Por Marco Pareja / @marcoalejop
La humanidad vive una necesidad de reconocimiento generalizada gracias, sobre todo, a las redes sociales. Algunos sueñan con la fama, el dinero y el reconocimiento de las masas. Para ciertos artistas, el reconocimiento de su obra es imprescindible, sin el público no existirían. Para otros, su ego es lo más importante, ellos mismos se consideran obras. Pero hay algunos seres humanos –a quienes llamaría genios– con una imperiosa necesidad de expresarse, a quienes no se puede encasillar en estereotipos ni llamarlos vagamente artistas. Para ellos, la fama no es el fin absoluto. Algunos como la inglesa Amy Winehouse, quien encontró en la música su medio de expresión, sin saber que esto le traería mucho más de lo que ella podría soportar.
Amy, el documental dirigido por el ahora muy reconocido Asif Kapadia (Senna, 2010), es un retrato humano profundo y crudo. La angustia es constante, vamos junto a su protagonista caminando por el infierno, sin poder hacer nada. Limitándonos tan solo a observar imágenes inéditas de su vida, a escuchar su voz, sus pensamientos más profundos y su música, potente y anacrónica. A todo esto añadimos los testimonios de las personas que la conocieron y compartieron su corta vida: hacia el final del documental escuchamos el llanto de una de sus amigas que quiere ayudar a Amy pero sabe que todo está perdido. Casi nunca vemos la clásica entrevista de los documentales, son solamente audios, la increíble música de Antonio Pinto y registros en video de lo que fue la vida de Amy. Así se construye este retrato que podría ser el que reposa en la mesa de noche de nuestra habitación y el que siempre evitamos mirar antes de acostarnos a dormir.
Amy, el documental dirigido por el ahora muy reconocido Asif Kapadia (Senna, 2010), es un retrato humano profundo y crudo. La angustia es constante, vamos junto a su protagonista caminando por el infierno, sin poder hacer nada.
“…pienso que no seré, para nada, famosa, no soy una chica tratando de ser una estrella, solo una chica que canta”, y afirma además que la fama la enloquecería. Eso es precisamente lo que sucedió, ella logró canalizar toda esa energía autodestructiva y esa ira contenida a través de la música, con un talento innegable.
Amy decidió entregar al mundo música que realmente valiera la pena, influenciada especialmente por el jazz y por ídolos como Tony Benett; a su lado interpreta Body and Soul, en el momento más alto de su carrera y, sin embargo, durante la grabación, siente que no lo está logrando e intenta irse del estudio. Tony Benett le dice que está muy bien y que cada vez irá mejor…
Amy quería sacar de su entrañas ese rencor hacia su padre, quien nunca estuvo ahí cuando era apenas una niña; eso sí, el padre reaparece para bañarse con un poco de la fama y las riquezas que trae el talento de su hija, incluso es el protagonista de su propio reality, en el que aparece una Amy, para ese momento, famélica.
Los flashes de las cámaras y el rebote de su potente luz sobre la realidad revelan a Amy con Blake Fielder, el único hombre que amó realmente. Este tipo de personaje, de villano, bohemio, poeta sin poesía, sanguijuela, aparece en las biografías de muchos genios como Kurt Cobain o Freddie Mercury. Es Blake quien que muestra a Amy el lado más oscuro de la vida y a la vez le da la receta más fácil: heroína. La disquera se preocupa, el mundo se preocupa, su padre lo niega, la gente que la quiere busca su rehabilitación, Blake se burla y le critica a Amy el tener una canción como Rehab que dice: They tried to make me go to rehab I said, “no, no, no” (Quieren convencerme que vaya a rehabilitación/Yo digo, “no, no , no”), si es que ahora están aislados, haciendo una rehabilitación. Para él es una ironía, para ella una triste realidad.
Amy tenía que presentarse en Serbia, salió al escenario y simplemente no cantó, no quería actuar, su vida se estaba desmoronando. Pero esto a nadie le importaba, la joven muchacha londinense era ahora una superestrella y no supo manejarlo. Nadie supo qué hacer. Y los medios se encargaron de burlarse, buscando lectores o audiencia. Eso es lo que nos gusta consumir, esa es la dualidad de nuestra sociedad, amamos y valoramos a un asesino tanto como a un cantante. Ambos venden.
Llegó el trágico día. Amy era solo un cuerpo. Su guardaespaldas la encontró recostada en su cama. Muchos la lloraron cuando se convertía en un miembro más de ese “selecto” grupo de los 27, junto a otros genios que fueron víctimas de su talento.
Para Amy el reconocimiento fue solamente una consecuencia de su increíble talento. Crear era su verdadero camino para evitar la autodestrucción. Pero, como todos queríamos un pedazo de ella, a toda costa, al final, quedamos sin nada. Podemos disfrutar de su música, pero el precio de que esta exista fue muy alto.
Después de ver este documental, el tema que la catapultó a la fama y por el que ganó un Grammy: Rehab, tiene otra connotación y representa claramente que para nosotros es más importante escuchar a Amy cantar esta canción que la inefable sensación de soledad que compartimos con ella.