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Vocación suicida

Por Marcela Holguín Higuera / @MarceHolguinh

«Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada. Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad».

Milán Kundera/ La insoportable Levedad del Ser

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Cuando tenía 14 años mi padre me obligó a leer a Kundera. En medio de los berrinches catastróficos de la edad y mi mal carácter, encontré en aquella historia de la Insoportable levedad del ser a una filosofía que, confieso, me hizo, inevitablemente, parte de una secta secreta: gente capaz de decidir el día, el minuto y el segundo en que va a morir.

El suicidio de Brittany Maynard este 1 de noviembre, víspera del Día de los difuntos, ha causado revuelo en las redes sociales, en las agencias de noticias internacionales y hasta ha sido condenado por el Vaticano. Todo esto porque presenta al público un dilema moral y ético en una sociedad que sigue percibiendo a la decisión de morir como un tema prohibido, un “mal de la humanidad” al que atacamos en vano, con altas dosis de libros de autoayuda, salmos, ansiolíticos, tarjetas de Hello Kitty y optimismo pacato.

5149637_GAgobiada por un cáncer cerebral, la protagonista de esta historia, Britany, de 29 años, en la flor de la vida, casada y sin hijos, decidió no seguir. Se fue sin otro sufrimiento que una muerte por barbitúricos e hizo todo un show mediático con la ayuda de la organización Compassion and Choices  que promueve una partida digna e indolora.

Como ella, más de 750 personas desde 1998 han decidido mudarse a Oregon, Estados Unidos, donde está aprobado el suicidio asistido como una práctica compasiva.

En sus últimos días, Maynard me recordaba a la Amaranta de Cien años de Soledad,  a quien nadie le creía que su cita con la muerte se aproximaba, porque se veía cada vez más radiante, más feliz, más segura, tejiendo su mortaja. Así la vimos irse y así deberíamos recordarla.

Todas las semanas en nuestro Facebook, convertido en el muro de la Iglesia Evangélica de los Santos de los Ùltimos Testigos de Osho, vemos desgarradoras historias de personas y sus enfermedades. Encuentras a familias conocidas, cercanas, proclamando “luchador” a su pequeño hijo enfermo incurable, hijos que le dicen a su mamita o a su tío sin pelo, sin dientes, visiblemente  moribundos, “mi guerrero”.

Claro, ellos porque no lo sufren, ni lo padecen; les hacen barra hasta las últimas y dolorosas consecuencias, porque la verdadera cruz la lleva su pariente. Dale Like si quieres que “fulanita” pase por quimioterapia, otra vez.

Y  bueno, yo que he leído TODO sobre este método mentiroso y las farmacéuticas miserables que te prolongan el dolor, la angustia y el miedo, me digo a mi misma: no lo aguantarás.

Ni  la despedida dolorosa y lenta, ni el llanto de mi familia durante meses, ni  las molestias, las cuentas millonarias del hospital, no pienso vivirlo, porque NO ES JUSTO, no te jodiste tanto para terminar en semejante estado de indefensión ante las trampas del sistema.

Sé que hay casos en que se curan milagrosamente, sé que hay enfermos que salen adelante. La pregunta es ¿a qué precio?, ¿es realmente vida esa experiencia en la que quedas disminuido, mutilado, derrotado? Si  son estas las supuestas e irrefutables “pruebas” del Señor que debemos pasar para subir de nivel, como en un sádico videojuego, no las acepto. No, muchas gracias.

Pero no hablemos exclusivamente de las personas enfermas, de esas mismas personas que, en últimas, merecen irse con la misma compasión que tenemos por nuestros hermanos animales y bajo el absoluto derecho de dejar de sufrir.

254790_430x316Apena que en una civilización supuestamente avanzada no estemos preparados para asumir que nuestros semejantes tienen la potestad de evadirse, de agotarse de estar en este mundo y de quitarse la vida en el momento en que lo crean oportuno. Si decidir es la característica más importante del ser humano, ¿por qué cuestionarnos nuestro respetable derecho a largarnos de este mundo en nuestros propios términos?

A mi no me invitaron. Yo no ensayé para esta pantomima. Yo vine sin que me pregunten.

Meditar sobre la muerte es hablar de libertad, porque el suicida, señores, no siente odio por la vida. Evidentemente, es una persona que sabe reconocer cuando estar aquí ya no vale la pena, ni sale rentable o práctico en las cuentas de su existencia.

Para todos los efectos, el caso de Britany nos demuestra que amó la vida hasta su último respiro y que no quiso seguirla viviendo en otro plano que no fuera la felicidad.

Suicidarse es una decisión que al final implica que no se quiere seguir tomando decisiones. Es ser libre para decidir no decidir más.

Recuerdo que mi padre me pidió, en muchas ocasiones, que si algún día llegaba a quedar inconsciente y pegado a una máquina, yo lo desconecte. Supe días más tarde de su muerte por un paro cardiaco, en 2012, que se lo había hecho jurar a varios miembros de la familia. Agradezco mucho al destino que se lo haya llevado sin dolor, tal como lo soñó siempre y que su mayor terror no se haya hecho realidad .

Al final si lo pensamos bien, estamos condenados a irnos desde que nacemos; por tanto, tomar la decisión de largarnos cuando queramos desde nuestro libre albedrío no resulta tan pecaminoso.

Y, de otro lado, si nos prometen la resurrección, también deberían preguntarnos si deseamos regresar a este mundo otra vez, reencarnados en lombriz o si quizás mejor nos quedamos en el limbo, descansando de este mundo que, por ratos, resulta invivible.

En defensa de la suicida escritora de este artículo: Tengo dos hijos que son mi cable a tierra. Intenté suicidarme con métodos risibles a los 14 y a los 35 años sin éxito. Actualmente, estoy de acuerdo con seguir concursando en estos “juegos del hambre” sin chistar… En el futuro no sé.

7 COMENTARIOS

  1. Así es Ana María, hoy me comentaban algo que me dejó pensando y es que todos estamos de alguna manera muertos, atados a hacer cosas que no nos gustan o a comprometer nuestra mentalidad En realidad solo «vivimos» a través de micro segundos en que podemos respirar con libertad. Saludos

  2. Es la libertad en su máxima expresión. Si eligo cómo vivir, también eligo cómo morir. Simple modo de exisitr, de existencia…

  3. El pájaro Febres Cordero un libro que publíco hace algunos años dice algo asi: «si queremos respetar la vida, debemos empezar a respetar la muerte» haciendo referencia al tema del suicidio. Totalmente de acuerdo, el suicidio puede ser un acto enorme de dignidad.

  4. Nada más sano, lúcido, trasgresor que la honestidad brutal.

    Al parecer el tabú es por que el que muere, no vive mas, como reza el tema de Mecano. A veces sí, el dolor te desintegra, pero sucede que también te da treguas. Seguramente el tabú surge de esa necesidad de pensar que algo podría suceder, ¿un milagro?

    Y se entiende. El temor por el infierno no frena la idea del suicidio, cuando el cuerpo mismo es el infierno. Algo así me sucede cada tanto, http://xipali.wordpress.com/2013/03/24/hijos-del-dolor/

    Me dio gusto leerte.

  5. Si el cable a tierra del que hablas que en teoría es el que te permite no pensar con los pies, por qué si estas de acuerdo al menos con el suicido asistido, no te hiciste asistir, es decir en principio te querías suicidar por tu buenas razones pero no usaste los métodos adecuados para conseguir el objetivo, por lo cual dice de tu actitud que no querías morir sino mas bien llamar la atención o tratar de ser la estrellita de navidad del momento, claro debo imaginar que no estabas con enfermedad terminal alguna, sin embargo mas allá de tu caso coincido que la forma o caminos para autoeliminarse deben ser de elección personal, creo que el suicido en si es tanto una alternativa tan valiente como cobarde dependiendo del ángulo que se lo vea, estoy de acuerdo que la dignidad humana se debe representar tanto al nacer como al morir, la diferencia es que cuando naces no pides pero te traigan y cuando mueres al menos en la minoría de casos deberías irte y no que te empujen

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