Por Elvis Nieto / la Barra Espaciadora
Ella se mueve como si se hubiese tragado una licuadora o un pichirilo. O como si un diabólico bicho gigante se le quisiera salir, por las caderas. A tres metros, veo que suda ganas, me meto en su mente y se muerde el sexo, veo una cadena invisible que tira y afloja su cintura a su antojo. Tiene la habilidad de quedarse en cuatro y moverse como si estuviera en dos. En la única grada de la pista de la discoteca, el flaco que la acompaña (?) hace lo único que puede hacer alguien en sus circunstancias: le puntea.
La coreografía de la mujer –no incluyo al macho, porque es una extensión de ella- se repite con reguetón, salsa, tecno, pop, rock y ballenatos. Da igual, el diabólico bicho que la ha poseído solo sabe bailar así. Un buen blue jean, de esos que contienen y dan forma a lo incontenible y sin forma, y una blusa blanca, de esas que provocan ilusiones con el primer botón zafado, tienen un poder especial para lograr la concentración de los que apenas podemos movernos al ritmo de un noticiero. O sea, yo en ese grupo de inútiles y desubicados que también merodean la Fosshh, “La Zona”, de vez en cuando.
Con la primera hora, para mí ha sido más que suficiente. Regreso a ver a mi alrededor y todos gritan ¡viva Quitoooooo! y se mandan unos tacazos de trago. No entiendo cómo es que unos pueden hablar con otros, ni siquiera al oído, si el DJ hace todo como para que nadie oiga nada. Con ese ruido mis lentes se quebrarían, pienso. La gente tiene el diablo adentro, unos gritan y otros se rozan con ropa, cada vez con menos ropa. La poseída no se cansa. Por la forma de bailar, digamos que es insaciable. Por la décima parte de eso unas colegialas fueron expulsadas de un colegio de la Costa.
Claro, todos somos morbosos (as) y gozamos con ello más de lo confesable, pero llega un punto en el que Diosito -el de la moral y los pecados y los mandamientos- le gana las batallas al demonio. Y a mí me empieza a faltar el aire, veo la hora, trato de consolarme, justificarme, le echo la culpa a los años, al Barrera, al destino.
– ¿Qué tal?, ¿estás bien?, ¿está chévere?, le pregunto a una de las amigas con quien comparto la mesa
– ¡¡¡Síííííííííííííííííííííííííííííííííííí…!!!
Cagado. Hay que intentar otra vez. Veamos, veamos, piensa, piensa … ¡Ya sé!
– ¿Alguien quiere fumar un cigarrillo?, grité.
– ¿Tienes Marlboro blanco?, me gritó otra de las niñas.
– Tengo los que quieras, le grité.
– Entonces vamos, de una, me gritó.
Salgo, al fin. Pero me encuentro en una “calle de Babel”. Los cubanos hablan como cubanos, los haitianos como haitianos, los sucos como gringos, los dealers como dealers… En la esquina de la Pinto y Reina Victoria, a las 00:10 del domingo 1 de diciembre del 2013, hay un extraño: yo. Compré un Lark y un Marlboro blanco. Los hicimos humo y aproveché para huir, solo.
***
A una cuadra de la calle de Babel, entiendo que el verbo huir es preciso. No debo decir que regresé a mi casa. Huí. Cada esquina era una justificación de huida. ¿Qué mierda tenía ese Lark? Me dio lo que los clientes de los dealers suelen llamar “la miedosa”, que no es otra cosa que un estado de delirio por una supuesta persecución. Y a mí me perseguían los ladrones y los prejuicios. Paranoia. Los negros son choros, las putas son choras, los enternados también son choros, la embarazadas esconden armas en la barriga, los policías son compinches de los choros, los taxistas hacen secuestro exprés, detrás de los postes te ponen el brazo, a la vuelta de la esquina te matan La Torera o Cantuña, en las paredes de la iglesia Santa Teresita huele a meados. Tengo que correr. ¿Adónde? A coger un taxi. Entonces me dio “la chistosa”. Tras mi segundo ataque de risa, como a la una de la mañana, un taxista-abuelito paró.
– ¿Cuánto me cuesta hasta Carcelén (desde “La Zona”)?, le dije amable y sonriente, tratando de parecer simpático.
– 15 dólares (cinco horas antes esa misma carrera vale 6 y cinco horas después vale 5)
– Que sean 8.
El anciano de mierda aplastó el acelerador y casi se me lleva el brazo. Alcancé a gritar ¡aguante, le doy 10! A cinco metros frenó a raya. “Y agradezca que no le cobro 20, que es la tarifa a estas horas”, me soltó el viejo desgraciado. Qué ganas de ahorcarlo. La paranoia fue reemplazada por la impotencia. No me estaban robando los ladrones ni los cucos me habían sacado un cuchillo para despedazarme, me estaba robando un taxista con cara de Papá Noel. Pero…, como dicen unos panas, “que chupe la plata pero no la persona”. Ya en la casa, me cogió “la leona”, o sea el estado en que te cagas del hambre. Arroz con huevo y al sobre.
***
Al otro día, la prensa del domingo me hablaba de las maravillas de Quito, postales de su arquitectura y de su gente. En realidad, vale reconocer, Quito es una ciudad hermosa. Salir en la noche al Centro Histórico es una experiencia alucinante, su comida es exquisita, sus calles están llenas de historia. La capital de los ecuatorianos es el sitio ideal para vivir; lo dicen en el exterior, en revistas especializadas y en concursos organizados por prestigiosas organizaciones. Su gente es generosa y acogedora, además tiene eso que, por generaciones, se han dado por llamar “la sal quiteña”. Tan linda e inocente es esta ciudad que, desde fines de noviembre de todos los años, los mismos titulares melosos se han repetido durante décadas. Obviamente, hay sutilezas: antes se mataba a los toros y ahora no, ni se piensa en hacer una corrida; antes la masa buscaba a los bailes en las calles y ahora no.
El desfile de la confraternidad, las cúpulas de las iglesias y el obligado canto del himno a Quito en las escuelas y colegios siguen inflando nuestro falso orgullo. Son días en los cuales el enaltecimiento del civismo, del amor por el metro cuadrado, puede llegar sin mucho esfuerzo al irrefutable resultado de las matemáticas o la física. 2 + 2 = Quito es la mejor ciudad del mundo. En diciembre, es el Quito que queremos y no el Quito en el que sobrevivimos. Los titulares de los periódicos y los presentadores de la televisión son un escaparate (que perfectamente rima con ‘disparate’), una caja de resonancia del discurso del alcalde de turno y de las agencias de turismo de siempre, del esplendor y del progreso de una ciudad que sale adelante (¿dónde es adelante?) con tenacidad, con la lucha de sus habitantes.
Me inflo de orgullo. Vivir en Quito es un privilegio. La reguetonera poseída por el diablo, los ladrones que me perseguía, mis prejuicios y el Papá Noel que me robó con la delicadeza de quien ejerce un poder sobre quien necesita de él… Todo fue una pesadilla, una anécdota.
El lunes voy a trabajar. Es 2 de diciembre y ya se nota cierta vagancia, un olor a canelazos. Las feromonas se cruzan la calle, traspasan la línea telefónica, se apoderan del wasap, hacen planes, tienen fechas de máxima productividad: el 4, el 5 y el 6. Todo está calculado. En esta semana, las aseguradoras venden más pólizas (por tanto, estamos respaldados), las compañías de seguridad contratan más guardias (estamos más protegidos), los dealers tienen una promoción de 2 x 1 (¡tenemos para repetirnos!), los taxistas apagan el taxímetro y se vuelven más comunitarios, recuperan la oralidad, negocian las carreras (somos más democráticos, ratificamos rasgos de identidad); las mujeres y los hombres se aman, no se quieren, se aman (somos más felices). En definitiva, en esta semana, el cielo está más azul, el sol calienta con ternura, las iglesias (otra vez las putas iglesias) lucen más imponentes. La loca que tenía un bicho adentro, los ladrones que me perseguían y el Papá Noel que me robó en su trineo amarillo son un accidente, algo que no sucede en Quito. Son una excepción que confirma la regla: Quito es la ciudad del buen vivir.
Que conste que no he hablado del tráfico. Eso les dejo a ustedes. Lo único que quisiera anotar al respecto, más animado por la cantidad de vías y superautopistas, es un textito de Vicente Huidrobo: los cuatro puntos cardinales son tres, el sur y el norte. Y en Quito eso se cumple a rajatabla.
Postdata: Perdón si se me queda algo pendiente sobre esta hermosa ciudad de mierda.
Al tercer párrafo me aburrí……
Si no te gusta la ciudad anda a vivir a otro lado.
en latinoamerica ay cities mas peligrosa el df, bogota, caracas, tegucigalpa osea que si vas alla te meas y te cagas del miedo aqui hasta cierto punto los problemas sociales son pequeños comparados a estas ciudades y no te olvides del mismo guayaquil en ecuador gil piensa y razona antes de escribir guevadas
Anonimo 2014 07 11NO metas a Guayaquil en tu enfermos traumas longo burrocrata ladron vividor que le robas a todo Ecuador,socialista terrorista ,corrupto vendepatria hijo de puta maricon huevadas son las que tu escribes los de tu calaña y los manabas choros ladrones brutos sin cerebro son la peor basura que hay en Ecuador .