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Yo soy un drogadicto… Yo nunca he sido un drogadicto

Por Javier Alonso / @javier12mayo

La clase termina en 40 minutos. Qué ganas tengo de que acabe este aburrimiento para poder ir a jugar al fútbol…

Cuando termine, voy a salir con el Erick y el Agus, y tal vez con el Luisfer, si es que por la tarde no le toca atender en la tienda de su mamá. Iremos al descampado donde nos gusta patear el balón hasta que se hace de noche. Tal vez nos topemos con los del Alcázar, que suelen estar allí. Su balón es mejor que el nuestro. Solo cuarenta minutos más y salimos directo para allá…

alumnos-escuela-ecuador--647x231Antes, jugábamos en el parque de la plaza, usando los árboles como arcos, pero hace poco nos lo prohibieron porque decían que era peligroso jugar con el balón tan cerca de la carretera. El descampado está más lejos, pero allí estamos tranquilos y nadie viene a molestarnos. Recuerdo que un día, el Kevin nos contó que allí, cuando se hacía de noche, se reunían las parejas para tirar, que se lo había dicho su hermano mayor porque se había llevado allá a alguna chica, alguna vez. No pregunté qué era eso de tirar porque no quise quedar como tonto, así que esa misma noche se lo pregunté a mi madre. En lugar de contestarme, se puso a hablar con mi padre, en tono bajo. No me contestó, pese a que insistí, así que dejé de preguntar porque me imaginé que esas son cosas de mayores. Cuando mis padres no me quieren hablar de algo, no me contestan o me dicen que ya lo entenderé cuando sea mayor.

¡Por fin! Se terminó este aburrimiento de clase y podemos ir a jugar… El descampado es un sitio prohibido para mí, pero yo voy igual, y si me preguntan, digo que he estado en otro sitio. Todo fue a raíz de la vez que encontré una jeringuilla al borde de la tapia que usamos como portería. Yo había visto antes jeringuillas en la consulta del médico y siempre quise tener una para poder cargarla con agua y mojar a mis compañeros de clase, así que la recogí, le quité la aguja para no pincharme (las agujas siempre me dieron miedo) y la llevé a casa para limpiarla. Pero cuando mi madre me vio lavándola en el fregadero, me preguntó de dónde la había sacado.

–Estaba en el descampado…

1No sé por qué, pero se asustó mucho, me quitó la jeringuilla de las manos y se la llevó a su cuarto, y me dijo que nunca más fuera allí a jugar.

–Pero mis amigos van allá a jugar al fútbol.

Me da igual quién vaya, tú no vuelves a ir allí, es peligroso.

Me miró las manos y me preguntó si me había pinchado con ella.

-No, -contesté yo. Luego me dijo que nunca volviera a coger nada del suelo. No entendí nada y por más que rogué, nunca me devolvió la jeringuilla.

Ya estábamos por llegar al descampado. Al final estábamos el Mateo, el Agus, el Luisfer, y ese día se nos unió el Tito, un compañero de aula que vive al lado de mi casa y que se la pasa hablando casi todo el rato. Tito estaba contento porque su papá llegaba a casa esa semana, después de más de tres meses de ausencia. A menudo me estaba contando historias de los viajes de su padre: cosas que hacía, lugares donde estaba, gente importante que conocía… Yo no me lo creía todo y alguna vez le dije que era un mentiroso. Él me insultaba y me decía que yo no sabía nada porque nunca había viajado. Pero igual, éramos amigos. Además, él tampoco había viajado nunca, así que en eso nos parecemos.

28204046ch15 minutos que tardamos en andar 6 cuadras, cruzar la carretera y caminar un tramo más por el solar, y llegamos a nuestro territorio de juego predilecto. Sacamos el balón de la funda y vimos a unos chicos del Colegio Alcázar que estaban jugando 4 contra el arquero. Les propusimos hacer equipos para jugar con dos porterías. Así montamos los grupos: ellos contra nosotros, los de Virgen del Rosario. El Tito se puso de arquero y los demás alternamos delantero con defensa. Dos horas de fútbol después ya empezó a oscurecerse el cielo, así que dejé el campo y avisé que me iba. El Tito se vino conmigo.

Por el camino de regreso, le dije a Tito que no contara en su casa que habíamos estado en el descampado, y le expliqué que mi madre me lo había prohibido. No quería que su madre se lo contara a la mía.

-¿Por qué no quiere tu madre que vayas ahí?

–No sé, pero fue un día que llevé a casa una jeringuilla que encontré allá, y no sé qué le dio…

Entonces, Tito empezó, como siempre, a hablar de cosas para aparentar que sabe más que yo, y me dijo que esa jeringuilla la había dejado allí un drogadicto, y que si cogía una de esas me podía contagiar de enfermedades y podía morir. No voy a morir por coger una cosa del suelo -le dije-, eso lo dicen las madres para que tengamos miedo; yo había cogido cosas del suelo muchas veces y nunca me pasó nada. Y me dijo que los drogadictos se pinchan en las venas con esas jeringuillas y que se meten una droga que les lleva como a otro mundo y que muchos no regresan… Que su padre había estado en sitios donde hay salones con gente que se drogan sentados, o tumbados en sofás, y también sitios donde la gente fuma cosas con droga, la respiran o se la comen, y que le había dicho que la gente así terminaba mal y que nunca tomara drogas si no quería terminar como ellos. A mí, mis padres nunca me habían dicho nada sobre eso, pero lo que me dijo Tito me estaba preocupando. ¿Cómo puede alguien pincharse en el brazo voluntariamente? ¿O meterte por la nariz una cosa que puede llevarte a un mundo del que no regreses? ¿Qué hay allá para que la gente no vuelva? Ese mundo desconocido me asusta… ¿Podría alguien obligarme a tomar eso? ¿Y si voy allá por accidente y no vuelvo?

Llego a casa y les pregunto a mis papás sobre las cosas que me había dicho Tito. Estoy esperando a que me cuenten que todo es mentira y que nadie se pone en el brazo una inyección que te mete un veneno en las venas, ni aspiran por la nariz una cosa que se llama merca (así le dijo el Tito) y que te hace perder la cabeza. Que esas cosas no existen, y que Tito y el padre de Tito mienten.

Muy al contrario, mi padre -todo serio- me dice que es cierto, que la droga es muy peligrosa, que hay muchos drogadictos, y que la mayoría de ellos se mueren porque son “unos perdedores”, que las drogas son malas, y que nunca tome drogas por más que me las ofrezcan, y que si alguien me trata de vender drogas se lo cuente y le diga quién ha sido. Luego habla con mi madre pero no entiendo lo que dicen. Luego cenamos, vemos la tele un rato y me acuesto. Pero yo casi no puedo dormir.

Peatón_01Al día siguiente voy a clase y volvemos al descampado, pero tengo mucho cuidado de no acercarme a la tapia donde encontré la jeringuilla aquél día, y de mirar bien por dónde piso: no quiero tropezar con algo que pueda hacerme enfermar y morir. También tengo cuidado de respirar muy fuerte, no sea que queden restos de merca por ese sitio, y pueda morir. De pronto, estar en ese sitio no me parece tan divertido, así que me voy sin esperar a que anochezca. Antes de entrar en mi casa me acerco a la casa de Tito, llamo a la puerta, le digo que salga y le cuento todo lo que me ha dicho mi padre, y nos prometemos mutuamente que nunca vamos a probar drogas, y que si uno se entera de que el otro ha tomado drogas, tiene permiso para caerle a patadas y a puñetes, insultarle sin que el otro pueda defenderse. Sellamos el trato con un apretón de manos, y me voy a casa a cenar, a ver la tele y a dormir.


 

20 años después

Yo soy un drogadicto… Yo nunca he sido un drogadicto.

Dejé de ir al descampado. Dejé de jugar al futbol, terminé la escuela, fui al instituto, luego a la universidad, me licencié, busqué trabajo, me casé y ahora tengo mujer y un hijo. He probado drogas de todo tipo: marihuana, hachís, cocaína, base, opio, éxtasis, ketamina, LSD, etanol, ayahuasca, salvia divinorum, mescalina, anfetamina, hongos… He descubierto que las drogas no son malas como me hicieron creer mis padres, la escuela o la iglesia. Las drogas pueden sentarte bien o mal, pueden tomarlas igual las personas bondadosas o las malvadas, pueden venderse con buenas o con malas intenciones… Pero las drogas, por sí solas, no son malas. Solo son drogas.

Yo soy un drogadicto… Yo nunca he sido un drogadicto. Las drogas fueron parte de experiencias importantes en mi vida, aunque no tanto como lo fueron en la vida de Tito, quien, siguiendo la estela de su padre, se dedicó a viajar por el mundo y conocer los países de los que le habló cuando era pequeño, incluidos aquellos lugares donde había personas que se drogaban y tiraban su vida por el caño. Tito se convirtió en una de esas personas: lo último que supe de él es que murió de sobredosis en Irán, o eso es lo que me contaron, al menos… Los últimos años ya casi no supe nada de él y lo poco que me enteraba me parecía más propio de un desconocido, que del que antaño fuera mi buen amigo. Tito vivió la vida mucho más intensamente que yo: ha tomado más que yo, ha fumado más que yo, ha festejado más que yo, ha probado más drogas que yo, ha follado con más mujeres que yo y ha viajado más que yo, en el sentido más amplio de la palabra. Si estuviera vivo y le preguntara si cree que las drogas son malas, estoy seguro de que me diría que no, que en absoluto lo son. Yo sé, igual que lo sabrá él allá donde esté, que lo que se hizo se lo hizo él y nadie más. Él eligió una vida viajera, sin miedos ni preocupaciones, tal vez huyendo de una ciudad insulsa y monótona donde nunca pasa nada. Sé que tomó su decisión a conciencia. Él sabía, como yo sé, después de todo, que cada uno elige su propia forma de destruirse y que lo importante es el propio goce.

Yo soy un drogadicto… Yo nunca he sido un drogadicto. Cuando llego a casa del trabajo me armo un porrito, enciendo el equipo de música y pongo un tema de Miles Davis o uno de Coltrane, tumbado en el sofá, mientras cierro los ojos y pienso en otra vida, en dejarlo todo y en entrar en ese otro mundo del que tal vez ya no quisiera regresar. Las drogas no son malas: lo pueden ser los pensamientos sobre ellas, los sueños frustrados que te hacen sentir que desperdicias tu vida, el querer estar en otro lugar, la impotencia de vivir sumido en un mar de responsabilidades donde hay personas que esperan cosas de ti, y a quienes no puedes defraudar.

No me escondo ni me engaño: vivo lo que vivo y hago lo que hago porque es lo que quiero. No salgo a a drogarme a lo loco, no dejo a mi mujer ni a mi hijo para irme a follar por ahí con otras, no dejo mi trabajo para vivir al abandono, porque prefiero una vida segura y tranquila, socialmente aceptable, y pensar que algún día llegaré a viejo. Si algún día cambio de opinión trataré de ser coherente. Aunque es tan difícil… No tengo nada contra las drogas y sin embargo, mi hijo tiene prohibido ir a aquél descampado…. ¿Se puede estar a favor de las drogas y a la vez en contra de las adicciones? Si esto es una contradicción, me la apunto a mi larga lista, y como con el resto, tendré que aprender a vivir con ella.

Yo soy un drogadicto… Yo nunca he sido un drogadicto. No he sido más drogadicto que aquél que bebe alcohol, fuma tabaco o necesita de cinco tazas de café o más para activarse. No he sido más drogadicto que aquél que no puede vivir sin trabajar o que quien es hincha incondicional de un equipo de fútbol. No he sido más drogadicto que quien vota en las elecciones con los ojos cerrados y la nariz tapada, o que el curuchupa que va a la iglesia a repetir letanías mientras el resto de la semana es un fariseo. Yo nunca he sido un drogadicto. No más que todos ellos. Drogadictos somos todos o nadie.

1 COMENTARIO

  1. Simplemente fascinante y muy elocuente una cruda realidad que en la cual muchos nos vemos reflejados pero simplemente callamos.

    Un Abrazo

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