Por Claudia Roura / @claudiaroura
Fotos: Josué Araujo / Fluxus Foto
«De todas las cosas que me pasaron increíbles, la única con la que no tuve problema para sacármela de encima fue lo de ser famoso. ¡Es una estupidez! Se vuelve viejo muy rápido».
Liniers
El vestíbulo del hotel Reina Isabel, de Quito, es vintage: espejos con marcos grandes, elegantes sillones del pasado y las luces bajas. En un sofá beige –de espaldar alto y ancho, parecido al de la reina en Alicia en el País de las Maravillas– está sentado Alberto José Montt Moscoso. Varios fotógrafos lo rodean y los flashes iluminan su rostro. El ilustre historietista ecuatoriano-chileno posa como todo un rockstar.
Mientras el manager me cuenta que Ricardo Liniers –el otro ilustre historietista pero de origen argentino– tuvo un retraso en su vuelo, pero que pronto llegará, yo tomo distancia y veo a Montt desenvolverse ante las cámaras. Acostumbrada a entrevistar solo a políticos, una estrella como esta me pone nerviosa. Los fotógrafos se apartan. Me acerco. Apenas saludo Alberto empieza a bromear. De cerca el ilustre ya no es un rockstar. Es muy divertido y tiene acento quiteñofff.
–¿Me firmas mi libro? –le pregunto, extendiéndole mi ejemplar de Dosis Diarias.
–Claro, mientras dibujo, tú pregúntame…
Quito fue el hogar de Alberto durante 27 años. Alberto quiere a esta ciudad pero ahora no la extraña. Y, sobre todo, no extraña «esa sensación de la redención constante de la sociedad, muy conservadores y muy metiches». Pero ama los cebiches, las empanadas de morocho «¡y la pizza El Hornero!» (La publicidad gratuita va por cuenta de La Barra Espaciadora). Además, reconoce que su obra lleva la marca de Ecuador todo el tiempo: “En lo absurdo, en el dios y el diablo, el bien y el mal que tenemos siempre cada uno de nosotros. En lo que cada uno creemos que es el bien o el mal, esa eterna dicotomía”.
–¿Qué tan chileno te sientes?
–Soy más latinoamericano que chileno o ecuatoriano (…) No soy de aquí ni de allá sino de todos lados.
Alberto se fue de Quito para ampliar sus horizontes, pero en Chile no le fue fácil. Él no era nadie cuando se marchó y, literalmente, le tocó empezar de cero. Durante un año recibió muchos ¡no! Pero luego, el diario El Mercurio aceptó sus historietas y su carrera empezó a fluir. Ahora, Alberto Montt es uno de los ilustradores más importantes de América Latina. Ha publicado una docena de libros de Dosis diarias, caricaturas de humor negro que hacen reír y también que invitan a reflexionar. Sus temas: lo simple, lo cotidiano, la ironía.
Aunque Montt asegura que solo dibuja para ordenar sus ideas y que su objetivo es contar historias, no que la gente piense diferente, también se da licencias para sentirse provocador de algo más: “Mi intención es hacer que lo que yo hago marque al otro, es muy pretencioso decirlo, y no sé si sucede”.
Y mientras yo sigo haciendo preguntas políticamente correctas sobre las luchas sociales modernas, el Alberto de acento quiteño me saca carcajadas: “Yo creo que el mundo se va a joder, no hay vuelta atrás. El mundo se va acabar en agosto del 2019, quizás un poco antes o un poco después (…) Pero eso no significa que no pueda remar».
En eso, llega Ricardo Siri ‘Liniers’. Montt deja todo, se levanta, se abrazan, se entregan regalos y se ríen con risas que llenan todo el lugar y que contagian. Ricardo sube a dejar sus maletas y Montt se queda conmigo, conversando sobre Lucho, el monstruo que creó el doctor Frankenstein, ese al que todos llaman Frankenstein pero que se llama Lucho.
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Liniers toma la silla vintage de Montt e iniciamos otra relajada charla. Me cuenta que con Alberto hay una conexión especial. Son el uno para el otro. “Él duerme al lado izquierdo y yo en el derecho. Nos la pasamos muy bien y nos reímos mucho”.
Hace muchos años, cuando se conocieron, se presentaban los libros mutuamente en las ferias y de ello nació una química, una manera de entender el humor del otro. Así se les ocurrió Los Ilustres, un stand up ilustrado y una excusa para verse tres o cuatro veces al año. Son como dos hermanos que se extrañarán siempre.
Liniers es el creador de Macanudo, un conjunto de historietas con varios personajes que narran escenas recreadas en medio de la cotidianidad. Liniers tiene un humor menos negro, más tierno y optimista, tal vez. Enriqueta y su gato Felini, un robot, un fantasma llamado Olga, varios pingüinos, una pareja de enamorados y duendes que explican, por ejemplo, por qué se cae el cabello. O se juegan bromas.
Pero Ricardo tampoco quiere decir cosas ni cambiar el mundo: “Busco hacer preguntas sobre esto raro de estar vivos. Yo no puedo decirles qué hacer porque yo no sé qué hacer. Y mi manera de manejar esta confusión es con los dibujos”.
–Y, ¿encuentras respuestas?
–Pocas, las que todos conocemos. Hay que quererse y ya está. Hay que repartir lo que te dan, ser buena gente, aguantar el tiempo que puedas y morirte.
La obra de Liniers habla de la individualidad y también de la irreverencia. «Los humanos debemos vivir lo mejor posible –dice Liniers–, somos una especie en evolución social. Eliminar la esclavitud, el trabajo infantil, conseguir el voto femenino fueron pasos que ‘shoquearon’ y rompieron el estatus quo. Ahora los gritos ponen los que no quieren que se casen los homosexuales, los que no quieren entregar el poder, les asusta el feminismo… Al final del día, cuando mis hijas crezcan, quiero que vean que yo caí en el lado bueno de la historia”.
El tiempo de conversación se acaba y Ricardo me asegura que Enriqueta no va a crecer, que ella es su niño interior y que le gusta leer. Y los niños interiores no crecen.
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Ahora Montt y Liniers se vuelven a encontrar para las risas y se marchan a firmar autógrafos. ¡No, se marchan a dibujar en una librería!
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El show
El stand up ilustrado rompe con los esquemas de un stand up: básicamente, los artistas pasan más tiempo sentados dibujando los chistes o anécdotas que el otro narra. Este es un concepto creado por Liniers y Montt durante una noche de tequilas en Guadalajara, México.
Pero el show en Quito fue el más accidentado de la historia. A los 15 minutos, la pantalla dejó de funcionar. Montt improvisó bastante bien hasta que descubrió que sin la ilustración no tenían sentido sus chistes. Los técnicos corrían en círculos y finalmente decidieron parar el espectáculo. El ‘standupero’ que abrió el evento, Ave Jaramillo, tuvo que subir a salvar los muebles, mientras Montt y Liniers dibujaban y firmaban libros. Un perro se paseó por el escenario. Salieron chispas de una conexión eléctrica y aun así, todo era muy bien llevado hacia la risa.
La organización invitó una ronda de bebidas para pasar el mal rato.
Una hora más tarde se reanudó la función. Ahora, todo tenía sentido. Los chistes y los dibujos sacaban carcajadas. Liniers y Montt mostraron que son unos genios del dibujo, la improvisación y el humor. Hablaron de su vida como padres, ironizaron sobre la política, sobre los cuentos infantiles, evocaron películas, citaron al papa Francisco y hablaron de la vida. Sin duda, la noche fue muy latinoamericana, muy ecuatoriana y muy divertida.