Por Marcelo Cruz

 “El rumor nació de Dios.”
Lucho Monteros. Pecados de origen
 
«Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas»
J.L. Borges. El hacedor

El absurdísimo filosófico y vivencial, un doble, la ciudad, una habitación, espejos -la vida misma-, se refleja en esta recopilación de cuentos. Nietzsche dirá que somos humanos, demasiado humanos, entonces la literatura –el arte– nos permite conectarnos con esas emociones que se esconden como fantasmas o dudas dentro de nosotros. Fiel reflejo son estos 24 textos escritos por Lucho Monteros Arregui e ilustrados por Mushi Baca. Siendo el claro ejemplo de que las artes, al igual que los seres humanos, habitan un espacio donde se dan la mano.

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Monteros inicia el viaje con una caída infinita, no sabemos de dónde o por qué el personaje cae ni cuál es su destino –esperamos el impacto–. Vivimos una situación kafkiana, un absurdo que nos mantiene al hilo del texto y de nuestra vida misma para encontrar una certeza.

La pregunta por el origen es una constante, en la mayoría de cuentos, a manera de un ser plenipotenciario, que se reinventa a si mismo. Probablemente, mueve los hilos de estas historias, este mismo ser –que no puede ser nombrado, no tiene imagen ni semejanza con nadie. Hace que su voz se filtre en cada oración trascrita por el autor. Sí, Lucho Monteros es un mediador que presta su labor de escritor para que estas historias tengan un oyente.

Por eso sus nombres aludiendo a menciones bíblicas (nombrar, pese a que signifique determinar y limitar algo, nos permite encontrar puntos de partida, por aquello de que sin referencia no hay perspectiva) «Otro Origen, Pavor, De la manzana y sus usos, Pecados de origen, Uróboros” dejan escapar a esta presencia que habita en ellos e invitan al lector a seguirla –seguimos cayendo. Absurdo resulta querer escapar.

El autor, está consciente de que este «Dios» que nombra, existe en su obra:

“Para combatir su eterna soledad de único ser, preexistente, anterior incluso a sí mismo, a su nombre y a sus barbas, moldeó con un atisbo de su energía esas entidades aladas y asexuales a quienes alguien, después de mucho tiempo, dio el nombre de ángeles.”

Lucho Monteros toma su bicicleta y sale a recorrer kilómetros en el mundeo de sus lecturas e introspecciones. A manera de escape, de lucha o de catarsis para darle la contra a la entidad que ha creado, entonces, toma su cámara fotográfica y plasma en sus textos una imagen que perdura, conmueve, atrapa. Nos identifica. (Un espejo borgeano, Laberintos, Silencio a gritos, Parasiempreyasintigo).

“Presiento que tarde o temprano llegará el momento en que la vida y la razón me abandonarán a la vez, ¡en una lucha desigual con el siniestro fantasma: el Miedo”

Leer este breviario es subirse a un bus y hacer todo su recorrido –cual serpiente que se devora a sí misma, una y otra vez–, podemos ver centenares de rostros, imaginar un sin número de historias y situaciones que convergen y existen gracias al lenguaje, mismo que Lucho maneja con prestancia y astucia.

Al final, nos queda la satisfacción/incertidumbre de saber si somos lectores o personajes que leen historias semejantes a las nuestras, atrapados dentro de un texto infinito o de un abecedario eterno. Somos los dados que chocan en las manos de un Dios, este Dios que habla a través de estas palabras –las del autor.

“Acabo de morir, sin duda, sí, soy una sombra, un hálito que reposa suspendido al lado de quien en vida fui.”

Nos mira como sabiendo el resultado desde un principio. Sonríe, y de manera irónica le dicta al diablo kiteño estos relatos que hoy podemos leer gracias a internet –el nuevo dios de esta era.