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El Papa y el becerro de oro

Luego de la misa ofrecida en el Parque Bicentenario de Quito, fieles se fotografian en el sillón usado por el Papa Francisco. Julio 2015

Texto y Fotos: Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar

Selección y edición gráfica: Gato Villegas S. / @g_vs

Entretanto, el pueblo llegó a ver que Moisés tardaba mucho en bajar de la montaña. De modo que el pueblo se congregó en torno a Aarón, y le dijeron: “Levántate, haznos un dios que vaya delante de nosotros, porque en cuanto a este Moisés, el hombre que nos hizo subir de la tierra de Egipto, ciertamente no sabemos qué le habrá pasado”. Ante esto, Aarón les dijo: “Arranquen los aretes de oro que están en las orejas de sus esposas, de sus hijos y de sus hijas, y tráiganmelos”. Y todo el pueblo se puso a arrancar los aretes de oro que estaban en sus orejas y a llevárselos a Aarón. Entonces él tomó [el oro] de manos de ellos, y lo formó con un buril y procedió a hacer de él una estatua fundida de un becerro. Y empezaron a decir: “Este es tu Dios, oh Israel, que te hizo subir de la tierra de Egipto”

Exodo 32. 1-4.

Como subirte a tocar en el Marquet Square Arena de Indianápolis, donde Elvis ofreció su último recital. ¡Clic! Como rezarle a Gardel en su tumba de Chacarita mientras colocas un cigarro encendido entre los dedos de su estatua. ¡Clic! Así mismo, acaricias el terciopelo rojo donde minutos antes estuvo sentado él, te dejas vencer por un éxtasis temeroso y te santiguas con la mano que ha tocado el espaldar ya vacío. «¡Hazme rápido la foto, ve!». «Apure, apure, mijito, siéntese ahí». «A ver, ríase, nomás, mijo!». ¡Clic! «Bendito sea Dios…».

Un hombre llegó apurado y medio cabreado, con su cámara colgada al cuello. «Ya, ya, salga, señora, ¡siguiente!». Su mujer iba atrás, cargando unos cuantos aparatos que instaló sobre el altar en cuestión de segundos. «A ver la foto instantánea, a dos cincuenta, la foto». Detrás del fotógrafo caído del cielo, familias enteras arrancaban las rosas de exportación, tinturadas de azul o de añil para la ocasión, y se las llevaban en baldes, en canastos, en grandes planchas de espuma flex, al hombro. ¡Clic! Unas cuantas chicas asignadas al cuidado de los arreglos intentaron evitarlo: «¡No se lleven esas rosas que son para la misa de (¡Clic!) mañana en (¡Clic!) El Quinche, por favor!», pero fue inú (¡Clic!) til.

Después de la misa que el papa Francisco I celebró en el parque Bicentenario, en Quito, la inmensa explanada que alguna vez fue un aeropuerto, quedó convertida en lo que alguien, hace dos mil y pico de años, habría llamado «una cueva de ladrones». (Aunque esta vez el personaje de marras habría pensado, más bien, en un chiquero de choros. Hasta en video quedó registrado el mecanismo de los atracos y el basural que dejaron los fans del Papa más ecológico que ha tenido el catolicismo. ¿A dónde irían a parar las miles de toneladas de basura recogidas?). El altar se convirtió en un improvisado estudio fotográfico. De un lado de la silla papal, unos feligreses hacían fila para fotografiarse sin pagar. Del otro lado, otros hacían fila para ser fotografiados por el hombre apurado y pagarle. «¡A ver, deja ver tu foto!». «Chuta, qué pena, he salido con los ojos cerrados…». ¡Clic! «Ya, ya, pase allá le entrega la foto mi señora… ¡Siguiente!». «¡Pero, yo estaba primero!».  «A ver, póngase, póngase». «Venga, venga, le hago la instantánea en el sillón del Papa, a dos cincuenta!»

Como decir que en los sesenta te bebiste unas pílsener con Jota Jota, en alguna hueca guayaca. Como si el cura fuera Sharon, Madonna o la virgen María reencarnada. Como si el hombre fuera sobrenatural, vas y reniegas de lo que dizque representa, convirtiéndolo en un fetiche con forma de dios, un becerro de oro, como hiciste con Gardel, con Maradona o con Perón. Como hiciste con Velasco Ibarra, con Roldós o con…