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Taxis: confesionario ciudadano público

Por Armando Cuichán / La Barra Espaciadora
La línea más corta entre dos puntos es el taxi, más aún cuando uno quiere evadir la paradigmática hora ecuatoriana y tiene que cruzar toda la ciudad.
Salí con tiempo suficiente, pero ir hecho papilla en el trole y con riesgo de atraco atentaban contra mi buen humor, por ello decidí tomar un taxi. Antes pasaron frente a mí cuatro, completamente amarillos y  ocupados. El quinto, que lucía un capó verde, también pasó de largo cuando levanté mi brazo para llamar la atención de su conductor. Así ocurrió  con el sexto, el séptimo y no sé cuántos más… Después de quince minutos de espera mi humor ya tenía el color gris de las nubes y el tiempo ya corría en mi contra, hasta que por fin un taxista se detuvo. Me senté junto a él, balbuceé mi destino, ajusté mi cinturón de seguridad y arrancamos.
Después de no más de cuatro cuadras de recorrido el taxímetro ya marcaba más de dos dólares:
-Tiene que hacer revisar este trasto, no vamos ni por la mitad y ya marca lo que yo suelo pagar por toda la carrera.
-Es verdad -me respondió-, pero ahora no podemos hacer nada; cuando estos inventos se dañan, solo puede repararlos un técnico. Lo mismo me pasó con la cámara la semana pasada -dijo, refiriéndose a un pequeño artilugio circular colocado en el parante derecho del parabrisas.
-Eso es todavía más importante -le dije yo-; por su seguridad es mejor que la repare pronto.
-Por la seguridad y el control, puntualizó el conductor. Por esas cámaras ven que no haya malcriados haciendo abusos, pero también ven y escuchan todo lo que pasa en el taxi; por esos aparatos saben si la gente está con el alcalde o si, por el contrario, no lo quiere ver ni en pintura.
OSVALDO CATTONEEsta idea me dejó perplejo y silencioso; no era del todo descabellada. Si las cámaras instaladas recientemente en los taxis o en cualquier otro sistema de transporte público, son capaces de transmitir audio y video, mediante estos dispositivos, en verdad se puede generar una lectura de la sociedad muy cercana a la realidad, pensé. ¿Quién está exento de tomar un taxi o subirse a un bus y hacer algún comentario… digamos, político?
-¿Qué, ya se asustó? -me preguntó el conductor mientras soltaba una sonrisa irónica y sostenía el volante con sus dos manos.
-Para nada -le respondí-, solo estaba pensando en unos programas de computadora que pueden leer los labios de las personas.
-No hacen falta esos programas; estas cámaras también pueden registrar la conversación que estamos teniendo en este momento -me dijo-. En estos tiempos ya nada puede permanecer oculto. Verá el chasco que me hace pasar mi sobrino: como el pobre no tiene trabajo fijo, a veces yo le presto el taxi en las noches para que se gane unos centavitos y así de pasó a mí también me llega un dinerito extra que tanta falta hace. La semana pasada el muy mushpa, después del trabajo se ha ido al mirador de la González con la enamorada, allí han estado hecho ocho los guambras, y el pendejo no ha parado el taxímetro; ha estado como con carrera. Lo cierto es que se han pasado al asiento de atrás y han empezado con sus cosas, él ya se ha sacado la ropa y así mismo ha de haber estado la guambra chirisique, hasta que les llega un policía y les encuentra in fraganti, en el acto; ¡ni cómo hacerse los tontos! A la madrugada me llaman de la policía al celular y me dicen que el taxi está parado en la González, que si tengo algún problema. Imagínese, se me fue el santo al cielo; pensé lo peor. Por suerte solo ha sido una travesura de mi sobrino… Ahora todos los taxis tienen una caja negra, los botones de pánico, un taxímetro que marca cuando un cliente se sube, las cámaras para enviar todo lo que estamos haciendo adentro y por último un GPS. Como el guambra no ha desactivado nada y ha estado haciendo de las suyas con su enamorada, todo lo que hacían les ha llegado a las pantallas del ECU911 y estos han mandado una unidad de policía para verificar qué mismo pasa. ¡Qué chasco, no! Ni más le vuelvo a prestar el carro.
-Pero con todo eso que ha pasado, no me va a decir que ahora no hay más seguridad…
-¡Qué va, las que mejor rastrean son las esposas! ¿O no? Ja, ja, ja… -después de gozar de su propia broma a carcajadas, continuó- Cierto es, cierto es… Una vez le quisieron asaltar a un compañero y este había logrado presionar el botón de pánico sin que se den cuenta; así se enteró la policía y por medio de las radios internas también nosotros nos enteramos. Les hicimos seguimiento a los malandrines y en menos de media ahora, les capturamos por el sur de Quito.
A esta altura de la conversación nos vimos envueltos en un atasco. No había forma de que los autos adelantaran ni un metro. Entre la preocupación y la resignación, le dije al taxista:
-La seguridad parece un punto a favor, pero el tráfico sí que es insoportable; ¿será que le vuelven a reelegir al mismo alcalde?
El conductor arqueó las cejas y con voz sarcástica respondió:
-Verá, yo aquí en el taxi, hago una encuesta todos los días y sé que nadie le quiere a este alcalde. El invento de las ciclovías no ha funcionado, en el centro todas las calles tienen unos baches tremendos y ni qué decir de los barrios periféricos, que no tienen nada. Difícil será que gane, si nada de lo que ha hecho ha funcionado.
-¿Cierto, no? -le respondí haciendo eco de su pesar-, como que las cosas no funcionan del todo bien aquí en la carita de Dios -concluí…
-Así es, cuando recién se iba a postular pensé que yo era el único que estaba en contra y por eso me guardaba mis comentarios, pero ahora ya no; ahora sin miedo y sabiendo que me van a ver por estas cámaras, le digo que no, ¡que yo no voy a votar por él! –el hombre gesticulaba su respuesta frente a la cámara delantera como si se tratara del ojo del mismo alcalde. Entre conversa y conversa y con retraso llegamos a mi destino. Ignoré el valor marcado por el taxímetro dañado y pagué la tarifa habitual. Cuando el taxista terminó de contar las monedas del importe me miró molesto y frunció el ceño:
-¿Esto sabrá pagar hasta acá? Si no estuvieran estas cámaras le diría una cuantas cosas, viejo’e mier…
Sin más, abandoné el auto y me alejé, mientras un ciclista pedaleaba lentamente junto al taxi.