Por Jefferson Díaz
Fotos: Josué Araujo / Fluxus Foto
Ana Vivas tardó quince días en llegar a Quito. Lo hizo caminando y haciendo autostop. Originaria de Barinas –una provincia del suroeste de Venezuela–, tomó la decisión de emigrar luego de que sus tres hijos: dos varones y una niña, tuvieran dos meses sin comer carne o pollo. “Las proteínas solo las consigues en mercados específicos de Barinas, y cuando llegan, tienes que hacer una cola de hasta ocho horas. Muchas veces, cuando es tu turno, ya se acabó”, recuerda, al mismo tiempo que se cubre la boca para toser. Los cambios de clima durante el viaje han hecho mella en su salud y tiene una gripe que no se le quita desde hace una semana.
Para poder cruzar hacia Colombia, Ana tuvo que montarse tres maletas al hombro y pasar a pie por una trocha paralela al puente internacional Simón Bolívar. Desde hace cuatro meses trató de sacarse el pasaporte venezolano, pero ante la lentitud del Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería (Saime) para dar este documento y las mafias que se han generado en el mercado negro para entregarlo, prefirió jugárselas y cruzar Colombia sin papeles. La huella más significativa de ese paso por trocha está en su cabello: está trasquilado. “No tenía para pagar los 40 000 pesos que me pedía el trochero, así que le di mi teléfóno celular y parte de mi pelo. Me lo cortaron cuando llegué a Cúcuta”.
Llegó a la terminal terrestre de Carcelén con cincuenta centavos. En Ipiales, Colombia, vendió una de las maletas que tenía por diez dólares y con eso pagó el pasaje hasta Tulcán. Desde ahí negoció con el conductor de uno de los autobuses que hacen la ruta hasta Quito para que la llevara por los únicos dos dólares que le quedaban. “En Rumichaca me dieron un permiso especial para cruzar Ecuador hasta que llegue a Perú”, me dice, y muestra un pequeño papel que guarda con extremo cuidado en los pliegues de su brasier. En Lima la espera su hermana mayor con la oportunidad de trabajar en la calle vendiendo arepas: “No puede enviarme dinero porque alquiló un departamento esperando mi llegada. Lo que quiero es hacer dinero suficiente para enviarle a mis hijos y a largo plazo traérmelos”.
Perdida entre el bullicio de Carcelén, a Ana se le acercó uno de los colaboradores de la Asociación Venezuela en Ecuador AC y la puso en contacto con su presidente, Daniel Regalado. Fue Daniel quien la llevó hasta su departamento para que tuviera un techo y una comida caliente hasta conseguirle un lugar de residencia temporal. “A través de redes sociales y mensajería de texto me comunico con los diferentes colaboradores de la asociación, son ellos los que identifican a los venezolanos que recién llegan al país y que necesitan de nuestra ayuda”, me explica Daniel mientras mira sin cesar la pantalla de su celular, esperando la respuesta de un compañero que le puede ofrecer un espacio para dormir a Ana, por unos días, en el centro de la ciudad. Daniel tiene diez años viviendo en Ecuador, y desde hace cinco se dedica –casi exclusivamente– a atender a sus compatriotas.
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“Te agota. Te quita tiempo del trabajo y a veces es muy frustrante. Pero lo importante es hacerle saber a estas personas que no están solas”. Daniel confirma el lugar para Ana y le da dos dólares para que pueda movilizarse en el trolebús. Debe llegar hasta la estación de La Alameda. A menos de una cuadra está un edificio de oficinas. El conserje es amigo de la asociación. Ahí ella tendrá un espacio para descansar por los días que le resten en Quito hasta que consiga el dinero necesario para continuar su viaje hacia Lima. Así trabaja esta asociación, con una red de colaboradores que van desde maestras, enfermeras, médicos, empresarios y todos aquellos que puedan prestar una cama, donar alimentos, medicinas, ropa y elementos básicos para la supervivencia de los migrantes. El departamento de Daniel es mitad depósito, mitad unidad habitable. En la sala hay cajas y cajas de medicinas, ropa y juguetes que él contabiliza y reparte a los que llegan a la terminal de Carcelén o Quitumbe, al sur de Quito. “Yo a todos mis voluntarios los tengo debidamente identificados y son los que coordinan conmigo las ayudas que debemos dar. Ya me conozco de memoria a los funcionarios de la Oficina de Movilidad Humana de la provincia de Pichincha, de la Defensoría del Pueblo y de la Dirección de Migración; yo acudo a ellos y tienen que ayudarme”.
Daniel tiene debidamente registrada su asociación, lo que hace que tenga más fuerza e impulso legal para solicitar donativos. También es más fácil que sea sujeto de contraloría y revisión por parte de los organismos que lo ayudan. No mantiene un refugio porque cree que estas iniciativas deben ponderarse “con calma y precaución para que nadie se lucre de la desgracia ajena”.
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Hagan lo que hagan Daniel, las organizaciones de ayuda humanitaria o los voluntarios en cualquier lugar por donde pasan los venezolanos que dejan su tierra, las estadísticas en Colombia, Brasil, Perú y Ecuador siguen en aumento. Durante 2017, según datos recolectados por la Dirección Nacional de Migración del Ecuador en su flujo de ciudadanos de todas las nacionalidades, entraron al país 288 000 venezolanos de los cuales registraron su salida 227 000. El resultado es que alrededor de 62 000 ciudadanos venezolanos se quedaron. En lo que va de 2018, hasta junio, habían entrado 454 000 venezolanos, y solo registraron su salida 382 000. Lo que significa que este año 72 000 venezolanos se han quedado en el Ecuador. Entre 2017 y lo que va de 2018, tenemos un total de 134 000 hermanos venezolanos que permanecen en territorio ecuatoriano. La cantidad de venezolanos en Ecuador en estos dos últimos años supera con creces las de 2013 (año en que se agudizó la crisis económica en Venezuela), 2014, 2015 y 2016, con un total de 35 706 venezolanos residentes en el país durante esos cuatro años.
Pero esos son los números de las autoridades locales, porque desde el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) se manejan otros datos. Acnur asegura que por el puente internacional de Rumichaca, durante 2018, entra un promedio de 2 500 venezolanos cada día, mientras que en 2017 el promedio era de 800 a 1000. Entre el 50% y el 60% de estas personas continuará su viaje hasta Perú o Chile y la mayoría de quienes se queden en Ecuador solicitará la visa Unasur o el estatus de refugiados.
Sin embargo, en un comunicado que publicó la Acnur en marzo de este año –donde confirmaba el estatus de refugiados de los venezolanos– se indica que los procesos para dar asilo político en países de América Latina son lentos: en Colombia puede tardar hasta dos años al igual que en Ecuador, mientras que en Perú tarda seis meses, lo que lo convierte en el segundo país de la región con más solicitudes de este tipo de parte de los venezolanos. El primero es Brasil.
Ante este panorama, la Fundación Nuestros Jóvenes Ecuador se acercó a la organización Chamos Venezolanos en Ecuador, en junio de este año, para prestarles un terreno con infraestructura en la Mitad del Mundo y así abrir el primer refugio temporal para venezolanos. Egleth Noda, fundadora de esta organización, en conjunto con un equipo de trabajo de casi cien personas, han sido los encargados de que estas instalaciones se organicen y presten todo el apoyo necesario a los que llegan a Quito sin recursos económicos. “Desde el 25 de junio estamos operativos, dependemos mayoritariamente de donativos personales y privados”. Cuentan con un edificio que tiene cocina y áreas divididas para hombres solos, mujeres solas, mujeres con niños, familias y personas en vulnerabilidad (embarazadas y con alguna discapacidad). También habilitaron un espacio para las personas de la comunidad LGBTI.
Además, Chamos Venezolanos en Ecuador cuenta con una sede de operaciones en el sector de La Gasca, donde aplican los diferentes planes de ayuda para los venezolanos. Por ejemplo el de alimentación, que brinda cajas con alimentos a quienes lo requieren, luego de la visita a sus hogares de una trabajadora social, el de abrigo para ofrecer ropa a los que llegan a la ciudad sin los implementos necesarios para soportar el frío, y el de bebés que ofrece ropa, pañales y fórmulas alimenticias a los niños menores de dos años. “Casi todos nuestros recursos se están yendo al refugio. Solo podemos mantener a 60 personas a la semana y siempre están rotando”, dice Egleth. Chamos Ecuador está en proceso de registrarse legalmente como una figura jurídica para poder pedir donativos a otras instituciones privadas o públicas. Su plan a largo plazo es montar un centro cultural venezolano.
La Asociación Civil Venezolanos en Ecuador (Acve), en cambio, contó con el apoyo de la empresa Pintulac, que le entregó en comodato por dos años un terreno aledaño a su tienda, en la avenida Galo Plaza (a pocas cuadras del terminal de Carcelén), para abrir otro refugio de paso temporal. Omar Acosta, quien llegó a Ecuador hace tres meses, es el encargado de coordinar estos espacios. “Primero estábamos velando por los venezolanos que se quedaban a la intemperie en el estacionamiento de Carcelén. Ahí recibimos donativos de toda índole para ayudar a los que se querían quedar en Ecuador o iban para Perú. Uno de esos días se nos acercó un representante de Pintulac para brindarnos apoyo, y en menos de tres días ya teníamos estas instalaciones”, cuenta Acosta, mientras nos acompaña en un recorrido por el edificio principal, donde cuentan con más de una docena de espacios para que las personas duerman divididas entre hombres y mujeres solos, familias y embarazadas. También tienen baños separados y una cancha deportiva que han improvisado. El dueño de esta instalación colocó como condición que los hombres y mujeres no acompañados pueden quedarse tres días, mientras que las familias con niños hasta cinco.
Tanto el refugio de Chamos Venezolanos en Ecuador como el de la Acve cuentan con los requisitos básicos para funcionar: agua, luz, espacios para cocinar y dormir. El primero era un galpón que estuvo ocho años inoperativo y el segundo era una fábrica de uniformes militares que fue comprada por Pintulac. Ambos han sido visitados por personal de la Defensoría del Pueblo y de la Oficina de Movilidad Humana de la provincia de Pichincha, y al no cumplir con ciertos requisitos para su operatividad, fueron catalogados como casas de paso temporal, no permanente. Son los venezolanos que viven ahí en estos momentos quienes con escobas, palas, picos y demás herramientas se han encargado de que sean habitables, sumando la ayuda de voluntarios y empresas privadas que dan lo demás para su supervivencia. Pero aún no es suficiente.
En redes sociales también han nacido grupos de ayuda y de debate acerca del drama de los venezolanos que hacen vida en Ecuador. Cada uno de ellos: Venezolanos en Ecuador, Venezolanos en Ecuador – Quito, Venezuela en Ecuador y otras variaciones, son pizarras donde personas de todas las nacionalidades aportan consejos y oportunidades de trabajo para los migrantes. Tras una búsqueda rápida, por ejemplo, en Facebook, aparecen más de 200 resultados de grupos de ciudadanos venezolanos en alguna ciudad ecuatoriana. La necesidad y la marea de usuarios que frecuentan estos sitios también son caldo de cultivo de ofertas engañosas y de productos comerciales que no atienden las prioridades pero que son el indicio de la desesperación de miles.
El Estado ecuatoriano no ha sido contundente en cuanto a sus declaraciones sobre Venezuela ni ha sido claro en sus decisiones, sometido a una postura política conveniente, favorable al gobierno de Nicolás Maduro. Recién la primera semana de agosto decidió declarar en emergencia a las provincias de Carchi, Pichincha y El Oro para atender a los migrantes venezolanos movilizando equipos de varios ministerios. Sin embargo, la llegada de familias de Venezuela al país tiene un largo historial al que Ecuador ha respondido con desidia. La desorganización en estos espacios de refugio temporal es también consecuencia de eso. En Ecuador no hay proyectos a corto plazo para lograr legalización ni para disponer de sitios seguros de atención temporal, mientras familias enteras venezolanas cruzan este país. Ha sido más fácil ampararse en la fórmula diplomática de no entrometerse en asuntos de otros estados para vendarse los ojos y no aceptar que la crisis humanitaria se vive en las calles, plazas y carreteras ecuatorianas.
El expresidente Rafael Correa negó la crisis humanitaria de Venezuela, mientras que su sucesor, Lenin Moreno, solo ha ofrecido declaraciones bajando el tono de apoyo al gobierno de Maduro, como cuando en julio de este año el presidente venezolano criticó un fallo judicial en contra de Correa. Más allá de este episodio, Moreno continúa sin dar muestras firmes de querer atender a los migrantes venezolanos en nombre del respeto a sus derechos y reconociendo formalmente que Venezuela vive una crisis que se está cobrando la vida y la dignidad de sus ciudadanos. Solo cuando en junio de este año el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, visitó Quito, Moreno propusó que Naciones Unidas debería intervenir en el caso venezolano a través de un diálogo. Pero es que eso no basta.
Las cifras del total de venezolanos que han salido en los últimos dos años de su país varían según el organismo: la Acnur es conservadora, porque basa sus resultados en los datos de las diferentes autoridades migratorias locales. Según ellos, 1 622 000 venezolanos salieron hasta 2017; desde el Laboratorio Internacional de Migraciones de la Universidad Simón Bolívar de Caracas, se habla de un total de 2 500 000 venezolanos que se han ido desde 2014 hasta hoy. Esa cifra podría llegar a cuatro millones para 2019.
Los países de mayor acogida son Colombia, Estados Unidos, España y Perú. Ecuador está en quinto lugar con más de 250 000 venezolanos viviendo en el país, distribuidos mayoritariamente entre Quito, Guayaquil, Cuenca y Riobamba.
La terminal de Carcelén se convirtió en un gran dormitorio al aire libre a principios de 2018 y fueron los medios de comunicación locales quienes evidenciaron en parte las vicisitudes de una población que desde hace años advierte de la crisis económica y social que vive Venezuela, sin recibir atención suficiente.
La administración de la terminal y varias organizaciones privadas y públicas procuraron una solución a corto plazo para estas personas con la instalación de dos mesas de trabajo entre la Alcaldía de Quito, el Ministerio de Inclusión Económica y Social, la Cancillería, Cruz Roja Internacional y otros. Pero las soluciones se quedaron en el tintero. Hasta ahora el gobierno ecuatoriano no ha mostrado planes concretos para lidiar con esta situación.
Fueron los venezolanos en Carcelén quienes sufrieron ataques xenófobos, como una noche en la que unas 25 personas que estaban durmiendo en el estacionamiento fueron rociadas por el personal de limpieza con agua en mangueras de alta presión. Son estos venezolanos quienes ahora tienen que dormir fuera de la terminal, en una isla en medio de la carretera principal que da acceso a las instalaciones, porque ya no les permiten pernoctar dentro pues la administración ahora se excusa, con la noción de que ya existen dos refugios más adonde pueden ir: refugios que no cuentan con la capacidad necesaria para recibir a todos.
Venezuela no estaba acostumbrada a este tipo de migraciones. La magnitud se ve en las cifras pero se siente en las historias. Siria vive en guerra civil desde 2011 y ha provocado, según la Acnur, 5 600 000 refugiados hasta julio de este año. Turquía ha sido el principal receptor de estas personas con un promedio de 1 800 cruzando sus fronteras a diario. Venezuela no está en guerra, pero a diario, unas 3 000 personas cruzan el puente internacional Simón Bolívar desde San Antonio del Táchira hasta Cúcuta, para no volver. En menos de la mitad del tiempo que ha durado la guerra en Siria, Venezuela alcanzó la mitad de los refugiados que ha dejado ese conflicto. Una situación sin precedentes en la historia de América Latina.
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Como Ana Vivas, hace un año yo llegué a este país con mi esposa y mi hijo. Entré a Quito por Carcelén, después de pasar tres días en un autobús que nos trajo desde Cúcuta. Mi migración fue planeada, con algo de dinero que logramos reunir desde Venezuela. Pudimos quedarnos unos días en un hostal del centro de la ciudad y desde ahí trabajar. Por entonces, la situación en Venezuela no era tan precaria como en el último año. Hace unos días, el FMI anunció que la inflación de este año terminaría en un millón por ciento, y se ha vuelto común el hecho de que en ciudades grandes como Maracaibo, San Cristóbal y Caracas no haya transporte público, pues la mayoría de autobuses están parados por falta de repuesto.
Historias como estas cuentan quienes pasaban la noche en Carcelén y quienes luego se han instalado en los refugios temporales. Ahora hay familias enteras en las bancas o en el suelo. Esperan algo. Piden ayuda a los transeúntes para seguir su viaje. Intentan dormir. Venden su cabello.
Ana sigue en Quito. Vende caramelos en las calles del centro hasta hacer dinero para el resto del pasaje que la llevará a Lima. Ana se amarra el pelo corto con una liga. Poco a poco le va creciendo. “Trato de no pensar mucho en eso. Yo aprendí a cortármelo porque no confiaba en otras manos, pero la necesidad va más allá de todo eso. Ya crecerá”.