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Hugo Córdova Quero: «El machismo no es propiedad exclusiva de los varones con pene»

Sexualidad y fe son dos elementos que rara vez han logrado conciliación. América Latina ha visto durante las últimas décadas distintos episodios de discrimen por orientación sexual en contra de grupos que defienden sus derechos a elegir libremente cómo vivir su sexualidad. Muchas de estas acciones han sido auspiciadas por instituciones religiosas y por gobiernos moralistas y retrógrados. ¿Cómo pueden convivir fe y sexualidad en las sociedades contemporáneas? ¿Cuánto inciden los principios religiosos en prácticas de odio en contra de quienes piensan distinto al heterosexual promedio? Hugo Córdova Quero charló con nosotros sobre el tema.

Ilustración: Belén Loaiza-LBE.

Por David Avilés Aguirre

América Latina es una región construida sobre fuertes preceptos religiosos coloniales. Hugo Córdova Quero propone comprenderlos desde un modo más integrador, basados en el amor y no en el odio, el castigo o el temor.

Hugo es uno de los estudiosos del pensamiento queer más destacados de América Latina. Sus estudios abren una posibilidad de análisis que sale de los binarismos y que se dirige con frontalidad a los principales exponentes de un neoconservadurismo religioso que emerge en el continente y que pretende incidir en la sociedad civil a través de sus intervenciones en las legislaciones de cada país. Sobre el tema, Hugo imparte conferencias permanentemente en América, Asia y Europa. Actualmente, se desempeña como Profesor Asociado de Teorías Críticas y Teologías Queer y como Director del Departamento de Educación Online, ambos en la facultad Starr King School, GTU (Berkeley, CA.); como investigador en el Centro de Estudio de las Religiones Asiáticas en la Pontificia Universidade Católica de São Paulo, y como Research Fellow en el Instituto de Colaboraciones Teológicas de la Universidad de Winchester, Inglaterra.

Es también miembro del Grupo de Estudios Multidisciplinarios en Religión e Incidencia Pública (GEMRIP), del Grupo Transpacífico para el Estudio de la Religión y la Sexualidad (EQARS) y de la Queer Migrations Research Network. Sus áreas de especialización son estudios religiosos, teología sistemática y teologías queer, teorías críticas, estudios étnicos, migratorios, culturales y de geografía de las religiones. Es codirector de las revistas académicas Religión e Incidencia PúblicaHorizontes Decoloniales Conexión Queer: Revista Latinoamericana y Caribeña de Teologías Queer.

¿Qué son las teologías queer?

Desde la década de los noventa y con la aparición de la teoría queer, las teologías sexuales comenzaron a transitar una nueva ruta en torno a la intersección entre lo divino y la diversidad sexual. Esto no significa que las teologías sexuales hayan aparecido en el siglo XX. Teologías sexuales han existido desde los orígenes del cristianismo y sus propuestas —por ejemplo, de renuncia sexual— constituyen intentos de comprender la relación entre fe y sexualidad, aunque de modo negativo. Lo que sucedió en el siglo XX fue que se comenzaron a gestar propuestas de teologías sexuales ya no condenatorias sino en valoración positiva de la sexualidad.

De entre las propuestas de teologías sexuales, las más recientes son las teologías queer. Estas teologías analizan no solo los dogmas aceptados por las religiones institucionales sino que también indagan el trasfondo de esos dogmas a fin de evidenciar sus presupuestos sobre el género y la sexualidad. Por otro lado, las teologías queer buscan examinar y promover las múltiples maneras en que esos dogmas toman formas y prácticas no convencionales en la vida cotidiana de individuos discriminados por causa de su orientación sexual, tanto hacia el interior de las instituciones religiosas como en la sociedad. Si bien esto es especialmente evidente en la vida de personas gays y lesbianas, lo es con mayor fuerza en la vida de personas bisexuales, transgénero e intersexuales, así como también en aquellas personas heterosexuales que se oponen a la hegemonía del heteropatriarcado. Sin embargo, debemos ser conscientes de que el hecho de utilizar rótulos como “gay”, “lesbiana”, “bisexual”, “transgénero” o “intersexual” implica hegemonizar realidades particulares a ciertos modelos del género y la sexualidad predominantes en occidente que no necesariamente son comprendidos, aceptados o utilizados en otros contextos socio-culturales y geográficos como lo es América Latina. Así, los términos “marica”, “marimacho”, “bicha”, “torta”, “traba”, “playo», “arepera”, “muxhe”, “puto”, “joto”, “sapatão” constituyen modos particulares por los cuales la diversidad sexual ha sido nombrada —y contraculturalmente se nombra a sí misma en la actualidad— en distintos lugares de nuestro continente. Las teologías queer necesitan prestar atención a la historia y a la arqueología de estos términos pues indican situaciones particulares que son invisibilizadas cuando usamos las siglas LGBTI.

Al mismo tiempo, debo decir que la variedad y diversidad de teologías sexuales se ha incrementado al comienzo del siglo XXI con el entrecruzamiento de las teologías queer con aspectos relacionados con la geografía, la etnicidad, la clase social, e incluso con filiaciones religiosas distintas a la cristiana, tales como el judaísmo, el islam, el budismo, el hinduismo, el paganismo y el umbandismo, entre otras religiones, espiritualidades y creencias.

¿Cómo cuestionar las lecturas negativas sobre la sexualidad que tienen algunos sectores de las iglesias cristianas y otras religiones en América Latina?

Generalmente, cuando hablamos de religiones y diversidad sexual pensamos en dos polos opuestos. Algo así como dos trincheras en una supuesta guerra que ya ha tenido múltiples bajas. Sin embargo, esta idea tan binaria sobre la relación entre lo religioso y lo sexual es, al menos, confusa. Esto se debe a que colocamos ambos campos en una relación binaria en constante tensión que clausura toda posibilidad de terceros espacios de síntesis, negociación y/o creatividad. Es verdad que para algunos sectores religiosos, lo sexual siempre viene acompañado de una visión de peligrosidad, pero no por ser sexual sino por las dinámicas de poder que lo sexual conlleva. Cualquier cosa que se acerque a lo sexual enciende todas las luces rojas, y eso habla más del miedo de las personas e instituciones y de la impotencia que sienten por perder el control que de la pertinencia o no del discurso o la praxis de lo sexual. Es decir, lo sexual desafía los mecanismos de poder y control que estos sectores religiosos quieren mantener por sobre la vida cotidiana de las personas.

En definitiva, lo sexual no tiene valoración positiva ni negativa. Es parte de lo que la biodiversidad en el planeta ha dotado a todos los seres vivos. Debido a esto, lo sexual forma parte constitutiva de los seres humanos. Lo que ha sucedido es que las percepciones de determinadas personas o grupos comenzaron a catalogar lo sexual de acuerdo con otros intereses distintos. Sino, preguntémonos si las personas que tan vehementemente se oponen a que dos personas del mismo sexo tengan una relación han dejado ellas mismas de tener una relación con el sexo opuesto. Por supuesto que no, lo que prohíben es el derecho de las otras personas a ejercer su sexualidad siempre y cuando esto no se vuelva en contra de quienes realizan la prohibición. Aquí nos damos cuenta de que el problema no es lo sexual en sí mismo sino quiénes están habilitados o no para ejercer determinado tipo de sexualidad. Lo que está detrás de las prohibiciones e invisibilizaciones de la historia de la diversidad sexual a lo largo del desarrollo de la humanidad son las concepciones e intereses particulares que sustentan esa invisibilización y la necesidad de control que conlleva lo sexual.

Parte del problema ha sido la imposibilidad de controlar los cuerpos y su facultad de sentir goce y placer, lo que ha motivado a personas a condenar de raíz lo sexual. Personas e instituciones pueden controlar muchos otros aspectos de la vida cotidiana, pero, ¿cómo controlar el placer? ¿Cómo controlar lo que los cuerpos sienten? Este es el dilema. En el fondo es meramente una cuestión de poder que se legitima en órdenes sociales, en ideologías políticas, en mecanismos económicos a través de la división heterosexual del trabajo o en concepciones particulares sobre lo divino. Al mismo tiempo, es una cuestión que crea relaciones desiguales de poder porque las prohibiciones hacia personas de la diversidad sexual en su mayor parte no se aplican a las personas heterosexuales. Por ejemplo, no se les dice a las personas heterosexuales que está bien tener el sentimiento pero que no deben ejercer su sexualidad de por vida, algo que sí se hace con las personas LGBTI.

Uno de los argumentos a los cuales hacen referencia algunos sectores de iglesias cristianas se vincula a posturas biologicistas de los seres humanos. No hay posturas acerca de los textos sagrados que permitan comprender una clara ‘voluntad divina’ sobre las disidencias sexuales. Entonces, ¿por qué se da fuerza a las interpretaciones que algunos sectores religiosos hacen sobre sus textos sagrados?

Tanto la Biblia hebrea —mal llamada Antiguo Testamento— como la Biblia cristiana —mal llamada Nuevo Testamento— no condenan la diversidad sexual. En realidad, no existe ningún texto sagrado en ninguna religión que explícitamente condene la relación entre dos personas del mismo sexo basadas en el respeto mutuo.

Lo que existen son interpretaciones sobre los textos sagrados que obedecen a posturas en favor o en contra de la diversidad sexual postuladas por tal o cual iglesia cristiana. Cada texto puede siempre ser interpretado de muchas maneras, y no necesariamente en su origen e intención daba cuenta de esas posturas a favor o en contra de la diversidad sexual. Eso es algo que nosotros le adjudicamos al texto en la actualidad, avasallando su intención original. Recordemos que la idea de la homosexualidad como una identidad y no como actos realizados por dos personas del mismo sexo es algo creado en el siglo XIX. No podemos importar esta idea a un texto escrito hace 2 ó 3 mil años.

El texto más famoso —quizás— es el de Génesis 19 en la Biblia hebrea, en donde las ciudades de Sodoma y Gomorra son destruidas por Dios. Desde muy temprano en la historia del judaísmo y del cristianismo, ese texto fue entendido como un castigo de Dios sobre estas ciudades por no cumplir el mandato de amparar y proteger a los extranjeros. En ningún momento —hasta la Edad Media europea— fue asociado a la diversidad sexual. Fue en el siglo XII que un erudito cristiano, llamado Pedro Damián, escribió un libro en el que por primera vez se asociaba el deseo de personas por otras personas del mismo sexo como motivo del castigo divino narrado en Génesis 19. Ese momento coincidió con una creciente intolerancia en la Europa medieval, no solo contra personas que hoy llamamos LGBTI sino también contra la comunidad judía, quienes sufrían la enfermedad de Hansen —anteriormente conocida como lepra— y contra quienes ejercían la prostitución, especialmente las mujeres. Hasta ese momento, las personas LGBTI no eran perseguidas. Por el contrario, en muchas civilizaciones antiguas —incluido el Imperio Romano— y durante el primer milenio del cristianismo, la diversidad sexual era considerada de maneras muy distintas a las que conocemos en nuestros días. A partir del siglo XII el término sodomía pasó a representar un pecado y quienes tenían relaciones con otras personas del mismo sexo comenzaron a ser perseguidas. Hasta ese momento, sodomía era cualquier relación que no era procreativa. Es decir, si un varón y una mujer tenían sexo oral —que no es procreativo— también cometían sodomía.

Al mismo tiempo, debemos reconocer que en los evangelios, en la Biblia cristiana, no encontramos ningún texto en el cual Jesús condene a las personas LGBTI. Muy por el contrario, la actitud de Jesús —según el testimonio unánime de los evangelios— es que valoraba profundamente el amor hacia todas las personas, independientemente de su condición. Debemos recordar que todo escrito religioso —no solo en el cristianismo sino también en todas las religiones— está elaborado en un contexto social, histórico y cultural particular. Transplantar ese texto dejando detrás su contexto para usarlo en el nuestro actual —que también está construido en base a elementos sociales, históricos y culturales particulares— es crear una excusa para legitimar la discriminación o, por lo menos, provocar una mala interpretación de esos textos sagrados. Luego de realizar la discriminación, usamos los textos sagrados e invocamos el nombre de Dios para legitimar algo que es nuestra propia acción, no un mandato divino.

¿Las posturas de iglesias como la Iglesia Católica Romana, frente a las disidencias y diversidades sexuales, buscan invisibilizar otros modos de creencia que existen en la región? ¿Puede ser estratégico para ellos que así sea?

Creo que debo comenzar la respuesta con una aclaración fundamental: dentro de la rama católica del cristianismo existen más de 350 iglesias que se denominan “católicas”, siendo solo una de ellas la Iglesia Católica Romana. Esto significa que la Iglesia Católica Romana no es la única iglesia católica. La Iglesia Católica Romana es una institución católica entre más de 350 iglesias católicas, y las iglesias católicas son parte de las miles de iglesias que componen la religión cristiana. Aunque las personas no entrenadas en estudios religiosos —sumado que los medios de comunicación social sigan hablando erróneamente de “catolicismo” como si existiera solamente la Iglesia Católica Romana o de “la religión” como si catolicismo romano fuera la única organización religiosa que existe en el planeta— debemos comenzar a deconstruir esos mitos en pos de descolonizar esa mentalidad. Reconozco que en América Latina hay una asociación que se hace entre catolicismo como rama del cristianismo y la institución Iglesia Católica Romana como si ambas fueran lo mismo. Eso es un error. Que la Iglesia Católica Romana no reconozca la catolicidad de otra iglesias o incluso que no las considere como “iglesias” es un problema particular de esa institución, no necesariamente es el consenso global de las miles de iglesias que componen el cristianismo. Eso corresponde a un tiempo pasado donde sí existía un poder hegemónico de esa iglesia en el continente y se desconocía la existencia de otras iglesias católicas que no son romanas, muchas veces por falta de voluntad de los medios de comunicación social de familiarizarse con el campo religioso en el continente y solo asumir estereotipos. Al reiterar ese discurso, le damos un poder a la Iglesia Católica Romana que ya no tiene, un poder del que después nos quejamos pero del que somos partícipes, en su construcción y (re)producción. Cuando comenzamos a bajar a la Iglesia Catolica Romana de su pedestal y la ponemos al mismo nivel que otras iglesias, su poder se visibiliza tal cual es, y no con el poder imaginario que nosotros le adjudicamos.

Dicho esto, es sumamente estratégico para la Iglesia Católica Romana desconocer la diversidad del campo religioso en América Latina y seguir actuando como si fuera la autoridad máxima en el continente. Haciendo esto, reitera un estereotipo que —por desconocimiento o por complicidad— es reproducido por las sociedades latinoamericanas. El resultado no solo es la invisibilización de otras iglesias católicas, de otras iglesias cristianas o de otras religiones distintas a la cristiana, sino que también se invisibiliza a las iglesias que no son homófobas. Por ejemplo, la iglesia a la que pertenezco, la Iglesia Católica Antigua permite que sus clérigos se casen, se puedan divorciar y se pueden volver a casar tanto con personas del sexo opuesto como con personas del mismo sexo. Por lo tanto, las y los clérigos en la Iglesia Católica Antigua pueden ser mujeres o varones de distintas orientaciones sexuales o identidades de género. Sin embargo, cuando los medios de comunicación social necesitan una opinión de “la iglesia” —un error muy común en pensar que la única iglesia que existe en el mundo es la Iglesia Católica Romana—, van al sacerdote u obispo católico romano más cercano por una respuesta que —muchas veces— es negativa; en lugar de buscar en el amplio espectro de iglesias cristianas diversas voces y posturas que son favorables a la diversidad sexual. Al hacer esto, los mismos medios de comunicación social son cómplices de esta arrogancia de la Iglesia Católica Romana, no solo de desconocer otras iglesias, sino de invisibilizar posturas positivas frente a la diversidad sexual.

La educación laica y ciertas legislaciones como las que se proponen, por ejemplo, en Ecuador, implican que las mallas curriculares expongan las posturas que cada creencia tiene en relación con la sexualidad. Eso, de alguna manera, ¿haría posible que lxs alumnxs puedan comprender de dónde vienen estas posturas biologicisitas?

Esta pregunta es muy compleja. Lo primero que tendría que preguntar es quién define los contenidos de los currículos en los que se exponen las “posturas de cada creencia” y qué sectores de cada religión se consultan para ello. Como dije anteriormente, en todas las religiones hay distintos sectores. Si bien algunos son contrarios a la diversidad sexual, otros son favorables e incluso apoyan y participan del activismo LGBTI y de género. Por lo tanto, la definición de un currículo que tome en cuenta las posturas religiosas sobre lo sexual tiene que ver con mecanismos estrictamente de poder. Si quienes diseñan los currículos consultan a sectores negativos hacia la diversidad sexual, entonces las y los niñxs aprenderán los mismos prejuicios que imperan en la sociedad como mandato del heteropatriarcado.

Lo segundo que debo decir es que el laicismo en América Latina ha sido siempre un arma de doble filo. En su afán de contrarrestar el poder que tradicionalmente ha ejercido la Iglesia Católica Romana, ha terminado enviando hacia dentro de closets culturales a otras iglesias y sectores de religiones que no buscan ser hegemónicos en la sociedad o que son favorables a la diversidad sexual. Midiendo con una vara equivocada el discurso y la praxis de estas iglesias y sectores de religiones se ha cometido un gran perjuicio hacia el funcionamiento democrático de las sociedades latinoamericanas. Esto implica desconocer que piensa(n) en/los Otro/s respecto de muchos temas que hacen a la vida en democracia. Hay una diferencia entre “adoctrinamiento” y “conocer la postura del/os Otro/s”. El adoctrinamiento es siempre negativo porque busca coptar al/os Otro/s, el conocer sus posturas busca abrir caminos de diálogo, entendimiento mutuo y colaboración. Algo que es prácticamente imposible es el prejuicio de que “todas las religiones son conservadoras o son homófobas”. Eso es irreal y tan dogmático como los dogmatismos que se busca contrarrestar. Incluso algunos sectores del feminismo y del activismo LGBTI y de género en América Latina se han vuelto dogmáticos contra personas de la diversidad sexual que también profesan una fe particular. Una misma vara no mide todas las situaciones, eso es simplemente un acto de injusticia.

Debido a esto, creo que un currículo que habla de religiones —en plural— y sexualidad no puede ser definido por un sector conservador del catolicismo romano o por sectores del cristianismo porque las sociedades en América Latina están altamente diversificadas en cuanto a lo religioso. Se necesitan consensos y caminos de diálogo con diversos sectores para que ese currículo sea positivo. De lo contrario, producirán las mismas divisiones y discriminaciones que hemos vivido hasta el presente.

¿Qué papel juegan el machismo o la masculinidad hegemónica de las instituciones religiosas en las posturas conservadoras en relación con la sexualidad en la sociedad contemporánea?

En muchos sectores del cristianismo y de otras religiones el machismo juega un papel preponderante. No afirmaría que eso es una realidad para cada religión en general porque eso sería invisibilizar sectores del cristianismo y de otras religiones que no son machistas, que buscan deconstruir los efectos nefastos del machismo, tanto en sus organizaciones como en las sociedades latinoamericanas. Dicho esto, creo que es importante recordar que el efecto de los discursos religiosos machistas sobre las sociedades proviene de esos sectores que lo encarnan, no por mandato divino o de los textos sagrados para el todo de esta religión o aquella.

Al mismo tiempo, es necesario aclarar que el machismo no es propiedad exclusiva de los varones con pene. Si eso fuera así, erradicar la ideología machista sería muy fácil. El machismo —como el heterosexismo— es una ideología que permea todos los aspectos culturales de una sociedad. Por lo tanto, tanto varones como mujeres, heterosexuales y no-heterosexuales, participan de esa ideología. El problema es que creamos sistemas binarios donde hay varones=victimarios y mujeres=víctimas. Este simplismo frente a un tema complejo deja en el backstage a varones que no son machistas —nuevas masculinidades— y mujeres que también encarnan el machismo. Si ignoramos estas situaciones continuamos combatiendo el incendio en lugares acotados pero no dirigimos todos nuestros esfuerzos a la complejidad de la situación.

Asociado a la religión, el machismo ha colonizado las teologías, las interpretaciones de los textos sagrados, las concepciones sobre la(s) divinidad(es) y las prácticas religiosas; y no en la dirección contraria, es decir, que lo religioso origine el machismo. Ser claro en esto nos permite visibilizar, rescatar, dar voz a los sectores, tanto del cristianismo como de otras religiones que buscan erradicar el machismo. Nuestro gran enemigo no es solo el machismo sino los estereotipos y el pensamiento binario que no nos permite ver más allá de ellos.


Hugo Córdova Quero es doctor en Estudios Interdisciplinarios en Migración, Etnicidad y Religión (2009) y Magíster en Teología Sistemática y Teorías Críticas (Feminista, Poscolonial y Queer) (2003), ambos por la universidad Graduate Theological Union (GTU), en Berkeley, California, y Magíster en Teología (1998) por el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), en Buenos Aires.


David Avilés Aguirre (Quito, 1978) es doctorando en Antropología social por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Becario de la Secretaría de Ciencia y Tecnología. Investigador en Socioantropología de las religiones y temas relacionados con las masculinidades