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Natasha, Pierre y el gran cometa de 1812

Por Francisco Ortiz Arroba / @panchoora

Al pasar por la mampara de vidrio que separa una de las veredas de la calle Isabel la Católica del interior del Café-Teatro Parapluie, un corredor profundo, cubierto de pared a pared con un papel tapiz verde con manchones rojos y naranjas tierra, esconde ese cuadro otoñal en el que las hojas de los árboles vuelan libres.

La fila de gente, apiñada, elegante, hace fila de a dos desde el inicio del pasillo. Las mujeres, que conversan quién sabe de qué cosas, llevan del brazo esas carteras diminutas en las que solo cabe un pañuelo, un pintalabios y el polvo de cara. Los hombres casi no hablan, solo esperan y escuchan. Paraguas de telas de mil colores decoran el techo del vestíbulo, dejando caer estelas de luz que iluminan nuestra espera.

Tomo uno de los dossier que se exhiben cerca de la boletería: “Natasha, Pierre y el gran cometa de 1812”, ópera electro pop, pero interrumpen mi lectura el susurro y las risas de una joven con lentes de carey. Su cabellera, larga y bruna, brilla como obsidiana bajo la tenue luz de los paraguas, no tendrá más de veinticinco años. Su amiga, otra mocita de onda más alternativa, le cuenta que en el último ensayo del coro, al que no fue, le cayó en la cabeza el telón a la Marcela. ¡Cómo ríen! Ojalá esa picardía, típica de la juventud, jamás la pierdan. Yo continúo…

Moscú, 1812: Pierre Bezújov vive una vida miserable junto con su esposa Helena, que soporta únicamente gracias a su obsesiva afición por el alcohol. Su amigo, el príncipe Andréy Bolkonsky, se ha unido al ejército imperial ruso para enfrentar a la Grande Armeé de Napoleón, mientras su consorte, Natasha Rostov, permanece en la capital esperando su retorno. Sin embargo, tras muchos días de espera, el amor de Natasha por Andrey se enfría al conocer a Anatol Kuraguin, el hermano de Helena, un joven apuesto y seductor que consume sus horas entre abundante vino y bellas mujeres. Anatol convence a Natasha para fugarse juntos fuera de Rusia pero son descubiertos en el último momento y ven frustrado su plan. Natasha cae en desgracia y es presa de una profunda melancolía, aunque bajo la luz brillante de un cuerpo estelar, encuentra un inesperado refugio en las palabras de un viejo amigo”.

Los encargados de la puerta de ingreso advierten que faltan aún cinco minutos para entrar. En la sala principal del segundo piso se escuchan pasos de gente apurada y en tercer plano un canto casi incomprensible. Luego, aplausos.

Al subir los escalones que llevan al interior del café-teatro, la luz de unas velas eléctricas, perfectamente alineadas en la pared, impide que tropecemos. Una jovencita, a modo de segundo filtro, me saluda y ubica en una de las once mesas organizadas al pie del escenario. En la mesa, esos lentes de carey me miran mientras me siento junto, ella no me dice nada, solo cruza la pierna y me muestra la mitad de su espalda.

6Primera campanada. Bebo un sorbo de agua de la copa que tengo frente a mí. El mismo papel tapiz decora también el interior del teatro. Ahora en el techo, patas arriba, lámparas de madera de distintas formas y colores difuminan la luz sobre nuestras cabezas. Segunda campanada.

Sobre las paredes cuelgan réplicas de cuadros antiguos finamente enmarcados con pan de oro. De un extremo del teatro, una barra con botellas suspendidas, del otro, un telón blanco cobija el escenario. Me como dos de los ocho turrones que decoran la mesa. Cómplices, mis tres compañeros me secundan el pecadillo. Tercera campanada y las luces se apagan.

***

La penumbra me pone ansioso pero escucho que el telón se pliega. Las luces se encienden y once voces inician su canto. Sobre el escenario está Pierre, arrumado sobre un viejo escritorio. Detrás de él, la banda sonora: chelos, violines, clarinetes y un piano siguen la batuta del director. El público, apoltronado en esos sillones rojos, grises, azules y blancos hueso, de a poco deja de estarlo y se convierte en parte del elenco…

Natasha, Pierre y el gran cometa de 1812 es una obra de teatro musical, compuesta por el estadounidense Dave Malloy, quien la definió como una “ópera electro pop”. Esta historia está basada en la célebre novela La guerra y la paz, de León Tolstói, y, como cualquier ópera tradicional, cuenta la historia de los personajes casi exclusivamente a través de canciones. Su puesta en escena es una combinación exquisita de música báltica, pop, indie rock y electrónica. Nosotros, los espectadores, asistimos a un espectáculo donde se contrastan elementos tradicionales de la Rusia del siglo XIX -vestuario, argumento, escenografía- con elementos contemporáneos.

Antes de terminar el primer acto, pierdo la cabeza y me enamoro, pero no de la deseada Natasha, ¡no! Sino de Helena, la esposa de Pierre y hermana de Anatole. Ella se aproxima a mi mesa, me toma del hombro y nuestras miradas por segundos se enredan y juegan al cíclope, sí, el mismo que habitó furtivo en el corazón de Cortázar. Luego del breve cortejo, cae el telón. Hay quince minutos de receso y salgo a fumar.

4***

En la puerta, la gente comenta que es la primera vez que se ve algo así en Quito y vaticina éxitos para la temporada, que se extenderá hasta el 28 de septiembre. Se prenden y apagan los puchos. Luego salen algunos miembros del elenco y se unen a los espectadores. Entonces, me entero de que esta obra fue montada durante un par de meses y es la primera de este tipo que se presenta en el Café-Teatro Parapluie. Me cuentan los músicos que el plan es que cada mes se estrene una obra nueva. Mientras me hablan siento con urgencia la necesidad de volver a ver a mi amada Helena, así que me despido y subo los escalones casi al trote.

La joven con lentes de carey deja por un instante el juego de navecitas en su celular y va al baño junto con su amiga. Yo me quedo solo con un tipo glacial que ocupaba el sillón azul y de quien no logré sacar una palabra. Público y artistas retoman posiciones y la tercera campanada suena. Pierre aparece otra vez sentado frente a su escritorio, envuelto en bruma. Mi Helena entra y sale de escena, pero ya no me mira más. Mi corazón se hace chiquito durante el segundo acto. Solo en ese momento, Pierre y yo sabemos lo que es amar sin ser amados, pero él logra al final declararle su amor a Natasha, en cambio yo no consigo decirle nada a mi amada, escurridiza, infiel Helena.

El telón cae… ¡Que no termine, por favor! ¡Que no termine!

Las luces de las marquesinas se apagan enseguida y la gente se marcha, susurrando como al principio. Mi Helena vuelve a ser Diana hasta la siguiente función.

***

final

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Café-teatro Parapluie

Dirección: Isabel La Católica N24-561, entre Cordero y Salazar.

Funciones: de jueves a domingo, del 4 al 28 de septiembre del 2014.

Horarios: de jueves a sábado a las 20h30 y domingos 18h30.

Duración: 120 minutos.

Entradas: VIP USD 40, General USD 20, Butaca USD 15.

Contactos: Fabiola Pazmiño / Liz Jaramillo; produteatral@gmail.com / aristia07@hotmail.com; Celular: 0984897896 / 0994960065

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