Desde Buenos Aires
Respetable Svetlana Aleksiévich:
Te escribo desde el país más austral del mundo, por medio de un sitio web de la mitad del planeta, para enviarte un saludo latinoamericano por ser la primera colega en ganar un Nobel a su trabajo periodístico.
Acá tenemos varios nobeles que han compartido nuestra profesión; de seguro conocés al guatemalteco Miguel Ángel Asturias, al colombiano Gabriel García Márquez y hasta al peruano Mario Vargas Llosa. No es por falta de modelos, entonces, que correremos a leer lo que haya tuyo en español. Solo encontramos el conmovedor y vívido Voces de Chernobil, a la espera de que traduzcan tus otros libros.
Si bien allá, en Europa, también hubo nobeles que pasaron por el periodismo –hasta Winston Churchill fue corresponsal– para los hispanoparlantes, el más cercano es Camilo José Cela, quien nos dedicó un dodecálogo para la labor de prensa en el que pide “no inclinarse ante nadie”. En él pensé cuando –resignado a conocerte solo por las entrevistas– me enteré de que has sido tan crítica del régimen del sempiterno Aleksandr Lukashenko como del «culto a la fuerza» de Vladímir Putin. Parece que sos de las nuestras.
Acá, nos la hemos pasado peleando contra la brutalidad durante décadas. García Márquez es nuestro mejor ejemplo, junto al uruguayo Eduardo Galeano o al argentino Rodolfo Walsh, a quien Gabo consideró autor de la mejor obra periodística universal, en referencia a su Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar, en la que hay aportes de otro luchador de la pluma, “el magnífico Horacio Verbitsky”, también en palabras de Gabo. Aunque el premio que más trasciende desde América sea el Pulitzer, se entrega solo a quienes trabajan en medios de los EE.UU. pero un par de latinoamericanos se han alzado con él, como el colombiano Gerardo Reyes o el argentino Andrés Oppenheimer, de ideas más cercanas a las de Vargas Llosa.
Como no nos representa mucho, Gabo creó una Fundación que entregase otro galardón para los nuestros. ¡Quién te dice que tal vez puedas hacer algo equivalente en tu tierra!
Por lo pronto, sabemos que vienes de un territorio en el que han sufrido todo tipo de calamidades y que te has preocupado por las mujeres (La guerra no tiene rostro femenino, 1983); los niños (Últimos testigos. Cuentos nada infantiles, 1985, y Los chicos de zinc, 1989); los suicidas (Cautivos de la muerte, 1993); las familias (Voces de Chernóbil, 1997) y la derrota (Época del desencanto. El final del homo sovieticus, 2013).
No nos sorprende que algunos medios locales no te diesen el espacio que merecían tus trabajos, siempre en la búsqueda de la profundidad donde los problemas gigantes pueden leerse a partir de la experiencia de las personas más pequeñas. En mi país, un poeta, eterno candidato al Nobel, decía que “no nos une el amor sino el espanto”. Ojalá no sea siempre así entre nosotros, ya que –por suerte– notamos que compartimos también la admiración por el autor de Doctor Zhivago.
Nos gustaría hallar más coincidencias en tu obra. Por lo pronto, habremos de contentarnos con saber que perteneces a lo que por acá llamamos “el campo popular”, el de quienes luchamos contra los poderosos, aunque para hacerlo solo dispongamos de una lapicera o una máquina de escribir.
Me gustaría que la próxima carta pueda ser menos formal y –sin perderte el respeto– pueda empezarla con un más entrañable “querida Svetlana”.
Con ansias, a la espera de tus libros, un colega del fin del mundo.
Alberto Moya es periodista desde hace un cuarto de siglo y docente universitario. Cubrió el Festival Woodstock de 1994, en EE.UU. y episodios en México; Perú; Uruguay; Brasil y el golpe en Paraguay. Ha escrito en la Agencia Periodística del Mercosur; para diarios como Página/12 o Perfil y revistas como Gente o Veintitrés. En 2009, fue considerado “revelación” por la revista Noticias. Escribió cuatro libros y recibió una decena de premios en Argentina.