Por Carla Larrea Sánchez

Un hombre recorre un imponente río a bordo de una balsa. Lo acompaña una banda de música aparentemente tradicional y bailarinas vestidas con trajes que parecerían típicos de alguna zona de la Amazonía. Con un megáfono, el hombre anuncia que los descendientes de una dinastía de exploradores, que fueron enviados a territorio inca por la corona española después del descubrimiento del que llamaban “Nuevo Mundo”, emprenden la búsqueda del tesoro de Atahualpa en los Llanganates, un territorio casi inexplorado de Ecuador. El hombre nos asegura que estamos frente a una película que no se parece a nada que se haya visto ni hecho antes en Ecuador y que será la que nos lleve a una nominación a los reconocidos premios Oscar.

El recorrido a través del río es un abrebocas de las majestuosas imágenes que veremos durante la película, que dan cuenta de una maestría técnica, casi poética.

A son of man fue realizada a lo largo de diez años y costó 15 millones de dólares. Esta cantidad equivale a diez veces el presupuesto de la convocatoria 2018 del Instituto de Cine y Creación Audiovisual (ICCA), y al 89% del presupuesto con el que contaba el Instituto de Fomento de las Artes, Innovación y Creatividades (IFAIC) en su convocatoria 2017. Todo el capital vino de las arcas de su director, el guayaquileño Luis Felipe Fernández-Salvador y Campodónico, quien se hace llamar Jamaicanoproblem.

Durante este tiempo, varios profesionales del cine reconocidos mundialmente fueron contratados para ser parte de este ambicioso proyecto que cuenta –o intenta contar– la historia de una familia millonaria, heredera de una tradición colonizadora, de españoles poseedores de fortuna, tierras y recursos, dedicada por generaciones a buscar el tesoro que Atahualpa prometió a sus captores a cambio de su vida.

Así, a primera vista, esta promete ser una historia necesaria para remontarnos a hechos que sostienen buena parte de la identidad de los pueblos asentados sobre el territorio ecuatoriano. Pero ya ante el filme, nos preguntamos ¿quién cuenta esta historia y desde dónde lo hace?

La voz principal es la de un joven de 17 años, ‘Pipe’ (Luis Felipe Fernández-Salvador y Bolona), que es invitado a Ecuador –su país de origen–  por su padre, una figura que hasta entonces había sido ausente en su vida. Al llegar, ‘Pipe’ se entera de su misión: descubrir el misterio que le permitirá a su padre llegar al lugar donde se esconde el tesoro de Atahualpa para cumplir con la tarea heredada por sus antepasados.

Al encontrarse con su padre (Luis Felipe Fernandez-Salvador y Campodonico), ‘Pipe’ se sorprende con su excentricidad y su modo de vida. Se trata de un latifundista dueño de fortuna, tierras y animales, que también es propietario de sus trabajadores y de su pareja, una joven europea poseedora de una belleza sobrecogedora, único personaje femenino de la película. El padre se enorgullece de tener a su lado a una mujer caprichosa, enigmática, con cierta dosis mística, y decide llevarla a la expedición como un amuleto de suerte.

A son of man pretende tener todos los elementos que componen una obra ganadora de un Oscar. Quizá por eso usa referencias y citas casi textuales a grandes películas, elementos estéticos y recursos narrativos que, finalmente, se sienten forzados: Fitzcarraldo, de Werner Herzog; Lili Marleen, de Reiner Werner Fassbinder; El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra; The Revenant, de Alejandro González-Iñárritu, por nombrar algunas. Todas estas películas transmiten la búsqueda artística y una indagación personal de los directores, muestran posturas, radicales en ocasiones, visiones particulares acerca del mundo y de la vida. Aspectos de los que carece A son of man.

Confundidos a ratos por el deslumbrante despliegue paisajístico, los lugares comunes y los estereotipos edifican más bien el retrato de una élite que parece creer que las leyes del latifundio o el principio del que más tiene aún son aplicables.

La maestría y desempeño técnicos son intachables. Y no podría ser de otro modo, pues en el crew figuran nombres como Pablo Agüero (Eva no duerme), Gustavo Santaolalla (Babel, Secreto en la montaña, ambas con premio Oscar), Benjamín Echazarreta (Gloria, Una mujer fantástica, premio Oscar), Guillaume Rocheron (Batman vs. Superman, La vida de Pi, premio Oscar), Guillermo Navarro (Pacific Rim, Hellboy, El laberinto del fauno, premio Oscar) y Robert Blalack (Star Wars: Episodio IV). Es un filme que se sostiene en su brillantez y destreza técnicas y estéticas, que cuenta con un ejército de cineastas de gran trayectoria, que ocurre en los paisajes soñados de un Ecuador rico en biodiversidad y belleza, y con equipos y tecnología de punta.

Pero, la fórmula ganadora a cambio de mucho dinero se enfrenta a algo que no se puede comprar: la falta de claridad acerca de lo que se va a contar. ¿Es esta una película que quiere fomentar el cuidado de la biodiversidad? ¿Es esta la historia del conflicto entre un padre y un hijo? ¿O la conquista de la eterna misión familiar? ¿Quiere la película hablar sobre el tesoro de Atahualpa y el imperio inca? A son of man traza pinceladas en desorden de todos estos temas, cree que los articula pero no profundiza en ninguno. En consecuencia, la conexión con el espectador es vaga, casi nula.

Hacer cine se ha vuelto privilegio de pocos, y en un país en el que el medio cinematográfico está todavía lejos de considerarse una verdadera industria debido a la precariedad del sector cultural, que A son of man –la película más cara de la historia del cine hecho en Ecuador– haya sido la candidata para los Oscar es síntoma de la necesidad desesperada de pretender mostrar al cine ecuatoriano como algo que no es. A son of man quiere comprar prestigio para colgarse una etiqueta que diga «Industria cultural».


Carla Larrea Sánchez es realizadora y productora de cine y audiovisual. Estudió en Incine y continuó sus estudios en el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), escuela estatal mexicana fundada por Luis Buñuel. Su cortometraje Indeleble se estrenó en el XIV Festival Internacional de Cine de Morelia. Obtuvo el reconocimiento de La copa del corazón en el Festival de Arte Feminista de Túnez y ha recorrido festivales alrededor del mundo. Su ópera prima documental como directora, La pajarera, fue ganadora del fondo de fomento del ICCA para desarrollo de proyectos en 2017, premio que también ganó en 2018 con el proyecto documental El cóndor pasa, que produce de la directora María José Zapata.