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No mires a los ojos de la gente

Ilustración: Diego Cazar Baquero
Ilustración: Diego Cazar Baquero

Por Javier Alonso / @javier12mayo

La tranquilizadora heterogeneidad de lo existente ha vuelto en toda su maravilla. Y los dos ojos, ambos rastrillos levantados, registran una y otra vez la sorpresa. (John Berger. Cataratas)

 Me gusta el juego de mirar a los demás a la distancia. Posar mis ojos en el otro, fijando la vista, y esperar su reacción. La gente no está acostumbrada a ser observada de esa forma; no durante mucho tiempo, sin interrumpir la mirada, sin conocerles. Los gestos de alguien dicen más que sus palabras. Normalmente, bajan la vista o disimulan. Nos gusta que nos vean, pero no que nos miren, y mucho menos que nos vigilen. ¡No mires a los ojos de la gente: se sienten desnudos!

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Tú estabas en el sitio de costumbre y, como siempre, me estuve fijando en ti. Te conozco más por verte que por hablarte: la forma como sostienes la copa, cómo sujetas tu cartera, cómo apoyas tu brazo en la barra e inclinas la cabeza cuando te diriges a alguien, mientras echas tu pelo hacia atrás y bajas los párpados… Todos tus gestos dicen algo, cuentan una historia. No me fijo en tu cuerpo ni en tu rostro ni en tu labios al hablar; no me interesa tu aspecto físico ni tu vida sexual. No pienso en llevarte a la cama ni en compartir una noche. Quiero entrar en tu alma, conocer tus secretos. Quiero poseer tu esencia para siempre.

Los movimientos de alguien dicen más que sus palabras. Soy alguien caprichoso y cuando me obsesiono con algo debo tenerlo. Para desencriptar tus movimientos, tan elegantes, meticulosos, evocadores, no me hace falta seducirte: me basta con descifrarte. Cuando haya comprendido tu código, serás mía.

Me acerco y te saludo, como si te conociera, porque sé quien eres. Tú también me has visto otras veces, he sentido tus ojos tratando de penetrarme, tímidamente, sin aguantar mi mirada más de unos segundos. Tú quieres que me acerque, y eso facilita las cosas. Hablamos. Una noche y otra, siempre te veo ahí. Para ti es un ritual: he visto tantas veces cómo otros se acercan a ti, te hablan, se ríen y te tocan. Algunos torpes, otros confiados, algunos por simpatía, otros por deseo. Pero yo no soy uno más. Yo no busco lo que los otros, ni actúo como ellos. Yo no me comporto como alguien que quiere conocer tu superficie, tu personalidad, tu piel; yo te hablo como si me pertenecieras. Y eso te asusta y te atrae. Una noche y otra, te asusto y te atraigo.

Estamos en tu casa. Me has traído con una excusa cualquiera, pero sé tan bien como tú que quieres un poco de intimidad. No sabes interpretarme, por eso te imaginas mi historia, fantaseas conmigo y esperas que yo sea la persona que tú crees que soy. A lo largo de todas esas noches te he hablado de muchas cosas sin contarte nada sobre mí: anécdotas llenas de detalles pero sin sustancia, impersonales. Cuanto menos sepas sobre mí, más cubrirás esos vacíos. Cuanto menos hablo, más hablas tú, más te mueves, más actúas, más te retratas.

Los gestos de alguien dicen más que sus palabras. Abres tu boca, me hablas de tus gustos musicales, mueves tus labios y muestras tus dientes, mientras charlamos, mientras sonreímos, mientras nos miramos. Nos miramos… tu mirada no miente, no puede ocultarte. La mirada es el espejo del alma –dicen los clichés–. Cuando me miras, entro por tu mirada. ¿Qué encontraré dentro de ti?

La mirada de alguien dice más que sus palabras. Nos estamos tocando, abrazando, besando. El lenguaje de tu piel, de tus caricias, de tus sonidos, revela tu interior con elocuencia. Ardes en deseo, pero me detienes. Tu boca dice no, pero todo tu cuerpo, todo tu ser dice sí. Tus excusas y tus razones, el manto bajo el que te ocultas cuando intentas no mostrar tus miedos. No me conoces, no quieres conocerme. No quieres que yo sea diferente a lo que has imaginado. Puede que tú seas mía, pero yo nunca fui tuyo. Prefieres la imagen en tu cabeza. Un espejismo en el que puedes volcar todos tus anhelos, tus expectativas, tus frustraciones, tus dudas. Prefieres lo que puedo ser antes de lo que soy.

El lenguaje corporal dice más que las palabras. Después de todo no te conocí hasta que no probé el sabor de tus labios y te dejé mis caricias. Ahora que te conozco de verdad puedo soltarte. Ya no eres mía. Puedes hacer lo que quieras, excepto mentirme, eso no te va a funcionar. Ya he visto tu alma y todo lo demás, todas las poses, todas las explicaciones, no cambian nada. Ahora te veo, como siempre, en el lugar de costumbre, y no necesito hablarte para entenderte, me basta con mirar tus ojos y penetrar en tu mirada. Es una ventana abierta para mí desde aquel día.

Busco entre la gente, quiero encontrar algo que poseer. Soy alguien caprichoso, puede ser una pasión de un minuto, o puede durar años. Depende del objeto poseído y de quien lo posee. No mires a los ojos de la gente: les incomoda que les vigiles, que les examines, que les juzgues. No sabemos quiénes somos, no sabemos qué queremos. Intentamos saberlo todo de todos, pero no queremos conocer nada de nadie. No mires a los ojos de la gente: podrías descubrir cómo son realmente, y nadie quiere eso.