Por Cristina Burneo Salazar
En la comunidad amazónica de Tsuntsuim hay hambruna. Tsuntsuim es una de las poblaciones de la provincia ecuatoriana de Morona Santiago, asediadas por el Estado que promueve la megaminería, en contra de la voluntad del pueblo shuar.
A inicios de mayo, esta escena: hay bolsas de basura en el suelo, cerradas y acumuladas para tirarse. Dos niñitas de no más de cuatro años han abierto una de esas bolsas y han sacado una lata de atún vacía. Quieren comer de allí. Esas niñas pequeñitas están escarbando en la basura. En Tsuntsuim hay hambruna, pero nadie va a declarar estado de emergencia.
El 18 de diciembre de 2016, la comunidad fue desalojada y permaneció vacía o bajo ocupación militar durante meses. Hubo saqueos. Las mujeres de Tsuntsuim retornaron a inicios de marzo sin garantías de ninguna instancia del Estado. Ellas no podrán denunciar esto jamás porque no pueden acceder al sistema de justicia. Por el contrario, son perseguidas. En situación de desplazamiento forzado durante meses, las mujeres volvieron para recuperar su hogar y la memoria de su pueblo. Cada una tiene entre cuatro y diez hijos. Muchas están embarazadas. Muchas otras ya lo estaban cuando fueron desalojadas. En Ecuador, hay niños desplazados antes de nacer. Nacer sin tierra.
Los esposos, hermanos, hijos de estas mujeres aparecen en la llamada “lista de los 70”, elaborada por el Ministerio del Interior con acusaciones contra el pueblo shuar por incitación a la discordia entre ciudadanos; asesinato; terrorismo; usurpación; ataque o resistencia, todos ellos, artículos cuidadosamente redactados en el Código Integral Penal. Pero, en realidad, el pueblo shuar está resistiendo contra la megaminería, de allí todas estas agresiones. La lista funciona también como una medida de terror: cualquiera podría aparecer allí, no se sabe bien, se desinforma. Pero la resistencia persevera, aun contra el hambre y el terror.
La comunidad nos permite visitarles de nuevo, esta vez, junto con una brigada humanitaria. Cuatro médicos que atienden a 86 personas diagnostican desnutrición crónica, abulia, sarna, piojos. Las cabecitas de los niños están lastimadas, igual que su piel, precaria protección contra el mundo y abierta a la enfermedad. Todos en la comunidad están afectados: hay ansiedad, problemas respiratorios, temblores, anemia. Los desalojos no son abstractos, su violencia se concreta en los cuerpos, debilitados y enfermos por la escasez generalizada de alimentos y por los efectos del terror en la salud. Hay muchas otras comunidades en precariedad similar en Ecuador, pero Tsuntsuim presenta características particulares: contexto minero, violencia política, cerco, criminalización masiva de su población. Muestras de lo que trae la megaminería.
El hambre está compuesta de muchas pequeñas hambres, como escribía Ramón Turró. El hambre de Tsuntsuim es el hambre de los más pequeños, que se van a dormir con el estómago vacío y rugiente y que van a crecer pensando que la vida es ese hueco en el cuerpo que apaga las ganas de vivir. El hambre son también las hambres de las mujeres embarazadas que dan a luz hijos con desnutrición, las hambres perseguidas de los hombres que deben refugiarse en la selva sin alimentos. El hambre de Tsuntsuim son muchas hambres.
Tsuntsuim fue arrasada. A la vuelta, las madres no tenían nada que dar de comer a sus hijos. Para llegar allá desde la última ciudad cercana se necesita pasar controles militares, cruzar una tarabita de medio kilómetro de largo y emprender una caminata selva adentro. Esa es la distancia entre la comunidad y la comida que podrían conseguir si tuvieran medios para hacerlo. Llegar y no tener nada que comer. Y no poder salir. La tarabita cuesta, la debilidad es permanente y el poblado se halla bajo asedio. Así se genera el hambre, así se la va normalizando hasta hacer de la pobreza la subordinación.
Las madres nutren y se nutren ellas mismas para amamantar. Cuando tenemos suerte, aprendemos a comer en ese acto de amor y de supervivencia que es ser alimentados. Estas madres no pueden saciar el hambre de sus hijos ni tienen medios para curarles la piel, desinfectar sus heridas ni devolverle a sus ojos el brillo que les va quitando la desnutrición. Querer cuidar y no poder. Esa es el hambre de las madres con hambre.
Cuando fue apresado en 1939, en la guerra civil española, Miguel Hernández escribió “Las nanas de la cebolla”. Su esposa le había enviado a la cárcel una carta en la que le contaba que ella y su hijo solo podían comer pan y cebolla. Hernández, como muchos hombres perseguidos, fue un padre obligado a estar lejos de su familia.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Una de las consecuencias de las guerras es la hambruna, la escasez que debilita y puede llevar a la muerte. En Tsuntstuim hay yuca y un poco de plátano. No hay proteína ni vegetales. A su edad, los niños no saben que esto que viven se parece demasiado a una guerra y que podría continuar así el resto de sus vidas, ahora tan poco protegidas, ahora testigos del terror, del zumbido de los drones y de la huida.
No te derrumbes./ No sepas lo que pasa/ ni lo que ocurre… le dice el poema de Hernández al niño pequeño que solo come cebolla. Serrat lo cantó en homenaje a las miles de hambres con que las guerras detentan su poder.
Las niñas y los niños de Tsuntsuim tienen menos brillo en los ojos, comen poco y han vivido mucho, pero también cantan. En el aula donde nuestra compañera de brigada dibuja con ellos, empiezan a decir su canción. Primero lo hacen con timidez, como si en el aula saliera apenas la sombra de su voz. Poco a poco nos dejan escuchar, junto con la canción, su risa. Esta canción de cuna es menos triste que “Las nanas de la cebolla”, pero no menos conmovedora. Les escuchamos y sentimos que la vida es menos feroz cuando los niños cantan para arrullarse unos a otros, quizás sin saberlo. La voz de una niña podría arrullar al mundo si ese mundo cesara sus intentos de acallarla.
Para enseñarnos, Lila y Rosa nos traducen la canción. Juntas la transcribimos, corregimos, confiamos. Noemí, la más pequeña, las sigue con una vitalidad que desafía toda hambre y violencia. Al traducir, percibo que imaginan, fantasean, le hacen decir a la canción lo que quisieran para sí, “el pajarito viene para cuidar a los niños”. Así cantan en shuar y así nos lo cuentan en español:
Uchichi tsuntsuimiu El niño de Tsuntsuimi
Akintiur maji nos protege
Uchichi tsuntsuimiu El niño de Tsuntsuimi
Akintiur maji nos protege
Nui chinkichich wairainiawai Los dos pajaritos están alegres
Chin chin chin chin ajainiawai Están trinando chin chin chin
Yajasmach chich wairainiawai Los animalitos están alegres
Mai tseke ajaniawai Corren por aquí y por allá
La canción es para los recién nacidos y los niños la cantan mientras juegan, me cuenta Fanny Kaekat, quien escucha la traducción de las niñas con la alegría de quien reconoce en su lengua su mundo cuando corrige la escritura en shuar.
Mientras los anent son plegarias que pueden cantar solo los mayores, esta canción es para todos, me dice Fanny. En Maikiuants, su comunidad, también se canta. En esta canción están un pueblo y una memoria que vienen de lejos, y en la voz de estas niñas, una fuerza vital que resiste. Pero eso no es suficiente. Urge mirar hacia Tsuntsuim y comprender que en esa hambruna se despliega nítido el rostro de aquello que la ha provocado: el cerco del Estado a la comunidad para proteger el capital minero.
Nada de esto es abstracto, el hambre tirana se cierne sobre los cuerpos porque hay una resistencia que el poder execra, resistencia que ha logrado retrasar la destrucción de la selva por años. Esa resistencia demanda nada más que esto: nacer con tierra, con comida y con derechos. Nada más. Nada menos.
No es la única comunidad, trabaje 2 años en la selva en Morona Santiago y visite más de 40 comunidades , no todas tienen el problema de la minería, pero si todos los demás que describes, hambre , hacinamiento, plagas, la gente nace y muere con la misma facilidad con la que se escribe esta línea. A nadie le importa, nadie las cuenta, algunos las extrañan y muchos las olvidan. Nos hemos ( lastimosamente ) acostumbrado a creer en esas naturalidades porque suceden con frecuencia. Cuando uno está ahí apenas entiendes que su forma de ver y practicar la vida es tan distinta a la nuestra, han sugerido todo tipo de encierros, a nivel de moléculas , sus genes están adaptados para sobrevivir en ese medio ( has pensado que tus genes siempre sean los mismos y tus habilidades igual ya que tú medio ambiente no se modifica?) encierros sociales, religiosos y geográficos. Les hemos impuestos todos y no les hemos ofrecido nada a cambio.
Gracias por aportar, Diego. Sí, es así como tú lo dices. Cientos de comunidades anónimas. Por eso hay que darles nombre, historia…
Ustedes hablan de tierra ancestral. Saben que dice la constitucion al respecto? Como se reconoce a un territorio ancestral? En el sector existen otros propietarios colonos llegados de las provincias de Azuay y Cañar. Viven y han trabajado toda su vida en esas tierras. Y ellos manifiestan que cuando sus padres llegaron NO HABÍA SHUAR EN EL SECTOR. En una visita de ustedes que vienen de la ciudad ya les califica para ser poseedores de la verdad? Claro, les parece extraño, quizá hasta atractiva la aventura. Y se conmueven con historias que les cuentan y no corresponden a la verdad. Saben quienes son Clemente, Isabel, Lino, Rafael? Yo si porque he compartido su mesa y herramientas de trabajo por 22 años. La realidad no es tan simple como para ser analizada en un dia de visita. Las historias siempre tienen dos caras yo…..estoy dispuesto a contarles la otra…..