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La Generación X, hoy

¿Quiénes somos ahora los que pertenecemos a la Generación X? ¿Cómo actuamos?

Imagen tomada de globedia.com

Por David Carrión Mora / @elbuenlawer

¿Quiénes realmente somos la Generación X hoy? Se nos llama así a quienes sobrevivimos a beber agua directamente del grifo, a la bebas, al Betamax, al VHS, a los  cassettes, al famoso carril para guardar nuestros útiles escolares, a las resbaladeras y columpios de metal con todo y óxido, etcétera, etcétera…

Pero no quiero hablar únicamente de eso. Lo conocemos de memoria. Hasta nos ha traído nostalgia, ¿verdad? Quiero hablar de lo que nos ocurre ahora:

Muchos de nosotros sufrimos en el pasado por tener un papá bravo. A algunos nos tocó ese tipo de papá que, cuando nuestros amigos nos decían oye, ¿tu papá si es cabreado, no, ve?, no nos quedaba más que responder con un silencio cómplice y asentir con la cabeza. A ese tipo de papá a la antigua literalmente le temíamos luego de cometer una falta, y pensábamos: ahora sí mi viejo me va a hablar, y adoptábamos una expresión de pánico. En realidad, temíamos más a la carajeada por habernos roto un brazo que a la lesión como tal.

Pero, ¿qué le pasó a esa Generación X luego de treinta o cuarenta años? ¿Es que no nos fue suficiente vivir con temor a nuestros padres, que ahora vivimos también con temor a nuestros hijos? Es que lo veo a diario: padres modernos que preguntamos a nuestros hijos con cierta timidez: a ver, ¿qué quieres hacer hoy, Mati? A ver, ¿quieres el plato azul en lugar del verde, mi amor? A ver, ¿no quieres ir hoy a clases, Cami? A ver, ¿qué quieres comer hoy, Juli? ¡Cómo que qué quieres comer hoy! ¿Ya nos olvidamos de lo que respondían nuestras madres antes si osábamos preguntar qué hay de comer? ¡Comida, pues, qué más! Esa era la contundente respuesta. Y, ¡a comer todo!

Los padres de la Generación X nos lamentamos de que nuestros hijos estén aburridos en casa, a pesar de que tienen a mano todos los aparatos electrónicos. Nos angustia que nuestros hijos padezcan ese ficticio pero tristemente famoso síndrome de atención dispersa. Nos pone los pelos de punta que el niño llore en la sala de cine a grito pelado, porque el helado que le compramos no le gustó… En nuestras épocas ni se nos ocurría comentar que estábamos aburridos, pues de inmediato nos ordenaban arreglar el dormitorio, tender al sol la ropa mojada, la propia y la de toda la familia, luego de subirla cinco pisos por las escaleras, ir a la tienda al menos tres veces seguidas porque nuestras dulces madres siempre olvidaban algo de la lista de compras o porque volvíamos de hacer el mandado con algo equivocado. Cómo olvidar que –de paso– había que ayudar a la abuelita que vivía cerca y que, obviamente, no podía ir a la tienda, entre otras cosas…

Ahora, los padres de esta llamada Generación X creemos que no podemos darnos un tiempo para nosotros solos, pues tenemos que dar una explicación a nuestros hijos sobre todo acto: dónde, cuándo, cómo, por qué… Llevamos ese peso sobre nuestros hombros por creer que no podemos darnos un regalo a nosotros mismos sin soportar la mirada acusadora de los pequeños o el reclamo de que los hijos son primero. Ese peso nos hace sentir mal como padres porque creemos que no somos capaces de ofrecer a nuestros hijos lo suficiente. Y nos justificamos con el pretexto de que cuando pequeños nosotros no lo tuvimos, entonces, que lo tengan ellos. Pero, seamos honestos, sabemos muy bien que sí tuvimos y mucho.

Bueno, quiero aclarar que todo lo dicho no tiene ni un gramo de reclamo o de resentimiento contra los padres de antes. Todo lo contrario, estoy convencido, como nunca antes, de que soy la persona que soy gracias a ellos, gracias a que supieron corregirme, me enseñaron a saludar (duro, duro), a ser solidario, ordenado, obediente, puntual (aunque a veces fallo, lo reconozco, antes de que salten quienes me conocen), respetuoso de las autoridades y, sobre todo, a respetarlos y honrarlos. En fin, algo habrá de lo que somos los de la Generación X que yo no estoy contando aquí…

Pd. Aunque no me crean, sigo comiendo recalentado.