Inicio Tinta Negra Juez y lacra (una apología de la amoralidad)

Juez y lacra (una apología de la amoralidad)

Por Javier Alonso / @javier12mayo

Como cuestión previa, me encanta follar. Desde hace años que estoy con todas las mujeres que puedo y conforme avanza el tiempo me voy volviendo menos exigente: solteras, casadas, mayores, menores, guapas, feas, gordas, delgadas… Soy capaz de ver a cada mujer con optimismo hasta encontrar en ellas algo que me haga disfrutar. Trato de tener sexo todas las noches, y la noche que no puedo, me masturbo. Me encanta el vicio y no me avergüenza reconocerlo, muy al contrario, me enorgullezco de mi vida disoluta. Y sé que quienes me critican lo hacen porque no pueden o no se atreven a ser como yo.

Tal vez algunos se pregunten qué tanto de verdad hay en mis palabras, si realmente soy un vividor o solo soy uno de esos bocazas que presume de lo que no tiene. Quizás se pregunten si tengo sentimientos o soy un hedonista indolente y misógino que piensa solo en su propio disfrute. Tal vez se pregunten si yo siempre he sido así o quieran saber qué circunstancias obraron para transformarme en este ser amoral que ahora se presenta ante ustedes. Les voy a contar un secreto: tiempo atrás, las mujeres eran un misterio para mí. Es más, me daban miedo. Ya en la madurez acabé acostumbrándome a no entenderlas, luego empezó a darme igual, y por fin acabé por aceptar que estaba abocado a no tener relaciones estables, a ser amante de muchas y novio de ninguna. Y qué diablos, ¡ahora me encanta esto! Ya no me importa comprenderlas o no, porque ya no les doy nada. Nada esencial, al menos… Nada que no tenga de sobra. Como el vicio, o como el semen. No les doy nada que no pueda reponer con facilidad. ¿Amor? No… Ya di todo el que tenía.

Decidí volverme un crápula gracias a Estela, la que fue mi pareja durante un tiempo, hace ahora unos 5 años. De esa época aún pensaba que podía encontrar a la mujer de mi vida alternando en discotecas. Nos acostamos la misma noche que nos conocimos y después de esa noche, nos acostamos muchas otras más. Estela tuvo decenas, cientos de amantes… Pero antes de eso estuvo enamorada de alguien que la traicionó y desde entonces dice que ya no puede sentir nada por nadie. Yo pensé que conmigo eso podía cambiar, que si le daba lo mejor de mí, podría mantenerla a mi lado. Solo conmigo. Por esa época aún no entendía que no importa lo que le des a una mujer, porque casi nadie (y menos las mujeres) sabe lo que quiere, y que el secreto está en hacerles ver que lo que les das es lo que necesitan. Pero yo sabía bastante menos de todo esto que lo que sé ahora.

Seguí en mis ensoñaciones hasta el momento en que me despreció por un nuevo amante, y todo terminó.

descargaUna vez muerta nuestra relación y superado el dolor de la pérdida, acabé adoptando a Estela como una maestra a título póstumo: ella, igual que yo ahora, estaba con todas las parejas sexuales que podía y las abandonaba antes de ligarse emocionalmente. Ella era así porque antes habían sido así con ella. Igual que yo. Lo que soy ahora se lo debo en parte a ella, y por ella me quité la venda: ya no me importa ser alguien orgulloso, arrogante, egoísta, huraño, infantil, inseguro, interesado, falso… Siempre he sido así, desde pequeño, pero la diferencia es que ahora veo esos rasgos de mi carácter como virtudes y no como defectos, y a la vez hago que la otra persona vea como defectos sus propias virtudes, para así hacer que dependa de mí. Y funciona.

Seguro que algunos se molestarán por mi franqueza algo brutal, pero ser políticamente incorrecto y escandalizar forma parte de la diversión. Si no, desnudarse ante todos sería algo muy aburrido. En mi descargo, y para que se note que también tengo corazón, confieso que me gustan los gatitos y que siempre cedo el asiento en el bus a la gente mayor o a las madres. En resumen, en la mayoría de las cosas soy como la gente normal, la diferencia es que a mí no me da miedo mostrarme como soy. Las personas somos como somos: en casa, en la oficina, en el bar, o por la calle, con la sonrisa de conejo y la pose fingida, esperando la oportunidad de sacar tajada, de salirnos con la nuestra, sin que se note, sin que sea muy evidente, pero mintiendo, engañando o llevándonos por delante a quien haga falta. Somos egoístas por naturaleza. Recuerdo cuando era niño y fingía estar enfermo para quedarme en la cama tranquilamente, y así no tener que enfrentarme con los profesores, ni con los matones del patio. La mentira es buena si te sirve para vivir más cómodamente. Pero no se trataba únicamente de no ir al colegio, sino que, al interpretar la enfermedad, sentía que era inmune a ella: si fingía gripe, significaba que no tenía gripe, como si la mentira fuera un escudo que me protegiera de todos los males. Ahora, igual que entonces, actúo como un crápula de forma preventiva: si soy el verdugo no soy la víctima, si traiciono a la otra persona, no soy yo el traicionado.

descarga (1)Muchos me criticarán por las incontables veces que he usado a una mujer durante una o varias noches, bajo promesas que luego cayeron en el olvido, pero yo no puedo vivir preocupado por los sentimientos de los demás. Bastante tengo con sobrevivir en medio de tanta frivolidad. Ahora ya me conocen mejor, pero antes de juzgarme, tengan en cuenta que una vida de libertinaje es algo muy fatigoso, exige una dedicación plena y una gran fuerza de voluntad. Ha sido difícil convertir el dolor de las rupturas pasadas en una enseñanza y transformarme finalmente en lo que antes odiaba. Pasar de leal a semental, de empático a psicopático, de sufridor a castigador, es todo un camino que implica una fuerte catarsis y un gran deseo de transformación. El bien o el mal, la virtud o el exceso, la fidelidad o la crapulencia, son todas buenas opciones, dependiendo de lo que le guste a cada uno. Antes de juzgarme tengan en cuenta que todos tenemos una parte de víctima y otra de verdugo. Sí, ustedes también.

1 COMENTARIO

Los comentarios están cerrados.