Por Juan Romero Vinueza / @jotaereve1994
Cuando leemos novelas en las cuales el personaje se encuentra en un fracaso –y aprendizaje– constante, nos preguntamos qué pasaría si nosotros fuéramos los protagonistas de esa historia. Mejor dicho, imaginamos a nuestra vida como una novela. Quizá no tan ridícula ni atolondrada, pero la imaginamos como una novela. Nos damos cuenta de que, si nosotros no somos como ese personaje –o no lo creemos aún–, sí que conocemos a alguien que podría parecérsele y de quien se podría hacer una novela.
Al leer el libro del autor ecuatoriano Raúl Pérez Torres Teoría del desencanto (1985), descubrí una palabra que llamó mi atención en la descripción que se ofrecía en la contratapa del texto. Allí se decía que esa era una Bildungsroman o novela de crecimiento. Me sentí un ignorante. No conocía de qué se trataba ese género.
La Bildungsroman (como la denominó Karl von Morgenster, en 1803) está plagada de circunstancias como estas. Los personajes que por ella transitan sufren. Sufren mucho. Tienen mala suerte, son despreciados, maltratados, humillados, incomprendidos, entre otras desventuras. Y lo peor es que no siempre es su culpa, es como si hubiesen nacido con una mancha negra que los señalase y les dijera: “¡Hey, tú, vas a fracasar una y otra vez!”
Investigué un poco y descubrí que otras novelas que había leído como El guardián entre el centeno, de Salinger; El Lazarillo de Tormes, de autor anónimo; Retrato del artista adolescente, de James Joyce; La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, eran cuatro grandes ejemplos de este tipo de novela. Sin embargo, había otros ejemplos que desconocía o que había leído a medias. Entre ellos, textos de Marcel Proust, Wolfgang von Goethe, Peter Handke o Thomas Mann.
Me interesó este género porque, poco a poco, logré darme cuenta de que lo que hizo Pérez Torres no era nada nuevo. Era interesante, sí, es cierto, pero nada que no haya estado ya escrito bajo el sol. Ya lo habían hecho los alemanes, los franceses, los ingleses, los estadounidenses y los españoles del Renacimiento. Empero, lo que desconocía es que ese origen venía de textos mucho más antiguos: los clásicos latinos y griegos.
Lo descubrí hace poco. Cuando supe que Apuleyo, en El asno de oro, ya había realizado un trabajo similar allá por el II d.C., me quedé atónito. Decidí leerlo para buscar las similitudes que tenían con las obras anteriormente citadas, para ver cuál era su influencia en cada una de ellas y cómo ése inicio degeneró en lo que tenemos hoy como muestra de esa novela de tipo picaresco y de aprendizaje.
Lo que sucede con Apuleyo es algo particular: considerado como uno de los padres de la novela en Roma, escribe esta obra como un relato de metamorfosis (se dice que el nombre real no era El asno de oro, sino Las metamorfosis) en el cual vemos cómo un personaje, Lucio, pasa de ser un hombre a ser un asno. Sufre varias calamidades, de manera irónica y satírica, en fragmentos que recordarán a los lectores a las escenas que pasa el Lazarillo de Tormes o, incluso, para ser más modernos, a Ignatius Reilly, personaje ridículo de La conjura de los necios. Todos ellos sufren desgracias y tienen diferentes amos que están a su cargo. Lucio, el Lazarillo e Ignatius Reilly son personajes hermanos.
Lucio como un asno; Lazarillo como un criado, y Reilly como un empleado de diferentes negocios. Lucio es convertido en asno por la curiosidad que tiene al ver la magia de Pánfila en un macho cabrío y decide que él también podría convertirse en lo mismo, pero se equivoca de pócima y se convierte en un asno y, desde ahí, empiezan sus desgracias. Es utilizado como carga para que unos ladrones se lleven el botín que acaban de robar en la casa en dónde lo han encontrado, lo golpean y humillan, es maltratado, etc. También, en varios fragmentos del relato, podemos relacionarlo con las desventuradas escenas de Don Quijote y Sancho Panza, cuando a ellos también les suceden cosas similares en el transcurso de sus andanzas caballerescas.
Si bien el Lazarillo y Reilly no sufren una metamorfosis corporal, si lo hacen metafóricamente. El Lazarillo también sufre maltratos por varios de sus amos. Debe robar para poder sobrevivir, adaptarse a diferentes ambientes de miseria y desolación. Reilly, en cambio, es un hombre adulto que cae en el mundo laboral y es ahí donde sufre las calamidades. Su torpeza le impide darse cuenta de lo que ocurre a su alrededor en el “mundo real” y por eso comete errores en el trabajo y es despedido de cada empleo que consigue.
El hecho de la ingenuidad de los personajes también es común en los tres. Son como unos niños que acaban de salir al mundo y que, al conocerlo, descubren que no es un lugar amable y que pueden sufrir muchas atrocidades causadas por la gente que los rodea. En los tres ejemplos, se retrata una sociedad decadente y poco piadosa con el prójimo, de eso no cabe duda.
El Lazarillo cambia su vida, al final del relato, y Reilly, de una manera más trágica, también lo hace. El uno consigue casarse y superar esa barrera en la que ha caído desde su nacimiento, pero debe permitir que otro también se acueste con su mujer; el otro es llevado lejos de donde se encontraban los necios que se conjuraban contra él, es apartado, alienado de todo. La vida de los tres tiene un cambio, un giro, en el final. Este tipo de novelas son llamadas de aprendizaje porque, en el transcurso en el que suceden las cosas, el personaje va creciendo en complejidad y en experiencia, aprende de sus errores o, simplemente, los acepta.
Esta metamorfosis que vemos en estos personajes no solamente es asunto de estas obras. Se puede notar en muchas más. Estas son un ejemplo que he usado para ilustrar el trabajo de Apuleyo y cómo su legado, consciente o inconsciente, ha perdurado en la obra de autores del Renacimiento y de principios del siglo XX. Elegí siglos separados para que se pudiese notar que el tiempo nunca es un obstáculo para la grandeza de los escritores de la antigüedad.
Aquí, otros ejemplos que se podrían considerar Bildungroman:
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Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister (1795), de Goethe