Inicio Tinta Negra La receta fundadora de nuestra ciencia ficción

La receta fundadora de nuestra ciencia ficción

Por Juan Carlos Cabezas / Para La Barra Espaciadora

El cuento se llama El Emisario, de Ray Bradbury. Habla sobre un perro grande que se convierte en el lazarillo de un niño enfermo, quien, harto de estar entre cuatro paredes, cuelga en el collar de su mascota un letrero que dice: “¿Quiere hacerle una visita a mi dueño, que está enfermo? ¡Sígame!”.

En una de sus salidas, el emisario no regresa; el niño lo extraña y aguarda su retorno, hasta que una noche escucha unas pisadas conocidas en la escalera. Sí, se trata de su perro, pero algo le ha ocurrido: deja mojones de tierra húmeda a su paso y la carne se le cae a pedazos. El pequeño, intrigado, se da cuenta de que se trata de algo fantasmal. Además, alguien o algo acompaña a su amigo: le ha traído visitas.

Al finalizar la lectura, sentí una fascinación terrorífica que me llevó a cerrar el libro y permanecer durante algún tiempo contemplando el techo de mi habitación, a oscuras. Pensaba que lo que había leído era insuperable. Luego hasta me sentí egoísta por tener ese cuento descansando en mi librero. Era y es imperativo que otros lo conozcan.

Después, otros grandes exponentes de la ciencia ficción, como Philip K. Dick , en Sueñan los androides con ovejas eléctricas, Stanislaw Lem con Diarios de las Estrellas y Úrsula K. Le Guin, con La mano izquierda de la obscuridad, me depararon más noches de ojos abiertos y  la mente fija en cierto punto del sistema solar.

Como la mayor parte de esta literatura que se gestaba en Estados Unidos creí que era imposible que alguien en nuestra zona sintiera pasión por la ciencia ficción, y que trabajos como el de Santiago Páez, Fernando Naranjo y Jorge Miño constituyen una excepción a la regla, destinada a confirmar esta premisa insana: no existe ciencia ficción en el Ecuador porque estamos a la cola del desarrollo científico.

Hace poco los resultados de las investigaciones del académico boliviano Iván Rodrigo Mendizábal me revelaron cuán equivocado estaba. Rodrigo encontró el texto fundador del género en el Ecuador; se trata de La Receta, de Francisco Campos Coello, publicada por entregas en 1893, en una revista de la época. Rodrigo no se quedó ahí: como lo que recibió fueron imágenes en formato JPEG y varias partes eran ilegibles, escribió letra por letra, página por página, esta extravagancia literaria. Ahora, además, busca una editorial interesada en su publicación.

El autor, Francisco Campos Coello, quien fuera presidente del Cabildo guayaquileño, ministro de Estado y fundador de la Junta Municipal de Beneficencia, proyectó en La Receta su visión de un futuro maravilloso para su ciudad, a través de la anécdota de un viajero en el tiempo que se duerme cien años y despierta en 1992, en una Guayaquil repleta de ciudadanos ávidos por la cultura y la técnica. Se describe en la novela que al menos 100 000 personas hacen fila para recibir un libro prestado en las diferentes y bien surtidas bibliotecas que existen, eso es, más o menos, la mitad de la población de esa época.

Las calles son lecciones de geografía, pues en cada una se informa y hasta se reproduce la forma de vida de los distintos cantones de la Patria; las plazas son lecciones de historia, mientras en el Consejo Guayaquileño se citan los versos de Verlaine, Rimbaud  y Olmedo. En la urbe, como es lógico, solo profesores y científicos son considerados notables, pues han conseguido predecir terremotos y tsunamis.

Campos, en La Receta, inaugura la ciencia ficción en Ecuador con una utopía sobre el papel de la cultura en la derrota de la pobreza y la inequidad.

Ahora que vivimos escépticos ante todo, sin tiempo ni interés para el teatro, la literatura bien escrita y la música, resulta vital mirar al futuro y pensar, soñar y escribir como lo hizo el pionero Campos Coello.

3 COMENTARIOS

  1. Excelente artículo no lo sabía, el gran H.G. Wells en su libro El País de los Ciegos de 1904, también es visionario de un Ecuador de los «mejores» tiempos, empieza así:

    «Próximamente a trescientas millas del Chimborazo y a cien de las nieves del Cotopaxi, en la región más desierta de los Andes ecuatoriales, ábrese el valle misterioso donde existe el país de los ciegos. Hace cuatro siglos todavía era el valle asequible, aun cuando siempre insondables precipicios y peligrosos ventisqueros lo rodearon casi totalmente. Y tal vez entonces fue cuando algunas familias de indígenas peruanos se refugiaron en él para huir de la tiranía de los colonizadores españoles. Sobrevino después la terrible erupción del Mindovamba que hundió durante diecisiete días a Quito en las tinieblas; y desde los manantiales hervorosos de Yaguaxi hasta Guayaquil, flotaron sobre todos los ríos peces muertos. No hubo parte en la vertiente del Pacifico donde no se registraran desprendimientos formidables, súbitos deshielos que originaran inundaciones; y la antigua cúspide montañosa del Arauca rodó por la vertiente de la cordillera con ruido infinitamente multiplicado de catarata, cegó los caminos, y formó para siempre una barrera infranqueable entre el país de los ciegos y el resto del mundo…

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