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El fantasma de Naún Briones

Esta fotografía es la única en la que aparece Naún Briones, de traje oscuro, junto al también bandolero Augusto Herrera. Esta imagen está en manos de Abdón Narváez, un octogenario que vive en Guayaquil y asegura que su padre la tomó, cerca de 1920.
Esta fotografía es la única en la que aparece Naún Briones, de traje oscuro, junto al también bandolero Augusto Herrera. Esta imagen está en manos de Abdón Narváez, un octogenario que vive en Guayaquil y asegura que su padre la tomó, cerca de 1920.

Por Fausto Jaramillo Y.*

“No le diré periodista, porque no sé lo que es eso. Ya veré si le puedo decir amigo, que de la amistad sí entiendo. Y no sé por qué me llama bandolero. Fui lo que pude ser, un hombre que nació en la pobreza, vivió a caballo y murió rasgando una guitarra en la boca fría de una cueva. Nada más, pero nada menos”.

Quien así se describe es Naún Briones, o, mejor dicho, su fantasma. Con él me encontré en la larga pendiente del bosque seco tropical, entre los treinta grados centígrados de Zapotillo y los quince grados centígrados de Celica, ambos cantones del occidente de Loja, cerca de la frontera con el Perú.

Pero, si Naún Briones no fue un bandolero, entonces, ¿qué fue? Porque, de lo que se sabe, allá por 1926, cuando apenas tenía 14 años, al salir del cementerio enterrando a su padre, buscó a El Pajarito –ese otro bandolero peruano que asolaba la región–, para unirse a su banda. Dos años después tenía la suya propia, con la que empezó a robar y a asaltar las haciendas del sector, dicen que para regalar el producto de sus fechorías a los pobres de su tierra. Así fue que nació su leyenda, la del bandolero que, recorriendo a caballo las tierras secas del suroeste de Loja, mantuvo en vilo a la población y al ejército, que lo persiguió hasta matarlo.

Naún Briones nació en la parroquia Cangonamá, del cantón Paltas, un pueblo pobre y abandonado como tantos otros de Ecuador, habitado por campesinos sin ilusiones que no pretenden otra vida más que la que conocen desde que nacen. Esos pueblos donde, tal como lo dice el poeta, “los muertos están en cautiverio y no los dejan salir del cementerio”.

Cuentan que el padre de Naún, don Horacio Briones, vivía con su familia cerca del pueblo, en una pequeña casa de bahareque, junto a la parcela de tierra que había recibido del dueño de la hacienda en calidad de arrimado, eso significaba que debía pagar el alquiler de la tierra mediante el trabajo de un determinado número de días al mes en la hacienda. Como la parcela era pequeña, no podía sobrevivir con lo poco que sembraba en ella. El agua de la escasa lluvia era la única que podía aprovechar, pues el agua de riego era solamente para las tierras del patrón. Por eso, don Horacio también las oficiaba como arriero. Su hijo mayor, Gilberto, era su ayudante, mientras que la hija y el pequeño Naún, quedaban junto a la madre.

–¡Ah, amigo, veo que usted sabe ciertas cosas de mi vida! Las buenas gentes le contaron así porque así, ¿o es que usted anduvo preguntando? Sí, es cierto, nací y crecí en Cangonamá. Mi padre era un arriero pobre que no tenía para darnos de comer todos los días a mi madre y a mis hermanas, por eso, a mí me tocaba ayudar a mantenerlas y, la verdad, la verdad, no siempre fue de manera correcta que conseguía hacerlo.

El Pajarito, al verlo tan joven y chiquito –Naún apenas medía un metro sesenta–, no quiso negarle la entrada a su banda y le puso como condición que debía tener su propio caballo. El mocoso salió corriendo a robar un caballo, con tan mala suerte que al momento de cometer el delito, fue detenido y debió dar con sus huesos en la cárcel. Pocos meses después salió libre para buscar nuevamente a El Pajarito y unirse a su banda.

–Sí, me uní a la banda de El Pajarito porque necesitaba aprender su oficio. Yo sabía a quiénes debía quitar el dinero, pero no sabía cómo esconderme, cómo huir de los perros que  perseguían. Cuando aprendí todo eso, me despedí de ellos y volví a la tierra que conocía, a la que tanto amaba. Allí estaban los míos, mi gente, mis recuerdos y mi destino.

Si usted dice que amaba la tierra, entonces, ¿por qué la tiñó de sangre y violencia?

Es que la tierra nos pertenece a todos. Es como el aire, no debe tener dueño. ¿Por qué ha de tener dueño el aire? ¿Por qué ha de tener dueño la tierra? Si desde la tierra venimos y hacia la tierra vamos. La tierra es cuna y sepultura, madre y compañera. Se le ofrece el primer trago y el primer bocado; se le da descanso, se la protege y se la cuida. Las cercas me enfurecían porque significaba que alguien pretendía adueñarse de la tierra. La tierra me enseñó a ser libre.

Pero, ¿usted fue libre? Mire, le pregunto esto, porque no creo que un hombre que siempre debió esconderse en los bosques y en las cuevas de esta región pueda definirse como libre.

Mire, señor, el tiempo me ha enseñado que nadie es total y absolutamente libre. Todos estamos atados a algo o a alguien. Ahora que estoy libre de mi cuerpo puedo trasladarme a cualquier parte sin que el tiempo y el espacio me lo impidan, y, sin embargo, ¡sigo aquí! Aquí, en esta tierra que como usted la ve, es seca, árida. Pero a esta tierra la amo, es la razón de mi ser. Estoy ligado a ella porque quiero estarlo. Soy libre, porque escogí y decidí amarla.

Y, por curiosidad, Naún. ¿Usted nunca se casó? ¿No vivió con una mujer? Le pregunto esto porque, como usted me dice que era libre porque escogió amar a la tierra, entonces, puedo colegir que no amó a una mujer. ¿O es, acaso que usted amó a un hombre?

¡Qué le pasa! ¿Me está queriendo tomar el pelo o quiere insultarme? Tenga cuidado con lo que dice. A mí siempre me gustaron las mujeres, pero, la verdad, tuve mujeres, lo que no tuve es mi mujer. No podía atar mi corazón a una sola mujer o a un hijo. No hubiera podido resistir que la policía les encarcelara por mi culpa. Con las mujeres que tuve y que yacieron a mi lado, no quise sembrar en su surco, siempre expulsé la semilla en las afueras, donde no pudiera germinar. Por eso, no tuve quien me caliente la cama ni quien aquiete mi corazón.

Pero, hay quien dice que la señora Dolores Jaramillo Mora fue su mujer, que usted se casó con ella…

Sí, es verdad, me casé con ella. Me enamoré de ella y quise que fuera mi mujer, pero la muy ladina me digo que sin la bendición del cura no habría noches de amor. Ella quería “salvar mi alma”, así me decía. Así es que una noche de 1934, a la medianoche, calladitos, fuimos donde el cura Alfredo Narváez, en Sozoranga, y él nos casó.

Ya ve, Naún, usted no solo amó a la tierra sino también a una mujer…

A muchas, señor, a muchas. Lo que pasa es que la Dolores se metió en mi alma. Era mayor que yo y yo la quería a mi lado. Pero ya para esos años, el mayor Deifilio Morocho me perseguía por encargo del señor gobierno y de los dueños de las haciendas que querían verme muerto, y como le dije, yo no hubiera soportado que por culpa mía, le cojan a ella o a alguno de los míos; entonces, la abandoné, no viví con ella sino unas cuantas noches.

El cura que los casó dejó un testimonio de que usted era “muy educado, y que con toda delicadeza le solicitó que los casara”. Él remarcaba que usted “¡era sencillo y muy educado!”   

Ya ve, cada quién juzga según su punto de vista o sus intereses. El curita casi que ni me conocía, pero desde acá le agradezco que haya dicho eso.

Pero, ¿en qué quedamos? ¿Se casó, se enamoró, amó solo a la tierra o a alguna mujer?

Ya se lo dije, fui apenas un hombre que pude hacer lo que pude…nada más.

Pero, con lo que hizo usted, por estos lares es un héroe, como Robin Hood o Emiliano Zapata…

Y, esos, ¿quiénes eran? Yo no los conocí, ni los conozco…

Fueron hombres que, al igual que usted, hicieron lo que pudieron: se rebelaron contra la injusticia y contra los terratenientes. El primero, robaba a los señores feudales de Inglaterra para dar el producto de sus robos a los pobres de su región, y el segundo, también se rebeló contra la injusta distribución de la riqueza, contra los terratenientes, y no vaciló en hacer una revolución en su país: México.

Así ha de ser, señor. Le repito: yo no los conocí ni los conozco.

¿Eso quiere decir que su vida y sus obras no estuvieron ligadas a ninguna ideología?

Mire, parece que usted no entiende lo que le digo: yo nací en medio de la pobreza, no pude educarme, apenas si supe leer y escribir. Mi vida la pasé a caballo y huyendo de los que me perseguían por vengarme de lo que les hacían a mi gente los dueños de las haciendas. Nunca he oído eso de ideologías. Fui yo el culpable de todo lo que quieran culparme. No tiene que andar buscando otros culpables.

Pero, dígame, ¿usted robaba a los ricos para darles esa riqueza a los pobres? Porque hay quien dice que usted prestaba a los pobres de su región para que paguen las urgentes deudas, pero que nunca les cobraba. Hay quienes aseguran que luchar contra la injusta distribución de la riqueza es socialismo…

Saque usted sus conclusiones. Le repito, yo fui un hombre que hice lo que pude. En cuanto a eso que usted llama socialismo, pues, en mi tiempo ni siquiera oímos esa palabra. Nunca pertenecí a nadie ni a nada.

¿Se declara, entonces, un solitario, un bandolero de buen corazón?

Si usted quiere llamarme así…

Debe ser por eso que usted fue fácil presa del mayor Deifilio Morocho. Dicen que él le cercó en una cueva cerca de Sozoranga. ¿Qué hacía usted allá?

Fui a descansar. Sabía que me perseguían y creí que los milicos me buscaban en Pózul. No pensé que me fueran a buscar en Sozoranga, porque ellos sabían que allí vivía la Dolores y también sabían que yo no quería que ella sufriera. Ella no sabía que yo iría a visitarla, pero fui. Estaba yo, con mis amigos, en una cueva cerca del pueblo, allí pensamos pasar la noche. A la madrugada empezó la balacera. Me refugié detrás de una roca que había a la entrada y los militares, por más que disparaban, ni siquiera me hirieron. Lograron matar a Rindolfo, pero Víctor Pardo y yo estábamos vivos cuando un taco de dinamita cayó detrás de la roca y explotó. Ahí nomás terminó mi vida.

Pero dicen también que no pudieron matarle, que usted se había suicidado. Incluso argumentan que, en una autopsia que le habían practicado, se encontró que había un agujero de bala que le había penetrado en la quijada, desde abajo, y había salido por su cerebro, y eso no podía ser sino una señal de que usted mismo se disparó cuando se dio cuenta de que no podía acabar con los militares que le cercaron.

Mire, deje las cosas como están. Ahora yo ya no puedo asaltar las haciendas. Es mejor así. Que crean lo que quieran. Lo importante es que mis gentes no pasen hambre, que puedan trabajar dignamente. Eso me interesa.

¿Eso quiere decir que usted aún sigue caminando sobre su caballo o su mula por estas tierras?

Y, ¿usted cree que está hablando con Naún Briones o con un fantasma? Tal vez, mi señor, usted me está soñando.

8 COMENTARIOS

  1. Bello texto. Mi abuela materna me contaba que su padre, mi bisabuelo, había sido padrino de bautizo (o al menos una especie de protector) de Naún Briones, y que por eso nunca le robó ganado o asaltó sus propiedades. Incluso me dijo una vez que ella lo había visto al menos en una ocasión, cuando huyendo de la justicia, mi bisabuelo le dio refugio en su casa. Sería muy interesante reconstruir «históricamente» la figura legendaria de este forajido. Saludos, amigos. Siempre los leo con entusiasmo y admiración.

  2. La lectura atrapa y te. Lleva a diseñar una historia donde la memoria queda con el fantástico personaje. Felicitaciones.

  3. Felicidades por hacer recordar el pasado de nuestra gente brava y valiente , personalmente mi abuelita me contaba que por la tingue pasaba Naun pero también su hermano Gilberto Briones el mismo que había sido muerto entre Tingue y chivatos por los carabineros y lo trasladaron por zapallal a sambi y mi abuelo lo habían obligado a llevarlo , todo esto en al madrugada

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