Por Sofía Carvajal Ríos / @sofiacarvajal
Esa noche, por primera vez, no tuve frío en el Teatro Sucre, de Quito. “Lo que empieza bailando termina bien”, dicen en Cali, mi tierra natal. El abrigo sobró y las sandalias (no de Salvador de Bahía) fueron una gran elección para pensar con los pies y mover las caderas en esa pista de baile de casi tres horas qzue fue el concierto de Jorge Drexler. En el escenario, él con su banda -porque son uno solo- saludan al público eufórico y empiezan a bailar la coreografía de Universos paralelos, ese video en el que aquello de que “los músicos no bailamos” caducó.
Canta su primera línea y todos ya pedimos pista. Y es que, ¿cómo no responder a esa provocación de “la idea es eternamente nueva/ cae la noche y nos seguimos juntando a bailar en la cueva”?: la reivindicación de la comunicación a través del ritmo y del cuerpo. En escena, un Drexler desparpajado, leve, sonriente; en movimiento, divirtiéndose. Y luego de esa primera canción, su conquista absoluta: “¡qué bueno estar aquí y bailar con la mano en la cintura del mundo!”; sus ojos también sonríen. Pide calma, al vernos sumidos en el contoneo nos advierte que ya habrá momento para bailar, “porque veo que se están bailando encima…”.
El Sucre se convierte en una cueva iluminada por una esfera de espejos y cientos de asistentes sincronizando un lalalá con el movimiento circular que adopta todo el recinto. Me recuerda a cuando Alejandro Ulloa decía alguna vez en Cali que bailar es “creer que uno es el mundo dando vueltas y sentir que es la vida la que baila”. Allí estamos, en esa cueva que nos ve girar entre los electrones de la esfera musical de Drexler. Entonces ocurre lo que el baile sabe lograr: la armonía del espacio y el cuerpo hace de la palabra un accesorio. La temperatura adentro del teatro, como en la canción de los hermanos Lebrón, sube, sube y sube.
Bailar en la cueva es, sin duda, un trabajo que muestra una faceta de este cantautor uruguayo que difícilmente nos la esperábamos: una fuerte base rítmica, un álbum experimental y heterogéneo, letras físicas; acordeón, gaitas, percusión, cuerdas, cumbia, rap, electrónica. Pero, sobre todo, una fusión de Latinoamérica que cualquiera que haya pensado lo que es estar Al otro lado del río puede tener la valentía de mezclar: raíz y alas, historia y actualidad. Esa valentía se traduce en que a los cincuenta años, a Jorge le dé por bailar en escenarios y hacer que la gente baile con él. Valentía de liberarse de esa ilógica dicotomía social (intelectual-elitista) entre el baile como algo común, menor, y otras expresiones sí como dignas de cultivar. Valentía de liberar su cuerpo de las represiones de la dictadura militar en la que creció y de la idea que algún descoordinado puso a rodar y se quedó como verdad: los músicos no bailan. ¡Mentira, todos bailamos!
Lo veo valiente porque quien lo mira es una caleña que se ha enamorado bailando bolero y son en tacones o en tenis. Una caleña que sabe lo que es ver amanecer con los zapatos en la mano después de haber bailado frenéticamente toda una noche. Soy una caleña que ha improvisado pistas de baile en cualquier rincón de una casa. Sé del encanto de bailar descalza y empinada en un andén, envuelta en una brisa suave que desvanece el rubor de las mejillas. Soy la que se inscribió en el conservatorio para aprender a tocar la guitarra que ya olvidó, pero que descubrió en la calle el baile que siempre llevo conmigo. Por eso, el pasito de cumbia tan ensayado y tímido que hace Drexler en el escenario no puede tener más encanto. ¿O sí? La gente que está a mi alrededor también lo practica, levanta las manos, mueve los hombros, sonríe y canta con los ojos cerrados sin dejar de moverse, cada uno en su vaivén.
Viene Transporte y esa absolutamente todos nos la sabemos. La cantamos con él. Lo que no esperamos es que después de la primera estrofa se convierta en un delicioso danzón. La esfera de electrones está ahora en un cielo estrellado y entonces Luna de espejos, hecha bolero, es la banda sonora de decenas de parejas que salen a bailar como sombras por los pasillos del teatro. Jorge no se aguanta y baja a la platea, baja a bailar. Se enamoró de dar vueltas en el espacio y eso se le nota en cada paso.
Gran parte de Bailar en la cueva se grabó en Colombia. Tal vez por eso lo siento tan cercano. Tiene algo innombrable que simplemente hace que alguna parte del cuerpo se mueva. Reconozco muchos de sus sonidos pero sobre todo una base cumbiera que no va a dejar cuerpo sentado. Drexler lo sabe y por eso advierte: “nos fuimos a grabar a Colombia y el disco se nos llenó de cumbia”. Seguro recuerda los casetes con música de Alejo Durán que su abuelo le enviaba y las tardes de generosa sonoridad mientras grababa con Mario Galeano, de Frente Cumbiero. Ha dicho que escogió mi país natal para grabar porque allí se encontró con el baile, con nuevas propuestas musicales y mucho folclor viviendo en voces jóvenes. En fin, ¡nos las cantamos todas!
Ese Drexler de sensibilidad política que hemos conocido reaparece en escena con la Milonga del moro judío. Nos cuenta la historia de la escuela Mano a Mano, un modelo de educación mixta en Israel donde estudian juntos niños árabes y judíos. Conmovido, relata que la escuela ha sido atacada dos días antes, y entonces, con cierta altivez sureña, reclama: “A ver si estos imbéciles se dan cuenta de que el mundo va por otro lado”.
Aunque la propuesta es bailar, él sigue siendo un cantautor, dos palabras que muchos oponen y que Drexler reconcilia, las muestra unidas desde siempre. Él sigue siendo ese poeta obsesionado con la luna, aquella que en Venezuela lo liberó de la pena, y entonces Simón Díaz es dueño de La luna de Rasquí. Se da un gusto personal, aquel que en el 2011, en Bogotá, fue A rita, de Chico Buarque, ahora es María Bonita, de Agustín Lara, y claro, ¿¡cómo no nos vamos a acordar de Acapulco!?, María bonita, María del alma…
Recuerdo entonces que conocí su música en el 2005, cuando uno de mis hermanos llegó de darle la vuelta a Suramérica y me trajo La edad del cielo, desde Uruguay. Lo recuerdo con especial cariño porque ahora todos cantan Sea, y entonces reconozco en Drexler esa constancia por desvanecer la frontera, por abrir los caminos. Los temas migratorios están todo el tiempo en sus canciones, hacen parte de su vida desde antes que naciera y lo siguen siendo ahora. Su música es migrante, las fronteras en él existen pero para unirse. Jorge Drexler es un auténtico creador del Templadismo, ese movimiento cultural de música que se hace desde el Brasil subtropical hasta la Argentina rioplatense.
Bailar en la cueva no se escapa a este compromiso. La canción Bolivia, que en el álbum cuenta con la participación de Caetano Veloso, es la ofrenda de agradecimiento que hace este uruguayo al único país que acogió como asilados políticos a sus abuelos y tíos, mientras termina con esta sentencia: “…y los caminos de ida en caminos de regreso se transforman, porque eso, una puerta giratoria, no más que eso, es la historia”.
“Lo que empieza bailando termina bien”, dicen en Cali. Nada distinto a que si te entiendes con tu cuerpo es casi seguro que te entiendes en todo lo demás.
Drexler cierra una noche intensa pero fugaz. El aire falta por momentos en esa pista de baile y yo, caleña adoptada por Quito, solo puedo pensar en que a mí también Una canción me trajo hasta aquí y sospecho que en movimiento pendular, en esa gran Esfera que somos.
Yo también me hago un poco valiente y salgo a enfrentar el frío de la noche a 2 800 metros sobre el nivel del mar, sin chaqueta que me cubra, porque la bailada ha encendido el cuerpo y ha iluminado la sonrisa. “¡Y que siga el baile hasta que aclare!”, porque me haces bien, me haces bien, me haces bien.
¡Maravilloso Sofi! Me transmites en cada una de tus palabras todo lo que vivieron en esa mágica noche.
¡Divina descripción de ese concierto! 😀 De Drexler, de su álbum bailando en la cueva, de su música, de tu experiencia bella de migrante 😀 Me encantó y me revivió el concierto en Bogotá en Septiembre del 2014 😀 Inolvidable y maravilloso concierto!!! buen texto mi Sofi!!
Excelente Sofía. La caleña adoptada por Quito. Siempre escritora # 1