleza es tontería, la mentira es la solución. ¿Será que todo es puro cuento? ¿Será que así quieren que nos volvamos?